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Archive for octubre 2016

agosto-septiembre

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“El acto de escribir consiste en hacer que la vida –sin importar lo mediocre– sea similar a un espejo, pues la gracia consiste en el poder reflectante y no en la calidad del espectáculo reflejado”. (Oro, Ileana Elordi).

*
Nunca tengo tanto sueño como cuando no estoy en casa. Nunca tengo tantas ganas de escribir como cuando estoy lejos del notebook. Nunca tengo tantas ganas de estar acostado y cómodo y con un té leyendo como cuando estoy lejos de aquí. Así que algo pasa aquí. Algo ocurre cuando entro a esta casa. Algo me coloniza apenas pongo un pie aquí dentro. Algo sucede cuando me saco la mochila y redistribuyo las cosas y me pongo ropa cómoda. ¿Por qué no he vuelto a meditar si, pese a lo que balbucean mis prejuicios materialistas, me hacía tan bien? ¿Por qué no he vuelto a correr? ¿Por qué me ofrecen escribir una columna y siento, contra todo lo que encarna este diario, que no tengo nada sustancial que decir? Soy una cosa afuera de la casa y otra dentro. Ahora por ejemplo, ¿debería seguir escribiendo a partir de estas mismas quejas de siempre o, como suele suceder, debería dejarlo y ponerme a respaldar las últimas películas bajadas (de las cuales veré con suerte el 10%) y empezar a errar en internet, seguir viendo si encuentro en bandcamp más bandas parecidas a la música de Stranger thing y luego salir al balcón y fumar, adivinar siluetas en el edificio del frente y prender el playstation y continuar esa Copa del mundo con Chile mientras C trabaja en no sé qué en su mac en el living escuchando su música que igual me gusta? Hay un asco raro. Eso es importante. Una cosa que no es ni física ni mental. Un pensamiento del cuerpo o una sensación de la mente. Por eso abrí este párrafo: empezó hoy en la tarde, en la librería, cuando se les ocurrió la genial idea de cortar el aire acondicionado y tuve que volver a comprarme un migranol, entonces el dolor cesó, pero otra cosa, otro estado que no sabría cómo calificar (y que, mientras escribo y me tomo un agua de toronjil, persiste), suplantó al dolor de cabeza y luego me acompañó todo el trayecto, primero escuchando los problemas de N y sus interpretaciones forzadamente filosóficas de hueás que se zanjan cambiando uno mismo -pero quién es uno para venir y, cual Pedro Engel, decir eso en una conversación- y luego, ya solo, por Bellas Artes, enfilando por Rosal, Lastarria y todo eso, caminando rápido, como perseguido, preso de una especificación o más bien una materialización o escenificación del asco, ese desprecio que ni siquiera entiendo muy bien, ese inusitado odio a los sombreros, a los estilos perfectamente delineados, a los zapatitos perfectos, a los rostros y a los cuerpos que se saben, que andan por ahí sabiéndose y contorneándose y todo esto mezclándose con el ánimo generalizado de sábado por la noche como una publicidad de no sé qué, en fin, camino rápido, a algunos tipejos me dan ganas de empujarlos así como sin querer o hacerles zancadillas, pero sigo y en el unimarc ya me siento a salvo, casi en casa y, ahí, exactamente en Portugal con Marcoleta, cuando empiezo a pensar qué voy a llegar a hacer, sé cuál es problema: si voy odiando todo es porque, aparte de la odiabilidad misma de la realidad, voy concentrado en la inutilidad de mis propias elecciones, revisando y recitando como un mantra, uno tras otro, mis intereses, mis gustitos y mis supuestas aptitudes, y así, de golpe, como sucede unas cuantas veces al año, todo me parece vano. Todo lo leído, todas las películas vistas, todo lo escrito. Todo aquello que me gusta defender se me rebela, bajo la premisa casi física del aburrimiento, como un artilugio más, como un sombrero o algo que uno se echa encima no solo por la virtuosidad o radicalidad del objeto sino, también, y cómo no, para gustar, para calzar, para participar, y es así cómo el asco se asienta: si esta es la verdad de este sábado por la noche, no tendría por qué no ser la verdad verdadera, el fundamento último que hay que encarar por el resto de los días. Pero si ni siquiera consigo hacerme caso a mí mismo y escribir y hacer ejercicio y comer y dormir bien, ¿cómo voy a encarar esa verdad verdadera fundamento último de todo? Sé que hay un ciclo, algo que vengo repitiendo toda la vida y que consiste en que, llegado este punto, aprendo alguna pequeña cosa, algún pequeño desprendimiento, alguna ínfima destrucción del yo, para después volver a lo mismo e incorporar esta leve luminosidad en el pedregoso caos que uno es. Y así, como los países, como la humanidad misma, avanza uno: ridículamente de a poco, sabiendo que lo mejor sería simplemente apartarse, romperse y esperar. Y mientras se espera, seguir haciendo lo único que uno sabe: farfullar aquí, así, y seguir revisando a los que hablaron más bonito y claro que uno.

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Escribir es una fiesta. Quieto, sentado y solo, pero una fiesta.

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“Se me ocurrió que las rutinas de una persona soltera tienen una recursividad subrepticia: mi panorama de soltero un viernes es ir a nadar, tomar cerveza y leer hasta dormir. Y estoy soltero precisamente porque mi panorama de un día viernes es: ir a nadar, comprar cerveza y leer hasta que me duerma”. (Whatsapp de J).

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“En los mejores momentos de mi vida, siempre creo que estoy haciendo sitio dentro de mí, más sitio todavía. Acá quito nieve con una pala, más allá levanto un trozo de cielo que se había desplomado; hay lagos superfluos, los dejo desaguar –salvando, eso sí, los peces-; han proliferado nuevos bosques, en ellos suelto manadas de monos, todo está en pleno movimiento, sólo que nunca hay suficiente sitio; jamás pregunto: para qué; jamás siento: para qué; solamente tengo que hacer siempre más y más sitio, y mientras pueda hacerlo, mereceré mi vida”. (Canetti, Apuntes 1).

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Hacer todo sin voluntad. ¿Qué diferencia habría? Hacerlo todo correcta y perfectamente, pero a la vez, completamente ausente. Separarse de los días, en los días. Ir construyendo una reserva de energía. Sin ningún propósito, esconderse cada vez mejor. Pero esconderse hacia afuera. No decaer ni elevarse. Sin levantar sospechas, interpretar un rol y guardarse para cuando sea que sintamos el llamado.

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“Uno quisiera escribir tanto como sea necesario para que las palabras se presten vida unas a otras, y tan poco como para poder tomarlas en serio uno mismo”. (Canetti).

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Este lento crecer
trae una rara
felicidad.

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“Los días se diferencian, pero la noche tiene un único nombre”. (Canetti).

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Cuando llego y me dispongo frente al escritorio y prendo la luz de la pieza y prendo el computador y la radio y la lámpara todo muy ágilmente y sincronizado con otros movimientos afines como ponerse el chaleco y las pantuflas me siento como cuando en las películas muestran al piloto en su cabina preparándose para hacer partir el avión.

 

CORRESPONDENCIA CON L (EXTRACTOS)

Uno actúa como si internet fuera a acabarse. Sería bueno que pasara igual. Al menos por un tiempo. Así tendrían sentido nuestras tremendas bases de datos. Las películas es lo que más cuesta ordenar. Las categorías se superponen, algunas no sé si ponerlas en terror o en su director correspondiente. Todo el resto es fácil, incluido uno mismo: los poemas, el diario (un word por año), las cosas de la u (por año tb) los intentos de cuentos o novelas, y así. Hablar de carpetas es la nerdidad absoluta, ¿o no? Pero importa, lo cierto es que se invierte un montón de tiempo ahí. Y uno al final se convierte un poco en eso. Yo acumulo las palabras desconocidas en un word hace más de dos años. Nisiquiera he hecho el intento de buscarles el significado.
[R, 12 sept].

Sí sí, siempre que hago descargas tengo algo así en mente, «cuando haya un terremoto muy fuerte y ya no quede nada más, voy a tener material suficiente para entretenerme hasta morir y dar a los demás», pero después pienso que el computador también moriría en esa supuesta catástrofe. Y si no es el pc, la electricidad. O yo. En fin. Siento que confío más de la cuenta en ese disco duro. Creo que eres más ordenado contigo mismo que yo. Los poemas y demás escritos los voy dejando por ahí como prendas uno se saca y va tirándolas en cualquier parte de la casa. Todos en una carpeta «Escritos».

(…)

¿Cuantas páginas tiene ese word con las palabras? Eso también es prometerse algo. Yo las voy juntando en una libreta y me digo que algún día me forzaré a usarlas todas en un poema.

Te iba a contar que apareciste en una parte de un sueño que tuve anoche, lo anoté rápido, te lo copio: Soñé que me pasabas una carpeta con manuscritos de no sé qué cosas y cuando tocaba las hojas salía una voz, murmuraban lo que tenían escrito. Yo te preguntaba si acaso se callaban alguna vez y tú me decías que con el roce de los dedos se activaban. Muy touch todo.
[L, 12 sept].

Me hizo más gracia el hecho de que hayamos decidido (en teoría, porque se ve que no lo hemos hecho ni estamos cerca) hacer algo con todas esas palabras desconocidas que juntamos. Mi idea era hacer un cuento que no podría quedar malo, porque sería un ejercicio formal, algo forzado que, inevitablemente, quedaría ridículo y pretencioso, con una trama que sería solo una excusa para usar esas palabras raras, como cuando uno le inventa un cuento a la rápida a un niño y sale cualquier descalabro; y no, no son más que una plana de word: pongo el nombre del libro y entre paréntesis hacia el lado todas las palabras desconocidas.

Opino que hay que seguir acumulando y, eso sí, ir perfeccionando las categorías para que el orden ocurra «solo» (si soy ordenado conmigo mismo es porque inventé todas las categorías en la época en que tenía todo el tiempo del mundo; luego ya fue ir echando cada cosa en su lugar).

(…)

Intenté llevar un diario del celular pero todo termina en tuiter. Antes, cuando no tenía tuiter, escribía más. Como que ahora las ideas, de pura costumbre, ya me vienen en 150 caracteres (o cuántos sea, ni me acuerdo). Entonces hay que forzar un poco los párrafos. Guardarse algunas cosas. Plantarse frente al word. Aquí, a ti, y con cierto poeta de Talca con el que nos escribimos «cartas» al mail, me resulta increíblemente fluido. Ante sí mismo siempre es otra cosa. Se me hace que tu sueño es como una mezcla de esto (escribirnos harto) y quizá haber mencionado nuestro fracaso con los readers. ¿Has tenido sueños lúcidos? Son una droga. Cuando tienes uno, o una seguidilla de varios, quieres más. Antes cuando meditaba me pasaba más. En fin. Ya me alargué de nuevo y desde que empecé a escribir que muero de frío pero no hago nada al respecto, porque me llevó la escritura y no quise pararme a cerrar la ventana. Ojalá soñar hoy.
(Opino que mi uso de los paréntesis es pésimo y excesivo, pero bueh).
[R, 13 sept.]

*
Me dio risa lo del cuento, recordé que en primer año de U, en un taller de cuentos, me esforzaba mucho en escribir con puros adjetivos que recolectaba de Lovecraft. Me quedaban pastiches sin sentido, pretenciosos y con hartas palabras que para mí eran raras y elegantes. Lo mismo en la poesía. Qué pajarona. Con los años se quedó atrás todo eso, cuando escribo poemas no sé si estoy hablando o escribiendo, ya no sé oscurecer o hacer juegos con el lenguaje, en fin. Me voy por cualquier rama. Igual me resulta fácil escribirte. (Aquí un paréntesis para que no sientas que eres el único que los ocupa. Cuando mencionaste los cuentos para niños me acordé que cuando era chica mi papá, por años, me contó la misma historia antes de dormir. Su pie forzado eran las tortugas y el entorno familiar. Siempre los mismos protagonistas, la misma tradición y motivación de los personajes, pero no importaba. A veces viajaban, se peleaban o ni él sabía qué pasaba. Un relato que era siempre el mismo, que era lo único que tenía en la hoja y sólo le hacía pequeñas modificaciones. Ni siquiera le gustan las tortugas.

(…)

Una vez soñé que estaba reunida con unos tipos que quería mucho en torno a una fogata, y yo sabía que era un sueño, así que intentaba convencerlos de que ellos no iban a existir más al despertar. Era extraño pensar lúcida y a la vez sentir ese cariño tan grande que no venía de afuera, que se generaba ahí dentro. Ellos no entendían, me decían que ese lugar era lo único que conocían y me daba mucha pena, cuando sentí que despertaba me despedí de todos llorando. También sueño constantemente que me persiguen dinosaurios (?). En plena persecución me doy cuenta que no tiene mucho sentido, que en el otro mundo ya no existen, así que les empiezo a hablar y nos hacemos amigos. Todos los dinos son muy simpáticos, nunca me llevé mal con ninguno.
[L, 13 sept.]

*
“Escribir usando adjetivos de Lovecraft”. Reí. Pero es que así uno parte. Cuando –de nuevo, en Curicó, donde había una sola pequeña librería dentro del único mall de la ciudad- leía a Benedetti porque era lo único que podía encontrarse, uno escribía como Benedetti. Después en el colegio, cuando un cabro de un curso más arriba me prestó unas obras completas de Huidobro, me puse a hacer poemas de ese tipo. Y así, luego con Bukowski, escribía mis primeros años de universidad en tono lúgubre, con mucho punto seguido, copiando algunas palabras, copiando incluso el tono específico del tedio que, a la larga, terminó pareciéndose a la realidad. Después ya juntai más referencias y la jugüera que es uno mismo hace la mezcla y sale algo que, con suerte, no se parece a nada (porque, en el fondo, se parece a todas, y son muchas como para que alguien se dé cuenta).

(…)

En parte por ese mismo miedo a perder los escritos, pero también por la enfermedad de la catalogación y el orden, he pasado todo esto a un Word, lo que llevó a que, en vez de irme por un tubo como en los mensajes anteriores, me fuera por varios tubos, respondiendo como suelo hacerlo cuando no quiero dejar nada en el aire, o sea releyendo la “carta” anterior y dejando los tópicos hacia abajo para luego desarrollarlos uno por uno y armarlos como un rompecabezas. No sé si está resultando tan bien como lo anterior, pero como sea. Lo bonito es que copié y pegué todo (en este word que bauticé LR) y antes de cada misiva (en realidad antes y después y entremedio, así que tuve que editar) quedó nuestro avatar, lo cual, dada nuestras fotos tan adultas y representativas (¿), le da gran seriedad al asunto.

(… )

Es porque la vida es aburrida, por eso, si hay ruidos en casa, salimos en medio de la noche provistos de un cuchillo (“provistos”, ¿he pronunciado siquiera esa palabra alguna vez?). Recuerdo que sobre todo en Curicó, en la casa de mi abuela, cuando vivía como con 5 mujeres y se escuchaban ruidos extraños en el patio, yo agarraba el bastón de mi abuelo (que por entonces veía como una especie de cetro mágico) y partía envalentonado, por delante de las mujeres, hacia el patio. En el fondo sabía que nunca pasaría nada y que, en el peor de los casos, el posible husmeador sentiría el ruido, vería las luces, y huiría hacia las casas vecinas.

(…)

A modo de contextualización: te escribo en mi día libre. Si no es en el computador siento que no estoy escribiendo en serio. Además, uno siempre quiere encontrar el momento propicio y anoche tenía la mente colonizada por unos problemas. Tomé, cuando comenzaba a escribirte, uno de los desayunos más pencas de la vida: un sobre de quacker saborizado vencido con menos de un vaso de leche que era todo lo que quedaba, un café normal, y dos pan pitas con palta, también vencidos, secos y completamente destrozados (culpa de su delgadez y de un descongelamiento mal ejecutado). Espero quererme más con el almuerzo que, por lo que veo, y como suele suceder en los días libres, será a la hora de once, lo cual, también como siempre, dará paso a la siesta, que es una de las mejores partes del día.
[R, 14 sept.]

Una vez soñé con un volcán y descubrí una pifia: en sus esquinas, el volcán terminaba abruptamente y tenía los límites de la pantalla del computador. Y era una imagen que yo -en el sueño- recordaba haber visto en el computador. Me reí ahí mismo. No podís ser tan chanta, mente, para tomar una foto estática con los límites evidentes y pretender que me lo crea. Creo que mi inconsciente castigó esa burla desvergonzada haciéndome ir a la casa de ex. Todo tiene sentido.
[L, 15 sept.]

Esto conlleva una ansiedad parecida a la de las series, solo que un poco menos patológica –y casi que me arriesgaría a decir saludable-, ya que no solo estamos recepcionando y contemplando estos episodios random de nuestra cotidianidad, sino que de algún modo los estamos produciendo, o reproduciendo, o interpretando y, aparte, tiene esto también un poco de juegos de rol, de ida y vuelta, de estar como cambiando láminas de un álbum, cómodamente sentados delante de la mesa de los días, con un turno cada uno para lanzar su superpoder (pero aquí, en este intercambio -y quizá en todos-, la única fuerza viene de la debilidad, del error, de lo inútil, de lo confuso y lo onírico, de todo lo que es totalmente contrario a un superpoder y, por lo mismo, no hay gran claridad sobre la meta ni, menos aún, sobre la posibilidad de un vencedor.

Canetti lo dice así: “Muchos han tratado de captar su propia vida en su coherencia espiritual (…) Me gustaría que algunos la presentasen también en sus fisuras. Éstas, al parecer, pertenecen más a todos, y cada cual puede sin problemas sacar de ellas aquello que le concierne”. Creo que nos viene bien eso.

(…)

Cuatro páginas está bien pos. La verdad, te leo de un tirón. Como un flan o una panacota o huevos a la copa, no sé masticar ni pausar y solo después, en las segundas y terceras pasadas, “degusto”. Aquí me exorcizo de todas esas lecturas lentas y tediosas y esforzadas en las que ando metido: Pynchon se me volvió inleible, incomprensible; Onfray redunda en ejemplos y no arriesga ni una teoría que lo rompa todo; las cartas de Proust a su madre no traen la ternura y la torpeza que esperaba; la correspondencia de Crumb rebosa de detalles sobre cómics antiguos que no conozco ni, al menos en lo inmediato, me interesa conocer; incluso las cartas de Emar a su amada están repletas de códigos que solo ellos entienden). Así que convengamos que esto, por lo bajo, le va ganando, al menos desde mi parte, a muchos otros consagrados. En cuanto a esta carta en particular -y tomando en cuenta  que recién estoy en el preámbulo y que ahora voy a parar para empezar con Lost y seguir después y así sucesivamente hasta mañana quizá- tengo la impresión de que voy a exagerar y las ramas del word van a seguir creciendo (y no tengo ningún apuro en salir de este bosque).

(…)

Para mí esto es como una conversación con refuerzos. Pero el refuerzo es uno mismo. Uno mismo que, por escrito, viaja en el tiempo y dice más de lo que usualmente diría.

(…)

Una y algo a eme. Releo para retomar y creo que uso mucho el “al menos”. Quedamos como en el séptimo capítulo de Lost. Y la tarde fue eso: carne, cerveza, Lost y una siesta. Mi hermano habla con su polola en el living. Me pidió un poco de privacidad. Están como terminando y todo esto es nuevo para mí. Anoche se puso a llorar y sentí que era uno de esos momentos en que uno debe saber muy bien qué hacer, qué decir. Esos momentos en los que te escindís y te mirai a ti mismo y pensai “¿Qué irá a hacer este hueón? ¿La irá a vender?”. Nunca lo había visto llorar por una niña. “Todo este año ella ha sido el único motivo para levantarme a ir a la cagá de colegio”, me decía. Así que lo dejé un rato. O sea, lo dejé, estando yo ahí, frente a él. Contemplé y le dije un par de cosas que seguramente le supieron a obviedades. O no. No sé. Creo que no le dije nada del tipo “conocerás muchas mujeres”, o “aún no conoces el amor de verdad”, ni ninguna de esas frases que se dicen desde la acumulación de experiencia. La verdad, no me acuerdo muy bien que le dije. Luego, cuando ya se le pasó, y al volver de la cocina con unos tés, le di unos palmotazos leves en la espalda y un beso en la cabeza y alguna frase que también olvido ahora, pero que me salió “de corazón”. (Mientras termino este párrafo noto, por los tonos de voz y las risas, que parece que se están desterminando)

(…)

Envidio cuando en las películas se mandan cartas. Quizá no haya el esfuerzo y la demora que dices pero hay esta demora de encontrar el momento preciso para escribir, y este no saber qué cosa nueva, que extraña ramificación hará el otro. De algún modo lo que importa es la deriva, o más bien la forma de la deriva -que también es una especie de texto o metatexto- y, poniéndose un poco más exquisitos: lo bonito es cómo son estas mismas derivas las que, a través de uno, conversan (y una vez más, siento que a Levrero le gustaría hincarle el diente a este punto; o a mí mismo, aquí o donde sea). Importa también lo explÍcito, obvio, la parte estrictamente funcional y comunicativa, pero siento que el impulso que nos hace seguir –aquí y en general, en la escritura y quizá en todo- tiene más que ver con este otro aspecto más impersonal y trascendente.

(…)

La forma misma y los soportes bajo los que son dichas las cosas que todos deberíamos saber llevan en sí mismos una cosmovisión fracasada, que no le habla a nadie, que no conquista nada, que no alimenta ningún espíritu, que es pura autoreproducción. Y así la cosmovisión que se supone que uno “representa”, que se supone que se ve en tuiter, en las marchas, y en algunos libros, es subsumida y presentada como una posibilidad más. A veces siento un odio tan real y grande contra la publicidad y ciertos programas de televisión. A veces me siento tan adolescente y fuera de todos los códigos. Pero sé que estoy bien. Sin creerme la gran cosa y sabiendo que seguramente no voy a cambiar nada, sé que uno no está solo y es larga la lucha. Y silenciosa, sobre todo.

(…)

Pero nada. No recuerdo nada de lo que soñé. Cada vez que despierto, y antes de mirar el reloj del velador, hago el ejercicio de adivinar la hora. Siempre ando cerca. Son casi las dos ya y vamos en el capítulo 11. Se llevaron a Claire. Charlie quedó mudo. Volvió Said, con la noticia de que podrían existir unos Otros. Sawyer y Kate nadan juntos en un lago que encontraron. Locke encontró la escotilla. Ahora sí que está empezando todo.
En la medida en que avanzamos en la serie la alfombra va llenándose de basura, la mesa de platos, la loza sucia va creciendo y mi buzo-pijama va ensuciándose. Quizá sea hora de bañarse y ordenar un poco las cosas.

(…)

Reí con eso de matarse en las pesadillas como quien se escabulle de una fiesta a la mala. Obvio que también lo he hecho (“total es un sueño”, se dice uno a sí mismo; pero entonces, ¿por qué otras veces ese mismo “total es un sueño” nos envalentona? A veces creo que esas presencias malignas no son meras proyecciones momentáneas de uno y por eso uno decide huir, porque, en el fondo, intuimos que hay un peligro real allí) ¿Has muerto en sueños (involuntariamente, no escapando a conciencia en tus abismos fabricados)? ¿Viste el día de la marmota? Si te cuento lo que me recordaste de esa película y no las has visto aún te la arruinaría. Creo que igual me perturba un poco el hecho de que siendo yo alguien tan interesado en estas cosas tenga tan pocos sueños reveladores que incentiven alguna especie de búsqueda, personal o teórica. Seguro que va por ahí con lo que me dices. Pero a la vez, nisiquiera lo intento tanto, y eso es lo raro. De algún modo, por debajo de todo, siento que “lo merezco” y me conformo y espero, entonces quizá por eso mismo es que no lo merezco. ¿Has intentado alguna vez tener sueños en conjunto? ¿Viste Waking life o Paprika?

Me carga como, si no se le trae a colación constantemente, lo inconciente se va hundiendo en el olvido. Supongo que es una cosa cultural. Mantenemos la basura y lo oscuro bien por debajo de la alfombra. Y yo, en particular, soy muy como las hueás o muy perezoso como para conducirme por la senda que se supone te mantiene cerca de todo aquello. Sigo sin meditar. Estos días he comido para la miseria. Y ya no anoto más mis sueños por la mañana, básicamente por una especie de venganza contra mi inconciente que, según yo, podría ser más generoso, es decir, más invasivo. ¿Cómo no se va a dar cuenta que le estoy dando permiso para que emerja? ¿Cómo voy a ayudarlo si no me ayuda? Yo siempre necesito un empujón. Para empezar cualquier cosa, siempre necesito aparecer allí como si no se me hubiera ocurrido a mí.

(…)

Tengo la impresión que sí, quiero creer que sí, que todas esas cosas existen o van a existir. Si en los sueños, cuando podemos, modificamos escenarios y cuerpos a voluntad, es porque está dentro de las leyes de ese mundo, y creo que aquí, aunque hay unas reglas, existen un montón de excepciones que podrían ir estirándose lentamente. No me niego a creer que hay monjes que levitan. No me niego a los fantasmas. No me niego a los extraterrestres. No me niego a la posibilidad de que los sueños lleven, a través nuestro, una “conversación” con lo real. Reconozco la monotonía de lo real, pero en modo alguno me rindo ante su firmeza. Es cosa de adentrarse un poco en la física cuántica y meterle un poco de budismo zen para notar que todo esto a los que nos aferramos es de una fragilidad brutal.
[L, 18 sept.]

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