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Archive for octubre 2013

Breaking Bad S05E16, Felina

Todo está bien en el mundo;
Deja que otra mosca
Se pose en el arroz.
(Issa)

*
EXTRACTOS DE MAILS A F:

«Sobre Breaking Bad, cada uno de estos últimos capítulos me pesan, me duelen y me remecen, porque no es que sencillamente te pongan ante la moraleja de que no se puede hacer cualquier cosa por salvar la familia. O sea sí, pero no es todo lo que importa (si fuera por eso la serie estaría centrada más en la trama político-policial, en el pistoleo barato y la explosioncita, con la estructura clásica de las películas de acción, con unos buenos homogéneos y unos malos homogéneos…) No sabría explicarlo bien, pero ocurre que en BB cada explosión cuenta, cada balazo está amarrado con la estructura psicológica de los personajes, así que es algo un poco más grave y complejo. La racionalidad con la que mataba Walt (o Heisenberg, en rigor), incluso el nerviosismo, ese certero nerviosismo con el que hacia las cosas peligrosas, son cuestiones que humanizan los juicios de uno a un nivel tal que resulta imposible condenar así sin más al, a fin de cuentas, capo de la mafia, culpable de adicciones, muertes, y etc. etc. Ahora con el penúltimo capítulo y esa llamada telefónica que Walt logra hacerle a su hijo casi lloré. Pobre Walt, ya no quieren ni su plata, y está solo en la nieve. Me dio tanta pena cuando le pagó al tipo que lo ayudó a desaparecer para que se quedara una hora más con él. Y después, solo en la noche, tosiendo. Pensé que podía extenderse todo hacia una sexta temporada reivindicatoria en la que, desde la nieve o una isla o cualquier súper-refugio, Walt se dedicara a exterminar traficantes, junto con Hank que no tendría que haber muerto, que, no sé, podría aparecer vivo porque el balazo que le dieron solo le reventó el ojo y se hizo el muerto y sobrevivió comiendo ardillas en el desierto de Albuquerque o qué se yo… sé que no pasará, y que el destino de Walt es el martirio, la cárcel y morir de cáncer, quizá en ese mismo orden.

Lo que creo que va a pasar en el último capítulo: Podría partir con esa pareja que apareció en la tele, los que le quitaron los créditos de la empresa esa a Walt, almorzando, o desayunando, de preferencia en su propia casa, hablando precavidamente, con cierta tensión, y uno como espectador no entiende qué pasa, entonces paf, una toma a una esquina de la mesa y Mister White está en una esquina tomándose un café, amedrentándolos con su sola presencia, sin arma alguna. Y luego lo obvio: les mete presión, los insta a que, sin que pierdan ni un peso, le vayan soltando las lucas (del barril), progresivamente, y de una manera que no despierte ninguna sospecha, a Skyler. Y la manera más esperable de que eso pase es que cambien la versión que dieron en la tele, digan que hubo un error, y lo incorporen como socio, o cofundador, o qué se yo. Walter Junior no tendría por qué saber y Skyler se encargaría de todo. Mal que mal, la salvó con esa última jugada telefónica que hizo cuando los pacos estaban grabando. En cuanto a Pinkman, me tinca que White quiere hacerla también, no matarlo, sino salvarlo de los nazis esos. No creo que muera ese niño que quedó vivo. Lo cierto es que los nazis mueren, pero no sé como.

Cosas que dejé anotadas aquí hace un tiempo: 1. La música de Nadie dijo nada de Ruiz (la primera de este ciclo del CEP) la hizo tu abuelo Lefever. Lo dijeron al final y no me di ni cuenta. Estaba, en términos técnicos, tan mala la película que ni me acuerdo que tuviera música. 2. Soñé que estábamos en Brasil (todos, Br, Ch, B, todos) y me perdía. Terminaba llorando. Las rodillas no me funcionaban, dolían al avanzar. Esa típica hueá de correr en cámara lenta pero enfocado en un dolor de rodillas que, ahora que lo pienso bien, siento que es algo que he soñado muchas veces. Pasaban los días y yo terminaba como vagabundo en Brasil. Empezaba a disfrutar las playas y a olvidarme de todo.»

«C tose. Habla por Skype con su hermana. Ya fuimos al súper y a la feria y hay de todo. De todo como para no salir nunca más de aquí. Exagero obvio. Pero casi. AÚn no cerramos las cortinas y el frio entra como un bloque que me encoje. No recuerdo los dedos tan fríos. El gato como estatua en el sillón. Ni duerme ni se sienta ni se echa ni mira: está ahí, como la mezcla absurda pero bonita de todas esas posibilidades. Max Richter sonando desde hace horas (éste, específicamente, http://tny.gs/MqDmbG), un compositor muy ameno, que no invita a seguir sus ritmos con el pie o con el dedo y que incluso hace que se te olvide que pusiste música (eso es lo que pide C cuando estamos en la mesa haciendo nuestras cosas) Voy en la página 100 ya de Temor y temblor. Ch me lo recomendó y parece que me va a servir. Igual, a estas alturas, es una tontera. Lo sé: mi tesis, así como está, podría perfectamente entregarse y hasta tener un 70. Es por mi vanidad o ética intelectual, por la proeza no más, y quizá también para aumentar la posibilidad de publicarla, que voy a completar la tarea tal como lo dice el índice. En cualquier caso, Kierkegaard es igual o más amariconado que como nos lo pintaba CPS en clases (su desgraciada biografía no me provoca ninguna empatía y él mismo se encarga de ser un yoito). Y no entiende nada, pero nada, de Hegel (y creo que es justamente por eso que me interesó este libro) En fin, digo vanidad intelectual pero quizá ni sea tal; quizá hasta coincida con la humildad de un objeto bien hecho no más (y yo, para hacer algo bien, siempre me voy a demorar más que todos).»

«Estuvo raro ayer, faltaba una media hora para que terminara Hegel y te paraste y te fuiste. A los minutos, el amigo de Ch hizo lo mismo. Pensé que a la salida los encontraría a ambos, conversando, abajo, en el café. Pero bueno. Le hablé a la niña, finalmente. Una conversación que consistió en un contundente cruce de palabras que, según recuerdo, fue algo así:
— ¿En qué página estamos?
— En ésta, creo.
Y sería. Igual no se puede hablar en clases. Es complejo: antes siempre ella está con gente, o yo estoy con ustedes, y terminada la clase todos se van rápidamente, como si quisieran huir de ahí. En fin, ¿por qué te fuiste? Pregunto pero sé. Ya sabemos todo. Kantianamente, cristianamente, creo que hay un ínfimo punto interior que sabe lo que está bien. Cuando niño era más claro y rastreable porque no había nada alrededor; ahí, quizá, Kant tenía toda la razón. Ahora, en cambio, ese punto de bondad está sitiado, por una historia, por una biografía, por un mundo, lo que nos lleva a lo que le decía a Ch al salir de clase: se demora la ética en Hegel. ¿Te dai cuenta cómo Ch habla tan bajo cuando está oficialmente ante los otros (clases, fiestas, etc.) y tan fuerte cuando está casualmente ante los otros (micro, calle, lugares públicos)? Ayer en la micro estuve a punto de decirle esto pero terminó dando lo mismo. Me venía contando la historia de la tesis y el problema con Br a un volumen digno de cantante de micro. Todos nos iban mirando. Era imposible no hacerlo. Pero Ch no acusaba recibo, lo cual, curiosamente, me empujaba a no hacer nada. Digo esto porque Ch hizo una pregunta en clases, una pregunta muy keirkegaardiana, algo así como ¿y de dónde sacamos una ética, una preocupación inmediata hacia el otro como otro individual, mientras se espera el saber absoluto de un pueblo que sabe su experiencia de sí? Hizo esa pregunta, casi susurrando, y puta que me daba risa. Una risa no de burla sino de ternura. Estuvo bonito el final de la clase. Te habrías quedado. A veces, muy pocas veces, se dan discusiones reales, no esas mierdas en que uno nota que alguien sabe algo y se esfuerza absurdamente por meterlo en una pregunta que nisiquiera es pregunta, sino inquietudes que, por cómo son articuladas, por la gesticulación, y por el contenido mismo, se nota que son honestas.»

«Ahora espero a C para almorzar. Pescado, cebolla, tomate, todo al horno, y una tortilla de arroz y papas. Pocas veces hay tanta producción. Sigo con los Escritos de juventud. Una tesis de Simone Weil que es, encubiertamente, una tesis sobre Hegel. Las cartas entre Auster y Coetze están adquiriendo un tono de seriedad, una tematicidad, que no sé si me gusta tanto. Éstas están mejores. Sobre todo porque traen citas que harán reír al futuro lector:

“Ya he vuelto. Es difícil aflojarse, y más cuando uno viene de pegarle una patada al perro —quien tiene la costumbre de esperar que uno vaya a abrirle para, en lugar de entrar, salir ladrando furiosamente a la gente que pasa por la calle como apoyándose en la presencia protectora de uno. Uno quede como un idiota, con la puerta abierta, esperando que el señor perro decida que ya ladró lo suficiente y vuelva. Él ya sabe que esta conducta suya genera patadas, y entra muy rápida y nerviosamente, tratando de ser más veloz que el pie; a veces consigue escaparse, pero no hoy”. (Mario Levrero, El discurso vacío)

Me despido, entonces, haciendo mías las palabras que Hölderlin, en 1794, escribiera a Hegel: “Escribirse cartas no pasa nunca de ser un sucedáneo; pero siempre es algo. Por eso no debíamos dejarlo del todo. Tenemos que recordarnos de vez en cuando qué derechos tan grandes poseemos recíprocamente el uno sobre el otro”.

R.

*
EXTRACTOS DE MAILS CON A:

«Hay mas ideas, por ejemplo hay un loco se llama Octavio Soto , recibió el premio del bibliometro por la mismísima Michel Bachelet el año 2010, por ser el usuario que más libros saco ese año, es curioso, el no leía pero de aburrido empezó a hacerlo, ya que era reponedor de licores en un supermercado del centro y venia de la chucha así que se puso a leer como weon y al final saco 115 libros ese año …No se si se puede hacer historia con ello o cine pero me da risa…quizás un documental y preguntarle por los libros, pa mi que no los leyó…webeo nomas , bueno pero en fin el absurdo… hay que escribir o filmar el absurdo»

«Digo que no quiero vender mi mundo pero me describo, no quiero impresionar, no quiero admiración, no quiero odio, no quiero amor… solo quiero alpinismo (real o literario) con gente interesante (…) me refiero a esa literatura que ya no se ve y solo la conservan ciertos monjes confesionales, sin miramientos con uno mismo (esa técnica de Stendhal) sin piedad con uno, esa es la clave y el mundo cuando te ve así, expuesto, baila para ti, todo se muestra sagrado y los actos cotidianos, tan rechazados por los grandilocuentes e idiotas artistas oficiales, se vuelven joyas que no todos pueden alcanzar».

«Tengo ese sentimiento inédito de los egocéntricos que les surge de pronto cuando se liberan de si mismos y aparece como una revelación, el sentimiento de “sentirse orgulloso de otro” es lo más parecido a una experiencia religiosa genuina… vamos por esa experiencia que no necesita crucifixiones, ni corderos, ni caminatas por el desierto… sólo gente real confesándose al mundo como tú, yo o Julian Sorel»

A.

«Me quedo con el final de tu mail. He sentido eso. No sé si eso mismo. Pero me he asustado de eso (y lo que asusta suele ser real). Esa sensación de que la bondad puede ser tan ominosa como la maldad, esas ganas de gritar como kerouac que todo es santo, que las orejas son santas, los perros, las bolas, el té, estos mails… pero la mezquindad o el cansancio de no encontrarse una y otra vez con el otro, de verlo pasar como un riachuelo, de sorprenderse y amar de verdad tan pocas veces, en fin…»

R.

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Sans soleil y Searching for sugar man. Las dos cosas más impresionante que me han pasado esta semana.

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Sueño más, recuerdo más, gracias a las constantes entradas y salidas del gato. Es gata, pero no puedo decirle gata. Casi que vive aquí, pero aun así no tiene nombre. Pensamos en Laura Palmer, pensamos en varios nombres, pero ninguno triunfó. ¿Por qué habríamos de nombrar al gato? Se va y entra cuando le da la gana.

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Su ronroneo, mi mantra.

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Amor, política y absurdo, las tres categorías bajo las que podría acomodar todos los sueños que he tenido últimamente.

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Soñé que, por algún motivo, estaba solo cuidando la casa de F (que no era, en realidad, ninguna casa conocida, pero que era una casa que ya había soñado alguna vez). Alguien toca el timbre. Abro y hay sólo un bolso en el suelo. Hacia la derecha, en un rincón como a 5 metros puedo ver a alguien que pretende estar escondido pero, no sé si a propósito o por torpeza, no lo consigue para nada. Lleva puesta la camiseta de Curicó Unido. Se acerca como si nada, se presenta como primo o alguna clase de pariente de F a quien yo, que los conozco a casi todos (y tenía, en el sueño, ese saber), no había visto nunca. No sé cómo termina convenciéndome. No sé cómo yo termino afuera de la casa y el adentro. Asomado por la ventana, lo veo hacer su vida tranquilamente. Sé que fallé. Me paseo, miro por las ventanas hacia adentro. Termino durmiendo en el suelo, pensando en cómo explicarle a F lo sucedido.

*
La cosa funciona así: el gato no se sube conmigo a la cama. Hace como que no quiere, como que no sabe nada, se pasea, huele, merodea, espera que yo me acomode. Luego, cuando ya apagué la luz, salta y camina de la misma manera que lo hace afuera, a través del largo pasto: con cautela, levantando los pies, como si pisara clavos, o cosas muy asquerosas. Entonces, se acomoda. En general, se da tres vueltas. En algún punto me pone el culo en la cara y me da la impresión de que me está hueviando. Al final de las vueltas su pequeña cabeza queda ensamblada en la superficie de mi codo doblado, única superficie visible de mi mano derecha que va, hace ya años, bajo la almohada, levantándola un poco. Antes que ambos nos quedemos dormidos, acomodará unas dos veces más su cabeza, subiéndola hasta donde comienza la almohada, casi hasta que los bigotes me piquen en la cara y corra mi cabeza hacia atrás. En cuanto al ronroneo, dura unos 5 minutos y lo uso a mi favor. Algo así como el temporizador a la tv, que ya no uso, porque no veo tele, no tanto porque no quiera, sino porque he olvidado sistemáticamente comprar una antena. Cesado el ronroneo viene un pequeño problema: la posición me cansa y debo darme vuelta, o sacar el brazo. Y la experiencia de todas estas noches me dice que, apenas lo haga, el gato volverá a prenderse en función ronroneo. ¿Lo hace mientras duerme? ¿Pensará que le estoy diciendo que no pare? Sea como sea, ahí está de nuevo. Solo que ahora es por cumplir. Lo sé porque un día me puse a contarlos: nunca son más de 7. Ya al octavo o noveno ronroneo, el gato, literalmente, se apaga. Me gusta ese momento, el gato suspira, moja los labios, y exhala, casi como si se preparara a soñar.

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Soñé que íbamos a una mansión en la playa. El propietario era Dani Alves. En algún momento quedaba la cagada: bajaban de las favelas todos los hueones brígidos con pistolas, bazucas y demaces. Dani Alves tenía una armadura. Era con los colores del Barça pero de acero.

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«Nos gusta el conejo a las brasas, pero nuestra presa favorita es el guardabosques». (Levrero, La caza de conejos)

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Ya no pasa nada aquí. En este word. Lo único que escribo, aparte de la tesis, son cartas. Cartas que son mails. Mails que tratan de no ser mails, que se escriben en word, con dedicación y lentitud y anacronía a los amigos, o casi a un solo amigo en realidad.

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Cada vez que despierto de una siesta soy un poco más otro. ¿Duermo siesta, justamente, para eso, para ser un poco más otro? A veces sí. Casi todas las veces sí.

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“La novela es una autobiografía en dos sentidos. Primero porque alude a la biografía de su autor y luego porque ella misma se transforma en biografía, en existencia literaria vivida, irreversible como todo conocimiento”. (M. Wacquez)

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BAÑOS MORALES

Día 1.
Partimos mal, lo cual siempre es bueno. La micro salía a las 7:30 am., no a las 8:30 am., como nos dijo el señor del colectivo. Va saliendo una a San Gabriel así que nos subimos. Imposible dormir: mucho movimiento, rebote y muy bonito el paisaje. La micro se llena del todo, lentamente. Cuando llegamos hay un taco, es chico pero es absoluto: los autos están detenidos porque a la entrada del pueblo se prepara algún acto con caballos, huasos y demaces. Cuando pasamos de largo, a través de toda la chilenidad, nadie se mueve, unas cuantas personas han ido a ver, pero aún nadie hace nada, y todo me parece muy absurdo, sobre todo porque, según veo, había ese mismo espacio para hacer el acto un poco más allá, donde no es el lugar por el cual pasan los autos. En fin, pasamos, caminamos, suponemos que la estampida de autos que provocará el fin o el comienzo del acto aumentará nuestras posibilidades de ser llevados. Dejamos a MM que haga dedo, o sea, también hacemos pero nos ponemos en segundo plano. Nadie nos lleva. Emerge un desprecio que no conocía tan en detalle: el desprecio ante el o la persona que va solo en auto, o peor aún, en camioneta, y no te lleva. Pasa un rato y caminamos. Caminamos, paramos, comemos, meamos. Y ningún vehículo se digna. Al final, caminamos desde San Gabriel a Volcán, cargados como mulas. Allí, quién sabe porqué, una pareja pasa en camioneta y nos lleva.

Día 2
La familia de N es buena y acogedora. Tenemos comida pero igual nos dan de la suya que igual es un poco mejor o al menos más atingente a lo que se supone reúne a la gente en fiestas patrias. No me gusta para nada la cueca pero si ponen Violeta Parra y de pronto todos se ponen a bailar ocurre una sensación indiscutible. Hacemos un asado afuera de la hostería y miramos eso. A ratos entramos, estamos con N, y volvemos a salir, a nuestro modesto asado.
Al otro día: Asamblea de junta de vecinos en la hostería. El tío de N es como el secretario o presidente. Sea lo que sea, es el que más habla. Y lo hace bien. La administración anterior era una mierda. No hacían nada, robaban, etc. etc. Hace bastantes años que vengo, como mínimo, dos veces cada año, y puedo decir que las cosas han cambiado últimamente. Solo, tomando una cerveza sentado al fondo de la hostería, presencio toda la reunión, las dudas de la gente, lo que sueñan, lo que no quieren que vuelva a pasar, es muy bonito todo.

Día 3
En algún punto de la noche, cuando ya estamos todos bebidos, la nieve llega como un invitado excepcional que lo llena todo amablemente. Fumamos y todo se vuelve un poco más 3D. Dos tipos salen desde la hostería hacía donde estamos bebiendo vino y un poco hipnotizados. Nos hablan como si fuéramos chilenos que se encontraron en el extranjero. Aparentemente no sintonizamos. Se ríen de un libro de Marcuse que hay por ahí encima y, yo al menos, no entiendo si es en buena o en mala onda. Uno de ellos es publicista, lleva una chaqueta de cuero, y no me cae nada de bien. MM no emite palabra alguna. Al rato ya se han ido, y la nieve sigue y sigue y sigue.

Día 4
Al igual que las venidas anteriores, jugamos trivia chilena. Un juego de mesa con preguntas solo sobre Chile. Un juego que, como siempre, es para reírnos los unos de los otros. No sé si esa noche o la anterior el absolute me hizo mucho sentido. Por la mañana, vamos de excursión. Seguimos a E hacia unos bordes montañosos. Guiados por E, revisamos fósiles. Algunas piedras tienen notorias marcas de conchas. Todo es sequedad pero es de colores. Ciertas piedras se parten al tacto. ¿Merecen llamarse piedras? Al rato ya me aburro y dejo de buscar fósiles y piedras que no son piedras. Y me pierdo. Como los dejé avanzar y me quedé con los ojos cerrados (¿meditando?) perdí el camino. Subo hacia el camino más alto diviso el rojo intenso de la chaqueta de MM: están en una especie de hoyo cercado por murallones de piedra, fabricando uno.

*
Soñé que estaba en la casa de MM con F, comiendo, en una mesa muy larga. Pero a mí nadie me daba comida y sólo me quedaba sentado, con mucha hambre, mirando. Había tallarines. Simples tallarines blancos. Todos comían. Comían como si fuera la gran cosa. No me atrevía a decir nada. MM contaba algo de un tipo que había conocido ese mismo día, con mucho entusiasmo. Le había gustado, lo decía claramente, y F –solo yo me daba cuenta de esto- se enojaba y se iba al living. No sé qué casa era, pero lo cierto es que era la casa donde vivía la madre de MM quien, a todo esto, me parecía la persona más importante de todas. Me caía mal MM: no se daba cuenta que todos estaban oyendo atentamente su historia y hería a F. Todos terminaban de comer y me quedaba haciendo sobremesa con un tipo de barba voluminosa. Tomábamos té. Cierto desdén en su mirada me daba la impresión de que a él tampoco le habían dado comida. Pero también tenía la fuerte impresión de que la culpa de aquello la tenía su abultada barba. Quizá tratábamos de comunicarnos todo eso con la mirada, mientras revolvíamos la taza de té. Íbamos a la cocina y quedaba un poco en una olla (un mísero raspado de tallarines con salsa que, ahora que lo recuerdo, era exactamente igual y estaba amontonado en la olla del mismo modo que el que C me dejó ayer, en la vida real, no en un sueño). Me parecía indigno repartirnos esa mísera porción. No iba a saciar mi hambre a medias. Entonces le dejo la olla a don barba. Decido irme a Curicó (así que estamos en otra ciudad, que queda, al parecer, a unas dos o tres horas de distancia, porque recuerdo haber mirado la hora, ver que son las 9, y pensar que llegaría antes de las 12). De todos modos, iba a irme en la mañana. La madre de MM, que estaba tomando junto con el resto de la gente, se ofrece a llevarme al terminal. Hago mis dos bolsos rápidamente.

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“La poesía es la religión más la incredulidad” (Enrique Lihn, 1966)

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Estuve releyendo el diario de Gonzalo Millán (que a todo esto, no sé quién me lo tiene) y, aunque siempre estoy parasitando de ahí, siento el deber de dejar esto aquí:

“Entre el buen humor y el malo, no hay dónde perderse. Dediquémonos el poco tiempo que nos queda a la celebración indiscriminada de todo lo que existe, de todo lo compartible, insólito o común y corriente. Caro, barato, da lo mismo; sucio o limpio. Demos testimonio de unas coincidencias sin alcance aparente. Citemos casualidades como si fueran milagros banales”

“Fuga hacia adelante. Escribir más, seguir escribiendo lo que sea, a como dé lugar, no importa a qué costo, da lo mismo el resultado. Fuga hacia adelante versus retroceso en busca del retoque”

“Salgo de la pieza y bajo a sentarme en el escaño de la terracita íntima junto al naranjo (como antes), a solas para escuchar y transcribir las voces diarias sepultadas por el clamor utilitario. Un sosiego oxigenado, oreado sosiego. Aquí no hay nada qué asir ni para qué asirlo: ladridos y graznidos, el grito de un vendedor de escobas, la música de la casa vecina. Dejar confuso un flujo sonoro que pasa, transita sin rostros”

“Como antes de una cita a ciegas, imaginas cómo será la muerte”

“Miedo, sí, a morir sólo, sin una mano y sin los ojos amados, sin aquellas palabras que indican y muestran el camino. Así como uno no puede nacer sólo, uno no puede morir sólo. Mi partera te nombro, mi partera secreta. La comadrona de mis últimos y primeros días”

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Esparcidos por las bancas del parque, trabajadores que parecieran no querer llegar a sus casas toman once desde bolsas del unimarc.

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“El alma contiene pocos secretos y aspiraciones que no puedan ser discutidos, analizados y encuestados. La soledad, que es la condición esencial que sostenía al individuo contra y más allá de la sociedad, se ha hecho técnicamente imposible. El análisis lógico y lingüístico demuestra que los antiguos problemas lingüísticos y metafísicos son problemas ilusorios; la búsqueda del «sentido» de las cosas puede ser reformulado como la búsqueda del sentido de las palabras”. (Marcuse, El hombre unidimensional)

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Cuando chico pensaba mucho en si habían cosas, situaciones, que nunca han ocurrido, y si de lo que se trata es que todas las combinaciones ocurran. Me preguntabas si acaso el “sentido” de la existencia era solo eso: colmar todas las posibilidades. En ese entonces, como a los 10 años, temía a la posibilidad real del infierno. Rezaba porque creía que así me libraba de, al morir, seguir vagando, aquí mismo, transparente, observándolo todo, para siempre. Ese para siempre hacia que me doliera la guata. No sé qué relación halla entre ambas cuestiones, pero ahora ninguna de las dos me hace mucho sentido. La vida, obviamente, se volvió infinita y la idea que en ese entonces tenía de la muerte se volvió absurda; como si cierta bondad irrefutable que fueron exhibiendo las cosas, el mundo, y quizá yo mismo, no me permitiera ya esos pensamientos abstractos paralizantes.

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“Pues aprendemos sólo a manejar las palabras para lo que ya no tenemos que decir, o para el modo como ya no queremos decirlo”. (T. S. Eliot)

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