Recién le dije a M por msn que trataba de leer sólo dos páginas por día de Rápido antes de llorar para que así me dure lo que resta del año. Me comenta que te va a ver el sábado y entonces me pongo a escribir esto. Como fin en sí mismo no más. Como una estrechada de mano o un saludo así levantando el cuello pero un poco más distendido y largo y explicado y no tan al pasar, obvio, porque esto es un rin rin raja en cámara lenta. Antes del tuyo me leí el diario de muerte de Millán (un día lo ojié en una librería justo en una parte que era así como “aburrido en la cama me como una cazuela que me trae M y me quedo dormido” y me pareció hermoso) entonces ahora que recién empiezo el tuyo sentí que ya no podría prescindir más de algo como esto. Tengo en un Word un tremendo listado de biografías, autobiografías, epistolarios, diarios, ficcionados o nó (da un poco lo mismo: “Todo escritor es un gran embaucador” dice Nabokov (pero, que recuerde, nunca he leído a Nabokov y esta cita la he sacado de El viento ligero en Parma que la misma M me prestó hace unos días junto con Ya sólo habla de amor de Loriga)), el caso es que, casualmente supongo, ahora que voy apenas en la página 30 del tuyo, me doy cuenta de que mientras leo ya estoy pensando en qué voy a leer cuando se acabe, como si no hubiera tiempo que perder, como si se me escapara todo hacia atrás, un hoyo negro de escritores muertos que me chupa y me susurra al oido que me acerque, que el secreto es que se avanza hacia adelante pero también hacia atrás. Las vidas de los otros como un pan que hay que irse comiendo de a miguitas no más. Tipo caminitos de pan de Hansel y Gretel sólo que acá uno sabe que no es necesario llegar a salvo a ninguna parte y en vez de pan puede ser vidrio molido o gotas de agua que si no se las pilla rápido se disuelven en la tierra y así tenía que ser no más.
Nunca le he escrito a ningún escritor. Menos aún con la certeza de que lo escrito llegará a sus manos. No hay que ir a tocar la puerta de los ídolos decía Bukowski, continuamente asediado por jovencitos borrachos que lo consideraban una estrella de rock. Yo no sé si sea capaz de idolatrar nada como se debe. Me daría una vergüenza atroz pedirle a cualquiera que me firmara un libro. Varias veces he estado a punto pero me quedo mirando de lejos no más. Me da vergüenza de tan sólo mirar a los gueones que se amontonan como palomitas alrededor del escritor. Tampoco sabría escribir una carta que sea una mero ensalsamiento. Quizá por eso asumo que puedo dirigirme a ti, Claudio. Situar e historizar, eso hay que hacer, así todos los Rimbaud y los Beethoven y los Basquiet son espinillas de un cutis epocal en las cuales la coincidencia consigo mismo no es tan importante como la relación de la espinilla con el cutis. La virtud es un juguetito burgués. Me acuerdo, eso sí, de una vez hace como 10 años que andaba con un extraño ánimo de gratitud y vi un mendigo en el suelo y no lo dudé y le puse quinientos pesos en la mano y el gueón fue y me levantó a chuchás “qué guea te creís, no necesito caridad…” y salí casi corriendo asustado y nunca más le di plata a nadie que no me lo pidiera. No sé qué tenga que ver eso. Quizá de ahí en adelante empecé a pensarla dos veces antes de regalarle cosas a gente que no ha pedido nada.
Pongo música para escribir. Siempre. Estoy en Curicó ahora frente al ventanal de mi pieza y agradecería que se pusiera a llover. Pongo música mientras escribo y me dan ganas de mandarte un cd con una selección de temas que intuyo podrían caerte en gracia. Puros temazos que voy echando a una lista hace varios años. Escoger unos 10 y mandártelos. Le doy vueltas a la idea. Muy zalamero. Muy maricón. Muy empatía. Peleo solo. Uno es bien gueón. Hasta escribiendo. Al final igual gano (yo, y no los que pelean dentro mío) y me digo que si alcanzo a grabarlo lo meto en el sobre no más y punto. Si te gustan bien y si no también porque ni voy a saber.
3:50 am. Nunca sé bien qué hacer a estas horas. Ni menos porqué no me atrevo a acostarme antes, aunque tenga sueño, es como si hubiera que gastar hasta el último cartucho en lo que sea, leyendo, escribiendo, viendo alguna película.
Un amigo me pregunta cómo son las cartas de amor, que le mande una, tiene que hacer una y según él no sabe qué tono usar y yo le digo que es cualquier cosa no más, que debería ser cualquier cosa y que si le complica mejor no haga nada. Igual le mando una carta vieja (un meil, en realidad, a los meil que son largos y dirigidos les digo cartas) y no puedo sino leerla también, y no puedo sino volver a leerlas todas de nuevo (las que mandé y las que me mandó B). Pero ni siquiera me da pena. Sólo me pregunto cuándo me ira a pasar de nuevo. Y parecido.
Esa lluvia desordenada y llevada a empujoncitos por el viento. Ganas de encontrar alguna excusa para salir a mojarse. Mi mamá mira “mi familia” en tvn, echada hacia atrás en el sillón enorme de páter familia que se quedó acá porque la casa de mi abuela se fue a la chucha con el terremoto. A veces le digo “mami” también. Ya menos si. Leyéndote denante noté que no recordaba en qué momento, hace cuántos años, había dejado de decirle y escribirle “mami”. Se levanta, me mira, me pregunta que qué estoy haciendo. Le escribo al señor que escribió este libro amarillo. “Señor” ¿Y todo eso lo escribió él? Sí mamá, todo. En su mente de mamá debe creer que hay pura sabiduría incomprensible y no cacha que en el fondo es lo mismo que hace ella en voz alta a veces mientras cocina mientras se queja de su pega o mientras me dice que no sabe porqué chucha está saliendo con un viejo feo que más encima ya tiene esposa. Algo así le digo.
“Uno debería poder guardar la felicidad para cuando falte, sólo un poco, como guardar cereales en la despensa, o papel higiénico de recambio” De una película de Isabel Coixet que vi ayer gratis en la moneda. Pero se arruinaría, obvio, una felicidad que no esté siendo llevada al apa, que no esté siendo masticada, molestada o por lo menos agarrada de un hilito en el bolsillo perro de quien la quiere guardar para después, es una felicidad a la que no le queda otra que verse cubierta de hongos o en el mejor de los casos transformarse en una fotografía y nada más (con todo el respeto que se merece el Claudio fotografo).
Vila-matas cita un libro de Duras que anoto altiro en el Word. Luego en Rápido antes de llorar, El square, también de Duras. Anoto y anoto como si fuese una empresa que anota sus ingresos. Después, como ahora, siento que es una idiotez, que un escritor lleva a otro hasta el infinito y en algún punto hay que cortar de raíz la empatía para hacerse cargo de un pequeño perímetro no más.
Ya ni salgo. Ya ni tomo. En consecuencia. Ya ni culeo. “Como no voy a bailar como bailo si no culeo hace un año”. Hay chances pero las dejo pasar. Me aburren de antemano algunas. Quizá mi época de oro ya no llegó.
Los días terminan mal. No es que me queje ni nada. Pero los días no tienen idea de cómo cerrarse sobre sí mismos con sus propias manos entonces ahí va uno entero es una palanca que a duras penas consigue cerrar el local. Yo soy de un fierro bien penca sí.
No se escribe solo, nunca.
Empiezo a seguir el tic tac del reloj mural con el click del maus.
Encima de la cama desecha meto los pies debajo de un cerro de ropa que acabo de descolgar. No es aún el momento de ordenarla. Meto los pies debajo y entremedio de toda la ropa. Hace tanto frio y no quiero hacer la cama o pararme a buscar otro par de calcetines. Leo a Auster mientras tirito y espero que me lleve el curso de la novela, su tibieza.
Suena la sirena en Curicó. Imito al perro del lado que hace unos aullidos bien pajeros como de fantasma en retiro. “Como mi mamá cuando lloraba la otra vez” me dice mi mamá desde la cocina.
Sentado en el bordecito con los pies en el jardín la puerta abierta sujetada con mi espalda el único lugar donde llega algo de sol leo un artículo sobre Beckett a quien nunca he leído y tampoco me dan ganas de leer ahora.
“Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar todas las formas posibles” (Italo Calvino)
Salgo camino dos cuadras me devuelvo sobre mis pasos fijándome si nadie en la calle o en las casas se fijó en que salí a nada.
A veces pienso que si mi papá se muriera todo adquiría un sinsentido total que sería preferible a este sentidito de andar pensando en si quiero ser profesor o sólo escribir o manejar un colectivo aunque no sepa manejar o tener un negocio de playstation 3 en Curicó o hacer ensayos por encargo que en realidad es lo único que hago para tener lucas extra con las que no hago más que comprarme libros. Después me arrepiento de pensar gueas nihilistas y me dan ganas de abrazar a mi papá.
Dos con tres a eme. Si he de justificar esta carta diría que me doy esta licencia porque hago como que estoy conversando con este libro amarillo que me mira desde la cama. Derrida en un documental decía que cada vez que escribía sentía que había que pedir perdón, perdón por querer ser escuchado, por creer que vale la pena y que a otro puede valerle la pena también. Pero mejor me quedo con tu cita de Camus, esa del prólogo: “Escribirlo todo como venga”. Y punto.
Ganas de dormirse de un mazazo, sin tener que botar todo de la cama, todos los papeles, el plato con migas de pan, una botella de coca cola, calcetines. Siempre el pequeño miedo a los pensamientos que molestan como zancudos entre que uno se dispone a dormir y se duerme.
* [Se ve que no es una carta pero no sé de qué otra manera resumir el gesto de entregarle un sobre cerrado a alguien que no le ha pedido nada a uno. Un sobre de papel café (de ese material de bolsas de papel para el pan que no me acuerdo cómo se llama pero que recuerdo que empecé a preferir por sobre las bolsas plásticas no por cuidar el planeta sino porque en las películas la gente siempre volvía del supermercado con bolsas de papel) que además traía el sello del gobierno (lo único que había a mano). Tampoco alcancé a cerrar la carta (que tenía pensado hacerlo) con unas palabras finales porque no sé usar la impresora y la pía me dijo si querís imprimir es ahora o nunca entonces irmpimí lo que llevaba no más. Supongo que habría redundado así como ahora así que bien. Entonces, y para los que me preguntaron «¿y por qué le escribiste a Bertoni?, «¿le dijiste que lo amabai»?, «¿qué pretendiai»?: no me interesa decir que no es una carta –y que en cambio es un ejercicio epistolar literario neutro, sin pretenciones- porque es evidente que el gesto es interesado y unidireccional: aunque no haya puesto un meil ni nada que me haga ubicable sé que en el fondo, si le dan ganas de responderme, le puede pedir a la M mis datos (acaba de decirme M, ahora en el instante en que teclié la primera M, que pasó por concón y me tiene una mini carta de CB) (Ahora me ha llamado al teléfono fijo (y justo se cortó la luz y pensé que había perdido todo esto pero no porque el Word aunque no esté la batería enchufada guarda todo) porque según ella no era algo para decir por msn. Y tenia razón) Este punto (o asterisco) no va contemplado en la carta]