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Archive for diciembre 2016

octubre-noviembre

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CORRESPONDENCIA CON L (EXTRACTOS)

L
Estoy leyendo las cartas de Éluard (a Gala). ¿Qué onda las cartas que manda el sujeto enamorado? Sé que Barthes tiene muchas respuestas. Éluard le escribe a Gala que no deje de amarlo o se matará. Se queja de que ella le escribe poco y él con suerte llena una plana, ¿con qué cara? Me aburre que sean cartas para hacer preguntas concretas: («¿compro este cuadro? ¿De qué color quieres la tela?»). Me encuentro desvergonzada quejándome de cartas ajenas. Esas sí tienen una funcionalidad meramente comunicativa, creo.

(…)
Después de almorzar, todos tendidos en los sillones como focas al sol, y la televisión que hace un ruido que apenas compite con la forma en que cada uno se elimina del mundo a través del sueño, de ese echar la cabeza hacia el lado y deslizarse entre el sueño que no alcanza a ser tan profundo como para dejar de escuchar. Estar muy dentro de uno y a la vez pendiente de todo aquí afuera. Es lindo ese yacer sin presión por lo próximo, estar no más, sentir que el día puede perpetuarse en ese momento livianito. Mucho calor sí. Igual no es el peor calor que he sentido. Yo releo tu carta y con cada ramita que esbozas se me ocurren árboles. Tampoco quiero salir del bosque. Mi papá ve que soy la única despierta y me dice «está rara la película», yo le respondo que no puedo explicarla porque no estoy viendo. Es de unos chinos. Se duerme también. Él nunca entiende las películas, cuando sí la entiende, dice «¡qué buena la película!».

(…)

Yo estoy agradecida de esto porque tú ya sabes que uno en realidad no escribe todo lo que le gustaría escribir y que, en vez de escribir, se piensa más sobre el deber de hacerlo. Al final uno deja que los días se acumulen y es tan fácil entregarse a otras cosas a ese cansancio inmediato a las películas o a la tele o al estar no más y soportar. Así que este juego nos forma un hábito casi patológico pero saludable. Debo decir que estas cartas reemplazan casi por completo la escritura de un diario. En el diario siento que estoy sola contándome cosas a mí misma y creo que por eso el tedio es rápido, pero aquí estás tú en ese horizonte y escribir adquiere otra fuerza.

(…)

Pero toda la gente de este mundo debería amar un poco el silencio y encontrar allí una cosa maravillosa. Todo el mundo debería callarse un poco y quedarse muy quieto. No entiendo cómo, al igual que tú, soy tan penca para la meditación y esas cosas si se supone que estoy de acuerdo con todo lo que exija estar mudo y quedarse en blanco. Quizá es la sensación del deber hacer lo que mata la voluntad, quizá para nosotros no sea tan simple como hacer el ejercicio sino llegar allí no sé cómo, por suerte, por impulso. Hallarse de repente en el camino, sin forzar nada.

R
Viernes por la noche. El parque Bustamante lleno. La primavera, la juventud y la promesa de noches que podrían traer algo de suerte. Los miro y me pregunto si acaso yo no buscaba algo así las pocas veces que me empujaba a mí mismo a salir. Me acuerdo de esa época (la de los veinte) y como que siempre sentía que me estaba perdiendo algo. Allí donde yo no estaba, allí estaban pasando las cosas. Allí donde yo no estaba, allí estaban las conversaciones interesantes. Ahora, lejos de todo eso, pienso un poco en todo lo que les depara la noche y me alegro de ser yo: entre estar a la una a eme haciendo cola en una botillería y estar aquí solo viendo una película o escribiéndote no hay donde perderse. Estoy en un punto que ya no tiene vuelta: el poco tiempo que sobra hay que usarlo a la perfección. Y bueno, tercera vez que “empiezo” a correr en los últimos meses y parece que ahora sí que sí voy en serio. Llego hasta Irarrázaval y vuelvo. Sin música porque los últimos audífonos que compré no valen nada y se resbalan de las orejas. Ya no soy el de antes eso sí. Todos me pasan. Pero mantengo mi ritmo. Soy fiel a esta precariedad que sé que lentamente puede ir mejorando.

(…)

Quizá no nos volvamos mejores personas solo por el hecho de conocernos mejor, pero al menos exploramos ciertos temas que nos insisten y nos merodean como moscardones y, por así decirlo, nos tenemos más a la mano y quedamos más cerca de modificarnos, si viene al caso. Aparte, ¿cómo no va a ser lindo gastar párrafos en otro, aquí y ahora, porque sí, en este mundo en el que todo lo que no obedece a un cálculo o a una finalidad determinada no vale nada? Con lo que me dices, sé que, al menos en ese punto, estamos juntos. Para mí los días a veces se transforman en una fuerza maligna que me aleja de todo lo que necesito desarrollar o de todo lo que necesita golpes de silencio y esto, que suele ocurrir por las noches, es una guarida entre las zarzamoras.

(…)

Creo que al principio de todo uno escribía así como ante el mundo. La etapa griega, le llamaría, porque uno, adolescente, de verdad encontraba algo medio mágico y escribir era como HACERLE ALGO a la realidad, como tener una conexión directa con el ser. Al menos por mi parte, escribía como quien ora. Si dios estaba siempre sapeando, ¿por qué esto, el gesto de detenerse y ahondar, de prestarse todo y salirse un poco del tiempo, no iba a ser algo atendible para ese ser omnisciente husmeador de la bondad? Obviamente se me pasó y los otros tomaron lentamente el lugar de Dios. Creo, así a grandes rasgos, que uno nunca escribe solo ni, menos aún, para sí mismo. Lo que no supone que el reverso de esto –escribir estrictamente desde sí y solo para los otros- sea LA verdad. Supongo que uno pasa por momentos. Que hay semanas o meses o años en los que uno escribe como quien caga, o sea, por la necesidad de sacar fuera y analizar y exorcizar. Pero –y éste, creo, podría ser mi estado actual de la escritura- también se escribe como adivinando cierta carrera de relevos, cierto deber de la ternura, cierto contagio que debe colonizarlo lentamente todo. Es una fe bien rara ésta que uno le tiene, más que a las palabras mismas, a la complicidad de quienes escriben sabiendo que hubieron otros antes, y que vendrán más, y que lo que importa es esta comunidad silenciosa y la construcción de una especie de poder débil. O como dice mí –de cariño más que de posesión- Simone Weil: “Todo cuanto en mí es valioso procede sin excepción de más allá de mí, y viene, no como don, sino como préstamo que debe ser renovado sin cesar”.

(…)

Las manchas, manchas son. Pero yo sé que no tengo razón en un montón de cosas. He consultado y la mayoría de la gente normal cambia sus sabanas más de una vez al mes. Yo desde que terminé que no las cambio. No le veo el punto. No quiero impresionar a nadie. Las huelo y huelen a sabanas, o a nada, a suelo, a mundo. Hay cosas que la gente ve como suciedad y yo no puedo. Si algo se me cae al suelo voy y me lo como. Denante se me cayó un poco de huevo en la mesa de la cocina y usé la boca como aspiradora. O, por ejemplo, si estoy fumando y me cae un poco de ceniza en un pantalón oscuro, simplemente la esparzo y desaparece. O si estoy en la cocina y hay que revolver un té, ¿por qué simplemente no usar la cuchara que está en el lavaplatos y que yo mismo usé hace algunas horas? ¿Acaso toda la podredumbre del mundo atacó mientras yo no miraba?

(…)

Miento para estar solo sabís. Esto solo lo intuyen algunos pocos de mis amigos y, a riesgo de aparecer ante ti como el raro que soy, lo confieso así sin más: evado, omito y miento con tal de poder quedarme en casa, sin nadie que me moleste. Si supieras la paz que da saber que el timbre no va a sonar, que nadie va a llamar, que no hay que salir a ninguna parte. Por ejemplo, ahora que se acumularon muchos días en los que no pude hacerme cargo ni de mí ni del computador ni de las cosas de la casa, he tenido que dejar ciertos mensajes de guasap ahí no más, sin ver, porque intuyo que son para sondear si estoy en mi día libre. A otro amigo tuve que decirle que ya había llenado el día, que mejor la próxima semana. Lo que no he dicho es que he llenado el día conmigo mismo, con esto, con la necesidad de dormir siesta, salir a correr y, la única parte más socialmente legítima, la necesidad de hacer algo de aseo.

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A F, que me escribió anoche, y ahora de nuevo, aún no le contesto. Pero él me conoce hace como 15 años y me va a entender cuando le cuente. R en cambio no me conoce tanto. Me cae bien y siempre que pasaba a buscar a mi ex al café (trabaja allí) nos quedábamos conversando. Había redescubierto un amigo del pasado y con el término de mi relación me alejé de ahí. Así que le contesté recién y creo que el miércoles voy a ir a verlo y a jugar Go (se cambió hace más de un mes ya, él, su hijo y la madre de éste, a un depto. muy cerca de aquí y aún no lo conozco; así soy, pero a la vez, parece que así está un poco la cosa, ¿o no? Digo, ¿quién ve con frecuencia a tus amigos?)

(…)

Pero ya, vuelvo a algo que subrayé del mismo párrafo que estaba atacando antes de estas digresiones (siempre creí que era “disgresiones”, pero no): “El descaro de ser más o menos feliz”, me gustó eso, como que lo relaciono con el escritor que ya se sabe, con el que no siente ninguna vergüenza de su privilegiada posición y anda chocando copas como si nada. Uno prefiere el escritor inseguro, transpirado, feo incluso, el que nunca termina de acomodarse, el que aún mantiene fresco el pudor de ser un escritor y no un trabajador de mierda mal pagado como el 80% de Chile.

(…)

La mejor manera de limpiar el baño es hacerlo en el momento menos esperado. Ir al baño a mear y empezar de pronto a sacar el cloro y simplemente hacerlo. Son los pensamientos de limpiar los molestosos. Cuando termino ya es hora de hacer almuerzo. C ya partió haciendo unas hamburguesas de soya y a mí me toca el arroz (con cúrcuma y papas y sería). Lo curioso, y esto es algo que me ha pasado con cada roomate que he tenido (y han sido montones), es que, en los días en que uno se supone debe descansar, yo corro, voy de allá para acá, traslado cosas, sudo, mientras que el compañero en cuestión, digamos C ahora mismo, está en el balcón fumando un cigarro, muy echado para atrás y, luego de almorzar, en su cama con su mac viendo algo en Netflix. ¿Y yo? Recién ahora, a las cinco con cinco minutos de la tarde, vengo a volver a sentarme aquí. Sé que mi problema es que tengo muchas cosas: cosas que son objetos concretos y cosas inmateriales que viven aquí en el computador. Lo que estuve haciendo todo este rato, aparte del baño y el almuerzo y su posterior café, fue ponerme a ordenar los libros, apartar todos los diarios, epistolarios y cuestiones de ese tipo y ponerlos en una torre aquí en el escritorio. Saqué también del librero del living todo lo relacionado con budismo y fantasmas y cuestiones místicas y lo acomodé en la parte superior de uno de los libreros chicos de la pieza (que me había prometido dejar así, espacioso, pero bueh); siento que así, teniendo ese material más cerca, podré volver a acercarme al huidizo sótano del inconciente y lo oculto. Y dejé también un montón de libros en un cajón del mueblecito del baño (cómics, ensayos, unos sueños de Fogwill; puras cuestiones en las que se puede avanzar de dos o tres páginas)

(…)

Denante en la cocina C me hizo ver algo que había pasado por alto: En el frasco del arroz integral se están criando unas polillas. No sé si venían con el arroz o, en algún momento que lo dejé abierto, se les ocurrió irse a vivir ahí, mezcladas con los granos de arroz, rebotando en los muros de vidrio, ridículas como ellas solas. Sabís que sentí algo que, más que asco, fue como pena. O una especie de pena-asco. Pero más pena, sí. ¿Cómo hay existencias tan inútiles? ¿Cómo no estudian un poco EL LUGAR EN EL QUE VAN A PASAR EL RESTO DE SUS MISERABLES VIDA? Mire que irse a vivir adentro de un frasco, las muy tontas. ¿Cómo la naturaleza permite que pasen este tipo de cosas? ¿Cuántos cientos o miles de años llevan las polillas viviendo en la tierra? ¿Para llegar a esto? Es muy triste si uno se detiene a pensarlo.

(…)

¡Lo conseguí! Y eso que no me mentalicé ni nada. ¿Será porque hemos sacado el tema aquí o porque me traje los libros más “espirituales” a la pieza? Aunque no alcancé a volar tanto, puta que valen esos tres segundos. Fue más o menos así: estaba aquí mismo en el computador, ordenando carpetas, catalogando la música, cuando paf, empieza a sonar una canción que yo no he puesto, entonces me digo “meh, debe ser un error, algo que justo se estaba descargando y terminó y se reprodujo así por defecto». Así que apago el equipo. Y empieza otra música. Y ahí me pego el alcachofazo: ¿no que yo estaba durmiendo? Lo primero que hago es abrir la puerta y salir al living. Me siento como la cosa de humo en Lost. Avanzo por el living como por la jungla y me encuentro cara a cara con la gatachica -¿me habré encontrado de verdad con ella que en esos momentos estaba efectivamente en el living o todo es mera representación? Todo en mí me dice que DE VERDAD era yo o una comitiva más nubosa de mí mismo que salió de excursión por la casa-; la molesto un poco, me acerco, quiero entender su reacción, la dejo de espaldas y le hago asi brrr en la guata como a las guaguas. Luego la dejo y enfilo hacia el balcón, pero mientras rajo la malla para salir volando, despierto, pero no del todo. Podría decirse, con más exactitud, que me devuelvo a la terminal que soy yo mismo en la cama, ni despierto ni dormido, muy conciente de todo, entonces me apronto a intentarlo de nuevo y, como siempre que la cosa parte en la cama, me derrito hacia el suelo, como si no tuviera huesos ni fuerza y ¡pium!, esta vez sí resulta (¿quizá porque he omitido la parte de rajar la malla protectora y sencillamente la he atravesado?), salgo volando por encima de este edificio en construcción aquí en frente, dos o tres segundos maravillosos, la vista como masticando el entorno y luego nada, de vuelta a la terminal, pero esta vez ya más despierto que dormido y con la gatachica que, delicada, avanza desde los pies de la cama hacía mi cabeza.

(…)

Supongo que intento hacer con las fotos lo mismo que aquí escribiendo: amontonar y amontonar y esperar que, al final, la relación de todos los apuntes entre sí digan lo que había que decir. Pero claro, la fotografía no es un mero texto y por lo mismo a veces reviso mi instagram y me da vergüenza y borro algunas fotos.

(…)

Ando leyendo una cosa que se llama Postdata que es como una historia de la Correspondencia, cómo y en qué contexto surgieron las primeras cartas, cómo el fenómeno se fue masificando, cómo se pasó del ámbito diplomático y público hacia lo íntimo y privado, muchos ejemplos de cartas famosas, y así. Muchas cosas que se suponen que son serias me dan risa, esa suerte de amaneramiento que había que tener, todas esas palabritas cuando había que escribirle a una autoridad. No recordaba que hubiera tantas maneras de prosternarse y, al revés, de enseñorearse, así por escrito. Y según dice aquí este tipo (Simon Garfield, el autor) recién con Montaigne se produce un quiebre y la cosa se relaja un poco más. Montaigne desconfiaba de las cartas que “no tienen sustancia sino un bello entramado de palabras corteses”. Hay otra carta muy chistosa (por lo llorona) de Erasmo de Rotterdam en la que le escribe a no sé quién quejándose de que él escribe pero no recibe nunca nada de vuelta (“¿Te queda algún resquicio de sentimiento fraterno o han huido de tu corazón todos los recuerdos de tu Erasmo?). Y lo más mejor de todo son algunos ejemplos que se dan sobre las maneras más adecuadas de comenzar una carta a alguien importante. Cito uno, con nuestros nombres en la zona punteada: “A L, por la divina gracia, resplandeciente de ciceroniano encanto, R, siempre suyo y sometido a sus entregadas enseñanzas, expresa la servidumbre con un corazón franco”. ¿Bonito no? Deberíamos intentarlo.

(…)

Me da un poco de rabia mirar la hora y ver que ya son las 20:25. Si salí a las 18:00, ¿por qué recién puedo venir a sentarme y empezar a escribirte? Porque pasé al súper, porque acomodé cada cosa en su lugar correspondiente, porque me agaché a recoger unas basuras y vino la gatachica y me acosté en el suelo y la dejé subirse y me quedé allí unos largos minutos, porque me puse a jugar con el frasco del arroz apolillado (agitándolo y dejando a todas las polillas sepultadas y viéndolas luchar para volver a la superficie), y así. En mi imaginación a las siete ya estaba aquí, escribía algo así como una hora, y luego ya a las nueve volvía del ejercicio. Como sea, hoy va a ser lo mismo que todas estas noches: salir a correr y tomarme esa pócima mágica mientras te sigo escribiendo. Y quizá terminar una película que empecé ayer, Reprise, sobre dos jóvenes escritores noruegos, una banda punk, un amorío frustrado, un escritor deprimido, and so on, and so on

(…)

Así que sí, igual imagino al lector anónimo, pero sabís que siempre los imagino como súper pocos, sobre todo porque nunca le creo mucho a las estadística que tira el wordpress, porque que alguien de click en alguna entrada no significa que la haya leído hasta el final, de hecho nisiquiera significa que haya leído una sola palabra: yo mismo a veces entro a blogs al azar y, o los cierro inmediatamente por feos, o leo en diagonal y con eso me basta para saber que no hay nada para mí allí, y creo que lo mismo se aplica para mí, lo que me da un porcentaje quizá no menor de gente que llega a mi wordpress y, no sé, encuentra que el rosado de los bordes es ridículo, o, como me dijo hace poco alguien con quien no hablaba hace años: “lo último que escribiste es tan de niñita”. Así que como que me escudo un poco en eso y en que igual ya nadie se da la paja de leer blogs. Todo eso, sumado, da una especie de anonimato del tipo “qué tanto, puedo escribir lo que sea, si ya nadie lee ni el diario”. Pero por sobre eso creo que hay otra especie de anonimato: el de esconderse en la acumulación de lo exposición de sí mismo: así como cuando en el colegio, sin querer, me meaba los bordes del pantalón y, para pasar piola, me mojaba mucho el pelo y la camisa y me salpicaba entero, camuflando el pipi con manchas de agua, bueno, así mismo siento que quedan camufladas las posibles vergüenzas o debilidades o penquedades de uno. Visto así, con esa metáfora de mierda, el pudor ya no es la gran cosa. El pudor es para los que dos o tres veces al año sueltan alguna infidencia, no para nosotros, que estamos enfermos. Así que no, no tenía idea que me leías. Y sí, hay un puñado de seres (que conozco y otros que no) que sé que leerán y supongo que igual los tengo presentes (algunos, cuando pasan meses y no subo nada, hasta me lo exigen). Pero, por fuera de todo eso, yo diría que igual hay una preocupación por el texto mismo, porque no se me pase alguna falta de ortografía, por no redundar, por no ser como tanto blog culiao fome desde la primera hasta la última letra, casi que diría que hay una preocupación por entregar un “buen producto” (y por cierto que hay un montón de vanidad en esto: a esta edad y, salvo una mísera crónica en Ciudad fritanga, sin ninguna publicación que me respalde, no puedo permitirme tener un blog al lote, con textos sin revisar, con intimidades meramente íntimas -que son las que tanto me aburren-) (No me gusta cómo quedó esto último pero, siguiendo tu ejemplo, no lo voy a retocar. Siento que expongo algo que nisiquiera me he dicho bien a mí mismo, a saber, si de verdad me interesa publicar en serio alguna vez. Y creo que sí, que obvio, que quiero, pero siempre hay un pero –deberíamos hablar mucho de esto próximamente- y, por sobre todo, la pereza de intentarlo y, por debajo de todo, lo obvio: el miedo a pasar desapercibido).

(…)

Y bueno, socialmente igual suelo ser el que dice las frases más cortas, o las que hacen que todos se queden mirando en silencio. Siempre las historias que cuentan los otros se me hacen infinitas. Siempre siento que yo la habría resumido mejor. El problema es que, una y otra vez, cuando me da por contar alguna anécdota o lo que sea, la mayoría se queda así como “Y, ¿eso era todo? Quizá resumo mucho. O me cuido de no aburrir. Me cuido demasiado. Además, creo que no tengo capacidad de remate y, a veces, hablo como escribo, es decir, solo constatando algo, poniéndolo ahí encima, sin sacar ningún aprendizaje o conclusión al respecto. Por lo mismo, muchas veces opto por guardarme mis comentarios.

(…)

Esto me recordó unos cuantos subrayados que tengo por aquí y que, como si no supiera que llevo ya quince páginas, procedo a pegar aquí: “Todo esto en verdad hace sufrir un poco, pero tan malo no puede ser si uno está en condiciones de describirlo con tanto detalle” (palo de Valery a Pascal a raíz de los Pensées). “Quien se desprecia a sí mismo, aun se respeta a sí mismo como alguien que se desprecia” (Nietzsche). “Para crear me destruí; me exterioricé tanto dentro de mí que no existo más que exteriormente” (Pessoa). “Que un escritor se convierta en alguien no hace sino degradarlo a la condición de limpiabotas” (Robert Walser). “Hay que describir bien lo mediocre” (Flaubert)

(…)

Me pasa eso mismo con las cartas: si se ponen utilitarias, me aburren. Antes pesaba más la funcionalidad, entonces la mamá de Proust le pregunta si ha comido bien, si se ha tomado sus remedios, si sigue escribiendo, y así, sin jamás reírse de sí, sin el tenso diálogo interno que uno lleva consigo mismo. Sin embargo, y pese a esa explicación, me sigue quedando ese mismo vacío que apuntas: si las cartas eran privadas, ¿por qué no daban rienda suelta a todas las pequeñas vergüenzas y miserias? La época, supongo. Cuando hasta lo privado estaba infectado de cierto ánimo público. O la nula conciencia de que, a la larga, todo iba a ser publicable.

(…)

Los comerciales en los que la gente baila son los peores. Me dan ganas de pegarles a todos. Hasta a las abuelas y los niños. Mire que bailando adentro de un supermercado o en plena calle. “Qué amargado”, me diría mi mamá. Mi mamá, a la que de a poco he ido intentando explicarle que HAY HUEONES QUE ESTUDIAN PARA CAGARSE DE MANERAS SOFISTICADAS A LA GENTE. ¡Hijos de la puta freudiana! Perdón. Debes saber que soy el tipo de persona que, solo en una habitación, no duda en gritarle a la tele. Así que sí, cómo no, concuerdo con todo lo que dices y solo agregaría una mirada más global del asunto: ¿te imaginai que va a pensar la humanidad en unos 100 años más acerca de todas estas artes funcionales? Uno, desde ya, vive con esa vergüenza futura, pero no porque seamos unos adelantados, sino porque estamos bajo un sistema de producción de la realidad que, como dices, es un poder que mueve todo siempre hacia la novedad como un plato caliente. Mi pronóstico de la situación -¿estética?- del mundo es categórico: tan cierto como que ambos moriremos alguna vez es el hecho de que todas esas artes funcionales van a perecer y, si conseguimos no seguir revolcándonos en nuestra misma mierda hasta extinguirnos definitivamente, estoy confiado en que habrá algo que las sustituya (confío un montón en el cine y la fotografía y la literatura; incluso en todas las otras artes que no frecuento). Y sabís qué más: ese algo -lo que debería venir luego de la muerte de esas artes funcionales- será algo como esto o no será nada: lo que se suponía que no importaba, la comunidad secreta de lo absurdo y el dolor y los errores; esa extraña intimidad que circunda siempre a la miseria y que, lo siento por los ateos, tiene algo que ver con ciertas intuiciones fundamentales del cristianismo (sin la parte de la Inquisición, las iglesias y todo eso) y en realidad de todas las religiones, ¿qué otra cosa, sino eso, esa piedad sin apellido alguno, podría ser el pegamento que ayude a que, finalmente, dejemos de venderla como humanidad?. No me preguntes exactamente en qué tipo de sociedades e instituciones futuras estoy pensando, solo sé que, si hay algún sentido –un sentido en sí mismo de la finitud y no un hipotecarse hacia otras existencias abstractas- tiene que ver con esta complejísima construcción de una comunidad que –tarde, pero bueh- empieza a podarse a sí misma y a tener conciencia de su autoproducción.

(…)

Siento que ya no me convertí en un adulto. Solo me importa esto y todo lo que tenga que ver con esto: la vida representada, desarrollar lo aparentemente inútil, la lenta construcción de un hacha con la cual machacar el mundo. ¿Para qué querría emprender? Una editorial o una librería propia serían las únicas opciones. Pero de eso sí que estoy lejos. Siento que todo lo que escribo termina donde mismo. En los periodos que dejaba de escribir era un poco por eso: intentaba que pasará el tiempo y así volverme un poco otro y ya no terminar diciendo lo mismo de siempre. Pero siempre termino quejándome contra mí mismo. EN FIN.

(…)

Recién una mujer entró y preguntó qué teníamos de Zambra y le dije la verdad: que, lamentablemente –usamos harto esa palabra en la librería para aparentar que nos importan los clientes-, no nos quedaba nada, entonces la tipa, notoriamente molesta, se dio media vuelta y simplemente se fue y, justo antes que se fuera, le solté un chauchau que, ironías aparte, es lo que les digo a todos cuando salen. No soy el guardián de las costumbres, pero igual uno reconoce ciertas maneras dañinas de comunicarse con el otro. Un evento de esos al día no es nada, el problema es cuando se te juntan tres o cuatro o hasta diez idiotas de ese tipo. Pero para qué voy a redundar en eso.

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