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Archive for junio 2013

abril-mayo

En invierno los pobres se mojan, se embarran, pierden sus refrigeradores, sus camas, su salud, madrugan, sufren, algunas mujeres lloran con una frustración que el periodista de turno acoge porque él, instrumento perfecto del Espectáculo, se preocupa de ir caso por caso, casa por casa, población por población, denunciando aquí y allá, con cara compungida, a los distintos poderes, a los distintos municipios, a las distintas empresas, sin nunca conectarlos, sin nunca pensar en términos estructurales, sin nunca -¡cómo podrían, si el periodismo es neutral!- deslizar alguna furia, alguna rabia o arrebato mínimamente humano al notar que hay ahí, en esa miseria que se repite año a año, una decisión, una voluntad, que puede que no recaiga en una o dos cabezas, pero que es a fin de cuentas un cálculo racional en el cual hay una parte de la sociedad que importa un pico. Así sin más: un cálculo racional en el que está presupuestado que va a haber que parchar aquí y allá, total, el Espectáculo se encarga de ponerle música e intimidad y Rostros Individuales a la violencia estructural que el capitalismo ejerce y borra.

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Soñé que estábamos con P mirando algo en su mac, de pronto estamos viendo las noticias (aun en el mac) y presenciamos la siguiente escena: un tipo está agarrado de una cuerda, a medio camino entre el suelo y el techo. Esto ocurre en el patio de mi casa de Curicó, solo que con un techo mucho más alto, digamos, de no más de unos 6 metros de altura. Abajo, salido quién sabe de dónde, un policía hace algo, mueve los brazos, aletea desesperado, saca una libreta y anota cosas; supongo que está tratando de hacer que el tipo baje, o que suba. Entonces con P nos miramos y -no sé si en voz alta o en la mente, pero seguro que al mismo tiempo- decimos: “nunca vamos a poder saber si estaba bajando o subiendo”. Ahí, despierto.

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“Soy extraño a toda fiesta para mí mismo”. (Jorge Teillier)

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A veces cuando fuman marihuana en las películas, fumo con ellos.

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“Conozco una persona que jugará con el fuego, acomodará las sillas, recogerá las motas de polvo del suelo, arreglará su escritorio, echará un vistazo al periódico, tomará cualquier libro que vea, se picará las uñas, que perderá toda su mañana, de cualquier forma, y sin ninguna premeditación, simplemente porque la única cosa que tiene que hacer es preparar una clase vespertina de lógica formal, la cual detesta”. (William James)

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El viento ruge. En la tarde botó la reja. Ahora (00:08) entre que llueve y no llueve. A ratos pareciera que viene un camión a lo lejos, o un temblor, pero es solo la lluvia-viento. A veces (muchas veces) me da ese vértigo en la guata, ese que da justo cuando uno cree que empezará a temblar. Si noto que a nadie más le pasó lo mismo, me quedo callado no más. Hace algunos días cumplí 30. Apagué el celular y me vine a Curicó. El facebook ya lo había cerrado hace algunas semanas, pero por otros motivos. Había que desaparecer no más. Hasta que se termine la tesis. Ahora ya empezó mayo. Estoy aquí en el sillón del living con el noteboock enchufado al led. Una película insípida y bonita de un director coreano que nadie conoce. La rutina de estos días. Hago la pausa del té y el pichi y mi madre desde su cama me dice que le pase algo de Jodorowsky para imprimir mañana en su trabajo. Tomando en cuenta que ahora está leyendo a Pilar Sordo, es algo bueno, incluso un avance, porque a diferencia de muchos, encuentro que es más útil que las pastillas que los psiquiatras les recetan a las madres. Más útil que las noticias, más útil que los matinales, más útil que los programas de radio de Curicó. Aunque en realidad lo que quiero decir que me cae mal la gente que encuentra que todo Jodorowsky es un chanterío: la gente que ama u odia sin matices es el aburrimiento puro.
A diferencia de las otras venidas a Curicó, no he caído en la espiral del ps3. Obviamente es porque Bruno ha venido mucho menos. Y ha venido mucho menos porque como el fin de semana vienen los cabros y nos vamos al campo necesita acumular puntos con E. Así que he avanzado como nunca en la tesis. Un como nunca que seguramente sea un poco menos de lo normal, pero en fin, así son mis tiempos. También volví a la novela, a releerla, reescribirla y agregarle un capítulo más. Me entusiasma el boceto, el mapa, las vigas que como escritor amateur un o tira ahí mismo al final del Word. El otoño ayuda a escribir. Usar esta pantalla gigante también. Algunos me preguntaron qué sentía al tener 30 y me hice el loco; digo cualquier cosa o miento. A unos pocos les digo la verdad. Una verdad fome que a nadie le importa: que la hueá igual pesa. Nada de lo que a los 15 esperaba fueran los 30 se cumplió. Nada. Y está bien y está mal. Tampoco lo quería todo. Tampoco estoy tan triste la verdad. ¿De qué otra cosa va a escribir uno en su diario? Pensé eso apenas me puse a escribir ahora. ¿Qué otra mierda podría poner aquí salvo lo que pienso al despertar y al acostarme y al hacer caca y al ir caminando camino al traumatólogo? Hay que tomar lo que uno tiene y usarlo de la mejor manera. Uno trata de ponerse marxista antes que triste, esa es la verdad; qué ridículo sería sentirse determinado. Entonces uno se anima y ve la propia vida en términos de objetivación y extrañamiento. A mí me falta una objetivación, un verme fuera de manera reconciliada. Pero eso es esto, en parte; eso es la tesis, en parte; eso es la novela, en parte. Todo ha ido más lento de lo esperado. El fracaso ronda y uno insiste en la única distinción que importa: lo que uno quiere para sí mismo, la objetivación correcta. Vencer la pereza, pero solo la parte que no sirve.

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Llego de Curicó directo a Hegel, camino desde el terminal a arcis huérfanos y me encuentro a E.F., sentado afuera de la casa de M.E.T., que sigue viviendo donde mismo. Parece que le cuento más cosas que las que él me cuenta. Últimamente o no digo nada o bien quedo dado vuelta como una chomba. Creo que esta vez ha ocurrido lo segundo. El encuentro es agradable y quedo con una sensación que se extiende hacia lo que resta del día: la sensación de que todos con quienes me tope tendrán un mensaje para mi, o yo uno para ellos.

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«Es una desgracia no poseer más que ruinas, pero eso no es tampoco no poseer nada, es retener con una mano lo que da la otra». (G. Bataille)

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Fumamos con S y una pareja de amigos. Un depto chico, cálido y bonito. Cuando llego me ofrecen los vestigios de todo. El concho del jugo en caja, la última dosis de café de la cafetera, la cola de un pito. Bromeamos sobre aquello. Bromeamos, pero acepto todo aquello. Y partimos volaos al museo de la memoria, a ver un documental cuyo nombre no recuerdo y está bien que así sea porque era muy malo. Unas cuantas cosas pasan en el camino: primero que nada, incomunicación total, la pareja de amigos creía que íbamos al museo de la moneda, yo con S ciertos de ir al de la memoria. Nos damos cuenta cuando las rutas se enredan. Luego, en algún paradero del centro, ven a un amigo arriba de una micro. Le hacen señas. No pesca. S se acerca y, como está justo apoyado ahí, le golpea la puerta, o la ventana, no recuerdo, la cosa es que el tipo decide bajarse, se acaba de subir y decide bajarse. Lo recuerdo de otras veces, no sé de dónde, tiene una cara muy chistosa, me cae bien al tiro, sobre todo por lo absurdo de la situación. Ya al minuto se da cuenta, y nos damos cuenta todos, de que no había ningún motivo para haberlo hecho bajar de la micro. Se le ofrece ir al panorama del museo de la memoria con nosotros. A esas alturas ya estamos atrasados. El tipo también trabaja en la librería donde trabajan todos. Nos dice que fumó también, y que seguramente todo esto se deba a una decisión de volado, a una decisión en conjunto de pura gente que ha fumado hace poco. Es la conclusión, sobre todo porque él iba a una reunión. Por eso estaba arriba de esa micro: iba a una parte específica. Y ahora estamos todos atrasados. En fin, nos quedamos ahí, a la espera de que pase su próxima micro. Pasa y seguimos. Después, por ahí por García reyes, y a la espera de cruzar, un taxi adelanta a un auto, lo hace unos diez metros antes del cruce, pero continua señalizando hacia la derecha una vez que ya lo pasó. Asumo que va a doblar y sigo. Seguimos. Y el hueón no dobla y casi nos pasa a llevar. Alcanzo a darle un manotazo al auto. Una mera amonestación, nada que fuera a dañar el auto. Algo que en el momento, según yo, se merecía. El taxi para, frena en seco. No hay mucho tráfico así que el taxista, un tipo de unos 30, grandote, macizo, deja el auto ahí al borde de la acera y se baja gritando y aleteando. Tiene un vozarrón que da miedo. Le explico esto mismo que ya acabo de decir, pero en otras palabras, haciendo todo lo posible por acercarme a su tono de voz. Él avanza hacia nosotros, hacía mí específicamente; los cabros me dicen que no le conteste, pero me parece inevitable, estoy preso en esa ridícula espiral de quien cree tener la razón, así que no retrocedo, pero tampoco avanzo con la fuerza y la decisión del taxista, que a esas alturas ya está a menos de tres metros. En el fondo avanzo de a poquitos, de a pasitos, le digo que no le pasó nada al auto y que no huevee. Entonces, como salido de la nada, en un lapso de tiempo incomprensible, me pega un combo. O eso trata. Porque su mano resbala y me da de refilón en el mentón. El hueón es pura furia, pero también está nervioso. Se le nota porque se devuelve rápidamente a su auto. Quedamos extraños todos. Yo no paro de hablar en los siguientes 10 minutos, emocionado pero también con una sensación mala, sucia, absurda.

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“Soy excesivamente perezoso e increíblemente industrioso, por turnos” (Edgar Allan Poe)

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No sé escribir esta novela que estoy escribiendo, pero avanzo, como alguien que trata de aprender un idioma sin ayuda, o armar un avión a escala sin instrucciones, avanzo. Confundo los tiempos, por ejemplo empiezo un párrafo en pasado y luego estoy metiendo un diálogo en presente. No tengo la menor idea cómo deba ser eso. Lo que hago es fijarme en otras novelas y, como a veces ocurre lo mismo, me despreocupo. Uno como animal narrativo hace lo que puede. Lo otro: si ya me cuesta hacer que una situación suceda rápidamente a otra, mucho más cuesta hacer que pasen los días (o los años, si fuese necesario; pero aún no ha sido necesario, ¿precisamente porque no sabría hacerlo?). Lo más difícil son los diálogos, la manera específica de irlos intercalando con el texto sin perder el ritmo. Para eso ocupo cualquier novela que tenga a la mano y copio los moldes. El resto se intuye.

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El plan de hoy: terminar de leer los artículos de Derrida acostado en el sillón, quedarme dormido en algún momento, despertar y traspasar a la tesis.

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Ayer la junta de tesis con C y P degeneró en completos papas fritas vino yerba y ver tele. Fue todo sucediendo de a poco, como si el mal se apoderara de nosotros como en una película de terror, lentamente, partiendo por el eslabón mas débil sugiriendo que merecíamos algo rico después de todo, hasta llegar a tratar de fumar desde una manzana (cuando no tengan papel, es una opción real).

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“Durante este rato precavidamente no reflexioné acerca de mi vida. Mi vida estaba lejos de nosotros, en un departamento naranjo-rosado. Ahora parecía que nunca tendría que volver. La sal de su hombro zumbaba en la punta de mi lengua. Tal vez nunca me pueda parar en medio del living y preguntar qué hacer a continuación. A veces me paraba por dos horas, sin poder generar suficiente velocidad para comer, para salir, para limpiar, para dormir. Parecía improbable que alguien recién mordido y que había mordido a una celebridad tuviese este tipo de problema.
Esa tarde me hallé sentada en medio del piso del living. Me había cocinado y comido la cena, y luego tenía la idea de limpiar la casa. Pero cuando iba camino a agarrar la escoba, tuve un antojo que se unió con el vacío de la sala. Quería ver si podía empezar de nuevo. Pero, por supuesto, sabía cual sería la respuesta. Mientras más estaba parada, más me tenía que parar. Era intrincado y exponencial. Se veía como si no estuviese haciendo nada, pero realmente estaba ocupada como un científico o un político. Calculaba la estrategia de mi próximo paso. Y que mi próximo paso fuese siempre no moverse, no hacía las cosas más fáciles”. (Miranda July, Roy Spivey)

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http://60watts.cl/2009/09/traduccion-miranda-july/)

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Como que casi nos conocimos. Mi impresión es que al momento de ambos sincerar la disposición estándar a juntarnos cierto día me mostré más entusiasmado de lo que ameritaba la situación y eso la espantó. Quién sabe. El factor pereza pudo haber sido importante también: se suponía que iba a llover ese día. También ayudó que no hubiera nada para ver en la cineteca. Era bonita y, aunque no me dejó leer su cuento, estaba seguro que me habría gustado también por escrito. Gustado, o sea, no era que me gustara-gustara, es solo que intuí que me habría importado de haberla conocido. Importado, bueno, como sea, si a fin de cuentas esa intuición siempre se ve ensuciada por la x, la espera, el lugar vacio que las vidas van armando así sin querer, así como quien le guarda el asiento a un amigo en el cine, un amigo que uno no sabe si va a llegar, un amigo que uno nisiquiera sabe si es su amigo en realidad. Y nadie quiere llegar a sentarse a un asiento que estaba siendo guardado de antes. Nadie. Todos quieren su asiento especial, producir en el otro ese ánimo de reserva, como si hubiera infinitas maneras de guardar asientos –y quizá las haya-.

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Correspondencia Arendt-Heidegger anilladas: casi un kilo de fotocopias.

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Luz claridad ensalada de palta a la mañana
después de todas las cosas horribles que hago es sorprendente
hallar perdón y amor, ni siquiera perdón
porque lo hecho hecho está y perdonar no es amar
y el amor es el amor nunca nada puede salir mal
aunque las cosas pueden volverse irritantes aburridas y prescindibles
(en la imaginación) pero no en realidad porque amor
aunque a una cuadra te sientas distante la simple presencia
lo cambia por completo como un químico al tocar un papel
y todo el pensamiento desaparece en una rara agitación serena
no tengo ninguna certeza más que esta, y crece con mi respiración
(Frank O’Hara)

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Pensar las culpabilidades del 27F desde el «Juicio a Eichmann en Israel» de Hannah Arendt: además de la razonable punibilidad de las autoridades x, hay que evidenciar lo criminal de una (ésta) legalidad. Pero desde dónde, desde qué podio, desde qué otra legalidad paralela. Por eso Eichmann: hubo un punto en que la legalidad democrática no sabía cómo juzgar a la legalidad totalitaria porque no podía evidenciar su cercanía estructural, su continuidad. A fin de cuentas, todo lo que protege la vida es un crimen que olvidó su origen. Pero «la vida» distinguiéndose de «la vida en el capitalismo» es una separación viva, una voluntad concreta que nos recuerda el viejo crimen y la infinitud de la vida.

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«El destino es la interacción entre los autores del crimen y sus víctimas». (Raoul Hilberg)

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Bus vacío a Santiago
un martes inexistente
apagaron las luces al tiro
dejaron viejas tejiendo
ringtones tristes y
una película idiota
que ya vi.

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¿Qué fue primero, la música o el ánimo?

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¿Las citas amontonadas al final del libro, o al final de cada capítulo, son un invento expresamente hecho para molestar al lector, cierto?

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No me acordaba que lo mejor de Beetlejuice de Tim Burton era que Beetlejuice aparece con suerte 15 minutos en total y que al final se trata de cómo los vivos y los muertos comparten una misma lógica: la pareja de vivos tratando de sacarle partido como mercancía esotérica a sus fantasmas; los fantasmas esforzándose por no ser mercancía y asustar de verdad. Beetlejuice, biopolÍtica y muerte.

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Defendiendo a Marx de las críticas meramente epocales que le hace Simone Weil, escribí recién en la tesis: «El concepto no se mancha».

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—¿Sabes lo que es el reino?
—Una historia que aceptamos repetirnos una y otra vez hasta que olvidamos que es mentira
—Pero, ¿qué nos queda cuando abandonamos la mentira? El caos, un pozo enorme que espera tragarnos a todos
—El caos no es un pozo. El caos es una escalera
(Game of Thrones)

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El sonido de helicóptero al lavarse los dientes.

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Casi todo es terreno instituido de extrañamiento, menos los amigos.

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La última imagen del sueño: estamos en la ex pieza de mis abuelos. Un ovispo (va de morado, así que supongo que es un ovispo) nos pide que le leamos nuestros poemas. Está recostado en la que era la cama de mi abuelo. Habemos 3 niños en la pieza.

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Viene L. Voy a buscarla al metro. Antes paso, en bici, donde N a buscar la cámara que a F se le quedó el día anterior (fuimos todos (B, F, N, Ch, yo) a ver a Curicó contras Magallanes al Nacional (1-0) y luego nos quedamos tomando whisky con hielo donde N). Llego al mismo tiempo que L, antes nos veíamos más, ahora pareciera ser que el ritmo es de dos veces al año, esperamos que eso cambie y hablamos condensadamente de todo. Pero no hay peso, no hay la obligación y la determinación de la amistad que, en la mayoría de los casos, hace que uno nisiquiera se vea tres veces al año. En el camino está la feria y compramos unas bolsas de porotos con cebolla a 2×500. Más cebolla que porotos, obviamente. Me cuenta cosas y le cuento cosas que no podría replicar aquí. La tarde termina rápido. Ambos tenemos que hacer. Prometemos vernos más.

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“¿Y quiénes fueron estos bárbaros modernos? Fue el Estado: la triple alianza, finalmente constituida, del jefe militar, del juez romano y del sacerdote, los tres formando una asociación para obtener el dominio, unidos los tres en un mismo poderío, que iba a mandar en nombre de los intereses de la sociedad para aplastar a esta misma sociedad”. (Piotr Kropotkin, El Estado. Su rol histórico)

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“Se me da un fusil; bonito mosquetón. Por la tarde, bombardeo disperso. Escribo a Boris: «No se ha oído todavía un disparo de fusil». (Cierto, salvo ejercicio de tiro…) Pronto ¡boum!… estruendo terrible. «La aviación bombardea». Salimos con los fusiles. Orden: Al maíz. Tumbados. Me tumbo en pleno barro para disparar al aire. Al cabo de unos minutos, nos levantamos. Aviones demasiado altos para disparar. Salva de balas de la mitad de los españoles. Uno tira horizontalmente hacía el río. (¿Algunos disparan con revolver?) Se va a buscar la bomba. Minúscula. Daños en ½ m de radio. No me he emocionado en absoluto. (…) Me tumbo sobre la espalda, miro las hojas, el cielo azul. Un día muy bello. Si me cogen, me mataran… pero es merecido. Los nuestros han derramado mucha sangre. Soy moralmente cómplice. Calma completa. Nos reagrupamos, y después vuelta a empezar. Me escondo en la choza. Bombardeo”. (Simone Weil, Diario de España)

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Volví a correr. El gemelo simplemente se arregló. Luego de meses de sedentarismo, pan, estiramientos, traumatólogos, resonancias, vitaminas y tristeza fisiológica, crucé el umbral de la puntada (10 minutos) y pasé de largo hasta los 20 minutos, sintiéndome nuevamente apropiado del cuerpo. G pasó a buscarme, le dije que ya no tenía caso, que llevaba meses intentando y nada, que el próximo paso era ir a un traumatólogo más caro en busca de una segunda opinión, pero insistió, había llovido el día anterior, el estadio estaba disponible, no se perdía nada con intentarlo.
Al dia siguiente, echo carreras con un perro blanco. El estadio está oscuro y es como seguir una luz.

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—¿Tiende últimamente a lo autobiográfico?
—Eso carece de interés. Yo invento mi vida, como me la inventaba cuando iba al psiquiatra, porque lo que me interesaba era conseguir la baja médica. La realidad es secundaria, si rasca usted un poco en mis datos biográficos verá que son inventados. Miento.
(Houllebecq, 06/05/13)

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Chester me comenta que cuando chico, mientras esperaba los partidos del colo por la radio, tenía una maqueta (con público dibujado y todo) que actualizaba según el rival y la formación de cada partido. Luego, comenzado el encuentro, iba replicando lo que el comentarista deportivo decía allí, en su cancha de juguete.

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En los comentarios a pie de página soy «yo mismo», opino y escribo de corrido, no necesito la fianza que ponen las citas, me atrevo. Entonces la referencia crece y, de pronto, cuando ya se transformó en casi media página, me doy cuenta que hay que incorporarla al cuerpo del texto. Seguramente sea una técnica inconciente para apurar el progreso de la tesis.

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En el estadio
cuando entra mi equipo
casi lloro

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El único hueón corriendo en el parque mientras se raja lloviendo.

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“Yo llevaba unos segundos delante de ti y tú me habías visto de hecho, habías alzado fugazmente la vista. Y no me reconociste. Cuando era un niñita, mi madre, jugueteando neciamente, me asustó una vez de esta manera. Yo había leído el cuento del enano «Nariz», cuya nariz crece tanto que nadie lo reconoce. Mi madre hizo como si eso mismo me ocurriera a mí. Aún recuerdo perfectamente el terror ciego con que gritaba una y otra vez: pero si soy tu hija Hannah… Algo parecido sucedió hoy” (Hannah Arendt a Heidegger, Septiembre de 1930)

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