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Archive for diciembre 2013

octubre-noviembre-diciembre

CSI [09x05] Leave Out All The Rest

“Me gustaría anunciarme a mí, a mi madre, que desde siempre ya no me escucha, lo que hay que saber antes de morir, es decir, que no sólo yo no conozco a nadie, no encontré a nadie, no tuve ni noticias en la historia de la humanidad de nadie, pero nadie que haya sido más feliz que yo, y afortunado, eufórico, es verdad a priori, ¿no?, ebrio de goce ininterrumpido, pero que además yo permanecí como el contraejemplo de mí mismo, también constantemente triste, privado, destituido, decepcionado, impaciente, celoso, desesperado, y si de hecho ambas certezas no se excluyen, entonces ignoro cómo arriesgar la más mínima frase sin dejarla caer por tierra, en silencio, por tierra su léxico, por tierra su gramática y su geología, cómo decir otra cosa que un interés tan apasionado como decepcionado por esta cosa, el idioma, la literatura, la filosofía, otra cosa que la imposibilidad de decir todavía, como lo hago aquí, ˊyo, yo firmoˋ”.
[D’ailleurs, Derrida (Safaa Fathy, 1999)]

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Anoche, de pronto, una sombra negra a mi lado. Seguí durmiendo, inmóvil, como cuando chico.

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Dejar de escribir por un buen tiempo y volver a hacerlo con la sensación, seguramente exagerada, de que todavía, y quizá siempre, quedará algo por decir. No algo nuevo, no alguna cosa especifica ni algún nuevo avance cuantitativo en la honestidad o el estilo, sino un lugar, un descampado, una especie de desierto parlante. Volver a escribir con la sensación de ser exactamente eso: un desierto parlante. Porque el desierto verdadero es el que ha sido construido y construir un desierto siempre significa deshacerse de un par de cosas. Volver a escribir entonces, entusiasmado por la destrucción -quizá infinita, pero aún así cada vez más precisa- de esa voz propia que fermenta alrededor de toda insistencia en la escritura. Reconocer que la meta es el desierto y que cualquier indicio de estilo es un deshacerse o no es nada. Así que eso hacemos: escribimos. Escribimos y, si dejamos de lado todo lo que desde siempre hemos sabido que hay que dejar de lado, lo que nos queda es que estamos juntos vaciando una casa, una ciudad, un mundo. Escribir es sólo una manera más de llegar al desierto. Quizá sea la manera más estúpida y abstracta y universal. Lo cierto es que algunos construirán un desierto, otros un mar y, los más ilusos, pensaran, generación tras generación, en construirse un cielo. Pero nisiquiera eso nos separa: mientras dejamos artefactos por aquí y por allá, nos conocemos, decimos, producimos. Y es hermoso que parezca y se sienta como que estamos mudándonos y acomodándonos mientras que la verdad última es, irrevocablemente, el desierto; es hermoso no porque una cosa sea verdadera y la otra falsa, es hermoso porque es una sola y la misma casa para todos y al final estamos todos adentro, mirando hacia afuera, hacia un desierto, un mar o un cielo.

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Luego de que quemaran con ácido a la gata con sus gatitos, alguien pegó la ley de protección animal en una muralla del pasillo. Días después una vecina, seguramente la misma que atentó contra los gatos, ha rasgado la hoja y escrito en el borde blanco: “se pasan para ordinarios, por no decir rotos”. Al ladito, le contesto: “¿la ley es rota? ¡Por favor!”. Me dan unas ganas de pillarla uno de estos días y solamente quedarme mirándola con cara de locura.

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Correr es como ir leyendo casas. A veces una ventana abierta e iluminada me deja ante el comienzo de una once. A veces sólo hay un abuelo sentado en un living. Aunque sean dos o tres segundos, una pequeña verdad se cuela. Cada cuadra es una oración, una frase. No dice nada asombroso pero dice (sobre todo cuando uno lleva mucho tiempo corriendo sin música). La calle Montenegro me ha dicho lo mismo durante todos estos meses, pero igual la echaré de menos cuando deje esta casa.

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Curicó. Le pregunto a mi hermano si me quiere acompañar donde B a ver This is the end y como, curiosamente, está aburrido de su juego online, me dice que sí. Creo que nunca habíamos salidos juntos. Aunque no sé si esto se llame salir. No sabemos qué llevar así que llevamos té en una botella. Nos vamos caminando. A medio camino, por las faldas del cerro y a unos metros por nuestra vereda, emergen dos sombras que luego son dos tipos pasándose una cerveza. Se ven bastante peligrosos. Pasamos en medio de ambos en silencio. Hago el saludo japonés, una leve inclinación. Le digo a mi hermano que a veces es recomendable encontrar un término medio entre la indiferencia y el saludo directo. Mi primera enseñanza, supongo.

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Teatro Municipal Con F. Me aburro y me gusta por turnos. Pero más me aburro. Tchaikovsky me hace pensar en Tom y Jerry y Prokofiev en El señor de los anillos.

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“Lacan se entregó pronto a un dogmatismo de la protopsicosis que, a juzgar por sus motivos, estaba comprometido con intereses, no psicoanalíticos, sino criptocatólicos, surrealistas y para-filosóficos (…) siguiendo un modelo problemático, el pecado original se sustituye aquí por el engaño original, sin que nunca se pusiera en claro si el engaño es algo que pueda conservarse o superarse mejor que el pecado”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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Se va en la noche, antes que cierren el metro y quedo aburrido y solo, sin siquiera ganas (ni dinero) para ir a reunirme con algunos amigos que están en Plaza Italia. Habría sido distinto pasar el día solo de corrido. Además, la cabeza, mi siempre pobre ojos-cabeza que no saben beber. Es como si algo me estrujara los ojos por dentro y me recomendara quedarme tranquilo: ni totalmente dormido, ni totalmente despierto, o sea, con los ojos cerrados escuchando música. Todo bebedor profesional sabe que es todo o nada. Esto es lo que pasa por beberse sólo un litro de malta, lentamente, mientras Chile le va ganando tres a cero a Colombia y luego, de algún modo, de ese modo que pareciera que Chile sabe muy bien, termina empatando a tres. ¿Hace cuánto que ella no besaba a nadie? Seguramente le gano por mucho. ¿Irá a ser como la vez anterior, hace años, cuando me gustó mucho y luego, quizá por eso mismo, no pasamos ni el mes? Salía con otro al final de todo. Me lo cuenta ahora y reímos. Tampoco es que antes hubiera importado tanto. Creo que hasta me avisó a tiempo. En fin. Apagué el celular y seguí con la novena temporada de CSI Las Vegas. Sara y Grissom. Un amor así.
Me dormí a la mitad de un capítulo en el que un “artista incomprendido” empieza a secuestrar gente, asfixiarla en una cámara de gas, acomodar la disposición de los cuerpos gracias al rigor mortis, y esparcir los cuerpos en calles y parques a modo de esculturas orgánicas.

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Soñé con el Carlos Ramírez, compañero de colegio y mejor amigo de esos años. Íbamos en un avión y había que lanzarse hacia una montaña. Tengo miedo pero como por debajo de todo sé que estoy soñando, me lanzo. Usamos el viento a nuestro favor y caemos como hojas sobre una especie de guerra.
Es curioso como en éste y en muchos otros sueños uno sabe que sabe algo y, mientras ese saber se mantiene a raya, en ese segundo orden, se puede seguir soñando e ir un paso delante de todos.

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“El yo personal y el yo colectivo se tocan en el punto mismo en que se hace poesía. El subjetivismo total es una falacia justificable en otra sociedad, en otra época. Tengo más y más la impresión de escribir de otros para otros. No de todos. Contra muchos”. (Enrique Lihn)

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“Es necesario que el lector se borre para entrar en la ficción, en la afirmación de la obra. Que olvide su identidad para poder leer, que sea una “presencia sin nombre”. Extraña experiencia la que surge en la lectura: por el sólo hecho de leer, el sujeto se deshace. Este mundo donde vivimos ya no es el suyo, esa identidad que creía estable es destruida. El lector entra en la ˊafirmación de la soledad de la obraˋ”. (L.F.A.)

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El cuento que ando escribiendo me acompaña a todas partes. Como una enfermedad, como un amigo, como una nube. Como algo ni vivo ni muerto que reclama concreción. Los problemas, los pensamientos obsesivos de siempre, son reemplazados por el siguiente movimiento, el siguiente párrafo.

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Un concurso de instrucciones para concurso de cuentos.

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“La poesía nace de la inseguridad. Judíos errantes, japoneses temblantes. Vivir sobre una alfombra que una naturaleza bromista siempre está dispuesta a quitarles, los ha acostumbrado a evolucionar en un mundo de apariencias frágiles, fugaces, revocables, de trenes que vuelan de planeta en planeta, de samuráis que luchan en un pasado inmutable”. (Sans Soleil, Chris Marker, 1983)

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Una persona que no es varias personas ni es.

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Día cualquiera. Vengo en metro del seminario de Hegel como a las 21:30 y veo que pasa un escolar pidiendo plata. No les pide a todos. A mí, por ejemplo, me salta. Qué va a tener plata un hueón como yo, debe pensar. Cuando pasa le toco el hombro. Me da curiosidad y también pena porque justo la señora que va a mi lado nisiquiera se saca los audífonos y sólo menea su horrible cabeza ante el pendejo. Le pregunto qué onda, qué pasa, y me resume su historia: si no llega a casa con el pan le van a pegar. La plata que tenía, la perdió o la gastó. Pienso que hay una mentira, pero que no es tan fácil descubrirla, así que como ya vamos llegando a Grecia le digo que aquí me bajo y que si quiere se baja conmigo y conversamos un rato en la estación. Accede. Nos apoyamos en la muralla. Pienso en mi hermano a los 10 años. Empiezo a preguntarle más cosas. Por cómo le tirita la boca al empezar a contarme, sé que de todo lo que me diga, hay una cosa innegable: le pegan, tiene miedo. Trato de explicarle que eso no está bien, que puede denunciar. Le digo la página del sename y luego pienso que quizá nisiquiera tiene internet. Ahora está parado en frente mío y se ve tan frágil, mucho más frágil que antes en el metro. Siento su olor. Pienso en todo lo que ese olor implica. En todas las despreocupaciones que giran alrededor de ello. Le digo que lo diga en el colegio, trato de hacerle ver que hay instituciones y leyes que lo protegen, o al menos tratan. No le creo mucho lo del pan porque ya es tarde para andar pensando en tomar once, sin embargo su historia calza: está hace horas dando vueltas en el metro porque anda juntando las dos lucas y la gente es como la mierda. Cómo es que las perdió, ni me importa. Saco todas las monedas que tengo y con eso arma las dos lucas y le sobra. Le pregunto si sabe llegar a su casa y me dice que sí, que éste es su trayecto de todos los días. Como si sirviera de algo, le toco el pelo, un pequeño cariñito en la cabeza, como si fuéramos amigos que no se ven hace mucho tiempo. Le digo que no llore, que sea fuerte. No quiero que piense que sólo la misericordia lo une con los otros. Le miento y le digo que a mí cuando chico me sacaban la chucha, que igual es terrible pero no tanto, que los papás se mueren, que uno se va, que al final todo sirve. Sólo la parte en que me sacan la chucha es mentira. Incluso le comento que hay un escritor norteamericano que lo hacían cagar a palizas y luego escribió eso en una novela que fue lo mejor de mi adolescencia. Entonces nos despedimos. Lo veo subirse al carro. Salgo y lloro como condenado todo el camino a casa.

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“Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón”. (Gabriela Mistral)

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“Me contó la historia de un perro llamado Hachiko: ˊTodos los días un perro esperaba a su amo en la estación. El amo murió, el perro no lo sabía y continuó esperándolo toda su vida. La gente, conmovida, le daba de comer. Tras su muerte, le construyeron una estatua donde la gente deposita sushi y galletas de arroz para que la fiel alma de Hachiko no tenga nunca hambreˋ”. (Sans Soleil, Chris Marker, 1983)

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Parmalat de coco + Quacker de manzana + Miel.

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“En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio [Uberbau] jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”. (Marx, Contribución a la crítica de la economía política)

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Vi un enorme perro blanco saltar una muralla de como tres metros. De una casa hacia otra. Creo que iba con F y C. Luego, apenas el perro saltó, vimos salir a los dueños hacia el antejardín y mirar hacia todas partes.

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“El hombre cuando está ebrio es conducido por un niño muy pequeño y tropieza y no se entera por dónde va, al tener el alma húmeda”. (Heráclito)

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“Los puntos aislados sólo son posibles en el espacio homogeneizado de la geometría y del trafico; espíritu autentico, por el contrario, es siempre espíritu en y frente a espíritu, alma autentica es siempre ya alma en y frente a alma (…) El aliento es desde un principio conspirador, respirador, inspirador; tan pronto como hay aire, respira a dos”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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Hollywood de Bukowski. Las páginas escurren. El alcohol, específicamente el vino, funciona ya casi como signo de puntuación. No recuerdo que me gustara tanto hace años cuando lo leí, pero ese debe ser porque antes le achuntaba más a todo lo que quería leer.

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El colmillo montado de Patricia Arquette y el colmillo montado de Steve Buscemi.

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El partido de Curicó Unido fuerte por la radio, la puerta abierta, la manguera corriendo, así como ejerciendo la provincia.

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Algunas cosas vistas en el running por la alameda curicana: 1. Tres jóvenes elongando y comentando las series que están viendo. 2. Un huaso gordo con una botella de Coca-Cola de litro en una banca. 3. Entre la carretera y el fin de la ciudad, dos caballos solos. 4. Algunos viejos amigos del básquet en la canchita lanzando casi sin luz. 5. Papas fritas, autos a pedales, parejas, pasto.

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Emborracharse es devenir pero quieto.

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A los milicos que piden beneficios para soltar nueva información de DD.DD. hay que decirles que sí y, luego que hablen, decirles que era broma.

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“La plenitud del ser es idéntica a la nada en el pensamiento abstracto, pero no mientras se huye de la nada y se dirige uno al ser. Existen la nada de la que se huye, y la nada hacia la que se va”. (Simone Weil, Cuadernos)

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Sueño con F. Por algún motivo decidimos que hay que enterrarnos un lápiz en el cuello. Cada uno a sí mismo. F lo hace, pero yo me arrepiento. Como ya está muerto, le saco algunos libros (¿). Pero después revive como si nada. Mirándose al espejo el hoyo que le quedó en el cuello me dice: “se ve todo para adentro, es una estupidez”. Entonces se pasea por el pasillo gritando y llorando. Ya soñé con esta misma casa alguna vez. En el living está toda su familia y nuestros amigos en común. Es el living de la ex casa de mis abuelos en Curicó. Hay una especie de juicio sobre la situación general de la vida de F. Aparezco vestido de blanco y expongo la situación de F. Luego hablo detenidamente con B y su relación con F. Ambos lloramos.

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“Rousseau fue el inventor del ser humano sin amigo, que sólo podía pensar al otro complementador bien como madre naturaleza inmediata o bien como inmediata totalidad nacional. Con él comienza la era de los últimos seres humanos, los que no se avergüenzan de aparecer como productos de su medio y como casos particulares de leyes psicológico-sociales. Por eso desde Rousseau la psicología social es la forma científica del menosprecio por el ser humano (…) De camino aparentemente a la liberación personal surge el ser humano sin espíritu protector, el individuo sin amuleto, el sí-mismo sin espacio. Si los individuos no consiguen estabilizarse y complementarse ellos mismos mediantes técnicas de soledad –como ejercicios musicales o soliloquios por escrito, por ejemplo-, practicadas con éxito, están predestinados a ser absorbidos por colectivos totalitarios”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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«Una dicha es toda la dicha; dos, es como si ya no existiera». (Ramuz)

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“En mi primer día sola caminando por Toronto, intento flirtear: no puede ser que nadie quiera mirar al otro. Después de un par de intentos fallidos, veo a lo lejos a un muchachito desgarbado, muy abrigado y sin estilo, y sé que él responderá. Acierto. Entonces pruebo una vez más, y otra, con chicos lindos que sí responden, y luego una con uno feo, para no perder la práctica”. (CG)

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Cada tantos meses, encontrarse con algo que nos empuja a escribir.

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«Perfecta noche de luna
estropeada
por disputas familiares»
(Kerouac)

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Sobra tanto, y queremos tanto nuestro poco, y como no lo encontramos en lo que sobra, dejamos una marca, que sobra.

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A orillas del río Guaiquillo
siete vagabundos turnándose un vino
vitorean al corredor solitario.

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“En el campo soy un superviviente. Yo no soy ni fuerte ni rápido, así que desde niño aprendí a sobrevivir en un sitio donde el cuerpo no me daba para jugar. Lo mío es un milagro. Técnicamente soy bueno, vale, pero me ha salvado la velocidad mental, pensar más rápido. Físicamente soy muy limitado. Yo si vuelvo a nacer y soy futbolista solo pediría una cosa: ser rápido. Ser rápido, físicamente hablando, debe de ser fantástico. ¿Te imaginas? Poder hacer lo que hacía Henry, o lo que hace Tello, o Alba… Yo he de darme la vueltecita, controlar orientado, pensar por dónde me va a salir a presionar porque como me pille voy al suelo, porque claro, es que no puedo meter ni el codo porque el tío que viene a taparme siempre, siempre, es más fuerte que yo….”. (Xavi Hernández)

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Soñé que me enamoraba terriblemente de X. Volvíamos a juntarnos. Sin querer, nos encontrábamos en la calle, ella me invitaba a cierto lugar, yo dejaba pagada una cuota (eran siete mil, lo recuerdo) y luego llegaba donde ella. Había ciertas gentes en común así que no me aburría. Había la sensación de andar juntos, como si lleváramos meses conociéndonos. Bebíamos. Circulábamos. A ratos nos perdíamos de vista. Pero la infundada y agradable certeza seguía ahí. Creo que partíamos hablando acerca del tiempo en que ya no hablábamos y las mutuas y erróneas suposiciones. Al otro día ya no podía pensar en otra cosa. Literalmente, no podía dar un paso o prestar atención a nada que no me condujera a ella. Había alguien, algún amigo, que me hablaba en vano. Entonces llamaba a su teléfono una y otra vez y nadie contestaba. Alguien, supongo que ese mismo amigo, me instaba a que lo dejara. Hasta que X contestaba. Tenía una voz horrible, desganada, y lo primero que me decía era que si acaso me había vuelto loco. En algún punto de su monserga enumeraba exactamente la cantidad de llamadas perdidas que yo le había dejado. Le preguntaba que qué estaba haciendo, me respondía que viendo algo en la tele que no quería ver pero que iba a ver de todos modos porque estaba acostada y no tenía ganas de nada. Le preguntaba qué estaba viendo exactamente. Alfombra roja, respondía, como si yo tuviera la culpa de que estuviera viendo eso. Es un programa muy malo, le decía yo. Y ahí volvía a recalcarme su nulo interés por todo, incluyéndome, al menos por esa tarde. Mi amigo salía no sé dónde. La inquietud me hace salir disparado por las calles. Termino en una banca. Alguien desde muy lejos me está enfocando para una foto y me dejo porque siento que en el estado que estoy sólo puedo decir la verdad. Tengo un cuaderno sobre las piernas y las primeras líneas que anoto son: “Si voy a padecer tendré también que pasear. Ahora todo es igualmente claro y doloroso”.

*
Dos o tres veces al año, despierto completamente afectado por un sueño. Esta vez, me molesta un poco notar cómo se va pasando. Me levanté derecho a escribirlo, pero lo que sale no tiene nada que ver con lo que sentía mientras despertaba.

*
31 de Diciembre, 15:45. Mi madre ve la jueza mientras se remoja los pies. En un rato más, terminaremos las ensaladas que hay que llevar, veremos Gloria , nos vestiremos como si fuera a pasar algo y partiremos donde la familia.

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Recuerdo que pensaba:
“quizá alguien se ha vuelto loco
se ha vestido de rojo
y anda por los techos”.
Era posible,
cosas más extrañas sucedían cada día.

Así que recuerdo el dedo de mi padre
apuntando hacia el cielo
y nada más.
Sabía que no era cierto
pero como no sabía exactamente
cuál era la parte que no era cierta
creía.

El sujeto de barba
no estaba en ninguno de mis sueños
y yo seguía el dedo de mi padre hasta el cielo.

Los niños teníamos nuestras pequeñas teorías:
desde la fantasía de los renos voladores
hasta la posibilidad de un conglomerado universal de barbones subcontratados
por el verdadero hombre de barba.
Como en ambos casos el resultado era el mismo (regalos en nuestros árboles),
nuestros argumentos eran bastante débiles e imparciales.

Recuerdo las maratones navideñas del Cartoon Network
la pequeña tele negra bajo el parrón en Curicó
los primos llegando uno tras otro
armábamos una especie de oficina
la ansiedad la calmábamos comiendo uvas.
Los adultos admiraban esta burocracia de la expectación.
El día,
a diferencia de todos los otros,
se extendía pausadamente.

Recuerdo los pinos a $1500 apretujados en un camión
la cola de mono sin alcohol
y cierta cena en la que un primo grande,
a modo de oración navideña,
contó que venía de presenciar la muerte de un hombre (en sus brazos)
luego de ser atropellado.

Años más tarde ese mismo primo
nos pondría a todos a oír un casete
con una parábola sobre un pobre hombre tendido a la orilla del camino.
Parecía ser una historia esperanzadora
la música y el tono
y las caras solemnes de las mujeres en la mesa
así lo indicaban,
pero en algún punto todo se desvirtuaba
la música cambiaba
y el tipo terminaba gritando:
“metete la carreta en la raja,
conchetumadre”.
Una navidad memorable de mil novecientos noventa y algo.

No recuerdo ninguna simbología,
ningún anhelo, ningún paraíso, ningún color,
pero recuerdo muy bien la forma general del misterio
la posibilidad de otro estado de las cosas
como si los adultos
temieran en secreto
a sus propias invenciones
y nos usaran
para creer
en ellas.

Recuerdo que mi padre llegaba pasado las doce
se bajaba del auto
y abría el maletero
tenía una cara extraña
como si supiera que todos lo estaban mirando.
Para él casi todos eran regalos sin importancia
salvo uno, el último, que siempre venía con una explicación.
Solía ser un regalo serio, algún almanaque sobre reciclaje,
alguna historia universal de los pájaros.
Yo imaginaba que así debían ser las cosas
que tenían algún sentido
superior al juego.

Recuerdo también ciertas cartas,
tarjetas de cartón piedra hechas por él mismo
en la que, año tras año, me contaba de diversos modos
cómo la navidad era una excusa
para muchas otras cosas
que podíamos hacer todos los días.

Ahora que el misterio
es tenue e intermitente
y nos llamamos por teléfono
al día siguiente,
me pregunto si él sabía
que ese cielo que yo miraba
era íntegramente construído
por su mano
apuntando al cielo.

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