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Archive for febrero 2015

“¿Qué me importa que el papel moneda de mi alma nunca llegue a ser convertible en oro, si jamás hay oro en la alquimia fáctica de la vida?”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Soñé que la casa, alguna casa, una mezcla entre este departamento actual y la ya inexistente casa de mis abuelos en Curicó, estaba infestada de fantasmas y tenía que desenterrar un montón de huesos, separarlos y ordenarlos por cuerpo y luego volver a enterrarlos para darles paz. En algún punto del sueño converso con un viejo en un patio. Un patio que es el de la ex casa de mi papá que, en la realidad, y al igual que la ex casa de mi abuela, se fue al carajo con el último terremoto. Voy en busca de unos sonidos al fondo, pasado el parrón, donde se amontonan las hojas secas y, unos metros antes de llegar, hay una sombra apoyada en un muro. Ni acechante ni terrorífica ni nada, simplemente apoyado, como quien fuma, un hombre de unos cincuenta años. Me acerco y, como en el fondo sé que está muerto, empiezo a hacerle preguntas de actualidad. Cuando le pregunto quién era el presidente anterior a Bachelet y no sabe, me confiesa que está muerto. Me lo dice con una timidez muy extraña. Tan extraña que me asusto y despierto.

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“Yo nunca voy a pertenecer a eso, yo nunca voy a ser escritor ni cineasta, ni director de cine famoso. Lo único que yo quiero es dejar un testimonio, primero a mí de mí, luego a dos o tres personas que me hayan conocido y quieran divertirse con las historias que yo cuento, aunque sean familiares míos, no importa, pero trabajar, escribir aunque sea mal, aunque lo que escriba no sirva de nada, que si sirve para salir de este infierno (ja, ja) por el que voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido, por la que me ha tocado conocer (aunque de lejitos) a la gente que he conocido”. (A. Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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“Yo de día soy nulo, y de noche soy yo”. (Pessoa)

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Se me enganchó el cordón en la escalera mecánica y el guardia se enojó. Me reconvino como a un niño, como si abrocharse bien los cordones te garantizara una vida segura, una salud formidable y una plena madurez. Ridículo como soy para estas cosas, le respondí con la correspondiente actitud adolescente, relajada, impostada. Nisiquiera me los abroché altiro, sino que a la vuelta, lejos de su campo visual, para que no creyera que había ganado.

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“La humildad no es a menudo sino una fingida sumisión de la que nos valemos para someter a los demás”. (La Rochefoucauld)

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“La única actitud digna de un hombre superior es persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Leyendo casi en diagonal el tramo final del último libro de Kundera. Qué hueá más fome. Qué penosa sensación obligarse a uno mismo a una cosa así. Y qué pérdida de tiempo, teniendo tantos libros en la banca. No entiendo tanto alarde. Tanto tiempo de espera para nada. No entiendo ni siquiera de qué va el libro ni por qué, si nunca me ha gustado tanto, sigo insistiendo con Kundera. ¿Por qué tuve que esperar casi hasta el final para abandonarlo? Gente entra y sale de habitaciones. Unas reflexiones muy valoradas por la crítica de las cuales no me quedó nada. A favor del libro: quizá sea que yo estoy leyendo muchas cosas a la vez, pero no creo.

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De La casa
Cuántas habitaciones he tenido,
Todas como salidas de la misma.
Oscuras piezas donde no sé
Quienes están aún despiertos.

Porque es de noche cuando retorno.
Y hay otros seres en mi mesa.
En mi cama alguien vigila
En la cocina se apaga el fuego.

Todos me miran sin comprender.
Y soy yo mismo todos los rostros.
Todos los gestos que no me hacen.
Todos los vasos que no me sirven.
(Efraín Barquero)

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La inclusividad de la escritura –decirlo todo, ponerlo todo, o casi- trae su propia ética. Escribir es sacar una moral del caos. Al revés del imperativo categórico kantiano, la escritura acumula sucesivamente el encuentro íntimo de uno consigo mismo y de uno con el mundo. Inevitablemente se reproduce allí un aprendizaje moral (y cuando digo moral sencillamente estoy hablando de esa cosa que todos tenemos, ese instinto político deslavado que se traduce en nuestras maneras de tratar de ser buenos) del cual más de alguno podrá sacar alguna guía, alguna pauta, alguna dirección. Incluso si el escribiente no aprende nada nunca, habrá un lector que pueda sacar algo en limpio.

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“Algo distintivo de la ética es que su exposición principal no puede darse en tratados. Cuando lo intenta, se desprende de la contingencia, que es, a la larga, su único ámbito”. (Ramiro Gómez Gris, Salir, apuntes en torno a una ética de la naturaleza)

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Si es cierto que en algún punto todo debe arder espero que sea desde dentro hacia afuera. La destrucción y el fuego que cada cosa incuba para sí misma es una especie de sabiduría a la que le tememos: preferimos soñar con el desarrollo y perfeccionamiento infinito de nuestras preciosas instituciones burguesas, eso o quemarlo todo para introducir con violencia otra racionalidad, una que, aunque imperfecta, tenga la voluntad limpia. Si en algo tienen razón el pensamiento conservador es que la voluntad limpia no es argumento suficiente. Nos cuesta imaginar que somos unos acompañadores de la destrucción, unos atizadores del fuego o, en el mejor de los casos, unos repetidores del Caballo de Troya. El que echa la estatua abajo, el que iza una nueva bandera por sobre la que cayó, el que sustituye un palacio por otro… estamos emocionalmente atados a ese imaginario. Hay que nivelar un poco la balanza, tirar hacia el otro extremo y luego esperar a que el mundo mismo genera una estabilidad intermedia, un reposo. La gracia de nuestra época es esta negatividad suelta como perro que por primera vez es sacado al parque: así como él desea olerlo todo, todos también quieren acariciarlo y jugar con él; pero nadie sabe para qué o por qué hace lo que hace. Quizá trabajar honestamente en ciertas esferas especificas de la productividad no sea posible sino comprometiéndose de antemano con su destrucción.

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“La negatividad del otro atópico se sustrae al consumo. Así, la sociedad del consumo aspira a eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles, heterotópicas. La diferencia es una positividad, en contraposición a la alteridad. Hoy la negatividad desaparece por todas partes. Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”. (Byung-Chul Han, La agonía de Eros)

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De la librería al Nuevo Congreso. Un amistoso de chile. F y N ya están ahí, esperándome. El tipo que nos atiende, el mozo, está hecho de la misma sustancia que el local. Mis amigos piden cerveza pero yo no tengo ganas de tomar. Tengo hambre. Tengo ganas de once. Pido un café. El mozo me mira como si le hubiese sacado la madre, como si estuviera loco. Me encojo de hombros, culpable, supongo, de comenzar con el pie izquierdo mi relación con el capital simbólico del lugar. Luego, cuando, al escoger algo para comer, le pregunto específicamente por la mayo, si es casera o de las otras, vuelve a ofuscarse. Lo hago con mucha delicadeza y con honesta duda y el culiao casi salta y mueve los brazos y mira hacia los lados y me dice “¡y cómo voy a saber eso yo!”. Supongo que el espíritu del local es estar fuera de esas reglas tan neoliberales de mostrarte qué es lo que ofrecen antes de consumirlo, supongo que hay que relajarse y tomar la vida así como viene, así que lo dejo pasar, y pido un churrasco palta, es decir, una mera marraqueta con algo de carne y una palta de hace días que cuesta lo mismo que en cualquier otra parte sería un verdadero y contundente ejemplar. Pero me comentan que tienen buenos almuerzos, sí.

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“Si el amor nos pone al servicio de alguien distinto a nosotros mismos, no por eso es gentilhombre. No nos convierte en seres ideales sino en seres habitados”. (Honoré d’Urfé)

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La siesta me inocula un lento amor por todo. No sé si haya cosa más amable que despertar, hacerse algo de comer-beber, dejar que entre aire por la ventana, y leer, aún echado, aún despertando.

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Ese comercial en que el papá (están separados) va a dejar al niño a la casa y la mamá lo premia con una «tarde de nuggets» y luego, para rematar la escena y ante la mirada inquisitiva del niño que sugiere que aún falta algo más, el papá vuelve a entrar a escena y la familia está completa comiendo ese pseudopollo miserable. Me pregunto: ¿duermen tranquilos estos publicistas conchesumadres?

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“En la literatura norteamericana tú no ves ninguna alusión directa y extensa al sitio donde se reside como algo permanente. No existe la novela de ciudad. Cualquier referencia de tipo geográfico es solamente de carácter de viajero que se sienta a descansar al crepúsculo, después de la agotadora jornada y piensa: «Estoy en el lugar más bello del mundo», y uno sabe que es así, el terreno rural es bellísimo, pero el que narra sabe que mañana se va de allí (…) Te lo aseguro que la gente en Latinoamérica siente mucho más, porque sabe que cuenta con el tiempo, que cuenta con todo el tiempo del mundo para desarrollar una tristeza”. (A. Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Me dice: «si tirándote un pollo adentro de la garganta se te pasara el dolor, ¿me dejariai?». Luego me pregunta cuántas veces quepo dentro de una vaca. Son las dos a eme. Le amo.

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Siempre creí que era «como bailar mal, con los delfines».

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Curicó. Al estadio con mi padre. La hinchada dura usa estrategia de guerra: se va amontonando bajo la galería para salir de golpe y sorprender en ruido y número al rival.

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«En el transcurso de un sólo día el hombre debería poder ser todos los hombres que quiera». (Marx)

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Mentira. Marx nunca dijo eso. O sea, nunca lo dijo así textualmente, pero yo creo que podría haberlo dicho. Es lo que me importa de Marx, en todo caso: la intuición de otra vida a partir de esta misma vida, la ternura inseparable de la teoría política.

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Me importan un comino las sutilezas académicas o las acusaciones de reduccionismo. Lo que importa es notar que la estructura que, yendo desde la opresión explícita del capitalismo salvaje hasta la dominación internalizada del capitalismo «humanizado» actual, se mantiene. El riesgo (y los beneficios) del que apostó su capital sigue prevaleciendo por sobre la cotidianidad de los que no tienen capital alguno que apostar. Los que tienen su cuerpo no más. Los que se apuestan a sí mismos y son -en sí mismos y desde sí mismos- robados. Porque eso es la enajenación: que te roben a ti mismo desde ti mismo. Y eso no ha cambiado. Precisa o no, predictiva o no, en Marx hay una teoría económica que explica y critica la voluntad de una época, del progreso, de la concepción burguesa del mundo. Las formas del trabajo y la explotación y las relaciones sociales mismas cambian, pero la vieja idea del trabajo mantiene sus características esenciales: uno añade más valor del que se le devuelve y el que te invitó a la fiesta engorda y engorda. Luego, con mayor o menor caradurez, un mundo entero de instituciones físicas y abstractas hacen una ronda alrededor: la ronda de la naturalización. Así que, ¿qué otra cosa podría salvarnos de la mediocridad, de la mera idea de sobrevivencia sino la historización del sufrimiento y la necesidad de mantenerse en la senda del estudio y la investigación y la respectiva influencia de estas ideitas en las posibilidades de nuestro perímetro social?

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De La miel heredada
Mi abuela era la trama curvada por los nacimientos.
Era el rostro de la casa sentado en la cocina.
Era el olor del pan y la manzana guardada.
Era la pobreza de los largos inviernos.
Envuelta en azúcar como humilde golosina.
(Efraín Barquero)

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No sé
Si quedarme quieto
Esperando a que las cosas lleguen
O saber que soy yo
Lo que tuvo
Que pasar.
(J. O.)

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POEMA PARA EL PROGRAMA EN LA MIRA DE CHV
La cámara en el casco del paco
Efectos especiales como de Depredador
Creen que es un videojuego
Los conchesumadres
De Chilevisión.

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“¿Era una parte nuestra que podía amar la película o en realidad esa parte ansiaba ser querida por una película?”. (Gonzalo Frías, Tracking)

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“No puedo hacer nada más. No tengo (como me lo repiten y me lo repiten) una carrera (¡a los 22 años!, me lo repiten), que me haga hombre. Lo único que yo sé hacer no produce dinero. No he visto a nadie más, no te puedo decir hace cuántos días. Cierro con llave la puerta de ese cuarto y ay del que entre. No puedo escribir. Sueño cada noche una misma cosa (…) Acaso ya no lo dijo Pasolini (un poeta cuya obra cinematográfica admiro cada día menos): «De modo que un burgués jamás podría recobrar la vida, ni aun perdiéndola…»». (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Amamos todo lo que no pide nada y hierve en su propio caldo.

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“Así soy, frívolo y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que perdure, y se consubstancie con el alma. Todo en mí es esta tendencia a ser de inmediato otra cosa; una impaciencia del alma ante sí misma, como ante un niño cargoso; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me atrapa”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Por las noches, antes de dormir, intercalo a Caicedo con Pessoa y casi lloro. Pessoa, más cerebral -o como dice él, con un sentimiento que en vez de sentir, piensa-, no me llega tanto como Caicedo (las primeras 50 páginas del Libro del desasosiego me estrujaron el corazón, pero luego, lentamente, la precisión y la conciencia de Pessoa ante su propio sufrimiento me hicieron tomar cierta distancia que ahora, ya a la mitad del libro, me han ido quitando la ansiedad por terminármelo). Si me los encontrara a los dos –en la muerte, en un sueño, qué se yo-, primero correría a abrazar a Caicedo, le daría un beso en la frente y le diría que todo está bien, que al final nada era tan grave. Le diría que he tenido días sumamente estúpidos y que, al final de todo, cuando me acuesto y lo leo, siento un inexplicable amor por la raza humana, por la debilidad compartida, por las penas absurdas y por la escritura misma. Le diría que alguien que consigue eso, no puede estar muerto. A Pessoa en cambio, y como ya anticipaba, le trataría de decir, con mucha sutileza, que igual le da color.

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“La felicidad es obesa”. (Maiakovsky)

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Padre al teléfono. Me cuenta que ya se leyó la biografía de Miguel Enríquez que le mandé. Tiene un tono infantil en la voz. Me cuenta que está leyendo más que antes. Me da nombres. Nombres que salen en el libro pero también en su vida. Me cuenta que llega, se pone chores y riega. Que duerme una miseria, pero se las arregla. Ya me ha contado eso otras veces. Yo también ya le he preguntado lo mismo otras veces. A veces prefiero la ternura antes que el tedio de la repetición.

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“En los primeros días del otoño súbitamente asentado, cuando el irse oscureciendo de todo parece algo prematuro, y sentimos que nos demoramos mucho en hacer lo de cada día, gozo, aún en medio del trabajo cotidiano, de este anticipo de inactividad que la propia sombra trae consigo, por eso de que es de noche y la noche es sueño, hogar, liberación. Cuando las luces se prenden en la oficina amplia que deja de estar oscura, y nos instalamos en lo vespertino aunque no dejamos de trabajar de día, siento un bienestar absurdo como un recuerdo de otro, y estoy tranquilo con lo que escribo como cuando uno lee hasta sentir deseos de irse a dormir”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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En la librería un niño gordo con polera de Bob Esponja corre y corre y corre y se detiene solo para rascarse y reacomodarse la pirula y seguir corriendo.

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8 Kunstmann por el precio de 5. Me bajo lentamente dos buscando el sueño. Hoy domingo, finalmente, luego de varios días durmiendo cinco horas por noche, dormí nueve horas y en la tarde una y media de siesta. Todo funciona mejor así. Destapar una cerveza post siesta es algo que debería motivar a cualquier para mantenerse a flote en esta vida. Así que los domingos suelen ser buenos, pero son tan escasos que tienen que ser solo míos. Estas últimas semanas he andado medio imposible y ahora sí que ya no puedo ver a nadie. A las nueve y media de la noche, caminando hacia el departamento, no quisiera hablar ni oír a nadie más por lo que resta del día. El Paseo Ahumada a las 21:30 horas me hace sentir como Travis en Taxi Driver. Cuando el día acaba yo ya me llené de voces, ya me preguntaron 150 veces por libros que no existen, ya puse 85 caras de que me interesan la vida de quienes, sin complicación alguna, pasan a describirse a sí mismos y sus intereses literarios como quien describe una vereda. Necesito alejarme de todo, plantarme ante la pantalla y ver Homeland o The Walking Dead. Hago desde ya el bolso para Curicó. Idealizo la provincia y no me importa. Tres días libres postnavidad son un paraíso. Me digo que alcanzaré a retomar el diario, a juntarme con Bruno, a ver a mi padre, a salir a correr con mi hermano, a ver películas con mi hermano, jugar el FIFA 2014, leer, escribir un cuento navideño y ver a un viejo amigo, el único que me dejó el colegio.

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“Nadie sumará nuestros buenos ratos, nadie hará con ellos una lista, un libro, una frazada”. (C. Bertoni, No queda otra)

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Aún no puedo apropiarme de este noteboock nuevo, no tengo ni tiempo ni el saber necesario como para validar esta cagada de Windows que amenaza con echarlo todo abajo. No consigo hacer que el VLC quede predeterminado para las películas. Tampoco consigo desactivar este ridículo mouse pad que arruina cada párrafo que intento escribir. El antivirus se alarma por cualquier cosa. Algo anda mal con la tarjeta de video o los códec y no sé qué es. Mi viejo trasto demoraba 10 minutos en prender, pero cuando prendía, era todo terreno conocido.

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1:19 am. Si sigo escribiendo empiezo a restarle tiempo a la lectura de antes de dormir. Cambio y fuera.

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Me canta la canción de navidad de Charlie Brown por mensajes de voz de WhatsApp y muero de ternura.

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“Sin duda cuando te amo, al amarte me reencuentro en ti que piensas en mí, y me recupero en ti que conservas lo que había perdido por mi propia negligencia”. (Marcilio Ficino, De amore)

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Qué señora de mierda la de esta tarde. La cosa fue más o menos así: pelo horrible, elevado, como si llevara un par de gatos atropellados amarrados sobre la cabeza. Rostro de cartón, ojos sin alma y voz estridente. Entra y me pide recomendaciones. Hago lo de siempre: pedirle características de la persona a quién pretende regalarle el libro. Me responde con puras generalidades. No sabe qué es lo último que leyó la persona en cuestión. Le sugiero los libros que todas las señoras ridículas como ellas suelen llevar, pero todo lo que le muestro le parece mal, errado. Que éste no porque alguien muere, que éste otro no porque sale un gay, que en este otro sufren mucho. Empiezo a cabrearme profundamente. Quiere algo que se deslice por el mundo como un puto hielo. Quiere algo que no le traiga a colación sus propias atrocidades. Quiere algo que no sea espejo de nada. Algo en mí se resiente y ya no puedo evitarlo. Le digo, notoriamente saliéndome del rol condescendiente del vendedor, que esa es la fuerza de la literatura, que de eso se trata, que Crimen y castigo podrá ser un relato crudo, pero quizá sea una de las reflexiones morales más importantes de una narrativa que ya desapareció. Hago esto mientras, a propósito, voy sugiriéndole todos los libros que a mí me gustan. Algo en mí se expía y se reconcilia con la fealdad que impone lo exterior.

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“El mundo está bien ordenado y es muy sabio, a pesar de los hombres descontentos”. (Emar, Cavilaciones)

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Abuelo hermoso de mano temblorosa. Además de mantener la mano tiesa en forma de garfio, levanta la vista lentamente, como un perro cuando te mira desde abajo. Me saluda como a un hijo y dice “puchacai” cuando le digo que no tenemos el libro que busca. Se va lentamente y me invade una pena-alegría, unas ganas de poder sentir algo parecido al menos con la mitad de las personas que entran aquí en el día.

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“Cuánto me gustaba entonces reposar, callado, en cuclillas, junto a los más viejos. Me calmaba la presencia de todas las personas de edad, como si estuvieran hechas de un material más resistente que los jóvenes (…) yo mismo fabricaba mis propios volantines, aunque nunca supe hacer bien los palillos de coligue. En las noches, solo en mi cuarto, hasta muy tarde, me sentía tan inmenso como el cielo de septiembre, al ver mis creaciones, colgadas en la blanca pared, como pájaros multicolores aguardando el día de su primer vuelo”. (Efraín Barquero, Arte de vida)

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“Si he logrado alguna calidad en mis ficciones es la fantasía de mi pobreza y vulgaridad en la vida real”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Me gusta cómo en todos los artículos y reseñas de Ciudad Fritanga, nunca sale mi nombre ni extractos de mi crónica.

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“Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera (…) Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se ennegrecen del todo (…). En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captare el enigma de la sombra”. (Tanizaki)

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«No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos». (Gide)

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Viendo la última película de Godard, me aburro un poco, hasta que empiezan a filmar a un perro.

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«Antiguamente si alguien tenía un secreto que no quería compartir, ¿sabes lo que hacía? Subía a una montaña en busca de un árbol, hacía un agujero en él y susurraba su secreto al agujero. Luego lo cubría con barro y dejaba allí el secreto para siempre.» (Wong Kar-wai, In the mood for love»)

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Tienen algo de sagrado todas esas casas amontonadas y tristes mientras el tren a Curicó agarra vuelo.

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POEMA PARA CUATRO ABUELOS BEBIENDO EN SILLAS DE PLAYA VISTOS AL PASAR DESDE EL TREN STGO-CCO POR AHÍ CERCA DEL MERCADO DE LO VALLEDOR.

Vi dioses bajo la sombra
de un cielo
de matorrales,
reunidos alrededor
de la piedra enorme,
labrada por el olvido
de las ciudades;
Vi la fortaleza del perro
echado en sus propias patas
impregnarse en el modo humano
de echarnos sobre el mundo;
Vi el tiempo de
los vasos
vaciándose
y llenándose.

Vi, o creo que alcancé a ver, el corazón común
e invisible,
el pulso lento,
chueco y firme
de las raíces.

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Puteadas por lo de Martín Larraín y un informe sobre las nuevas incorporaciones de Curicó Unido. Los temas-país de mi padre tras el mostrador de la farmacia al llegar a Curicó.

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“Porque no importa el fin, a pesar de todo; importa que alguna vez nos hayamos entregado con pasión a algo, a un dios, a un demonio, a una entidad que está hecha, no para revelarse, sino para revelarnos a nosotros”. (Barquero, Arte de vida)

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Nunca había tenido tantos libros y nunca había tenido menos tiempo para leerlos o para hacer cualquier cosa en realidad. Supongo que es la contradicción ejemplar de la realidad laboral. Recuerdo cuando en Curicó, como a los 15, los libros eran estúpidos, estúpidos como el colegio. Pero había también otra clase de libros. Libros cuya existencia suponíamos desconocían nuestros profesores. Libros que, según yo, sólo existían en mi lento internet de teléfono. Esos libros los leía solo y solo podía comentarlos con un amigo que iba dos cursos más arriba. Siempre los libros han sido otra cosa que los libros que los otros me dicen que son los libros.

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“— Oiga amigo, ¿cómo amaneció el pan en mi casa? Ésta es la pregunta de esos años, alrededor de la cual gira mi vida. Contraviniendo órdenes de mi maestro y, muchas veces, fugándome de clases, al mediodía en el Liceo en Curicó, corro por las calles para hacerle esta pregunta al conductor de la «góndola» que hace el recorrido entre Teno y Curicó, ciudad esta última donde me han enviado a estudiar.
(…)
He sufrido con esto. Es primera vez que me separo de mi familia y del mundo de mis amigos, esos cuatro o cinco panaderos que trabajan en la pequeña panadería de mi padre.
(…)
Al despertarme, oro con unción y, agregando algunos ardientes ruegos de mi parte, pido que se me permita volver a la casa por una u otra razón. Mi madre hace lo mismo, en el cercano pueblo, pero rezando para que yo me acostumbre a esta nueva vida. Yo siento que debo estar junto a los míos para ayudarlos de alguna manera. Es para mí como una proeza la fabricación del pan. Un detalle de más o de menos y este ser tan vivo, respirante, puro: el pan, se resiente de inmediato. Hay más. Hay el orgullo del que produce este fruto.
(Efraín Barquero, Arte de vida)

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