Está bien alegrarse porque Chile gane en el fútbol y saltar y gritar –de preferencia como mujer o animal- y pegarle al Julio –despacito-. Y está mal romper un paradero de micro borracho junto con 20 tipos más o asaltar una señora y quitarle su cartera. Está bien que en Brasil 25 tipos hayan entrado a un banco y sacado de cuajo dos cajeros automáticos. Pero ahora quiero hablar de fútbol asi que sobre esto último sólo diré que nadie puede venir a defender los bancos: si nadie sale herido los atracos como esos son una consecuencia natural de la violencia que ya hay: aunque los fines de esos 25 tipos seguramente sean una mierda el acto por sí mismo constituye un síntoma que tiene que seguir reapareciendo no más hasta que el capitalismo deje de seguir tratando de pasar colado como la naturaleza del mundo. Ahora entonces quiero hacer una defensa de la posibilidad no enajenada de volcarse anímicamente en la comunión futbolera. Yo he visto todos los partidos de la selección adulta y de la sub 21 (incluso vi los amistosos que eran a las seis de la mañana, en las semanas del insomnio) y considero que estar delante de la tele identificado es una cosa que se justifica por sí misma, por el contexto, por la similitud de los modos de reírnos de Pato Yánez y de todos los relatores en general, y también por el lenguaje que es el fútbol. Y no hay que ponerse poéticos ni poner cara de semiólogo para decir que el fútbol es un lenguaje. Obvio que esto es un comodín que podría decirse de cualquier cosa, de la música, del amor, de las carreras de caballo, por lo que cada ámbito tendrá la especificidad que le interese defender. El fútbol es un lenguaje, como mínimo, en el sentido de que sus significantes son acciones ya socializadas al interior de la cancha. Por ejemplo un jugador se lanza al suelo sin siquiera haber sido rozado por la pierna contrincante y ahí esta uno escudriñando su cara, adivinando la mala fe en que se ha visto envuelto, notando que posiblemente no quiera seguir en el suelo, pero ya se ha quejado dos segundos y si se para de inmediato nadie le creerá. O cuando el equipo va perdiendo, le acaban de meter un tercer gol por ejemplo, y uno huele el nerviosismo, la actitud cambia, los pases son flojos, pero algo sucede, por azar o determinación, algo sucede, un pase bueno anima a que surja otro, y asi sucede un cambio cualitativo allí donde en apariencia no había nada. O el delantero que aparece solo ante tres defensas que retroceden y uno mentalmente, como si lo llevara con el control del play, va moviéndolo en zigzag hasta que el defensa llega a caerse. Y es cierto: uno sí contiene la respiración y suspende la imaginación en ese momento en que el delantero toma la última decisión. Y cuando gritamos gritamos con él, con la imagen del gueon corriendo hacia la barra que se lanza sobre la reja. Eso en general, como algo que le permite a uno ser, por ejemplo, de Curico Unido, un equipo discreto, de plantilla barata y una campaña que uno ha seguido desde tercera división. En ese sentido hinchar por Curicó no se parece tanto a hinchar por Chile, porque de partida ni yo ni mis amigos que gustan del fútbol son estrictamente hinchas que salten y se pinten y defiendan la camiseta a muerte. No, porque ser el equipo más viejo, el más del sur, o el con más copas, o el más caro, o el con más hinchada, o el con menos hinchada, o el de los mineros, o el con mejor campaña en el extranjero, son gueas que valen callampa cuando se las pone como legitimación del gusto de uno. Por ejemplo yo podría decir que cuando tenia 5 años mi papa me llevaba al estadio, el era el médico de Curicó y yo me quedaba al cuidado de no sé quién en las graderías o jugando con los otros niños, y podría fundar allí la importancia de Curico, y no pos, ese fue el azar que a uno lo metió en algo, como el hecho de ser de Curicó, son determinaciones que uno toma o deja, y es en el constante tomar esa determinación e irla modificando a partir de la propia vida de uno lo que constituye una elección. Si nos ponemos medios sartreanos tenemos que decir que estamos escogiéndonos a cada momento. Y en ese sentido yo no estoy siendo hincha de Curicó a cada minuto: es una cuestión que actualizó eventualmente, cuando es necesario. Y lo mismo con Chile: paralelamente a la excelente campaña de Bielsa hay cada vez más motivos para no identificarse y buscar nuevas actualizaciones del hardware de hincha. Los medios de comunicación dan pena. Ponen unas canciones de mierda. Entrevistan a gente de mierda. Y ayer después del partido con Bolivia salí a Plaza Italia a tazar el ambiente. Me paré junto a una hilera de pacos, puse mis manos en la espalda como ellos, y contemplé la exquisita barbarie. Debo decir que hasta antes de salir de aquí estaba con la identificación al 100% pero a medida que me acerqué al epicentro no quedó ni en 10%. Al principio salté dos segundos con unos tipos que casi vinieron a saltarme encima, pero fue pura cortesía, me sentí ridículo, mentiroso. Los movimientos de los brazos. Los ¡he, he, he!. El “vamooos vamoooos chileno”. Las banderas. Terrible. Terrible. Esa guea no era felicidad. Era algo divertido de ver cuando mucho. Y es inevitable preguntarse qué chucha pasó, porqué si recién con Julio estábamos casi en el suelo del pasillo celebrando ahora no hay ganas de nada. Podría decirse que se debe al hecho de descubrir que la alegría de uno se ve asi de penca desde fuera, pero no, me resisto, porque la intersección de mi alegría con la de ellos es un porcentaje no más, y el otro resto tiene que ver con el lenguaje compartido que, bueno, da la casualidad que sucede con este equipo de Chile. Supongo que la clave está en armonizar ambas facetas del hincha, pero para mi está bien asi, se grita en el estadio y frente a la tele y después todo se acaba. Si al final es fútbol no más, todo lo bonito e intenso que uno quiera, pero fútbol al fin y al cabo.
PD: En el tercer gol, cuando Valdivia y Sánchez entran solos, en el último pase, Sánchez está en fuera de juego.
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