Cenamos los tres, o sea comemos, no sé para qué la solemnidad de “cenar”, si las longas incluso se nos caen al suelo mientras las asamos. Las recogemos, lavamos, y volvemos a poner. He puesto una gringedad absoluta con los subgufer nuevos para que los vecinos crean que somos como los flanders: canciones de navidad de Ella Fitzgerald. Pero la sacamos. Algo más suave, dice mi mamá: Bill Evans entonces. Estamos los tres: madre más sus dos hijos. El momento, como mínimo, amerita apagar la tele, y en vez del usual tragar mirando para abajo, un comer conciente y dedicado. Y termina siendo bonito, una ceremonia laica que celebra esta reciente comunidad. El niño Jesús es la excusa y está bien, total en el fondo a nadie le interesa dogmáticamente, o sea hay amor y esas cosas, pero a fin de cuentas ya nadie necesita de algún mito originario sobre cómo y porqué hay que amar o considerar a los otros. La cristología es entretenida, La Última Tentación de Cristo es bacán, Armando Uribe y su religiosidad problemática es un tema atendible, incluso entrar a una iglesia y quedarse allí sigue siendo una experiencia estética que amerita ser reflexionada, sí, pero el sentido común ya va en el camino genéricamente hegeliano de celebrar las virtudes inmanentes de la religiosidad: más el religare que sus fetiches, más la actividad histórica de volverse Dios -que no es sino la actividad de los Hombres de ser un Pueblo que consigue representarse a sí mismo de una manera satisfactoria- que la teleología histórica de alcanzar un dios que ya es, neoliberalmente, es decir, cada hombre por separado y según sus propios meritos, según su propia competitividad espiritual. Siguen habiendo idiotas fetichistas que van a misa, compran santos, hablan empíricamente de la Biblia, reprenden niños por proferir ingeniosas burlas a la iglesia, y repiten ritos vacíos, sin embargo no hay que haber estudiado ninguna carrera humanista para darse cuenta de que la mayoría de los que dicen ser cristianos son buenas personas (o tratan) que no tienen un concepto adecuado que unifique y de sentido a sus acciones (entonces se agarran del concepto más universal y probado). La experiencia moderna oscila entonces entre el nihilismo (en sus variedades patéticas, festivas, cómicas, etc) y la identificación rápida, suspendiendo así el ejercicio de la comunidad, su constitución, rechazándola por ser la antesala del mal, es decir, de la libertad de negarse al otro, de decirle que no, de ser su “no”. Mi mamá es un claro ejemplo de este primer grupo de cristianos seculares. Habla constantemente de “la energía”, de la relatividad de que el que la lleva sea Jesús o Buda o Superman, lo cual, en navidad, en esta comida específicamente, ha quedado traducido a una reflexión sobre nosotros mismos, este año, nuestros miedos, proyecciones, etc., algo perfectamente razonable que me anima a creer que estas fechas, lejos de ser fechas simbólicas y vacías, son un ejercicio de comunidad. Y eso se le aplica a todas las celebraciones: son arbitrarias, claro, pero generan una discusión acerca de la practica histórica misma que se ha generado alrededor de esta arbitrariedad, una cuestión media tautológica pero qué se le va a hacer, si como que así aparece el sentido.
navidad: cristo, el mal y la comunidad
26 diciembre, 2009 por Rodrigo Fernández
Anuncios
Cachái que no sabía qué escribir y te cité…jajajaja…puse….”El niño Jesús es la excusa y está bien, total en el fondo a nadie le interesa dogmáticamente, o sea hay amor y esas cosas, pero a fin de cuentas ya nadie necesita de algún mito originario sobre cómo y porqué hay que amar o considerar a los otros. ”
Total la weá es secreta!