Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for septiembre 2020

2019

Un caos que mantengo fuera. Unas murallas mentales que engordo. Vuelvo de mis vacaciones (primera vez en la vida que me tomo tres semanas juntas) y lo que sucede aquí es que el sustituto para el editor en jefe se niega a venir a tomar su puesto. Todo es chistoso y tenso en igual medida. Nadie revisa mis avances, no hay visto bueno para el material de la revista de hoy, alrededor ciertas personas se gritan, murmuran, especulan; todo muy irremediablemente chileno. Pareciera ser que esta revista va a salir mañana. O nunca. Y no puede importarme menos. Me mantengo al margen de la tensión ambiental del único modo que sé: ocupándome de lo mío. Empiezo un cuento que se trata de esta misma oficina, pero en el espacio -enfocado en abandonar al compañero detestable en algún planeta inhóspito-, reordeno y limpio mi escritorio. Me convenzo, en definitiva, de que lo único que puedo hacer es poner en orden mi parcela. Se me había olvidado que trabajar es, también, hacerse cargo de la incapacidad para relacionarse de los otros.

*

Escenas sueltas del sueño de anoche: buscando un lugar para hacer caca me encuentro con una tía haciendo caca en unos pastizales. La saludo y me voy. Quizá me invita a hacer caca ahí pero evado. Esperando que se desocupe un baño sucede que alguien llama desde afuera al niño que está cagando, éste sale corriendo con el mojón colgando. El mojón va quedando repartido en distintas partes del camino, que sigue siendo el patio de esa misma tía que estaba cagando en los pastizales. Luego estamos en una banca con varios amigos esperando no sé qué. Es una especie de feria del libro, o de editoriales. En el suelo hay unos dinosaurios del porte de un gato jugando, alguien les tira una piedra y digo NO DE NUEVO, aludiendo a que sería como otra extinción para ellos, pero nadie entiende mi broma y me paro a recorrer los libros.

*

Fines de abril: semanas negras que van quedando atrás. Dificultad para salir y ver personas que empieza a aflojar. El típico momento en que cierro tuiter indefinidamente. El típico momento en que vuelvo a abrirlo. Mi problema es mi cuerpo, lo que soy y lo que imagino que debería ser. Mi problema es la voluntad, lo que sé que me hace bien y lo que efectivamente hago. Había bajado ocho kilos y subí cuatro y luego ya me fui a la mierda y volví al pan y a las malas prácticas. Algo bastante común, pero que, sumado al pack de la miseria material, hace que a veces sencillamente pueda existir solo para mí mismo, solo en la pieza, solo con la gatachica encima todo el fin de semana viendo películas y durmiendo, solo a través de todo, opaco pero tranquilo. ¿Qué ganas de salir puede tener uno cuando todo lo que te queda son cinco lucas que hay que hacer durar tres días? ¿Qué ánimo de contarse o de escuchar a otros puede haber cuando uno ya se aburrió incluso de escucharse a sí mismo? La pobreza es permanente y me divido entre aquellos días en que me frustro como el chavo del ocho y otros en que la acepto como un monje -que, eventualmente, puede comprar marihuana y cerveza.

*

Ganas de dormir y de llorar. Probablemente puedan hacerse ambas cosas al mismo tiempo. Mientras imprimo planchas miro a los compañeros de oficina tras el ventanal y me visualizo disparándoles a todos. Pero en realidad no a todos: en mi imaginación perdono a unos cuantos (?) y luego me pego un tiro. Me entretengo especulando sobre todo lo que sucedería luego de un evento de tal magnitud. Dos dedos de la mano se me mueven solos y los miro. La muñeca me retumba y la miro. Paso revista mentalmente a todo lo que necesito hacer y comprar y es como si todo eso que tengo que hacer fuera para otra persona que existe en mi mismo espacio físico, pero no tiene nada que ver conmigo. Sigo solo sacando esta cagada de revista. Vuelto loco. Sudando. Maldiciendo. Bajando y subiendo escaleras. ¿Hace cuánto tiempo que soy, en general, infeliz? Probablemente eso que sentí denante -el cuerpo cayendo hacia la izquierda a velocidad de montaña rusa- fuera una especie de desvanecimiento que atajé mentalmente. ¿Habrá una manera de desactivar todo cuidado automático de sí para así poder derrumbarse con contundencia y de golpe, como corresponde? No veo otra manera de enmendar el rumbo. Soy un auto sin frenos en una carretera oscura. No llevo luces, pero tampoco voy tan rápido como para desbarrancarme.

*

Word es mi tuiter del tuiter.

*

Miércoles. El terror de la repetición. El terror real de no saber salir, de proyectar infinitamente una rutina -ésta y la de los próximos trabajos mediocres que vengan. Un terror a ras de suelo, sutilmente administrado, sin sobresaltos: algo a medio camino entre el tedio y lo ominoso. El 80% del día te están construyendo desde afuera y crece esta odiosa sensación de que ya es muy tarde para una construcción original y realizadora. Asumirse, después de largos y lentos años, como alguien sin una propuesta clara para volver a construirse, a plantearse. ¿Y si esto fuera todo? Me lo repito cada dos o tres días, así como para fijarme al presente, como para moverme junto con los otros e intentar ser feliz. Feliz como los otros. ¿Cuál es la distancia entre estoicismo y resignación? Desde que salí de la universidad avanzo en esta misma planicie -y me acuerdo de Greta Gerwig en Greenberg coqueteando con un tipo al que le dice: “Esta mañana me di cuenta que salí de la universidad hace la misma cantidad de tiempo que el que estuve dentro y a nadie le importa si me levanto por la mañana”.

*

Crezco hacia adentro gracias a la escritura, pero que no se malentienda: no crezco moralmente, más bien me amontono en mí mismo: supuro, disecciono, agrego densidad a la ya inútil sobrepoblación de mí mismo (y de la época que consumo a través de sus obras), y todo queda allí, apretujado. Allí, es decir, aquí.

*

Lunes 8 de Julio. Solo en la oficina. Como ya ha sucedido decenas de veces, decidí hacer un cambio: cerré todas las redes sociales y hoy lunes, empiezo (de nuevo) la dieta que hace algunos meses había comenzado a funcionarme. En el centro de la pantalla principal del cel -en la zona del bajo vientre de un sujeto de una pintura que hace años vimos en un libro de arte y que tenía un semblante de tristeza parecido al mío-, el wathsapp y nada más. Debería tener más tiempo para escribir. Debería tener más tiempo para leer. Lo de siempre, pero con más radicalidad (en el sentido de que el hastío y frustración acumuladas son la fuerza que empuja cada vez más alto el péndulo que soy). ¿Cuánto iré a caer una vez que alcance mi próximo pick de bienestar?  Debería revisar lo que dice Simone Weil sobre la balanza en sus Cuadernos.

*

Octubre ya y aún no siento que caiga el péndulo. Tampoco es que esté en las alturas. Releo los párrafos anteriores y el pudor me dice bórralo todo. Me excuso en que ahora mi diario tiene con suerte diez páginas al año y, por lo mismo, puedo permitirme cierta condensación de la miseria. Y sí, estoy sacando la revista solo hace dos semanas, sigo rabeando, sigo pobre y sintiendo que todos alrededor se vuelven cada día más imbéciles, pero también estoy conforme con el curso de las únicas tres cuestiones que sí puedo controlar: la alimentación, el sueño y la escritura. Ando fumando menos y, en consecuencia, bajoneando menos. Recordando casi todo lo que sueño. Viendo películas y series con mi hermanito. Volviendo a la dieta. Diciéndome a mí mismo que ahora sí que sí. Saliendo harto con M, a beber, al cine, a beber dentro del cine. Terminé un cuento que ya mandé a un concurso. Me encargaron una columna de una revista y me van a pagar por ello. ¿Cómo dejar más claro que uno pide tan poco? Es tan poco, que nisiquiera hay que tener esperanzas para seguir, y así, sin querer, aparece un sucedáneo de esperanza. El calor asqueroso de esta falsa primavera no me toca porque estoy todo el día bajo el aire acondicionado del trabajo. La idiotez del prójimo queda neutralizada bajo la risa de los amigos. Estás últimas semanas de explotación llego asqueado del trabajo, pero abro la ventana, abrazo a la gatachica, me zampó un champán que nos sobró con M, ordeno, lavo la loza y, diga lo que diga o me queje aquí cuanto me queje, siempre pasadas las nueve de la noche cuando ya todo está limpio y en su sitio, siento que igual vale la pena vivir otro día más.

*

“Mi pauta de violenta, impulsiva y sedienta de intimidad con la gente –seguida de mi paulatina retirada. Toda esa necesidad insatisfecha de contacto que se acumula cada vez más, hasta que se descarga sobre una persona nueva que entra en mi vida y parece «verme» por entero”. (Susan Sontag, La conciencia uncida a la carne)

*

Domingo sin perspectiva. Le hablo por whatsapp y no logro transmitirle estas ganas de verla. Le pregunto si nadó, si hundió la cabeza entera bajo el agua, le digo que da harta hambre después de nadar, ¿por qué digo todo lo que digo? ¿Por qué no puedo decir exactamente lo que estoy pensando? Traje el ventilador y no he salido de aquí. Dormí diez horas, tomé desayuno y dormí dos horas más. Veo una película tras otra como una trituradora de imágenes e historias. Me fumo un pito entero en el balcón y abro este word. Vuelvo a leer desde el comienzo y me averguenzo y me enorgullezco, indiscerniblemente.

Read Full Post »