“Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido,
y no se puede nombrar ni el pan
es bueno saludar los platos
y el mantel puestos sobre la mesa”
(Jorge Teillier)
Miro las estadísticas ascendentes del blog y me digo que podría ser asi, que debería ser asi, o que podría descubrir que de hecho en algún sentido ya es asi, pero eso seria como decir que Jesús siempre estuvo a mi lado, caminando a mi lado y yo no lo había visto, como en esa parábola. Demasiado conveniente. En cambio, Misery loves company -le dicen a Harvey Peakor- me hace más sentido, no por la miseria sino por la calidez de lo negativo. Acabo de ver Stranger than fiction -recomendada por Salgado-pensando todo el rato en la vida como texto, o más especificamente: cómo me excuso literariamente de problemas no literarios. A veces cuando uno cree que ponerle más voluntad a las cosas es una especie de exteriorización del narrador se termina haciendo eso: narrándose no más, mientras las cosas siguen más o menos donde mismo, repitiendo la misma trama, sobrevaloramos la conciencia esta de estarnos narrando por sobre la historia, o peor aun: por sobre la relación de esa historia con las otras, entonces vemos el terreno perdido, todo lo que no fue a parar a ninguna parte, lo que se pensó en voz baja, lo que se dijo diciendo otras cosas, vemos todo eso como materia prima fracasada a través de la cual surgimos en textual gloria. Pero qué de uno surge como texto. ¿Es sólo la especificidad del error lo que progresa? Hegelianamente seria el momento de la conciencia, para que fuese autoconciencia faltaría la acción, o sea la superación de ese desdoblamiento Es difícil hacer las cosas bien. Hace poco he dañado a alguien y le pido perdón. Aquí no es el lugar, pero es un lugar entre otros, y no puede estar exento de lo que me mueve. O inmoviliza. Es peligroso el valor de lo infraordinario. Perec nos dice: “De lo que se trata es de interrogar al ladrillo, al cemento, al vidrio, a nuestros modales en la mesa, a nuestros utensilios, a nuestras herramientas, a nuestras agendas, a nuestros ritmos. Interrogar a los que pareciera habernos dejado de sorprender para siempre.” ¿Pero qué pasa si sólo conseguimos sorpresa? O peor aun ¿qué pasa si esta sorpresa funciona solo individual o sectariamente? A veces confío demasiado en la literatura. Y seguiré haciéndolo, justamente desde estos baches, seguiré haciéndolo. Tras el suicidio de Pavese todos querían descubrir en su diario los terribles motivos que lo llevaron a tomar tal decisión, sin embargo Italo Calvino cuenta asi la experiencia, de él y los cercanos al escritor, al encontrarse con el diario: “Encontramos también y sobre todo, algo más, el termino opuesto a la desesperación y a la derrota; una paciente, tenaz tarea de autoconstrucción, de claridad interior, de mejoramiento moral, que se debe alcanzar por medio del trabajo y la reflexión sobre las razones últimas del arte y de la vida propia y ajena”. O Rimbaud que en sus Diarios Intimos anota: “Cuando un hombre se mete en cama, casi todos sus amigos tiene un secreto deseo de verlo morir, unos para comprobar que tenia una salud inferior a la de ellos, otros con la desinteresada esperanza de estudiar una agonía”. Un diario de vida se pasea entre esa búsqueda política de lanzar lo individual a conflictos mayores y las variedades de la mala fe. Aunque en medio de todo esto tenemos eso que Perec llamara lo infraordinario. Un claro ejemplo de este cruce entre lo inútil y lo trascendente nos lo da Macedonio Fernández en sus Papeles del Recienvenido: “Yo he estudiado la duración del tiempo que invierte un botón que se cae y pierde, en esconderse tras la pata de la cama hasta que se va su amo. Entonces se encamina a treparse sobre el techo del ropero. Este tiempo también lo estudié. Un botón, en seguida de extraviarlo, debéis pesquisarlo primero bajo la cama y sólo más tarde sobre el ropero, pues emplea tiempo en esta ascensión”. Asi que quizá haya que usar un poco de cada cosa. A veces una buena historia simple, no conciente de sí misma, es mejor que el descentramiento como mera demora. Volvemos asi a Stranger than fiction y nos preguntamos ¿Quién querría salvarle la vida a este personaje cuya única virtud es el rechazo a la narrativa de toda salvación o muerte? Harold es un buen tipo, aunque no proponga nada, sabe que está siendo narrado, un dia despierta y oye la voz omnisciente que coincide con la miseria de su vida, y pretende cambiar, ya sea para confundir al narrador -como Joe en Eternal Sunshine escondiéndose de la eliminación de sus recuerdos con Clementine- ya sea para evitar la muerte inminente de su personaje, primero deja de vivir, como escondiéndose de su propia secuencialidad, y luego se aprovecha de su pellejo de personaje, como si fuese más provisorio que una vida común y corriente, llega desesperado a la casa de la escritora justo cuando esta está ya matándolo por escrito, pretende cambiar su suerte, pero termina aceptando una muerte más o menos heroica, una muerte que no llega, porque la escritora se apiada, nuestro personaje queda todo fracturado, sin trabajo estupidizante, y con novia. Las cosas le resultan, con optimismo gringo y todo, funciona asi como no funciona en nuestra vida. ¿Por qué? No sólo porque esto no es una película sino sobre todo por que a veces nos conformamos con descubrir narradores omniscientes que despachamos sin saber bien qué poner luego.
Los días tienen la confusión del desván donde nadie sube
Los espejos se fatigan de repetir el nombre de las cosas.
(Jorge Teilleir)
Piglia era adicto a los diarios de vida. Sólo por esa razón yo leo sus prólogos. Hay uno notable en un compilado de cuentos de Roberto Arlt.
hola-pollo.
piglia es como plagio y pija