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Archive for abril 2013

marzo

«Diarios, epistolarios: la quinta rueda del carro, y quizá la única que sigue girando póstumamente». (Ernst Junger)

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El té frio que me insiste y lo tomo, como cualquier cosa fría o gastada u olvidada que insiste y yo la tomo. ¿La vida es eso que pasa mientras, una y otra vez, pongo el hervidor, olvidando, una y otra vez, hacerme el té? Supongo que también la vida son todos los tés tomados. Y compartidos y conversados. Tres días seguidos en Curicó jugando fútbol en el PS3 de mi hermano. Un boli. Una pasta base. Y la pobre tesis. La lenta tesis. La monumental tesis. A veces, por las noches, empiezo a escribir un mensaje de texto que nunca envío. Rasco los dedos con los dedos. Miro a las vecinas de enfrente llegar: autos, regeatton y ropa adecuada. Me miro a mi mismo y un suspiro. Habría que mentir demasiado para llegar hasta allí. A veces me entusiasmo con las cosas que puedo pensar antes de dormir. Quizá eso debería haber dejado de pasar hace años, pero antes de dormir insisto en imaginar el apocalipsis zombie, o cualquier tipo de destrucción del mundo.
A veces también me imagino en el futuro imaginándome el pasado. Este especifico pasado. Y me digo que todo va a estar bien.

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Soñé con G, y todavía no se me pasa.

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“Mi seguridad se funda en la estupidez de mis semejantes (o en la estupidez de mi placer)” (Bataille, El aleluya y otros textos)

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Punta de Tralca. Una leche verde y una peligrosa excursión. Una parrilla eléctrica llena de colores. Arena de piedrecillas y nisiquiera toqué el mar. Linda casa de B eso sí.

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Tantos solos tratando, tratando, tratando.

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Subo al cuarto piso a donde el señor de los gastos comunes. Pretendo pagar e irme pero al minuto ya me tiene ahí sentado escuchando su monologo. ¿Por qué siempre me pasa lo mismo?, ¿Por qué la gente rara, sola o religiosa, se adjudica ese derecho ante mí? Diseña tanques, dice. Tanques de guerra. Tardo en creerle, pero al final le creo. Estuvo en la marina. “Eso forjó su carácter”, le digo, para que, al menos inconcientemente, comprenda que la mitad de lo que va a decirme son cosas que ya sé, que cualquiera sabría. Su mujer es diferente, dice, las mujeres son diferentes, más sentimentales, en resumen inferiores. No me lo dice en broma sino con un tono casi de constatación compasiva. En el mismo tono me dice que el problema de Chile es que nuestros indios eran muy flojos. “Es que la cosa está mala de raíz”. Trato de interrumpir su monólogo con una breve comentario sobre el carácter histórico de sus afirmaciones, incluso le repito algo que escuché hace poco en boca de alguno de estos mapuches que van a la televisión (creo que fue en la red, y decía algo así como que los hueones tenían una conexión tan especial con la tierra que no necesitaban trabajarla siempre), pero de algún modo mi idea termina siendo usada a su favor y me rindo y trato de entregarme a la situación. Se parece a Villegas este señor, pero su rigorismo es a ratos de izquierda tradicional, a ratos ecologista, a ratos nacionalista. “Las plantas y los animales son nuestros hermanos”, le dijo a la Cami la otra vez mientras regaba el jardín. Todo está mal en Chile, por cierto. Políticos, abogados y religiosos son los que juegan con la esperanza de la gente. “Entre otros”, le digo. “No”, me dice, “solo esos”. Además estamos mal cultivados, a los niños hay que incentivarlos desde que nacen. La naturaleza es violenta y absurda. El hombre fue encomendado para adueñarse de todo pero se adueñó mal. Le digo, en un tono tres veces menos agitado que el suyo, que la naturaleza no existe como algo dado, que la hemos construido… “¿De dónde sacaste eso?”, dice interrumpiéndome. Le digo que de Hegel y de Marx y paf: lo obvio, empieza a hablarme del comunismo, del estalinismo. Me rindo y me entrego al señor como si fuera un paisaje no más. Entonces me cuenta de su máquina industrial para producir cierto tipo de servilletitas, esas mierditas de papel que van en la base de los queques, de los manqueques específicamente. Bueno, la maquina que el diseñó (y que, ¡lástima!, nadie ha querido comprarle) fabrica no sé cuántos miles de servilletas por segundo, superior a cualquier trabajo manual. Me pasa una muestra, una servilletita, que boto a la basura apenas llego.

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Necesito aclararme dos sensaciones concretas (y aparentemente contradictorias) que me quedaron cuando logré salir de ahí: 1) Me cuesta defender mi punto de vista. Pero la mayoría de las veces es por una cosa de utilidad: siento que lo haría solo para tener la razón un rato y ni el otro ni yo habríamos aprendido nada, lo que me lleva a que 2) Hay gente, adulta sobre todo, vivida sobre todo, que no escucha, que suelta lo suyo y sería. Gente, como este señor, a la que no le interesa una mierda el intercambio. Me pregunto cómo, cómo es posible llegar al punto en que conversar deja de ser un agradable infinito. Pero más que la poca cordialidad de esos intercambios asimétricos (qué me importa no ser oído), me intriga saber cómo se ven a sí mismos, ¿padecerán o gozarán estar tan llenos de sí? Justo hoy en el seminario de Hegel vimos la figura del individuo que, sabiéndose un sí mismo, y más aún, sabiéndose universal, no concibe que hayan otros. Quizá sea algo así. En cualquier caso, y que me quede como mantra: “atento a no llenarse nunca de sí mismo”.

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«Imbécil de mí, que no puedo conectarme con mis propios sentimientos si no me pongo a escribir como un poseído». (Mario Levrero, La novela luminosa)

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Concretar una, una sola, de todas esas cosas, proyectos, libros, comics, documentales, que uno dice que va a hacer con los amigos.

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De vuelta de donde Bruno vi un perro durmiendo en su antejardín. De espalda y con los pies encogidos el hueón. A su lado unas mantas rotas, cajas despedazadas y un oso de peluche sin cabeza. A veces completar la realidad es lo que da risaternura.

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“La religión como fuente de consuelo constituye un obstáculo para la verdadera fe: en ese sentido, el ateísmo es una purificación. Debo ser atea en aquella parte de mí misma que no está hecha para Dios. De entre los hombres que no tienen despierta la parte sobrenatural de sí mismos, los ateos tienen razón y los creyentes se equivocan”
(Simone Weil, La gravedad y la gracia)

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Día nublado. Promesa de lo que viene. Encuentro todo Juan Emar, incluida la monumentalidad de Umbral, en memoriachilena.cl. ¿Dónde mierda podré alguna vez imprimir las más de cinco mil páginas de Umbral? Sería bien ridículo igual, como un kilo de fotocopias. Mejor dejarlo para el final y comprar uno a uno los tomos. Mientras tanto, los diarios de 1911-1917, las novelas cortas. Me cae bien la certeza de tener un mundo escrito por delante, un mundo específico, una relación de amistad casi.

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Amour de Haneke. La vemos con F y Ch y nada, me parece que no agrega nada. A Ch, en cambio, le encanta (y a la media hora de terminada la peli tiene lista una carta al mercurio que le publican al otro día). La amplitud y la cámara estática de Haneke cansan. Así que eso opino: en cuanto a la reflexión bioética, esta película no agrega nada. De hecho, en ese aspecto está por debajo de la media, porque nisiquiera se mete mucho en el aspecto social y legislativo del conflicto (ni se acerca a You don´t know Jack). Es una película aceptable sobre la vejez, la muerte, y la intimidad. Pero nisiquiera en ese sentido es mejor que, por ejemplo, Cherry Blossoms.

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Citar agota y se agota.

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“La gente existe para atravesar vidrieras. Y, ya atravesadas, consumir cine, bebidas y objetos varios, especialmente de caucho. Si se suprimieran las vidrieras, la humanidad entera se desparramaría hacia los cuatro puntos cardinales, se sumergiría en los océanos rápidamente y en las arenas de los desiertos lentamente. Entonces en los bosques, praderas y ciudades, los pajaritos entonarían nuestras canciones”. (Juan Emar, Ayer)

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Nota mental que me repito por las mañanas: «no prender la tele, no caer en la espiral de los simpsons en el 13».

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“Mi escondite consistía en no publicar, no publicar jamás hasta que otros, que yo no conociera, me publicaran sentados en las gradas de mi sepultura”. (Juan Emar, Diarios)

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Jueves en el CEP. Nunca había venido. Vemos Pauline en la playa de Rohmer. Todo comienza muy raro y chistoso. Que el proyector no funciona, que aparece en blanco y negro, luego en tonos rojos. A los 5 minutos de película, empezamos a verla de nuevo. Cuando termina, un tipo comenta y me cae bien. Pauline es ese lugar casi imposible de neutralidad. La empatía con los personajes funciona bien porque, al igual que uno, suelen no coincidir con la presentación inicial que hacen de sí mismos. Y sobre todo, me cayó bien que dijera que lo que hace Rohmer son reflexiones morales sobre el amor, pero no moralizaciones. Así el menos lo entendí yo.

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Ser hincha es, al revés de todas las cosas, hacer que la justificación de esa elección sea el compromiso que viene. Y es como pololear también un poco, la misma mezcla de arbitrariedad y elección. Pero qué se yo de pololear.

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Soñé que defendía argumentos marxistas con una contundencia abrumadora. Al despertar me fui dando cuenta de a poco que los argumentos eran una mierda y solo intercalaba “relaciones sociales de producción” y “división social del trabajo” de distintos modos.

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“¡Observar, Dios mío, observar! Vamos por orden. Un poco de calma y serenidad. Desde luego, conozco dos medios de observar, de conocer a otro ser. Los mismos que pueden servir para un objeto, un animal, un libro y demás. Pongamos un libro; me es más fácil. Primer medio: lo abro en la primera página, lo lee entero y por su orden y no me detengo hasta leer la palabra Fin. Segundo medio: lo compro, lo llevo a casa, lo miro por arriba, por abajo, por delante, por detrás. Lo pongo en la biblioteca. Lo saco por la noche y lo hojeo. Lo dejo sobre la mesa. Le cuento a un amigo la existencia del libro en mi casa. Se la cuento a dos, a tres. Leemos en cualquier página cualquier frase. Otro me dice solicitándomelo: “A ver, a ver”. Lo hojea con el entrecejo fruncido y yo atisbo su expresión. Esto dura varios días, semanas. Nadie lo lee, pero se vive en su atmósfera. Al cabo de un mes, cada uno de nosotros da una conferencia sobre libro y autor. Es el segundo medio”
(Juan Emar, Ayer)

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Una lluvia fina y monótona. Por entre ella nos encaminamos agachados. Yo pensaba únicamente en el hongo de papá que se estaría mojando y, de seguro, destilando. Y además, en los intervalos, pensaba que, en buenas y claras cuentas, San Agustín de Tango es una ciudad harto estúpida.
No llegué luego a comprender que, siendo la ciudad de tan marcada estupidez, un hombre, un caballero, todo un señor, se complaciera en pasear un hongo por sus calles, en una noche lluviosa.
-Papá -le dije-, ¿por qué no te vuelves a casa? Con esta lluvia puedes atrapar un resfrío, hasta una gripe. Un hongo no es bastante para preservarle a uno de tales males.
-No debes hacerme observaciones de ninguna especie –fue su respuesta y siguió tranqueando junto a nosotros.
La suerte de aquel sombrero me oprimía el alma. No me atrevía a mirarlo, pero lo sentía destilando, goteando, cada vez más, acaso derritiéndose muy quedamente sobre la calva de papá, esa calva querida tantas veces besada por mí. Pero nada. Tranqueábamos, tranqueábamos los tres, salpicándonos mutuamente y sin vernos.
Frente a una luz, papá se detuvo. Nos detuvimos también.
Aproveché entonces aquel momento para hacerle una pregunta. Era sobre algo que de tiempo atrás me venía mortificando y que esta vez, junto con oprimírseme el corazón ante la suerte posible del hongo, me iba obsesionando más y más mientras caminábamos.
– Papá -le pregunte-, ¿crees tú que si durante la gran guerra, en medio de la batalla, hubiese bajado hasta nuestra Tierra un habitante de Júpiter, habrían seguido peleando los ejércitos?
-Te he dicho que no admito observaciones; menos aún preguntas.
Quedamos en silencio.
Al fin nos dijo:
-Bueno, hijos míos, sigan. Yo me vuelvo.
-¡Adiós, papá! -dijimos al unísono.
-Adiós y ni una observación más, jamás.
Seguimos del brazo mojándonos las manos.
Le dije a mi mujer:
-Bueno; ahora es culpa de él si la lluvia lo derrite. Creo que ya nada de su salida nos incumbe. Otra cosa era cuando acompasaba nuestros pasos. Pero ahora, ¿qué? Desde el momento que se ha vuelto…
-Tengo un poco de frío -murmuró.
-Aquella luz es la Taberna de los Descalzos.
-Vamos allá.
-Un tilo caliente nos caería muy bien.
-Muy bien.

(Juan Emar, Ayer)

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