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Archive for octubre 2015

la tierra sabrá tragarnos

El amigo que viene al encuentro sonríe y
elevamos un vaso o las manos vacías
escarbando el cielo
hacia abajo, como corresponde.
Nos circunda un mismo abismo y
vamos sobre el lomo
de curiosos perros negros.

El oro sigue presente en el otro,
su silencio, su distancia,
el rostro indescifrable,
un puente para no colonizar,
un lenguaje de un solo signo.

Un dintel donde silbar
y decir algo sobre el clima
es suficiente;
una mesa mal puesta y
algo que eche humo y luz
sobre los rostros
es suficiente.

El sueño masticará al soñador
que no mastique su entorno.
La musa huirá de quien no sepa
destruirse a sí mismo
mientras sus obras alardean
sin saber que son
meros
moscardones
locos.

La sal no volverá al mar.
Los árboles flotarán a la deriva.
Las aves soñarán que caminan.
Las estatuas mantendrán su firmeza,
solo su firmeza.

Una pesadilla igual a la vida
acechará a quien patee
a la belleza
hacia mundos que
no podemos
apretar con las manos.

La trama no culminará con nosotros
caminando hacia un naranjo horizonte:
ya estamos al final del camino
sentados sobre una piedra
hablando con un eterno lugareño.

Confiemos: la tierra sabrá tragarnos,
solo debemos procurar
volvernos de un sabor
violento como nos gusta.

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agosto-septiembre

La loza sucia me mide el ánimo. Quizá por eso la lavo a tandas. Dos o tres platos y vuelvo a la pieza, luego todos los servicios y así, hasta que, a través del andar natural a estas horas de estar en casa haciendo otras labores, termino de lavarla toda o casi. Y lo mismo con la ropa limpia que ahora acabo de descolgar del tendedero: primero solo la tiro encima de la cama y ahí se queda hasta que venga la segunda oleada de ánimo en la cual, preferentemente con la tele prendida o algo sonando, sea cuidadosamente doblada para ser dejada allí mismo, esta vez a la espera de la última parte del proceso que consiste en tener ganas de tomarla y llevarla a sus secciones correspondientes. Con la basura es lo mismo: siempre se deja al lado de la puerta para que sea llevada solo cuando yo o F vayamos específicamente en aquella dirección. Día tras día, ordeno oleadas de libros, bajo y subo escaleras y estoy allí, a la intemperie, un engranaje más en la horrorosa cinta de montaje a merced de personas y personas y más personas. Seguramente sea por eso que aquí, ante las obligaciones que impone la casa, intento que ninguna exterioridad me diga qué debo hacer y cuándo debo hacerlo. El resultado no es el ideal, la loza nunca está perfectamente lavada, a veces no encuentro ropa limpia, pero lo prefiero así: prefiero este intermitente caos cotidiano antes que prolongar la enajenación que brinda el día.

*
“Cuando era pequeño, solía imaginarme que el mar subía hasta llenar el bosque, de tal manera que los prados se conviertan en islotes entre los que se podía navegar y nadar. De todas las fantasías de mi infancia, ésa era la más atrayente, la idea de que todo se llenara de agua me fascinaba, pensar que se podría nadar sobre las paradas de autobús y los tejados de las casas, tal vez bucear y pasar por una puerta, subir por una escalera, entrar en un salón. O solo a través de los bosques, con sus subidas y bajadas, montones de piedra y viejos arboles”. (Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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Llego de correr, tomo agua y no basta. No sé por qué nunca me abastezco de suficientes Go. Me paseo hirviendo, goteando sobre la alfombra, escupiendo, agitando los brazos y dando patadas al aire, los gatos se asustan, quizá no entienden por qué estoy tan raro y rojo. Elongo y vuelvo a sudar. Cada vez que elongo la gata chica se acerca corriendo. La dejo que crea que mis movimientos se centran en ella, que todo esto es una fiesta para ella –y quiza, inevitablemente, lo sea. Cada vez que bajo en diagonal hasta tocar la punta de mi zapatilla aprovecho a darle unas cuantas palmadas. Trago un plátano casi sin masticar y es como si dentro un volcán lo disolviera y lo repartiera hacia las piernas y los brazos. Me miro, antes de entrar a la ducha, en el espejo del baño y me pregunto cómo es que este cuerpo miserable consigue aguantar una hora de ejercicio como si nada. Este cuerpo está igual que hace dos años. Pero voy a seguir intentándolo. Hay muchas otras cosas en juego aparte del cuerpo. Correr es ir conversando con el cuerpo y aquello que lo rodea. Volví a recordarlo hoy. Volví a sentir el piloto automático, a sentirme pasajero de mí mismo.

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De ida -lento y firme, manejando hábilmente esa puntada al costado izquierdo bajo la tetilla- me mandé La consagración de la primavera y de vuelta -en bajada, rápido y medio hipnotizado- el Klaverwierke de James Blake.

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La hice: subí junio-julio al blog y compré un montón de cuestiones útiles para la casa. Las esparzo todas sobre la cama. Me digo que, poco a poco, aprendo a vivir, que si mañana me quedo sin trabajo tengo ya un par de zapatillas de recambio, comida para un mes, artefactos de cocina, una tele, una mochila y, si fuera necesario, unos cuantos libros para vender.

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«El dolor es inagotable. Es sólo la gente quien se agota». (Ray Velcoro, True Detective)

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A media hora de salir en el trabajo me imagino llegando a la casa haciéndome once en chor y sentándome a escribir una hora de corrido mientras suena algo que yo he escogido pero lo que ocurre en realidad es que llego abro el Word y el silencio de la tardenoche entra por la ventana junto a las sirenas de ambulancias del hospital de la católica y debo mirar un rato hacia afuera porque eso es lo que debe hacer alguien que tiene balcón y acaba de llegar a casa y olvido completamente que puedo y quiero poner música y el Word queda ahí ridículo, abierto, como una promesa o una animita y entonces barro y lavo la loza y ordeno la ropa y tomo un gato lo elevo y vuelvo a ponerlo donde mismo la tele puesta en las noticias voy pasando con algo en las manos y me quedo viendo cuestiones que no me importan en absoluto y me tiendo en la cama a ver si olvido todo aunque sea un poco a ver si este ojo de mierda deja alguna vez de tiritar y me paro de golpe porque es el único modo de volver a ponerse en movimiento y veo todo el tuiter que me he perdido en estos días que he estado sin celular ni internet alguno y el 70% es basura y luego me hablan y ya quedó el visto así que debo responder y llega feli y me ve aquí sentado como si hubiera estado todo el rato sin hacer nada y obviamente siempre hay algo que comentar y nos quedamos en el living hablando y luego ya está la ropa y hay que ir a colgarla y nisiquiera he comido y son casi las once de la noche y tengo sueño y me odio por tener sueño y tomo algunos libros los ojeo y los dejo donde mismo y cuesta, cuesta mucho, seguirse a sí mismo.

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“Sólo el extremo amor a ti mismo te hace suponer que estos apuntes tienen el mismo valor que los que escribiste cuando nada eras y la escritura lo era todo. Ahora tú eres todo y tu escritura, una mierda”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

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Tener que enfrentar y relacionarse con más de 20 o 30 personas al día debería estar prohibido por ley. Todos esos ojos, todos esos olores, todas esas entonaciones, todas esas necesidades encubiertas y cubiertas a medias y algunas derechamente expuestas. ¿Por qué de 10 personas 8 me producen un rechazo instantáneo? A veces basta un pequeño sombrero para despertar mi desprecio. O una manera de ser llamado, una manera de andar, que me toquen el hombro por detrás, que me digan señor, ciertas confianzas injustificadas, o un tono de voz que no se ajusta a la persona y que me deja ver claramente que algo anda mal allí -y por supuesto no quiero saberlo. Todos quieren dejar su pequeña huella, su pequeño triunfo o fracaso. Nadie quiere simplemente pasar, deslizarse, encontrar un lenguaje común que sirva por el rato y luego seguir. Sé que yo mismo debería propiciar esto último, pero me cuesta, me canso, los otros entran y me roban desde mí mismo algo que no sé qué es.

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“Las chicas eran terribles. Tenían catorce años y ya se las arreglaban para que las toqueteara, y eso que no es nada fácil encontrar un pretexto para que te toqueteen mientras estás comprando un libro… Pero lo conseguían: me hacían palpar sus bíceps para que comprobara el resultado de sus vacaciones, y luego, sin que yo me diera apenas cuenta, pasábamos a los muslos. Se pasaban un poco. Yo procuraba controlar la situación, porque aún me queda algún cliente serio. Pero aquellas mocosas estaban a cualquier hora del día calientes como cabras, y tan húmedas que goteaban. Ser profesor de universidad debe ser un trabajo agotador, si las cosas resultan ya tan fáciles para un humilde librero”. (Escupiré sobre vuestra tumba, Boris Vian)

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El tedio es una neblina que lentamente comienza a cubrirlo todo. Escribir aquí es pasearse con una linterna a través de lo borroso. Acumulo ideas de día y ya por la noche lo olvidé todo. Seguramente, si me acordara, tampoco serian la gran cosa. Antes llevaba un cuaderno. Tengo muchos cuadernos con las primeras tres páginas escritas. Es como si a la noche hubiera que llevarle de contrabando la información de día (“Yo de día soy nulo, y de noche soy yo”, dice Pessoa) Cuando el 80% del día es para la efectividad y la realización, es natural que el potencial de ese 20% restante de reflexión y abstracción se arruine un poco. Debo luchar contra eso (hay una lucha política y otra individual que dar allí). Este temor de que el pensamiento no eche raíces y triunfe la Persona y su mera fuerza individual es tan real como el miedo que le tenía a los perros cuando niño. Si uno vuelve y vuelve a los libros y aquí es para empujar esas raíces, para destruir al individuo, para acercarse a lo que importa.

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“Yo no tenía historia, y por eso me fabriqué una, más o menos como lo habría hecho un partido nazi en un suburbio”. (Karl Ove Knausgård)

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Juro que estaba aquí mismo escribiendo que si uno realmente anhelara con todo su corazón una comida específica esta debería aparecer así sin más al costado de la mesa y ¡paf!, sucedió, F me puso una tostada con jamón y margarina aquí al lado.

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«Me estoy tomando una bebida en un set de televisión porque mataron a mi hermano». (Hermano de Manuel Gutiérrez en Mentiras Verdaderas)

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Alargo la sensación de no saber donde estoy. Hay esta gratitud elemental de saberse despierto antes de las diez a eme y con todo el día a disposición en una ciudad que no es la gran cosa, pero al menos es otra. Con el PS3 allá en Santiago, esta venida va a ser distinta. Bajo con toda la ropa sucia y los trastos de la noche anterior (con mi hermano, unos italianos gigantes viendo Mad max fury road) y subo con un té. Mi hermano ya está en su nuevo pc con los audífonos puestos. Me quejaría de su aislamiento, pero yo mismo no propongo mucho, así que cuando vengo lo que hacemos, la actividad de hermanos, es ver un par de películas por la noche. Hago un pequeño zapping por los canales de futbol con la esperanza de encontrarme con algo contundente. Hace más de un año que no veo un partido de la Premiere League. Pero nada, un Leverkuze vs no sé qué con Aranguiz en la banca. Desisto y enchufo el disco externo: una de Gondry que aún no he visto. Todo ocurre en un autobús de colegio gringo. Demasiados personajes. Mucha microhistoria. Parece su primer trabajo pero es del 2012. La paro al minuto sesenta y abro La muerte del padre. Soporto los párrafos largos y llenos de descripciones como un animal que sabe que si aguanta un poco más tendrá su comida. Ralentizo el tiempo. Converso con madre mientras cocinamos. Estamos mejor que antes. Ciertas condiciones materiales están mejor que antes. La felicidad no es lo que uno creía que iba a ser y todo marcha bien.

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“Una vez que un hombre comprende la fugacidad de la vida y decide escapar a toda costa del ciclo de nacimiento y muerte, ¿qué placer puede obtener de servir diariamente a un patrón o de impulsar proyectos para beneficiar a su familia?”. (Kenko)

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“Vuelta a lo mismo: me despiertan gritos e imprecaciones a medianoche. Me sorprende la violenta intensidad de las palabras como él, como si estuviese a punto de golpearla. Me despabilo. Trato de entender lo que dicen, pero me resulta imposible. No enciendo la luz ni doy golpecitos en la pared, como la urbanidad aconseja, sino que de pronto, en medio de la oscuridad, suelto un grito salvaje, atroz, como el que lanzan ciertos personajes de Kurosawa antes de entrar en combate o como si Tarzán se le hubiesen quedado atrapados los cojones entre las lianas. Vuelve un silencio absoluto, de miedo”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

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Reviso el libro de Boris Vian, traspaso los subrayados al word y voy youtubeando las canciones que menciona el protagonista. Un viernes tranquilo.

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“Soy un descriptor que describe lo que ve y si eso permite una trama, la dejo ver, pero no creo en la ficción y tampoco creo en la poesía pura, porque es demasiado grande eso. Soy una especie de notario”. (A. Couve)

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A veces pienso que voy a salir a buscarme un té y me voy a encontrar en el pasillo con un gato que no vive aquí, que no existe, que jamás he visto, y voy a seguir de largo, asustado, y no voy a hacer nada, salvo comenzar a alimentarlo y quererlo como a cualquiera de todos los otros gatos que sin yo decidirlo han convivido conmigo.

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“No hay nada que admire más que las personas que no pretenden nada. Mucho más que Miguel Angel, que Leonardo o que cualquier gran artista, yo admiro profundamente la modestia. Es mi gran preocupación. Esas personas que pasan por la vida nomás (…) Tengo hambre de eso, tengo verdadera fijación. Me impresiona lo que dejó de ser de manera tan radical y tan capital. Lo que no dejó huella es lo que más huella deja en mí”. (Adolfo Couve)

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Que ella salga a bailar y yo me quede en casa también es amor.

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¿Qué pensarán estos gatos cuando llego y lanzo la mochila y me saco los pantalones a patadas y les canto cualquier canción de mierda que invente en el momento?

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“Cuando descubras que las preocupaciones que consumen tu tiempo no son más que la ansiedad del placer, el anhelo de la carne, entonces prepárate: serás como el caballo viejo e inútil al que esperan en el foso de los leones”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

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