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Archive for noviembre 2008

Anotaciones al voleo 2

33. El cuchillo se guarda con la mantequilla, asi no hay que lavarlo ni buscar cuchillo la proxima vez

34. Se acaba la pasta de dientes, entonces uso la sangre que sale de las encias.

35. Gorda y horrible y lamentable señora en el metro no sabe sujetarse, se pone de lado y ocupa el lugar que podrian ocupar tres personas.

36. En lastarria los gays con sus bolsitos de gays y sus chalas de gays y sus sonrisas de gays. Me considero un homofóbico-epistémico.

37.  Vi American Splendor de nuevo y me regalaron una crokera. Al igual que Harvey Pekor no se dibujar y valoro los apuntes mínimos.

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perverso polimorfo dice:
el libro de perec es rojo

perverso polimorfo dice:
en anagrama

perverso polimorfo dice:
y yo ya tengo dos rojos

«David Hackenberg™» dice:
es rosado fuerte

perverso polimorfo dice:
haaa ya

perverso polimorfo dice:
ahi si

«David Hackenberg™» dice:
no, no es rojo, tranquilo

perverso polimorfo dice:
estaba pensando en dejarlo de lado porque ya tenia dos libros rojos

«David Hackenberg™» dice:
y tienes anagrama amarillo?

perverso polimorfo dice:
no

perverso polimorfo dice:
en amarillo

perverso polimorfo dice:
que me recomendai?

«David Hackenberg™» dice:
«la conjura de los necios», john kennedy toole: amarillo, anagrama, MARAVILLOSO

perverso polimorfo dice:
mm si, cada año me lo recomendai

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4

“Como si del mundo un pie resbalara siempre hacia atrás,

al tiempo que el otro avanza”

(Robert Musil)

“La obra de la represión pertenece tanto

al instinto de la muerte como al de la vida”

(Marcuse)

El traspaso del principio de placer al principio de realidad puede verse en dos ámbitos: el filogenético (civilización) y el ontogenético (individuo). Veamos el primero:

Primero que nada habría que decir que en Freud los instintos no están inmediatamente ligados a un Eros como conservador de la vida. Existe una confusión primordial entre Eros y Tánatos que trataremos de despejar. Sucede, a groso modo, que Eros llevado a su cumplimiento integral tiene las mismas consecuencias destructivas que Tánatos: Tánatos como Eros cumplido: la gratificación total estaría cercana a la muerte, pues no hay nada más sano que el cuerpo muerto. Tánatos llegaría a la destrucción en su búsqueda por zafarse de las tensiones y Eros conseguiría lo mismo mediante la liberación indioscriminada de los instintos. Por eso quizá el principio de placer busca la optimidad del aparato mental apoyada en el principio de realidad. La cc funcionaría como representadora del mundo para el icc de modo que este no se lo devore por completo: el principio de realidad compatibiliza los impulsos con la realidad, desplazando, canalizando objetos, acomodando en general. O sea que la cc sería un subproducto del icc: como la gratificación originaria mueve al principio de realidad a dar rodeos con el pensamiento la realidad aparece predominantemente hostil y el ego actúa allí defensivamente, manteniéndose en pie gracias a la obtención de gratificaciones modificadas. El ego tendría dos frentes de batalla: por un lado estaría este mundo hostilizado por el principio de realidad y por otro lado los impulsos imposibles de insertar en la civilización. Tendríamos, en suma, dos tendencias antagónicas primordiales, o una sustancia común de la cual se desprenderían estas dos tendencias. En cualquier caso, Eros ganaría retrasando a la muerte: incluso si se toma a la civilización como un largo camino hacia la muerte, el continuo aplazamiento de esta como cumplimiento total de las satisfacciones podría ser leído como vida, como la vida tal cual la conocemos. El movimiento dialéctico entre Eros y Tánatos otorgaría cierto ámbito de devenir. Así y todo, un primer indicio de Eros como instinto de vida sería el avistamiento de una “tendencia regresiva o conservadora de toda vida instintiva”<!–[if !supportFootnotes]–>[1]<!–[endif]–>, es decir, de una sexualidad no confinada a lo genital.

La introyección y la inconcientización coincidirían de cierto modo. La introyección de los mandatos del superyo (la cultura y la ley interiorizadas al comerse el padre en el mito de la horda) son fundamentales para la civilización, tanto que el principio de realidad reside mayormente en una especie de inclusividad icc que funcionaria como base, como terreno ganado para la civilización: “el superego no sólo refuerza las demandas de la realidad, sino también aquellas de una realidad pasada”<!–[if !supportFootnotes]–>[2]<!–[endif]–>. O en otras palabras, sucede que una represión funciona sobre otra y el retroceso es imposible: imposible para la vida tal y cual la conocemos: por eso es que las liberaciones meramente regresivas a un estado fantaseado de naturaleza son sólo esfuerzo locales porque no tocan la positividad de la construcción represiva de la sociedad especifica en la que están. Y esa es la apuesta interesante: notar que la dirección que nos muestra la regresión de lo reprimido es una buena fuente para saciar la voluntad en tanto nos exige la felicidad aquí y ahora. Es interesante, digo, sobretodo porque ya estamos al tanto de los niveles de represión son modificables y que en último termino existe una represión excedente que se da en un principio de actuación (o forma histórica del principio de realidad).

La represión excedente sería el ámbito de las restricciones aparte de las que son estrictamente necesarias para conservar la civilización. La escasez que en Freud es naturalizada es en Marcuse historizada de manera que la serie de tediosas postergaciones y trabajo que conlleva el principio de realidad ya no sería la lucha por los alimentos en un mundo demasiado pobre como para abastecerlos a todos, no, porque estamos en una época en que hay alimento suficiente para todos y el problema es la repartición. Depende del modo de producción y la distribución de la escasez que una sociedad se da es que tenemos uno u otro tipo de represión. Si la represión es necesaria, la represión excedente no es necesariamente necesaria, justamente porque el principio de actuación define una humanización total de lo que determina el principio de realidad a ser lo que es: “las instituciones históricas especificas del principio de realidad y los intereses específicos de dominación introducen controles adicionales sobre y por encima de aquellos indispensables para la asociación humana civilizada”<!–[if !supportFootnotes]–>[3]<!–[endif]–>. La hoy popular biopolítica no sería sino el rendimiento meramemente académico de esto.

Por otra parte el conflicto específico que esto generaría entre la civilización y la sexualidad tendría que ver con la desexualización del cuerpo y el confinamiento de la sexualidad a la genitalidad heterosexual procreativa. Con el principio de realidad la sexualidad pasaría de fin en sí misma a medio permitiéndole así al cuerpo el resto de relaciones sociales civilizadas. El cuerpo erotizado quedaría como tabú. Sin embargo el Eros libre no seria incompatible con algo que sí ocurre en sociedad: las relaciones de pareja. La resistencia ocurriría entonces sólo frente a la sobre represión.

La dominación está racionalizada de modo tal que la gente suele ser feliz contra algo. La fiesta nocturna acontece generalmente contra la tediosa rutina de lo diurno. Existe una capacidad irónica ya universal para reírse de la insatisfacción estructural que otorga el mundo, del mismo modo que existe un igual acuerdo en las gratificaciones parceladas necesarias para sobrellevar la insatisfacción. La represión se vuelve incluso deseable cuando todos los mecanismos de facilitación del placer están instituidos como “leyes externas objetivas y como una fuerza internalizada”<!–[if !supportFootnotes]–>[4]<!–[endif]–>. Se socializa represivamente, no necesariamente en el sentido directo de andar coartando al otro sino más bien en un modo negativo de establecer comunidad en torno a lo que nos afecta. Suele uno amar más los odios de los amigos que sus modos de afirmar y afirmarse en el mundo. La gente positiva suele ser aburrida por su increíble capacidad de pensar en corto. Uno, en suma, suele juntarse sobre todo con los tienen cierta conciencia de que “viven su represión “libremente” como su propia vida”<!–[if !supportFootnotes]–>[5]<!–[endif]–>. Y es que ciertamente no se trata de una tragedia biológica de la cual la civilización se haya hecho cargo. El cura de Pan en tu camino<!–[if !supportFootnotes]–>[6]<!–[endif]–> decía el otro día que el gran logro de la civilización era el traspaso de lo instintivo a lo racional. Sostenía el salto cualitativo del progreso como la mayor obra humana pero hacia caso omiso al modo especifico de este hacerse cargo. Entonces uno sigue prefiriendo a aquellos que politizan hasta el ocio. El ocio como tiempo sobrante del trabajo y las necesidades básicas está determinado a ser una relajación pasiva al servicio de la restauración de las fuerzas productivas. O en el caso especifico de los nuevos tipos de estrés (hasta los perros, se dice, lo tienen) tenemos los nuevos tipos de destructividad festiva del cuerpo, quién sabe si a modo de un superyo que castiga al cuerpo mediante un exceso que agrada precisamente como castigo (de alcohol, pastillas, drogas, etc). La soledad moderna sería un ámbito notable para este problema. Sucede que el individuo en soledad no encontraría resistencias y pondría en conflicto la naturalidad de las represiones. Y podemos sostener que ésta es precisamente la sensación de vacío moderna para la cual se crea una cada vez más compleja variedad de objetos enajenantes: por un lado el modo de producción elabora nuevas dominaciones acordes a la subjetividad requerida y, por otro lado, el individuo oscila entre la adopción de este placer parcelado versus el desconcierto de negarse a ello. A lugar aquí el paradójico modo en que el mercado inserta nuevos modos de quedarse fuera socializando (o sea vanalizando) la posibilidad regresiva y revolucionaria de negarse a la represión excedente. Estamos aburridos cuando no sabemos que estamos esperando, dice Benjamin, y la administración estatal-mercantil de la subjetividad y el ocio se adelanta y ofrece inofensivas vías de acceso, pluralidad, batucadas, etc. El horizonte de dominación está siempre anticipando y soltando pequeñas cuotas de agrado que vuelven tautológico al deseo y encubren un hecho traumático: nunca establecemos los límites del principio de placer. De hecho, “la sexualidad es por naturaleza perversa polimorfa”<!–[if !supportFootnotes]–>[7]<!–[endif]–> y esto es precisamente el objeto de sublimación que hace que la aparición de las perversiones sean tan irruptivas: las perversiones como un intento de interrumpir la aparición del Padre, de la Ley. El problema concreto aquí es que la sexualidad siendo fin en si misma desafía al principio de actuación y sus mediaciones, por eso es que el hombre moderno no puede estar sólo y se le cuida. Por eso la perversión queda ligada a la fantasía. La sexualidad perversa polimorfa desafía directamente a la civilización pues las perversiones apuntan hacia la mencionada identidad originaria de Eros y Tánatos e incluso hacia el sometimiento de Eros a Tánatos. Sin embargo, ocurre que efectivamente las fuerzas destructivas son desviadas y exteriorizadas como dominación de la naturaleza y de los otros hombres, es decir, como transformación del mundo y progreso técnico de la civilización. Esto, pues, como deslizamos anteriormente, el superyo canaliza a Tánatos volcando esa destructividad hacia el icc: asi trabaja para Eros protegiendo al yo bajo el principio de realidad, dividiendo la personalidad. Cabe notar aquí que esta destructividad interior como moral de la personalidad madura se parece bastante al imperativo categórico kantiano. Finalmente el superyo giraría la balanza a su favor constantemente, tanto que sólo una “cultura del instinto de muerte puede tomar el mando del superego”<!–[if !supportFootnotes]–>[8]<!–[endif]–>. Y, ni siquiera curiosamente, esta es nuestra dicotomía: el paso sin tránsito del cuidado a la destrucción, la cercanía extrema entre los derechos humanos y las bombas atómicas.

Revisemos ahora al origen de la represión represiva o filogénesis:

La situación edipiana le pertenece al hombre en tanto es previa a tal o cual individuo. Se trata de una cuestión genérica que se actualizaría en los individuos. Específicamente se trataría de una herencia arcaica a la manera de un icc colectivo que viene en los genes: “La personalidad autónoma aparece como la manifestación congelada de la represión general de la humanidad”<!–[if !supportFootnotes]–>[9]<!–[endif]–>. Tal sería el poder de lo universal en los individuos. Esta concepción entraría en conflicto con el concepto de individuo como ser autónomo pues justamente denunciaría que tras esta concretud se ocultaría este trasfondo preindividual. Asi es como la situación edípica sólo sufriría ciertas modificaciones históricas sin nunca ser superada. Pero establezcamos qué entendemos por situación edípica.

Estaríamos hablando de una tragedia que excede a los individuos, es decir, de una tragedia. La realidad de la pulsión sería la familia como mediadora de la sociedad. E insistimos: no se trata de la mami de uno sino de la madre. El placer indeterminado ve reflejada su imposibilidad en el lugar del padre: cualquier cosa que impida el placer es el padre. El niño sospecha que el padre, como poder, tiene un acceso privilegiado al placer. Pero no se sabe qué tipo de cosa es ese poder. Así que sólo se desea ese lugar, ese significante. Se desea ser el padre pero no se es él, se le odia y envidia, se sospecha que su poder puede castigar. Y es esta ambivalencia (padre como ideal y amenaza) la que produce el conflicto interior, la culpa que, a su vez, sirve para introyectar la figura paterna y la subsecuente trama cultural que perpetúa la Ley y el patriarcado. De aquí surgiría la complejidad del aparato psíquico. Como el placer indeterminado es irrealizable y como el escenario de esto es la estructura familiar el aparato psíquico se complejiza. El niño tiene un problema con la ley como lugar del padre, no con un padre.

El complejo de Edipo es la caracterización de la socialización. En el mito de la horda esto se explica del siguiente modo: hay un padre que rige una organización de hijos trabajadores que canalizan su energía en utilidad y no en placer. El padre tira no más. Puede verse en la zoología que las hembras dan placer. Entonces los hijos derrocan y se comen (introyectan) al padre porque todos quieren el placer del padre. A lugar entonces la hobbesiana guerra de todos contra todos. Los hijos interiorizan las prohibiciones del padre en la figura del comérselo, cuestión que no es sino la cultura y la autorestricción de los impulsos de satisfacción inmediata. Se canaliza la energía en trabajo socialmente útil. El asunto entonces es que no sólo es un crimen contra la autoridad que ejercía el padre sino también contra la libertad pues se reproducen sus leyes, efectivizando la represión mediante la interiorización.

Pero esta reconstrucción desde la horda, el parricidio y la civilización es el aspecto más rechazado de la teoría freudiana. Su verificación es costosa, sobretodo porque se trata de un tabú: el pecado original no fue contra dios sino contra el hombre mismo. Y es costosa también porque es difícil cometer un pecado contra sí mismo. El padre terrenal como déspota efectivo sigue persiguiendo a la civilización en su “arcaica inmadurez mental”<!–[if !supportFootnotes]–>[10]<!–[endif]–>, y Marcuse recalca que aunque sea antropológicamente inverificable interesa aquí el valor simbólico del mito de la horda freudiano que nos permite una lectura inédita de la actualización de la dominación a lo largo de la historia. Sucede que la monopolización del placer por parte del padre y la utilización de los hijos como extensión de la gratificación de éste plasmaron “las precondición mentales para el funcionamiento continuo de la dominación”<!–[if !supportFootnotes]–>[11]<!–[endif]–> . Recordemos la anteriormente mencionada ambivalencia de amor-odio al padre y comprenderemos el porqué de esta sumisión. El orden que de otro modo no se habría conseguido en tales condiciones sería la imagen que volvería una y otra vez bajo la figura del padre dominante de la actual civilización.

Habría, eso si, que dejar en claro que la civilización comienza no cuando se mata al padre por su desigual división del placer sino en el momento posterior en el que los hermanos con el padre ya introyectado deciden conservar el grupo mediante la represión. Uno creería que podrían haber vuelto a un estado salvaje pero de hecho no pudieron porque vivieron la experiencia del padre de manera negativa y la desearon tanto que prefirieron, en vez de la regresión, una manera consensuada de ser todos el padre, después, de a uno, en algún momento. El sentimiento de culpa jugaría aquí un rol fundamental en tanto perpetuaría en los estados más avanzados, es decir en el devenir de este contrato social entre hermanos (que culminarían en la civilización como tal) las prohibiciones necesarias para la vida en común. De algún modo, la culpa no seria tanto la de haber matado al padre como la de haber decidido multiplicarlo posteriromente. Y es que tampoco les quedaba otra. Asesinar al padre era asesinar un modo de vida que, aunque doloroso e injusto, conjugaba el principio de realidad con el principio de placer de un modo, de el único modo conocido hasta ese momento: “el progreso de la dominación por uno a la dominación por varios envuelve una dilatación social del placer y hace que la represión sea autoimpuesta en el grupo gobernante mismo: todos sus miembros tienen que obedecer los tabas si quieren mantener su gobierno”<!–[if !supportFootnotes]–>[12]<!–[endif]–>. Asi se instituyó el primer modo de convivencia: por el miedo de volver a errar y quedar en posiciones precarias en cuanto al placer y al poder. La culpa sería efectivizada justamente porque pudieron haber escogido la libertad y lo desconocido pero prefirieron la represión y lo conocido.

Según Freud a este periodo de libertad como poder vacante luego de la muerte del padre corresponde cierto matriarcado. Y luego de este matriarcado el patriarcado se aseguraría definitivamente mediante la unión simbólica de los padres que establecería la religión con sus dioses masculinos. A la liberación del padre la sigue una mejor dominación que impida el incesto y el deseo de regresar a la madre. “el crimen contra el principio de realidad es redimido por el crimen contra el principio del placer: asi la redención se cancela a sí misma”<!–[if !supportFootnotes]–>[13]<!–[endif]–>. Esto es, se rechazó el orden patriarcal pero el crimen llegó hasta ahí no más: la culpa sería no haber completado la agresión, cuestión conflictiva en tanto nos trae a colación nuevamente la confusión entre Eros y Tánatos: quizá de completar la agresión y no conservar nada de la estructura patriarcal la especie habría desaparecido. Pero eso no puede saberse. Lo que sabemos es que de hecho se prefirió no correr ese riesgo y por eso se restauró incluso con más fuerza el dominio del padre. Y todo este asunto es el que vendría dado preindividualmente. La sociedad actuaría lo mismo pero en un escenario más grande. Todo aseguraría la conversión en padre del hijo. La madre es separada de la mujer y a ella quedar relegados los afectos. El problema del incesto queda asegurado.


<!–[endif]–>

<!–[if !supportFootnotes]–>[1]<!–[endif]–> <!–[if gte mso 9]> Normal 0 21 false false false MicrosoftInternetExplorer4 <![endif]–>Herbert Marcuse, Eros y Civilización, Ed. Sarpe, p. 39.

<!–[if !supportFootnotes]–>[6]<!–[endif]–> Segmento religioso de canal 13 que dura aproximadamente 5 minutos.

<!–[if !supportFootnotes]–>[13]<!–[endif]–> <!–[if gte mso 9]> Normal 0 21 false false false MicrosoftInternetExplorer4 <![endif]–><!–[if gte mso 9]> <![endif]–>Herbert Marcuse, Eros y Civilización, Ed. Sarpe, p. 75.

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3.- Explique en general en qué consiste la “situación edípica” postulada por Freud. Explique en qué sentidos esta situación puede considerarse como una tragedia, y qué implicaría creer que es evitable.

“¿Verdad que yo no soy una mujer sofisticada ni

falsificada sino que soy una falsificación verdadera?”

(Enrique Vila-Matas)

En la situación edípica el síntoma operaria como significante. Se trataría de un trauma de tipo sexual e infantil. En un primer periodo Freud habría sostenido como sistema clínico el traer a la cc eso oculto de manera catártica, trabajando para ello el icc mediante las llamativas técnicas que aun hoy perduran en el imaginario del sentido común (marcar lapsus, asociaciones libres, interpretaciones de sueños, etc.). Hasta 1897 creía que el trauma infantil era una experiencia real, pero se dio cuenta de que las ficciones podían generar el mismo efecto que la realidad. Alguien podría contar una escena traumática que de hecho no ocurrió pero cuyas consecuencias psíquicas serian las mismas que alguien a quien sí le ocurrió. La mentira tendría siempre una positividad oculta que habría que escuchar. Y esa seria la nueva clave, pasar de la intervención a la escucha. Dejar hablar al paciente y marcar los lapsus. Porque la situación edípica la sufre el lugar del hijo. Uno no quiere tener sexo con la madre concreta, es más bien un problema en el orden del significante. El trauma es síquicamente real, haya o no ocurrido de hecho eso que se cuenta pues en el fondo siempre hay un relato que crea el trauma. Suele contarse un relato ficcionado que encubre algo aun peor, una escena que funcionaria como síntoma de encubrimiento. Por ejemplo, de una mujer que deseó ser violada. Una cosa terrible que nadie se atrevería a decir en la sobremesa (ni menos en un congreso de feminismo) pero que apunta a algo meramente posible. Una señorita de casa con marido ausente que desea ser penetrada por el jardinero. Es algo posible. Y lo que Freud apunta aquí es que este deseo podría venir a ser recubierto con escenas ficcionadas que a la larga se volverían ficciones verdaderas. A la larga, quiero decir, por esa compleja trama de encubrimientos que tapan este problemático deseo originario. Así y todo, queda el problema de que, vistas así las cosas, uno no podría decir tan fácilmente que los niños quieren tener relaciones sexuales tal y como aun no las conocen. Entonces ¿qué clase de cosa desearía un niño que no está genitalmente preparado? El trauma originario como algo meramente sexual ya no se hace tan sostenible. En cambio, lo que Freud hace es plantear un a medio camino entre lo biológico y lo mental: la pulsión. Este ámbito de objetividad rompería con la dualidad mente-cuerpo y establecería una escena originaria en que el deseo descubre su imposibilidad. Tal escena sería la del traspaso traumático de la pulsión presocial a la cultura. La asociación cartesiana entre sujeto y yo ya no correría pues el icc sería el origen del sujeto: el yo sería un efecto. El problema específico será entonces el deseo indeterminado. Esta sería la base del complejo de Edipo.

Estaríamos hablando de una tragedia que excede a los individuos, es decir, de una tragedia. La realidad de la pulsión sería la familia como mediadora de la sociedad. E insistimos: no se trata de la mami de uno sino de la madre. El placer indeterminado ve reflejada su imposibilidad en el lugar del padre: cualquier cosa que impida el placer es el padre. El niño sospecha que el padre, como poder, tiene un acceso privilegiado al placer. Pero no se sabe qué tipo de cosa es ese poder. Así que sólo se desea ese lugar, ese significante. Se desea ser el padre pero no se es él, se le odia y envidia, se sospecha que su poder puede castigar. Y es esta ambivalencia (padre como ideal y amenaza) la que produce el conflicto interior, la culpa que, a su vez, sirve para introyectar la figura paterna. De aquí surgiría la complejidad del aparato psíquico. Como el placer indeterminado es irrealizable y como el escenario de esto es la estructura familiar el aparato psíquico se complejiza. El niño tiene un problema con la ley como lugar del padre, no con un padre.

El complejo de Edipo es la caracterización de la socialización. En el mito de la horda esto se explica del siguiente modo: hay un padre que rige una organización de hijos trabajadores que canalizan su energía en utilidad y no en placer. El padre tira no más. Puede verse en la zoología que las hembras dan placer. Entonces los hijos derrocan y se comen (introyectan) al padre porque todos quieren el placer del padre. A lugar entonces la hobbesiana guerra de todos contra todos. Los hijos interiorizan las prohibiciones del padre en la figura del comérselo, cuestión que no es sino la cultura y la autorestricción de los impulsos de satisfacción inmediata. Se canaliza la energía en trabajo socialmente útil. El asunto entonces es que no sólo es un crimen contra la autoridad que ejercía el padre sino también contra la libertad pues se reproducen sus leyes, efectivizando la represión mediante la interiorización.

Pero añadamos algo más. En el origen hay impulsos desconectados unos de otros y la espera es displacentera. La guagua en principio no es una y sólo poco a poco se encuentra: el yo ideal es la primera imagen psíquica de unidad que liga esas satisfacciones aisladas. Ante la exigencia uno no puede explicar, uno restringe: no se puede negociar con alguien que no es un yo. Y es esta estructura básica la que entra en el complejo de Edipo: una unidad originaria de satisfacciones inmediatas. La distinción sexual viene culturalmente, no biológicamente. Así es como enfrentamos a la madre como figura de descarga absoluta y como el padre queda bajo la figura de la restricción cultural. Así el amor-odio contra el padre queda como amor-odio por sí mismo: pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte (Tánatos).

Esta tragedia podría ser evitable si se considerara radicalmente la realidad transindividual de lo icc y, en vez del acomodo a la Ley que la terapia haría caso a caso (reactualizándola), podría darse una reapropiación política de ese espacio metapsicológico usando la misma plataforma totalizante de la Ley. Esta vuelta al erotismo generalizado que se tomaría la Ley resulta difícil de pensar cuando es mi icc el cual tiene el conflicto. Por eso es importante afirmar tanto la realidad genérica de lo icc como cierto correlato histórico de dominación.[1]

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1.Conclusión sacada de Adversus Lacan: para un concepto marxista del psicoanálisis, en Sobre la condición social de la psicología. Debo decir eso si que me entra la duda acerca de qué tipo de cosa sería el erotismo generalizado y cómo a través de este impulso de ser más vida se podría apoderar de la Ley. Debo decir que, más que en el desenfreno de la orgía, esto me hace pensar en la eroticidad general previa a la genitalidad socializada. Sin embargo, me cuesta concebir una experiencia concreta que represente la eroticidad pregenital en un adulto, seguramente porque “adulto” ya trae consigo este traspaso a la sexualidad genital socializada y lo que aquí se plantea es algo que no tiene precedentes. O bien, se trata de un tipo de experiencia que sí tiene precedentes: en las desviaciones, en la locura, en la poesía. No aparece en el diccionario de la RAE pero –si mal no recuerdo salió en un capitulo de CSI Las Vegas- existe una denominación para esos cariños furtivos que se hacen los animales usando cualquier parte de su cuerpo: escrucear. Y esa es la práctica que me imagino: un escruceo humanizado: encontrar bonita a la niña en el metro y sobarse la cara en ella, en cualquier parte, donde caiga la cara, sin recibir necesariamente una cachetada (y digo necesariamente porque lo que interesa es que siempre haya posibilidad de extrañamiento, de que el otro se niegue; y asimismo interesa que su negación no sea un proceder instituido por la Ley). No veo porque esto podría ser tan inconducente para la cultura: las familias que se tuvieran que desarmar se desarmarían pero los enchufes seguirían funcionando.

6.- Explique las razones que da Freud para introducir sus dos principios en “Formulaciones sobre dos principios del acaecer psíquico”. Explique qué entiende Freud por “Principio del Placer” y por “Principio de la Realidad” en este texto.

“Los juegos imposibles que olvidaron sus reglas

Los juegos olvidados que imposibles sus reglas”

(Enrique Lihn)

Uno no está neurótico, uno es en la neurosis. Los sueños, los actos que aspiran al placer, los desplazamientos que lo retrasan, la atención, todo funciona en torno a la enfermedad posibilitante que somos. Para el psicoanálisis una enfermedad sería un síndrome como conjunto de síntomas cuya labor es dificultar la elaboración conciente de un episodio sexual traumático de la infancia (haya existido éste de hecho o no, sucede aquí que el modo de elaborar ficciones contiene una racionalidad que, a la larga, oculta una escena originaria que, ahora si, podría no tener nada que ver con una experiencia concreta sino más bien con el traspaso traumático de la informe y general eroticidad infantil a la genitalidad socializada). Y eso oculto ocurriría en el inconciente, el cual gozaría de su propia racionalidad. De este modo es que la realidad aparece insoportable para el neurótico quien se ve impelido a rechazar ciertas parcelas de la realidad objetiva. En tal sentido, y pensando ontogenéticamente en la evolución de un recién nacido, la representación alucinatoria de la realidad jugaría un papel predominante en el equilibrio del aparato psíquico con su entorno: ya sea alucinándola o sustituyéndola por un berrinche la satisfacción ansiada no entraría en conflicto con el mundo exterior. Eso hasta la aparición del principio de realidad. El mundo exterior comienza a aparecer aunque sea desagradable, el niño ya no se siente una totalidad viviente sino que, mediante los choques con la realidad exterior y con los otros comienza a constituir su individualidad. Los órganos sensoriales se especializarían así en la anticipación y la recolección adecuada de los datos exteriores. No sólo se trataría de la capacidad de suprimir el displacer sino de fallar respecto a la objetividad de lo real comparando con las huellas mnémicas.

Pero antes de avanzar, detengámonos en este punto. Estamos diciendo que el mundo habría sido originariamente interpretado por sobrevivencia: desde los primeros bípedos que asociaron ciertos sonidos en la oscuridad de la noche con ciertos animales salvajes (reteniéndolos y reproduciéndolos luego) hasta la vivencia moderna del mundo como algo que ha traído desde siempre sus leyes y su regularidad. Nietzsche, por ejemplo, saca unas consecuencias extremas de esto fisiologizando la filosofía al punto de interpretar su época como un conjunto de creencias, ciencias, religión, etc., que le sacan rendimiento a la vez que encubren el hecho fundamental de la perdida del Valor. El problema aquí ocurre cuando se hace la identificación inmediata entre verdad y necesidad. Nietzsche suele razonar así: “era necesario para sobrevivir, luego es verdad”. La gente común haría esto y las distintas instituciones cristalizarían y estrujarían a su favor estas verdades. Sin embargo, sucede aquí que se cierra la posibilidad a verdades no volitivas y se deja a lo universal siempre como una sospechosa suma de voluntades de poder que en cualquier momento estallan. Por eso es que leer a Nietzsche es sólo bonito, sobre todo si uno va en colegio católico y tiene 16 años. O en otras palabras: no basta con pensar conspirativamente y establecer tras cada tragedia o sistema de enajenación un cálculo anímico de los que van ganando (aunque sea cierto). No basta, digo, si uno quiere dejarse de filosofías de la imposibilidad, de la indecibilidad, de la denuncia espectacular y en cambio pensar en una voluntad historizada que puede dar argumentos que la trasciendan, que trasciendan esa –desde Nietzsche insuperable- individualidad apetente de acrecentamiento.

Retomemos entonces el hilo: el aparato psíquico funciona (o coincide) con los procesos primarios que caracterizan a la neurosis, a saber el principio de realidad y el principio de placer. El pensamiento quedaría como el lugar en que el aplazamiento de las descargas podría sacar su rendimiento. Es decir, si antes el horizonte de lo pensado refería a lo icc y no requería mayor complejidad en los modos de representarse la satisfacción o la insatisfacción relacionada con un mundo aun estrecho, ahora en cambio se hacen necesarias nuevas aptitudes. Lo que antes eran sólo movimientos internos ligados al principio del placer ahora cobran la nueva función de la acción. En el mismo sentido la atención y la memoria serian un claro ejemplo. No así el fantasear que se resiste y queda como soporte para los sueños diurnos.

Sin embargo todo esto no ocurre de una vez para siempre. Freud describe así el relevo del principio de placer por el principio de realidad: ocurre que primariamente es el autoerotismo el que impide la frustración y, luego, cuando se produce el hallazgo de objetos (cuando la guagua comienza a notar los limites de su cuerpo, la corporalidad de la madre, la exterioridad de los objetos) acontece un periodo de latencia, es decir, de demorar la chocante constatación del mundo externo, cuestión que en términos pulsionales se traduce al postergamiento del desarrollo sexual hasta llegada la pubertad . De esta manera el autoerotismo y el periodo de latencia funcionan como momentos de formación en los cuales la pulsión sexual no puede sino sustraerse al principio de placer. Asimismo las pulsiones yóicas quedarían ligadas a las actividades de conciencia. Ocurre específicamente que el autoerotismo permite la continuidad de la satisfacción sexual en oposición a la satisfacción con aplazamiento y esfuerzo que conllevaría el principio de realidad. Así “la represión permanece omnipotente en el reino del fantasear”[1], la represión del displacer por supuesto, pues parte importante de la neurosis tiene que ver con este tipo de condiciones de retrasar la aceptación de la realidad.

Como se ve este retraso racionalizado del placer, esta atención en el mundo externo y sus condiciones, no significa el paso de un estado a otro sino un nuevo modo de asegurarse el cumplimiento El principio de realidad es la socialización del principio del placer, su acomodación en una civilización que funciona con recompensas, con periodos de abstinencia productiva o de pulsiones sublimadas en trabajo útil que luego tendrán su premio. En este punto Freud menciona el rendimiento religioso específico de la renuncia en vida para la satisfacción en un más allá: una idea para nada descabellada si consideramos la base psíquica que hemos descrito hasta aquí. Llegado el momento en que la civilización comenzó a requerir ya no solo la fuerza de trabajo sino la concentración y el compromiso subjetivo (sobre todo desde la aparición de la línea de montaje y las fallas globales a partir de errores locales) se hizo necesaria una economía del placer cada vez más compleja en sus modos de dominación, es decir, se establecieron consensos acerca de las cantidades de represión necesarias para mantener a la sociedad sin anular completamente el equilibrio pulsional del individuo. Pero se establecieron según las necesidades que iban surgiendo en la tecnologización y puesta en red de los modos de producción Así, la capacidad adquisitiva de objetos con humanidad cosificada fue vivida en un inicio como la posibilidad sustitutiva de asegurarse el cumplimiento de las pulsiones aceptando previamente la partición de la vida en momentos consensuados de trabajo y vida privada. La naturalización de la coincidencia entre la dominación subjetiva de los modos de producción y el principio de realidad históricamente aceptable vendría a ser –y no se si Freud me acompañe en esto- la actualización constante de un excedente de represión, o en otras palabras, creo que el horizonte de dominación está siempre anticipando y soltando pequeñas cuotas de agrado que vuelven tautológico al deseo y encubren un excedente de represión originario que no seria sino el encubrimiento de un hecho traumático: nunca establecemos los limites del principio de placer. La economía libidinal es tomada como mera naturaleza de manera que siempre se puede subir un poco más el nivel de la represión, total, desde el otro lado la multiplicidad de satisfacciones promete el mismo o mayor nivel de exageración en su oferta. O como lo dicen orgullosos algunos: el hombre es un animal de costumbre.

Según Freud el arte gozaría de ese lugar privilegiado en que ambos principios se confunden o por lo menos se salen de la represión históricamente establecida. El artista se volcaría en su producción sin restricción alguna y traería de vuelta un producto socialmente aceptado por el principio de realidad. Pero siempre se volverá sobre una represión establecida anteriormente. Individualmente el artista quizá viva esta fusión, sin embargo el uso suntuario de sus productos es un rendimiento que tiene que ver con el principio de realidad, cuestión que por supuesto no quita que desde esta imposibilidad se desprenda la posibilidad del arte. Freud lo pone así: “Sólo puede alcanzarlo (esta fusión) porque los otros hombres sienten las misma insatisfacción que él con esta renuncia real exigida, porque esa insatisfacción que resulta de la sustitución del principio de placer por el principio de realidad constituye a su vez un fragmento de la realidad objetiva misma.”[2].

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[1] Sigmund Freud, Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. p. 227.

[2] Ídem. p. 229.

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Niño de ocho años mata a su papá con una pistola. Que atroz, dice mi tía. Alguien que se atreve, pienso, alguién que de seguro tuvo más motivos que Raskolnikov en Crimen y Castigo. Espero el almuerzo para irme a Santiago. Me gusta no saber que hay y sentarme a la mesa y mirar el plato de golpe. Miro la tele un rato, a propósito, demorando el descubrimiento de la comida. También me gusta mirar a mi abuela haciendo nada, sentada en una silla bajo el parrón, cuando está fresquito. Y no se qué más me gusta. La palta. Las fotocopias claritas. Planear un robo de libros con gente que apareció. Y los modos en que a la gente le gustan cosas que a mi no me gustan también me gusta. Escribir para adelante es difícil. Sigo sin poder concebirme en tres años más. La voluntad se asegura un pequeño perímetro de decisiones y alrededor todo queda nublado. Y me vuelvo uno con el perímetro. Los fracasos enseñan pero primero paralizan. Entonces uno exagera en la defensa de su perímetro por miedo: el ontológico miedo burgués al devenir que sirve como base para salir disparado a los otros modos de vida que tampoco son la autenticidad misma pero qué tanto. Y claro, la parálisis seduce con su reducción del mundo. Eso lo sabemos. Está el cuerpo, la pieza y las cosas. Está el cuerpo la pieza y las cosas. Está el cuerpo y la pieza y las cosas. Escribir es actualmente complejo y redundante. Porque este no es el lugar adecuado. Porque el lugar adecuado es el hacer. Porque sí hay gente y la reducción del mundo a cuerpo pieza y cosas es egoísta. No tengo nada que decir del futuro salvo que gusto de la posibilidad de dejar esta fastidiosa epojé depresiva y retomar la olvidada gratuidad de combinar unas cuantas variables que lo dejan a uno siendo de corrido. Eso si, y contrariamente a esto último párrafo, ando experimentando todo así, con frases cortas. Y a veces una frase no se sigue de la otra. Quiero que se acaben las clases y trabajar en algo y leer mucho. Trabajar y comprar libros y pasear y ver películas. Ese es el futuro inmediato al cual pueden agregársele ciertas cosas. “Eso ya pasó”, podría decirse, así como en la película argentina La suerte está echada. Así que todo está justo donde tiene que estar. “Cada día hacemos un nuevo trato”, dice Harvey Peakor en American Splendor. Pero la vida no es una película. Es preferible que sea una novela. Tener cierto ánimo aburre. Tener rasgos faciales aburre. Tener personalidad aburre. Poseer características es más tedioso que matar polillas a las tres de la mañana. Somos una arbitrariedad de citas a pie de página que a veces se vuelven cuerpo o sea texto. Entonces se escuchan los platos posándose sobre la mesa, los ridículos remixes musicales de los comerciales, los comentarios que vuelven a todo esto inofensivo y agradable. Sólo de situaciones vivirá el hombre. Conozco gente que cuenta todo lo que queda entremedio de las cosas que sería bueno que contara. Y llaman a la mesa. Todavía me llaman del mismo modo. Por segunda y tercera vez.

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Es como si la objetividad de ordenar o limpiar fuese un modo sustitutivo de curar cosas subjetivas y yo quisiera negarme a ello. Pero necesito ficciones, ficciones verdaderas, ánimos simulados que tautologicamente encuentran su motivo en la forma de simular. Creo que así es como empiezan las cosas que uno dice que empieza. Sobretodo si se está sólo en una pieza escribiendo. Creo que la felicidad sale al paso, así como esos perros que a veces lo acompañan a uno algunas cuadras, y para eso uno debe andar, como mínimo, caminando.

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5:37 am

Insisto en no acostarme. Le lanzo la masquin a una polilla que esta durmiendo en lo alto de la muralla. Me doy tres intentos y los fallo todos.

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Soñé que un tipo que estaba haciendo trucos en bicicleta se iba de hocico y quedaba tendido en medio de la calle. Nadie atinaba a nada entonces yo, primero que nada, retiraba su bicicleta del camino por donde aun circulaban autos. Pero el cuerpo seguía corriendo riesgo: había que poner algo que avisara del accidente, así que, bueno, volvía a poner su bicicleta donde mismo. Los mirones permanecían lejanos y yo de a poco iba sintiéndome con responsabilidad. Creí que venia al caso sacar nuevamente la bicicleta de ese lugar y poner algo más pequeño y colorido: mi gorro de Curicó Unido campeón. Me agaché a la altura de su cabeza, lo miré y le dije: «no se duerma amigo, si se duerme el cuerpo deja de trabajar» (en la noche había escuchado ese dato en una película sobre unos bomberos que se quedan atrapados en los escombros de las torres gemelas). Nadie tenia celular entonces corría a mi casa a llamar la ambulancia. Al volver, durante toda la cuadra que me separaba del moribundo, se había levantado una yincana, y todos pasaban corriendo sosteniendo un huevo con una cuchara, o haciendo carreras de sacos, o parejas amarradas a un pie, en fin, pasaba y me daba risa: una risa que me hacia correr lento. El problema es que cuando llegaba ya no había nada. Alguien me indicaba con el dedo y lo veía: Humberto, el administrador gay de este edificio, corría apurado con un bolso del que colgaba mi gorro. Pásame mi gorro, le decía. Es evidencia, me contestaba. El cuerpo yacía doblado dentro de su bolso deportivo. Su argumento era que como la ambulancia ya se había demorado mucho mejor él iba a dejar el cuerpo. «Tampoco me importaba especialmente él, pero siento que todo esto está mal», le grité, mientras se subía a un carro del metro que pasaba por la esquina de mi casa en Curicó.

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