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abril-mayo-junio

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“Nada mata el alma con tanta rapidez como la sed de gustar a los hombres”. (Gorki, Cuentos de rebeldes y vagabundos)

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Murió un conserje. Pusieron el aviso junto al listado con los deudores y demases informaciones de uso público. Lo supe un día en la mañana, lo olvidé durante el día y luego, por la noche, antes de subir al ascensor, volví a saberlo. Intenté imaginarme cuál de los 4 o 5 era. Asumí que era el más viejito, hasta que un día lo vi ahí, vivo, y estuve a punto de preguntarle, pero no lo hice. ¿Para qué necesitaba saberlo? ¿Qué le iba a decir luego de individualizar al sujeto? Pasan más días y me convenzo de que es una cuestión que va más allá del morbo. Necesito saber o, más específicamente, hacer la experiencia, sentir, incorporar. Así que una noche llego y me planto en la recepción y aparece uno de los conserjes jóvenes y le digo algo parecido a esta divagación introductoria que pongo aquí. Uno medio pelado, medio gordito, me dice. Le dio un ataque al corazón mientras iba manejando. Asiento, entiendo, pero no es suficiente. Entonces se le ilumina la ampolleta, aprieta unos botones en el teclado de las cámaras de vigilancia, la gira hacia un punto intermedio entre él y yo y se pone a retroceder la grabación hasta el último turno del fallecido. Con el dedo me apunta la cabeza pelada del hombre. Ése era, me dice. Lo veo ayudando con las bolsas del supermercado a unas señoras. Lo veo simplemente sentado. Regando unas plantas. Hojeando un diario. Lo miro y la muerte no tiene nada que ver con todo aquello. La pena es esa incongruencia. Ver un cuerpo en movimiento y luego la arbitrariedad, el despojo, la verdad última. Comento alguna obviedad para ocultar que me importa, que me produce algo. En silencio seguimos viendo la pantalla, cual precario funeral de cine mudo.

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De nuevo un sueño relacionado con los techos de las casas. Toda la gente ahora vive en los techos de sus casas. No entiendo si está inundado o qué, el caso es que no se puede bajar. Nos trasladamos de techo en techo. Intercambiamos víveres. La gente empieza la construcción de sus casas encima de las otras casas que, por motivos que no comprendo, ya no pueden ser habitadas.

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“¿Por qué nunca se ha pensado en admitir como ejercicio religioso (dejando a un lado la confesión y la dirección espiritual) las conversaciones entre dos o tres? No ya charlas, sino conversaciones mantenidas con el máximo de concentración”. (Simone Weil, Cuadernos)

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Odio porque amo y amo porque sí.

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Hace tiempo que noto en algunos cierta tendencia a rechazar o mirar en menos a quienes comparten información sobre las distintas luchas políticas por redes sociales. Los oigo y les leo decir que la revolución ya no fue, que quieren puro alumbrar, que no van a cambiar nada. Y tienen razón: la revolución, al menos en los términos que se dio en el siglo pasado, seguramente no vuelva a ocurrir; hay quienes buscan alumbrar, figurar, identificarse desesperadamente, sí; y seguramente las estructuras fundamentales de la política permanezcan invariables durante los próximos cincuenta años. Tienen razón, pero solo tienen razón, porque las redes sociales, cuando mucho, construyen o direccionan un sujeto colectivo. El resto, la acción, ocurre allí fuera, en los juegos de fuerza, en las estrategias, en las tomas, en la violencia del día a día. En Francia unos sindicalistas han cortado la luz para actos del gobierno y para ciertas empresas y han restituido el servicio para los sectores más pobres. Me entero de eso en el muro de P y luego, salvo mi emoción y estas dos líneas, no pasa nada. ¿Hace eso mella a la hermosura de tal gesto colectivo? No, porque es un trabajo lento y, sobre todo, porque no se trata de mí, ni de los likes. Aunque desde la voluntad y los textos me sienta parte de todo aquello, conozco perfectamente mi lugar y su discreta resonancia. No arriesgo el pellejo contra los pacos, no ayudo a los sindicatos, no tengo ningún proyecto colectivo subversivo y sin embargo, comprendo y valoro la importancia de los que luchan y, en menor grado, de los que difunden la lucha. Incluso si –cuándo no- el camarín está dividido y hay quienes miden su radicalidad como quien se mide el pico; incluso si esto se hace con los únicos medios que están a mano (los del Espectáculo), uno se reconoce al interior de esta radicalidad, porque no solo se trata de un cálculo racional, se trata también de la voluntad, del horizonte al que uno apunta aunque vaya perdiendo. Por lo mismo, encuentro mucho más ahueonao al que traiciona su voluntad y se resta por pudor a parecer alumbrado que aquel que, efectivamente, por ignorancia, oportunismo o por lo que sea, alumbra y genera esta especie de páginas sociales de la subversión que tanto detestan los santos de la radicalidad. ¿Cómo no va a ser preferible eso antes que cualquiera de las otras identificaciones que propone el tono monocorde del noticiario? Prefiero que mi hermano conozca un poco de la lucha estudiantil en Chile y el mundo –y que se ponga una pañoleta, me importa un carajo- antes que siga viendo a esas cagás de youtubers.

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«Los movimientos radicales ya no pueden permitirse una zambullida irreflexiva en la acción por la acción. Nunca hemos tenido mayor necesidad de reflexión teórica y de estudio que hoy, cuando el analfabetismo político ha alcanzado proporciones impresionantes y la acción se ha convertido en un fetiche como fin en sí mismo. Tenemos también una gran necesidad de organización – y no del caos nihilista de los egocéntricos auto-indulgentes en el que la estructura de cualquier tipo es considerada como “elitista” y “centralista”. La paciencia, el trabajo duro del compromiso responsable con la labor cotidiana de construir un movimiento, debe ser valorada por sobre el drama de las prima donnas que siempre están dispuestas a “morir” en las barricadas de una “revolución” distante, pero que son demasiado elevadas para involucrarse en las aburridas tareas de difundir las ideas y sostener una organización».
(Murray Bookchin, Rehacer la sociedad)

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Entra Tito Beltrán a la librería. Su ego primero y él a la cola. Va con una mujer embarazada, unos 15 o 20 años menor que él. La librería está casi vacía así que él se queda con nosotros en el mesón y la mujer va hasta el fondo, a la sección infantil. Su rostro es como una mentira, como un comercial de algo exitoso y triste. Todos los famosos saludan como si uno fuera el famoso. Es raro eso. Se anticipan, supongo, y lo que tratan de dar a entender es que son “gente como uno”. El problema con esta anticipación es que, en caso que uno no conozca al famoso en cuestión, éste queda como un engreído. Pero en fin, hace eso, se presenta muy ameno, muy cercano, pero su idiotez supura lentamente e invade el perímetro. Casualmente teníamos puesta la Beethoven así que, apenas entra, bromeo y le digo que lo hemos visto desde lejos y hemos querido parecer cultos. Pero no nos sigue. Es, como el 90% de la gente que no sabe callarse, alguien que trae un repertorio predeterminado. Parte hablándonos unos cinco minutos acerca de cómo no le gusta casi nada de la música clásica. Luego, de algún modo, nos cuenta cuando cantó para la reina de Inglaterra. Y ahí ya se lanza. Que su auto es mejor que el de Vidal. Que no sé quién chucha una vez lo invitó a tomar once. Su mujer, desde el fondo de la librería, lo nota. Debe estar acostumbrada a la misma rutina. Lo llama desde lejos. Nos mira como pidiendo perdón. El tipo acude y vuelven con un par de libros para niños. Yo ya no puedo seguir escuchando y me he alejado unos metros. Entran unos sujetos solo para sacarse unas fotos con el cantante. Tito rebosa de sí mismo y se expande hacia el resto del universo.

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“La plenitud del ser es idéntica a la nada en el pensamiento abstracto, pero no mientras se huye de la nada y se dirige uno al ser. Existen la nada de la que se huye, y la nada hacia la que se va”. (Simone Weil, Cuadernos)

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No hago nada de lo que me he prometido hacer este día libre. En vez de ponerme a arreglar las notas a pie de página de la tesis, tomo desayuno en cama viendo el comienzo de la segunda temporada de Fear the walking dead. He despertado un poco antes del mediodía y no puedo sino afirmar tal decisión, pues uno de los momentos más importantes del día libre son esos segundos en que uno despierta a la hora que siempre suena el despertador y abres la cortina y ves todo ese movimiento y recuerdas que podrás restarte y, como si fuese una respuesta posible al ajetreo del exterior, sigues durmiendo. Así que afirmo la decisión de perder la mañana. Alguien razonable podrá decirme que tengo que desechar opciones, escoger, canjear horas de sueño por el deber. Pero no. Yo lo quiero todo. No estoy dispuesto a desechar nada. El segundo café me lo traigo al escritorio, donde me pongo a respaldar las últimas películas bajadas y ordenar un par de carpetas. Reviso tuiter. Ordeno la pieza. Lavo toda la loza. Pongo unas canciones que me posteó G. Me tumbo y dejo que las gatas vengan a posarse encima (en realidad hago ruidos, las llamo, y vienen). Luego, camino a la cocina, me hago cargo de algo que omití las tres veces anteriores que pasé: hay que volver a armar la improvisada mesa de centro porque las gatas la botaron en algún punto de la noche. Vuelta a poner la base de libros, vuelta a poner la tabla. Entonces recuerdo que hay que lavar ropa. Hago eso. Miro por el balcón. No tengo ganas de salir y mezclarme, no tengo nada de ganas de ir al supermercado a comprar cebolla y cilantro para hacer estos estúpidos cochayuyos. ¿Para qué los compré? Intento comer sano pero soy un desastre. Ni mi voluntad ni mis tiempos ni mis habilidades prácticas me juegan a favor. Entro al baño y termino el tercer cuento de Pizzolatto. A ratos es como Carver pero con una pistola en la mano. Abro el Word de la tesis, pero recuerdo que puse la lavadora al comienzo del día y me digo que es mejor trabajar habiendo cumplido ya las labores básicas del hogar. Pero la lavadora quiere hueviarme, el día quiere tocarme los coquitos, y la hueá simplemente ya no funciona. Intento ponerla en modo enjuague o centrifugado, pero nada. Hurgo el aparato buscando una solución como lo haría un simio que intenta arreglar un robot. Me rindo. Traigo el puto tiesto para la puta ropa. Me mojo los pies. Mojarse los pies es una verdadera mierda. La echo toda a la tina para que escurra. Trato de sacarle toda el agua que pueda a los pantalones que debo usar mañana y los cuelgo. En el transcurso hacia el balcón, vuelvo a mojarme los pies y le pego un combo a una muralla y las gatas me miran y siguen durmiendo. Con el error que tira la pantalla de la lavadora anotado y los papeles que encontré, llamo al servicio técnico. No me contestan. Siento que no puedo hacer absolutamente nada hasta que no me haga cargo. Son más de las tres y he sido tragado por la hermosa contingencia doméstica. Pierdo el tiempo un rato. Empiezo a notar que no alcanzaré a hacer mucho si pretendo salir a tiempo a encontrarme con P, a las 1730. Me paro de golpe y vuelvo a llamar. Esta vez contestan. Puede venir alguien, sí, pero no tengo la boleta. Tengo todo menos la boleta. Tengo la guía de despacho. Tengo el Acta de recepción de productos. Tengo la poliza de garantía. Pero no tengo la boleta. Sin eso, me dice la niña, no sacamos nada. Entonces ahora debo ir a Ripley, conseguir esta boleta, volver a llamar y ver si pueden venir en 16 días mías, porque no hay ninguna otra coincidencia entre mis días libres y los días en que ellos pueden venir. Corto. Dos semanas sin lavar ropa. Día culiao perdido. Tendré que volver a pedir ayuda, que me laven la ropa mis amigos. Cierro el Word de la tesis. Ya no queda ánimo para eso. Pienso en mis próximos cuatro días de trabajo. En mi incapacidad para resarcir la estupidez del día por las noches. En cómo nisiquiera he conseguido comprarme esas zapatillas que vi baratas por internet. En cómo sigo siendo tragado día tras día.

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Idea para emprendimiento: un nivelador de ánimos a la entrada de la librería. El sujeto es escaneado al entrar y se le aplican unos leves golpes de corriente para modificar el ánimo. Al salir, si así lo desea, se le devuelve a su estado anterior.

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“Considero el aislamiento como la ley física que gobierna el universo: la masa atrae a la masa porque lo natural no es la singularidad de las cosas, sean éstas conscientes o dejen de serlo, y la unidad básica de la vida no es uno, sino dos. Se forman planetas y lunas, y la gente permanece en ellos porque hay algo en el cosmos que intenta no quedarse sin compañía”. (Nic Pizzolatto, La profundidad del mar amarillo)

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Siempre traigo más libros de los que alcanzo a revisar. Espero mucho de mis venidas a Curicó. Debería aprender que solo alcanza para dos o tres cosas y conformarme con eso. Debería asumir que acá resulta inevitable dormir menos de 9 horas, y que las noches son para ver películas, de manera que solo existe ese transcurso entre el mediodía y cuando ya oscurece. Ha llovido con furia aquí. Un solo largo día trazado por siestas y lluvia. Ayer apenas amainó un poco y fui caminando donde Bruno. Su patio, su perra, unas fumadas y una conversada de rigor. Envidio su patio, todas sus plantas están gigantes. Si quiere tomate saca un tomate de allí mismo. Si quiere ají o ciboulette o cilantro, lo mismo. Se instala a ver Farhenheit 451 (para una clase que debe hacer el lunes) y yo, que ya la vi hace poco, alterno entre Schnitzler y un Audax vs San Marcos de Arica. Durante casi un par de horas en las que quizá me dormí un poco, no cruzamos palabra alguna y pienso que esto y ninguna otra cosa es la amistad. Vuelvo adivinando y esquivando pozas en la oscuridad de las faldas del cerro Condell.

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“Si cultivas con excesivo mimo el jardín secret de tu alma, puede llegar a hacerse demasiado exuberante, a desbordar el espacio que le corresponde y, poco a poco, a invadir otras regiones de tu alma que no estaban llamadas a vivir en secreto. Y así puede ser que tu alma entera acabe convirtiéndose en un jardín cerrado y, pese a su esplendor y su perfume, sucumba a su propia soledad”. (A. Schnitzler)

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Había abierto aquí. Me había hecho un café. Había puesto música y todo, pero llegó C y me dijo: “¿Ash vs Evil dead en el retroproyector?”, y cagué.

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Tercer día de vacaciones y no sé si lo esté haciendo bien. Recién agarro esto. Recién abro el Word del diario y el de la tesis. Recién, siendo casi las cinco de la tarde y a minutos de tener que salir. Anoche: el segundo tiempo en diferido de Colombia Paraguay y tres partidos con Chile en el PES 2016, luego tres capítulos de Fear the walking dead (aburridos, incongruentes, ridículamente sin zombies y copiando malamente la lógica de la segunda temporada de TWD) y el último que me quedaba de Game of thrones; y todo esto bajoneando esos putos suflés de queso que sobraron del partido de Chile con Argentina. Entonces duermo once horas de corrido, despierto y quedo expuesto a la dictadura del ocio, del ocio como arte, del ocio como disciplina. Pero la verdad es que soy un pésimo monje para esta religión que me he inventado. Despierto cerca de las dos, como en la época en que odiaba mi floja voluntad. Ordeno y limpió y dejo todo tal y como quedó ayer, cuando hice aseo general de la casa. Siento que evado. Que cada cosa que hago es parte de la evasión. Que incluso todo aquello que DEBO hacer puede formar parte de la evasión. Entonces medito. Recuerdo lo bien qué se sentía cuando lo hacía y me siento, pongo la alarma en cinco minutos y medito. El ruido del mundo está aquí dentro. Tengo calles entre la nariz y los ojos. Una micro baja por la garganta. La familia hablándome en la nuca. Todos los quehaceres y proyectos y miedos y deseos murmuran y dicen YO y paso, simplemente paso por encima. Pasar, pasear y mirar, sin juzgar. No me interesa qué digan los expertos en interioridad; para mí se trata de eso que decía Millán en sus diarios de muerte: “Deslizarse por la superficie adecuada, patinar por el satén sin ambiciones por persistir. Sin deseos de quedarse en alguna parte. Pasar, ir pasando de esto a lo otro. Pasar sin pasar a llevar, sólo rasguñando el hielo”. Así que me hundo en la urbe mental, me deslizo, pongo atención a cada reclamo y desisto de todos y cada uno de los desarrollos racionales que, creyendo tener vida propia, intentan solucionarme. La mente es una poza en la que siempre, si uno mete un palo hasta el fondo y revuelve, emerge algo a la superficie. En este caso, y como si fuera un mantra, todo se me ha reducido a dos palabras, a dos hojas flotando en la poza: el texto y la bondad, es decir, esto, seguir con esto, escribir, insistir en lo inútil, pero también abrirme, ir hacia el otro, centrado siempre en esa intuición que me acompaña desde que busqué dirección aquí dentro.

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“Las relaciones humanas de todo tipo siempre acaban extinguiéndose, igual que el propio individuo. Pero esas relaciones muertas raramente son enterradas a tiempo, y se pudren al aire libre. Eso es lo que inunda de un olor tan desagradable la atmósfera de la sociedad, del mundo entero”. (A. Schnitzler)

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Madre llega del trabajo. Me comenta que V, su novio, ha quedado con un amigo en vez de juntarse con ella. Me dice, con incredulidad, que ha sido por una cuestión de trabajo, pero que de todos modos le afecta, porque ella viene recién llegando de la playa, y lo mínimo sería que le otorgase una media horita. Me cuenta todo esto esperando que yo solo afirme, que le diga que tiene razón y que él está equivocado. Pero no puedo. No me sale. Le digo que quizá sea cierto que está en una reunión de trabajo, y que el hecho de que aquella reunión sea justo en el momento en que ella cree que deberían haberse visto no merece ningún juicio apresurado. No le gusta lo que oye. Me insiste en que, si uno quiere, se hace el tiempo.

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“Fuga hacia adelante. Escribir más, seguir escribiendo lo que sea, a como dé lugar, no importa a qué costo, da lo mismo el resultado. Fuga hacia adelante versus retroceso en busca del retoque”. (Gonzalo Millán)

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Panorama de martes: Chile-Panamá, Argentina-Bolivia y empezar con Master of none.

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Sin calefacción alguna aquí en Curicó, me construyo un trono de frazadas. Nisiquiera almuerzo. Muerdo una manzana que me aburre y la dejo. ¿Cómo alguien podría comerse una manzana con tanto frío? Al mediodía vi el documental de Susan Sontag y el resto del día ha sido escribir y escribir. Comparto la ansiedad de Susan Sontag pero la aplaco con puras tonteras. Me cuesta un montón leer más de media hora de corrido. Estas y todas las vacaciones siempre son una especie de juicio de mí ante mí. Dejar el PS3 en Santiago ha sido una muy buena elección en ese sentido. Se me hielan los pies y lo único que se me ocurre es apretujar un cubrecama en el rectángulo que queda bajo el escritorio. Me inserto allí como un gusano y me envuelvo. Tapo a mi hermano que se durmió aquí al lado. El wifi se corta y, como siempre que ocurre, me digo que es por algo. Madre aún no llega y hay que lavar la loza. Creo que apenas llegue saldré a comprar pastelitos, o lo que sea que me diga que quiera. Me acuerdo de ese año que fracasé en todo y tuve que devolverme a vivir aquí y, salvo correr por las tardes y trabajar en la tesis y ver películas por las noches, no había nada más que hacer y me encargaba de la casa, de hacer las camas, de lavar la loza, de ir a la feria. Era bonito y triste. Madre llegaba y yo estaba en la mesa del comedor, escribiendo. Comenzaba a sonar la teleserie, comenzaba a salir toda la información del día desde su boca, entonces era el momento de apagar el computador y escuchar, y tomar once, y estar.

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“No quiero ver a nadie. Necesito soledad. Desearía estar en un lugar desolado, o en una clínica. Dormir bien, tener un florero con violetas frescas, fumar poco y beber limonada. No llorar ni reír. Tomar en serio mis apuntes y mis libros. ¡Oh, cómo deseo vivir solamente para escribir!”. (Alejandra Pizarnik, Diarios)

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Jueves. Duermo tres horas. Una inquietud fisiológica me bota de la cama. Hace sueño pero de algún modo la mente está despierta. Un pan con huevo, un vaso de leche y subtitular y traspasar al disco externo las películas bajadas durante la noche. Spielberg, Ridley Scott, James Cameron, David Fincher. La idea es ir completando filmografías e ir revisando ciertos clásicos de ciencia ficción con mi hermano. Son casi las siete de la mañana. Madre y hermano en sus labores preparativas para salir hacia el mundo. Las ventanas absolutamente empañadas. Se van y vuelvo a acostarme. Mi cuerpo se demora exactamente 3 minutos en producir un calor sobre el que me duermo. Despierto a minutos del mediodía. Como ha sucedido todos estos días, despierto como si hubiera sido un crimen dormir, como si no hubiera tiempo que perder. Unas galletas de agua con quesillo y orégano y un café y un documental corto sobre Manuel Rojas. Unas hojeadas a los matinales. La sobremesa o, para ser más exactos, la sobresillón, se alarga viendo Master of none. Escribo un rato. Muy poco rato: el blanco intenso del Word sumado al frío me tumba. Luego de la siesta: cardiólogo. Me parece increíble que haya gente en las calles con este frío. Una señora vendiendo sopaipillas, perdida en la niebla, es una heroína. Ese viejito vendiendo paraguas, otro héroe. Pillo a mi hermano en el camino. Me acompaña. Cuando salgo de la consulta lo veo durmiendo desparramado sobre su mochila. Ningún mal evidente en el cuerpo, y sin embargo, exámenes y exámenes y más exámenes. Entramos a un mol que no conocía. Hay un ajedrez gigante y jugamos. Pierdo. En realidad abandono. Me come la dama y me amurro. Un señor con bastón se había sentado recién a mirarnos y al irme me siento mal por él. Nos zampamos una hamburguesa. Una mentira de hamburguesa. En la pantalla gigante están pasando Titanic. Le comento a mi hermano que el que dirige esta película también dirige la película que vimos anoche, Alien 2. Volvemos al ajedrez, esta vez a una mesa llena de tableros normales. Nos reciben con amabilidad, alargan la mesa para que quepamos mejor. Un hombre le enseña cómo jugar a un niño que supongo es su hijo. Se le ve un poco tenso. Mientras mi hermano arrasa conmigo, pienso en lo frustrante que es tratar de enseñar algo que a uno se le da naturalmente. Cuando nos paramos para irnos y luego de cruzar un par de palabras amistosas con el encargado del sector ajedrecístico noto que hay dos tipos jugando Go. Desde que se me aparece en el 90% del cine asiático que veo que me tinca hacerme de un tablero. Me acerco a ellos y anoto el nombre de la página donde los venden. Me pregunta si sé jugar y les digo que en las películas parece un juego bastante interesante. Emergemos hacia la niebla. Decidimos caminar. Enfrentar lo frío y lo denso. Me compro una de esos cuellos tipo bufanda que se cierra en sí misma, de manera que hay que darle dos vueltas y envolverse no solo el cuello sino que parte de la nuca, lo cual está muy bien. Pensé que eran para mujeres, pero ahora recuerdo que M usa uno negro y se le ve bien. La caminata hacia casa adquiere un tono simbólico. Un momento de hermanos. Hago eco de todo lo que, atosigada, me ha pedido mi madre que le transmita a mi hermano. Que el estudio, que el orden, que los platos sucios hay que ir a dejarlos a la cocina. Traduzco aquello a una cuestión más amena y horizontal. Le digo que yo mismo, pese a tener cierta estabilidad e independencia, soy un desastre. Le explico que una habitación ordenada y limpia ayuda un montón en términos anímicos, y así. La hamburguesa de mentira nos dejó con la bala pasada así que entramos a un lugar que promete los italianos más gigantes de Curicó. Pedimos uno gigante para los dos. Ya en casa, lo partimos. Nos parapetamos en mi manta nueva. Unos cafés. En la tele el Titanic se hunde. Luego, Ecuador vs Estados Unidos y, si queda tiempo, Alien 3. Creo que ha sido un bonito día, sí.

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“Me veo obligado ya a admitir que la ansiedad es mi estado genuino, ocasionalmente interrumpido por el trabajo, el placer, la melancolía o la desesperación”. (C. Connolly)

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Salgo a correr al mediodía. Un perro enojado me sigue y en el camino ya deja de estar enojado y me acompaña durante un tramo de la carretera. De las casitas que empiezan a aparecer cada vez más espaciadas por el borde no emerge ruido alguno, solo humo. Avanzo menos que otras veces porque, para variar, perdí la constancia. De vuelta, a un ritmo vergonzosamente lento, paso a la verdulería y a la carnicería: plátanos, alcachofas, zapallo, cebolla, pollo y dos longanizas. La mujer que atiende se me queda mirando. “¿Cómo puedes echar tanto vapor?”, me dice. Troto de vuelta a casa con las bolsas rebotando. Saco la llave de donde la dejé escondida (no tengo bolsillos). El resto de la tarde se irá entre Master of none, el Word, alguna siesta y, para coronar, el partido de Chile.

febrero-marzo

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«Cada vez escribo más largo, y en tiempos más espaciados, para cada vez menos lectores, y con menor éxito». (Mario Levrero)

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El día no acaba nunca. Ya son las once y nisiquiera he vaciado la mochila, ni me he bañado, ni he comido, ni he abierto una cerveza, ni puesto música, ni nada. Llevo más de una hora intentando que las gatas se tomen sus remedios. Estoy en calzoncillos en la cocina, intentando imaginar cómo es que lo hacen las madres, los padres, día a día, posponiéndose, desapareciendo lentamente, incorporándose como sangre y huesos y músculos a disposición de la maquinaria del cuidado, de lo inmediato, de lo urgente. Sé que las quiero, sé que, mientras dure el tratamiento, ellas serán primero, y sin embargo, sigo sin comprender cómo alguien querría escoger esta senda para darle sentido a su vida. ¿No era que se trataba de abarcar más, de cambiar las cosas en grande o al menos intentarlo? ¿Qué es ese orgullo de encabezar una familia? ¿Qué es ese orgullo de ocuparse de lo inevitable? La gatagrande vomitó la pastilla diluida en agua. Luego fui yo el imbécil que la diluyó en excesiva agua, y allá se fue otra pastilla más. Intento cocinar para mañana y hacerme cargo de estas niñas. En el horno unas longas, un poco de carne molida en agua caliente, y los fideos en la olla. Sobre la mesa, soltando un audio de wathsapp tras otro, el celular con consejos de P y M sobre la mejor manera de enfrentar esta compleja situación. Revuelvo, escucho, lavo la loza, pico las longas, decido no abrir mi cerveza hasta que todo lo básico esté resuelto. Mientras la gatachica merodea y mordisquea de a poco su porción, la gatagrande, encerrada en el patio de la cocina (porque no puede ocurrir que uno se coma el remedio de la otra) nisiquiera mira su comida y solo se dedica a intentar salir. Revuelvo la cebolla en el sartén y con el pie detengo sus intentos de huida. El celular se vuelve loco y lo apago. De pronto estoy como un baterista intentando seguir el ritmo del mundo, de este mundito. Pero son muchos tambores y platos. Si no funciona esta última vez, si la gatagrande vuelve a vomitar el remedio, simplemente me rendiré, y lo intentaré de nuevo mañana. Termino de cocinar y me asomo hacia el living. El espectáculo es triste: la gatachica está en medio de todo con su cono de la vergüenza, sentada, mirando hacia un punto fijo en el suelo. Cuando termino de cocinar, sigue donde mismo.

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“Qué se yo si ciertas cosas las vivió Kafka o las viví o las soñé yo; ahora me perturban como mías aunque no las recuerde”. (Mario Levrero)

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Sueño que somos casas, que ya no hay sujetos sino casas. Dónde vivimos ahora -¿”dentro” de personas?-, no tengo idea, pero el asunto es que todos andamos por ahí siendo casas, con cuerpo de casas, con cabezas de casa, y así. Solo recuerdo esta pequeña “escena”: me encuentro con J en la calle. Se manifiesta preocupado por su situación interior, es decir, por la situación de los individuos que viven allí dentro. Hablamos bajo, casi murmurando, para que no nos oigan las personas dentro nuestro.

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“Las cadenas de la Humanidad torturada están hechas de papeles de oficina”. (Kafka)

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La novela que empecé hace años no vale nada. Un tipo en una casa en Valdivia. Una vida simple. Gente que llega. Gente que se va. ¿Por qué es tan difícil hacer que sucedan cosas? Seguramente porque ya me acostumbré a esto, aquí, así, el área chica de lo insípido y lo contingente. Así que volví a escribirle un nuevo comienzo que se transformó en un cuento que tampoco terminé. ¿Qué es esta enfermedad de no atreverse a terminar nada? Luego de dos años, sigo metiéndole citas a la tesis que aún no defiendo. En fin.

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“La vida es una distracción permanente que nisiquiera permite tomar conciencia de aquello de lo cual distrae”. (Kafka)

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Odiar una ciudad es estúpido. Lo que digo cuando digo que odio Santiago es que odio la repetición infinita del trayecto desde mi casa al trabajo. La forzada intimidad de los matinales. El semáforo de mierda de Diagonal Paraguay con la Alameda que ya lleva meses dando conteos falsos e intentando hacer que atropellen a alguien. El sol directo. Los anuncios publicitarios contrastados con lo real. La ausencia absoluta de sombras, de árboles. De nuevo el sol. La cercanía obligada con el prójimo por las mañanas. El ascensor lleno. La circulación naturalizada de los cuerpos. Intuir día tras día que algo está profundamente mal, que la mitad de estas personas desearía estar en cualquier otra parte. Luego, ya casi llegando a la librería, en la moneda, los putos carabineros y su marcha de los sábados. Toda la pompa de ese perímetro. La mierdosa marcha militar, policial, o lo que sea. El silencio y la expectación de los transeúntes. Y para darle un poco más de absurda legitimidad al espectáculo, los turistas, la profunda estupidez de los turistas agolpados sobre la moneda como si allí estuviera ocurriendo algo. Sus ropitas de Indiana Jones. Sus carnes rosadas. Sus imponentes cámaras para retratar qué. Y siempre, comándandolos, algún imbécil con personalidad de mimo. Cuando digo que odio Santiago es esto lo que odio. Que la mitad de los autos sean taxis. La violencia automovilística. La violencia peatonal. La violencia ciclística. Los mismos hueones de siempre gritándole a las minas, enrostrándole en la cara y en el cuerpo una imposibilidad a la que no le ven otra salida. Y los quioscos, y los titulares de las revistas y los diarios en los quioscos. Y el hecho de que el 80% de la contingencia es producida allí, así, en medio de un basural de sentido, en medio de una conciencia política nula, en medio de la naturalización buena onda del modelito económico que nos va agarrando los huevos lentamente. Si llego a decir alguna vez que odio Santiago, es eso lo que odio.

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“El afable arcaico no necesita ninguna «ventana» para dirigirse fuera de sí mismo, pues él no habita ni casa ni castillo. No tiene ningún interior desde el que hubiera podido o querido interrumpir ocasionalmente (…) La afabilidad arcaica no brota de la plenitud o la interioridad o de la mismidad, sino del «vacío» (…) El vacío es una indiferencia amistosa”. (Byung-Chul Han, Filosofía del budismo zen)

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¿Quién es ese hombre que se enfada porque cuando me requiere voy con el tacho de la basura entre las manos y le digo “a la vuelta” y, al volver, omitiendo su enfado, lo abordo con un “dígame” y hace como que no me escucha? ¿De qué está hecha toda esta gente que en vez de trabajadores a veces ocupados ve afrentas personales? ¿Qué se supone que haga, qué se supone que sienta, qué tipo de relación se supone que tenga con toda esta horrible humanidad que, antes que el correlato material del trabajo, ve solo sujetos a disposición? Su ternito, sus zapatitos, su recortada barba, su puta corbata desentonando pero a la vez haciendo juego. Un montón de distancia dentro de la misma especie. Cuando noto que se hace el indiferente no se me ocurre otra cosa que decir en voz alta “bueno, voy al baño”. ¿Por qué simplemente no lo encaro y le explico que hay un montón de trabajo aquí? Porque el trabajo te enseña a perpetuar unas relaciones incoloras e indoloras. Suaves y frágiles y olorosas como un pétalo de rosa. Cualquier conflictividad debe ser apaciguada sin entrar en la argumentación interna. Todo debe ser enfrentado como si fuera un puto estelar de televisión. Eso es lo que quieren todos estos maricas del espíritu. Quieren construir un mundo de efectividad que engorde y engorde y aplaste cualquier fisura de infamiliaridad.

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“¿Quién será capaz de comprender del todo estos tres hechos inconcebibles: que existe, que es él y no otro y que antes no existía y un día dejará de existir”. (A. Schnitzler)

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Quisco.
Llegamos cerca de las 11pm. Una guagua duerme y dos adultos ven los óscares. Nos sumamos. Un vasito de cola de mono que es como un postrecito. Me tomo tres. Nos acomodamos en la cama, en el suelo, en una silla. Lentamente comienzo a sentir que estoy de vacaciones, que puedo dejar vagar la mente, no anticipar el próximo movimiento. Hago saber que soy material disponible, que me moveré hacia donde sea que todos decidan ir por estos días.

Un episodio de The office antes de dormir. Pero no se puede dormir. El cubrecama se pega a la piel, la siesta pasa la cuenta, afuera hay un carrete, la cama es muy chica para los dos. Como a las 6am despierto a mear y recuerdo un sueño o partes de éste:
Un terremoto. Corro por huérfanos buscando alguna explanada sin edificios que puedan caerse encima. Luego estoy en Brasil, perdido, buscando a un grupo de personas con las que se supone que ando pero que no recuerdo quiénes son. Entro y salgo de varios locales. En todos hay una música que invita a quedarse. Edu Lobo, Caetano, Maria Bethania. Finalmente, en una disco, están mis compañeros de la librería, al fondo, como gángsters apostados en unas mesas llenas de panes con mortadela. N, que nisiquiera me mira, engulle un sándwich tras otro.
Ya fuera, en la calle, supongo que aún en Brasil, le digo en perfecto inglés a una gringa: el cielo está arriba pero el infierno está en todas partes. Acto seguido, a metros delante nuestro, un camión atropella a un caballo. La escena es horrible e intento escapar, pero las veredas comienzan a enangostarse y pareciera ser que, de pronto, hay obras en construcción por todas partes, de modo que hay que avanzar a través de fierros y estructuras. Y más no recuerdo.

Paseo por algarrobo. Fotos de rigor. En la micro hacia allá una señora igual a Cecilia Vicuña (si me dicen que está viviendo en el litoral, era ella) me increpa y me dice que no la he dejado pasar. El caso es que estoy estirándome para pagar el pasaje al ayudante del conductor que va unos cuatro metros por delante y ella, sin que yo aún lo note, intenta pasar. Me dice que tres veces me pidió permiso. Le explico que solo la oí esta última vez, que antes recién estaba pagando y acomodando las cosas. Voy entre otras dos personas, pegado al borde del asiento, y le pregunto que para dónde quiere que me corra. La cosa sube de tono desde su parte, que soy un falto de respeto, que me creo no sé qué. A esas alturas, habiendo ella ya pasado hacia el área más cercana a la puerta de bajada de la micro y supuestamente habiendo superado el conflicto, ya solo atino a decirle que en modo alguno me interesa faltarle el respeto a una señora. Le hablo pausado. Lo intento. Durante unos segundos siento que sería muy adecuado pasarle la mano por la cabeza, un par de toquecitos, como a un perro, haciéndole notar que, pese al hervidero del asunto, estoy haciendo el intento de no dejar escapar ni un ápice de hostilidad hacia ella. Como mucho, ha sido una desinteligencia, le digo (decido que no es apropiado tocarle la cabeza). Cuando me dice que mejor ya no le dirija la palabra, me giro hacia P, que me mira con cara de no entender nada. La posible Cecilia Vicuña se baja pasados cinco minutos de todo este embrollo. Nisiquiera era urgente que bajara exactamente durante esos segundos que ella juzgó apremiantes. La micro sigue avanzando y unas niñas que presenciaron la discusión hablan pestes de la mujer. Quisiera quedar intacto ante eso, ante todo, pasar a lo que sigue, pero siento una pequeña victoria en los comentarios de las desconocidas. Me voy todo el camino masticando una sensación extraña, una pesadez que siempre dura más de lo que uno quisiera. Solo al llegar a la playa y zamparme dos empanadas de mariscos se me olvida todo y empiezo a pensar que qué divertido sería si realmente fuese Cecilia Vicuña.

Salimos a mirar la puesta de sol. Jugamos a que somos como todas las otras parejas y quizá, por lo mismo, terminamos siendo como todas las otras parejas. Poniendo una mano cada uno, formamos un corazón (así como Vidal cuando hace goles, o como los pendejos en redes sociales) dentro del cual enmarcamos la puesta de sol. ¿En serio querís que suba esta foto?, me dice. Es obvio que es una cita sobre alguien que haría una foto así con toda naturalidad. ¿Pero si se entendiera que REALMENTE hemos hecho una foto así? Supongo que por eso no la subimos. Durante los minutos que demora el sol en aparecer nítido y diluirse bajo el mar, unas cuantas parejas más, dispersadas entre las rocas y la arena, se sacan selfies de todo tipo. P le saca una foto a eso, que también, por qué no, es una selfie de lo que somos.

*
“Nueva manera de escribir, por tanto de sentir”. (R. Bresson)

*
Lipimávida.
Tres días solo en mi hostal.
Hay un negocio como a 15 minutos me dice Ch, que se ha quedado sola en la cocina. Le he llevado los platos y, como siempre que me dejo decir lo primero que se me ocurra, le he preguntado si acaso “ha ocurrido algo asombroso este último tiempo”. Nada ha pasado, obviamente. “La vida tranquila”, remato y salgo, habiendo previamente avisado que saldré a comprar. La verdad, esperaba que me contara alguna historia de fantasmas o brujos. Mi idea era alcanzar a pillar las últimas luces del día, pero entre el vaciamiento y ordenamiento del bolso y la distribución de mis cachivaches por la habitación ya se hizo de noche. Prendo una cola y emprendo camino. Me detengo ante un bosque y unas sombras tenebrosas pero la foto perfecta ocurre solo en mi visión del asunto. Voy alternando entre ambos bordes del pequeño espacio peatonal de la carretera porque a ratos el camino simplemente se cierra. Como los esporádicos autos, soy también una luz que avanza con un solo foco que se prende y se apaga a la altura de la boca y suelta un humo que es inmediatamente asimilado a la bruma general. La oscuridad trazada de pronto por las luces de un auto que pareciera venirse encima otorga un vértigo importante a la solitaria expedición. El mar y estos pájaros cuyo nombre no googlearé (porque solo tengo el internet del cel) son el único ruido de fondo. Una bondad ominosa lo circunda todo. Quizá tenga que ver con cómo aquí el hombre se ha hecho presente pero sin hacerse notar. Cómo la vida se ha instalado a un nivel de la mera sobrevivencia.
En el negocio compro un encendedor, una leche con frutilla grande, un hobby y un rocklets naranjo. La cena fue bastante discreta y, con las dos siestas de hoy (una por bus tomado), dudo que me duerma antes de las doce.
De vuelta doy con un par de lugareños: el leve silencio, ese extraño respeto por el que pasa, por el que no se sabe si volverás a ver; el saludo con la cabeza, parecido a como mueven el cuello los caballos, y seguir el camino.

Construí un pequeño escritorio aquí, en este mueble que supuestamente es para la ropa. Llego del paseo y escribo. Por el parlantito, Liszt. Lo único que se echa de menos es un hervidor a la mano.

¿Qué me asusta de este silencio? De pronto me veo sentado en el borde la cama, la música se acabó hace algunos minutos y aún quedan unas cuantas horas para dormir, Extraña sensación esta, una especie de encierro en lo abierto. Era justo lo que buscaba. La misma sensación de cuando, a los 18, llegué a vivir a una pensión en la que solo tenía radio y libros y el escape escritural a través del word.
Me evado y pongo una de Villeneuve, Polytechnique, una película corta, en blanco y negro, sobre la matanza de la Escuela Politécnico de Montreal en 1989. No es el mejor ánimo para antes de dormir así que compenso con un capítulo de Curb your enthusiasm en el cual Larry David descubre con alegría que gracias a la muerte de su madre ahora puede zafarse de todos sus compromisos sociales. Muy George Constanza todo.
El sueño perfecto, de corrido. Apenas despierto, el diseño del día en la mente. El impulso infantil de tener el control total.
Desayuno viendo el primer tiempo del Arsenal vs Barcelona que traje en el disco externo. Me encargué de no saber el resultado ni ver imágenes al respecto.
Poco antes de las 11 salgo a correr. La idea es llegar a ese gran cerro que cierra el paso al final de Lipimávida y volver, sin parar. Una bonita idea, porque nisiquiera consigo llegar de ida: las zapatillas se me hunden incluso en la parte compacta de la arena. Pensé que iba a ser como correr por el pasto pero más bien se parece a como uno corre en los sueños. Además, para ir por allí debo ir atento a las olas y más de una vez, para evitar mojarme, tuve que aplicar una velocidad para la que no estaba listo. Me devuelvo caminando y pensando en todas las fotos que voy perdiendo por haber dejado el cel en la residencial.
Bañado y abrigado y con una corona en frente me dispongo en el altillo. Avanzo lentamente en Leñador. Por un instante creí que iba a ser igual de costoso que La vida instrucciones de uso, pero aquí las largas descripciones muestran de reojo una vida, un puñado de vidas, las de los leñadores. Me habría gustado más que la extensión de los párrafos descriptivos fuera la de los párrafos subjetivos y viceversa, pero eso quizá tenga más que ver con una fijación.

Acabo de darme cuenta que el padre de la familia que justo ahora se va yendo es un trabajador de la Feria Chilena del Libro. El trabajo me persigue, pienso. Hago un tuit al respecto pero lo borro. Corroboro que sea él y lo abordo. Una conversación completamente intrascendente que propicié solo porque sabía que luego de que se fueran ya no quedaría ni un alma en toda la residencial.

Por la tarde el segundo tiempo del Arsenal Barcelona. Luego una larga siesta y al yacusi. El cuerpo tibio y una llovizna en el rostro.

Ruidos extraños por la noche. Cada cinco minutos, el mismo sonido, como de una silla siendo movida un par de centímetros. A ojos cerrados y tapado hasta la cabeza, intento encontrar explicaciones racionales para aquel ruido. No hay ninguna conexión de esto con el ruido, pero empiezo a sentir que hay alguien en la habitación. No recuerdo la última vez que tuve tanto miedo, pero sí recuerdo cierta argumentación del miedo, algo que viene de antes, algo que he hablado con otras personas y que tiene que ver con que uno tiene el poder de abrir todas las puertas, todos los pasadizos, todas las fisuras. Todos los mundos que hay en este mundo están allí, a la espera de un pequeño giro o exceso del pensamiento, y eso, ese encuentro, podría ocurrir con o sin la venía de uno.
A las 3 am prendo la luz y así se queda, hasta que despierto a las 9, cuando traen el desayuno. Engullo y sigo durmiendo hasta el mediodía.
Por la mañana consigo lo que no conseguí ayer: corro sin parar hasta el cerro. La arena pesa. La carrera es contra la voluntad y el impulso de detenerse. De vuelta me vengo caminando. Un vapor lo cubre todo. Me guía el ruido del mar y la errante linea del oleaje. Pájaros que aún no sé nombrar aparecen desde una nube para entrar en otra. Avanzo a tientas. De nuevo me maldigo por no haber traído el cel.
Después de almuerzo subo el cerro. Intento llegar más lejos que las veces anteriores, pero el pequeño camino se cierra. Esta vez no me encuentro ni con cabras ni con seres humanos.
Me devuelvo caminando y sacando todas las fotos que no saqué en las pasadas anteriores.
Almuerzo y a jugar con unos perros. Espero que pase un rato para ir a meterme al mar. La playa está vacía. Chalas y polera en la arena y yo corriendo hacia el agua. Simplemente me lanzo de cabeza hacia la primera ola que veo. El cuerpo se tempera rápidamente. A las olas más chicas las embisto con una especie de empujón lateral, como cuando en las películas alguien derriba una puerta. Empiezo a recordar cómo era. Espero el segundo antes de que la ola se cierre y la experiencia coincide con el recuerdo: me tiro un piquero justo en la parte curva y lisa antes que estalle todo y salgo airoso por el otro lado. Lo repito una y otra vez. Miro hacia la arena y mis ropas están a una media cuadra de distancia de donde empecé. Rectifico nadando. En algún punto solo veo mar y me quedo en esa sensación. Me hundo. Me dejo. Y sigo nadando, siempre por el sector previo a donde rompen las olas, siendo levantado una y otra vez. Dejo que la marea me devuelva a la arena y vuelvo a la carga. Nadie me está viendo. Salto. Me doy vueltas de carnero. Juego.

Vuelvo y me lanzo a la Piscina. 20 minutos y ya me aburrí. Sigo con Lovecraft, sigo con otra corona. Aún queda la mitad del día.

Última noche. Llega un pasajero nuevo y me imagino que es un asesino en serie. Lo pusieron dos piezas más allá. Podría comenzar conmigo. La ventana está abierta y podría entrar por allí. Su idea sería partir por el eslabón más fuerte y desde allí ir asesinando hacia abajo.
Esta noche no voy a ir al negocio a buscar algo para el hambre de la medianoche. Me voy a conformar con los plátanos y duraznos que me quedan. Me propuse terminar de escribir estos días y lo conseguí. Tengo que escoger muy bien la película de esta noche si, y no leer a Lovecraft antes de dormir: no quiero volver a tener ese miedo de mierda de anoche.

*
“Crecíamos así, despreciando a la juventud de las grandes ciudades, que imaginábamos como un rebaño sin nervio; éramos los «duros» de provincias, cazadores, jugadores de billar, fanfarrones, orgullosos de nuestra rudeza intelectual, escarnecedores de toda retórica patriótica o militar, lentos al hablar, frecuentadores de burdeles, despreciativos con todo sentimiento amoroso y desesperadamente sin mujeres”. (Italo Calvino, Ermitaño en Paris)

*
Fecha importante para la producción diarística: descubrí una aplicación del celular que transcribe fielmente lo que le digo (hay que modular muy bien, tiene uno que otro error y hay que agregarle la puntuación, pero aún así es una cuestión maravillosa). Ahora puedo ir leyendo desde el reader o desde lo que pille en la librería y dictándole inmediatamente las citas al celular. Luego, en casa, las corto y pego al Word directo desde el mail.

*
“Que los sentimientos causan los acontecimientos no a la inversa”. (R. Bresson)

*
P se va temprano y quedo despierto. Me enfoco toda la mañana en la novela. Le Agrego dos capítulos cortos y ahora sí que todo cierra. No va hacia ninguna parte pero al menos lo que hay no tiene fisuras. Cuarenta páginas que son como cualquier película indie con unos pequeños toques de violencia. Ahora solo falta que pase algo. Que alguien esté en peligro. Que algún ominoso absurdo lo cubra todo. La otra noche vimos la última de Sebastián Silva, Nasty Baby, en la que una pareja homosexual intenta tener un hijo a través de una amiga íntima y todo es muy hipster y penoso (el protagonista fracasa promocionando un videoarte de él mismo y otros caracterizados como guaguas) y al final todo da un giro, el embarazo pasa a segundo plano y el personaje principal termina asesinando en su propia ducha a un vagabundo loco del barrio. Quizá podría hacer algo así.

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“La Iglesia se me convirtió gradualmente en una tortura, pues allí se hablaba abiertamente —casi diría: desvergonzadamente— de Dios; lo que Él quiere, lo que El hace. La gente se exhortaba a experimentar aquel sentimiento, a creer en aquel misterio, del cual sabía yo que era la verdad más profunda, la más íntima, la que no existen palabras para expresarla. Sólo podía deducir de ello que aparentemente nadie conocía este misterio, ni siquiera el sacerdote; pues, de lo contrario, nunca hubiese podido arriesgarse a revelar públicamente el misterio de Dios ni a profanar tan indecible sentimiento con los sentimentalismos de mal gusto. Yo estaba seguro de que éste era un camino equivocado para llegar a Dios, pues sabía, por experiencia, que esta gracia sólo es otorgada a quien cumple incondicionalmente la voluntad de Dios. También esto se predicaba ciertamente en la Iglesia, pero siempre en el supuesto de que la voluntad de Dios fuera conocida por la revelación. Por el contrario, a mí me daba la impresión de ser de lo más desconocido. Me parecía como si en realidad hubiera que averiguar diariamente la voluntad de Dios”. (C. Jung)

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Soñé con fantasmas
en la derrumbada
casa curicana.
El verano ha sido asaltado
por las nubes.
Me levanto animado.

*
Siempre es así: mientras saco las cosas de la mochila y me baño y ordeno y voy de acá para allá como loco, la gata chica me espera afuera de la pieza, afuera de la cocina, afuera del baño, siempre con la cabeza asomada en un constante “¿Ahora sí?, ¿Ahora sí?, ¿Ahora sí?,”. Ya al final, como a la medianoche, cuando ya estoy quieto y sobre la cama y a punto de ver alguna película, entra corriendo, salta sobre la cama, un par de maullidos de aviso (“permiso aquí vengo yo como cada noche”, supongo) y se acomoda encima, se alarga toda, luego se achica, los ojos semicerrados, un poco de baba cayéndole desde la boca, y sus lentos intentos por tocarme la cara con su pata.

*
Año nuevo. Sin embargo,
mi cabaña ruinosa
sigue siendo la misma.
(Issa)

*
Una horrible película en el cine.
Una nube de humo sobre la ciudad.
Y la sensación de que soy una broma.

*
Tomé pullman bus así que me bajo en ese terminal de Camilo Henríquez que nunca uso. Atrás quedó la librería y su locura culiá navideña. Mi bolso está forrado con huincha aisladora porque, justo antes de salir, se me rompió el cierre principal. Paso a dejarlo a una reparadora. Trasvasijo todo en bolsas grandes que saqué anteriormente de la librería. Dejo pagado. Las niñas que atienden me miran y se ríen mientras echo calzoncillos, cables y libros indistintamente a las bolsas. Camino a duras penas hasta el terminal. Entro sudando a la farmacia. Mi padre me da agua. Dejo las bolsas y las separo por contenidos. Envuelvo un par de cosas que faltaban. Salgo de nuevo. Dejo tres bolsas y me voy con una llena de regalos. Paso a dejarlos donde mi tía Carmen. Me voy rápido porque tengo hambre y porque pareciera ser que, hasta que no llegue a casa y me bañe y me extienda en la cama, no pararé de sudar. Vuelvo a la farmacia. El sol está alto y no existe sombra alguna. Mi papá me lee unos estados de facebook de un amigo. La primera parte está bien, pero luego dejo de escuchar. Más agua. Una pequeña puesta al día y parto de nuevo. El centro está lleno y las bolsas me hacen ancho y lento y yo suelo ser un excelente caminador. Rápidamente agarro un colectivo. Me bajo en los negocios y compro unas cosas que me encargaron para la cena. Más bolsas. Los tirantes de la mochila se me caen y tengo que hacer unos movimientos ridículos para nivelarlos. Las zapatillas van desabrochadas y bajo ninguna circunstancia dejaré todo en el suelo y me las abrocharé y volveré a tomar todo. Llego arrastrándome a casa. Madre me mira con ternura. Me desplomo sobre el sillón y me tomo tres vasos de agua de Curicó.

*
“¿Por qué hago mejor y más fácilmente los versos cortos que los largos, las cosas difíciles que las fáciles? Siempre por una misma causa: porque no me atrevo a moverme sin dificultades, a mostrarme sin velos (…) Me adivino pero no me apruebo. Temo ser grande y no temo ser ingenioso. Mi esfuerzo muere, satisfecho de poder, sin llegar hasta querer. Preparo siempre y no realizo nunca. La conclusión de todo esto es: curiosidad”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

*
Se va la lavadora. Ya se irá el refri. Mi ropa sucia en una esquina junto a una poza. Las cosas de la cocina apiladas junto al lavaplatos sin llave de agua. Se empezó a romper lentamente y luego ya la llave era una cosa aparte, muerta, a un costado del lavaplatos. Día libre y ni en easy ni en homecenter venden el repuesto, cosa que da lo mismo, porque luego con J y P descubrimos que parte de la llave que se salió quedó atascada en la base y lo único que resta por hacer es comprar el sistema completo y olvidarse de todo y pagarle a un gasfíter. Como si no tuviera que pagar quinientas lucas para defender la cagá de tesis. Como si no tuviera que empezar a comprar artefactos para este departamento vacío, vaciado, pobre. Se acerca la quincena y aún no aparece arrendatario. Este puto diciembre está tratando de decirme algo y solo pienso en que si este mes fuera una persona le daría una buena patada en la cabeza. Son puras leseritas resolvibles una por una, sí, pero el conjunto es sumamente odioso. ¿Qué necesidad hay de que ocurra todo esto justo en el mes en que más trabajo tengo? ¿Por qué no viene nunca la simpleza que busco? Pienso en ese poema de Bukowsky, el cordón del zapato. Cuánta razón tiene.

*
“Cuando reflexiono en lo que sería de mí sin las distracciones del estudio, sin el olvido de mí mismo, sin la vida del pensamiento y sin el reflejo tranquilo de la ciencia, no puedo dejar de considerar que el fondo de mi vida es la tristeza”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

*
El moonbeams de Bill Evans
y el vientecito de la noche
casi que lo solucionan todo.

*
Un vaso de cerveza,
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra
(J. Teillier)

*
Tres cuarenta y cinco a eme. Voy a dormir una mierda pero al menos escribí, leí y vi una película.

*
“Parezco un jesuita frustrado. Mi cara delgada e inexpresiva no revela inteligencia ni intensidad, ni nada, sea lo que fuere, que la eleve sobre la marea muerta de las otras caras”. (F. Pessoa, Libro del desasosiego)

*
Noche cualquiera. El vino blanco empieza a hacerse habitual. ¿Una botella a la semana, es decir, dos copas una noche y dos copas la que sigue, me convertirán progresivamente en el bebedor que nunca he sido? Se lava la loza mejor. Se echa la ropa a la lavadora mejor. El sueño llega más rápido. Avanzo flotando por la casa. Un salud hacia los edificios apagándose desde el balcón. Aguante el vino blanco súper helado.

*
Amanece
cual
amenaza.

*
Paso al ARCIS a ver mi situación de tesista rezagado y encuentro pura Inhospitalidad. En las murallas, en los rostros, incluso en el gato que creo que es el mismo de siempre, la sensación de que 100 años les han pasado por encima. Mientras espero en el tercer piso miro a una profesora y sus dos alumnos. Escribe con plumón directo sobre el ventanal. Un tercer alumno llega atrasado. Leo y observo la escena y siento que nos fuimos justo antes que todo acabara.

*
“Yo también descubrí allí algo, sentí algo de lo que no quería hablar. Por ejemplo, que todas nuestras ideas humanistas son relativas. En situaciones extremas, el hombre, en realidad, no tiene nada que ver con cómo lo describen en los libros. A hombres como los que aparecen en los libros, yo no los he visto. No me he encontrado a ninguno. Todo es al revés. El hombre no es un héroe. Todos nosotros somos vendedores de Apocalipsis. Los grandes y los pequeños”. (Voces de Chernóbyl, Svetlana Alexievich)

*
Parece normal pero al acercarme hay algo en su mirada. Cuando ya pasan dos horas y sigue en la librería tomando al azar un libro tras otro, dejándolo donde sea y anotando frenéticamente cosas en un papel, nos damos cuenta que hay una condición especial allí. Tanteamos, nos acercamos, le conversamos, pero no hay caso. Con pinta de universitario recién llegado de provincia, dice ser un importante abogado. De a poco me acerco. En un momento se aleja y veo que en la carpeta no solo ha anotado algunos de nuestros nombres y cosas que hemos dicho mientras lo sondeamos, sino frases al azar sacadas de las contratapas de los libros, nombres de directores de cine, y un par de garabatos. Cuando ya van más de dos horas con el mismo jueguito ya deja de ser divertido.

*
Por las noches
siempre
sus calcetines de perrito
al fondo
de la cama.

*
“¿La vida estriba esencialmente en la educación del espíritu y de la inteligencia, o en la educación de la voluntad? ¿Y la voluntad radica en la fuerza o en la resignación? Si el objeto de la vida está en inducir al renunciamiento, entonces vengan enfermedades, trabas, sufrimientos de todas clases. Si el objeto está en mostrar el hombre completo, entonces es preciso respetar su integridad. Provocar la prueba es tentar a Dios. En el fondo, el Dios de la justicia me oculta al Dios del amor. Más bien tiemblo que confió”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

*
Sueño con mi colegio en Curicó. Por algún motivo habemos muchos ex alumnos y comienza una inundación monumental. Se me ocurre que hay que subir al techo, pero nadie me sigue. Desde lo alto veo como se ahogan algunos. Casualmente se ahogan aquellos que siempre me cayeron mal. Los que no han muerto están arriba conmigo. El agua no ha llegado al segundo piso, donde hay una cocina y artículos básicos de sobrevivencia. Comenzamos a vivir allí.

*
“Caminemos hasta vencer la niebla”. (Teillier)

*
Me miento. Esto ya no funciona. No soy alguien que llega y escribe. No soy alguien que llega a su casa, saca una copa de vino, se pone una bata, y escribe. Hago cualquier otra cosa menos escribir. Barro, sudo, duermo, recorro el sillón con la mano arrastrando pelos de gato, me tomo media botella de vino y miro por el balcón, duermo de nuevo, me quejo, me quejo, me quejo. Por último, si leyera en la misma medida que adquiero libros, pero ni eso. ¿Quién quiere escribir si no tiene otra cosa que decir distinta a esta cosa que es la misma cosa que les pasa a todos los que lenta y calladamente empiezan a cansarse de todo? Al menos estoy viendo una película cada noche. El calor es el estúpido más grande del universo. Se cree la gran cosa por eso de dar vida. Solo las noches tienen sentido. Los libros tirados sobre la cama como el niño que no ha sabido escoger un solo juguete y se ha traído la caja entera y finalmente se ha aburrido. ¿Por qué alguien querría escribir? Todo me empuja a no hacerlo. Los ojos quieren cerrarse. El cuerpo quiere estirarse. La mente quiere masticar algo previamente diseñado para ser gozosamente engullido. Y así, justamente como me carga que ocurra, escribo que últimamente no puedo escribir como quiero.

*
EXTRACTOS DE CORRESPONDENCIA CON O:

[O / 18.06.15]
Esta tarde, en la calle un niño disfrazado de hombre araña bailaba una canción de los Bee gees entre los autos. Ahí estaba la realidad haciendo acrobacias en el aire, renunciando a sus enunciados claros y concluyentes. Es así como de pronto te descubres buscando consuelo en la idea de que todo es ridículo. Todo lo que ocurre en mi presencia, queda marcado por mi apatía. Los movimientos se ralentizan, pierden su complejidad, su contingencia. Todas estas imágenes de personas que se duermen dentro de mí. Me pregunto en qué momento me enamoré tanto de la inercia.

(…)

Un hombre de 31 años se suicidó hace unos días con cianuro. Dejó cartas, detalladas instrucciones para no lastimar a nadie. Se encerró en su dormitorio porque tal vez las cosas duren más en la oscuridad. Es la muerte que cae dentro de la vida como una piedra en un estanque con un silencio ensordecedor. ¿Hasta cuándo esta hebra de luz que no sabemos de dónde viene se quedará con nosotros?
El fracaso de los días como tutor inevitable. Qué lejos estamos de la comprensión de la angustia. Qué lejos de la bondad y el amor. Un hombre que lo intentó todo, que lo dio todo, decide morir porque morir quizá sea la última manera de dar más.
Hace frío y el gas se acabó hace rato: la paz obligatoria de una estufa y una abuela, escribes tú. ¿Cómo perdonar ser sólo lo que se es?

(…)

Apago la luz del pequeño cuarto y me quedo escuchando el ronquido del conserje que duerme con la cabeza hundida sobre una caja aplastada de galletas.

También yo me aburro y me arranco y me quedo.

Escríbeme.

[R / 15.07.15]
El ojo izquierdo tiritando hace días. Los días se llenan y nos llenan y los pequeños forados que se abren o que con fórceps abrimos terminan siendo un descampado funcional al masticamiento general del mundo. Así que necesito esto. Extenderme en esto. Recostarme en esto. Volverlo pasto. Esto que, de puro cotidiano y sagrado, se ha ganado un word que procedo a adjuntarte en vez de escribir en el correo mismo, a ver si te parece, a ver si de aquí en adelante lo pingponeamos y lo hacemos crecer -que crezca para que el individuo disminuya en nosotros.

(…)
Mi pregunta entonces es: ¿Nos junta o nos dispersa esa ternura? ¿Por qué no basta con aquello? Seguramente porque yo mismo, que aparentemente pertenezco a una clase más o menos privilegiada, oscilo entre la lucidez melancólica y el mal humor del ciudadano promedio. El otro cuesta. Solo la debilidad comunica y nadie quiere mostrarse débil.
Escribir es dejarse débil y seguir avanzando.

Pienso en tu hombre araña. Lo veo. Se me viene a la mente una foto de mi hermano chico disfrazado de hombre araña para algún evento del jardín infantil. El traje le queda suelto y su pose, considerando que se trata del hombre araña, es demasiado rígida. La foto misma esta ajada y rayada. La época en que fue tomada también.

(…)

Esa hebra de luz. Ese tipo. Los noticiarios a veces me liquidan. ¿Ese es el caso en el que su mujer o alguna mujer que encontró el cuerpo casi muere también? Decide morir porque morir quizá sea la última manera de dar más. Claro, me hace sentido. A él también, pero quedo lejos, tan lejos. Me aferro a la hebra ingénita, siempre me he aferrado. Me dicen que porque soy tauro estoy cerca de la tierra, de la negatividad, de la maquinaria caótica que reproduce lo vivo. Veo a la muerte trabajando, sí, pero no consigo vivirla, hablarle, padecerla. Si los distintos nombres de la luz y los sistemas de creencias que la circundan y te ayudan a permanecer firme no le hablan a ese hombre, a esa desesperación, ¿qué derecho tengo yo de coquetearle a la muerte? Si aún no invento una palabra nueva que zurza un poco esa desesperación, si aún no conseguimos fabricar luz a martillazos, ¿cómo voy a dar el solitario salto heroico hacia lo oscuro?; me aferro a la hebra porque pretendo averiguar desde la voluntad lo que otros no han podido desde la inteligencia. Y así es como, día tras día, no muero.

noviembre

“No hay nada más sucio que el amor propio”. (Marguerite Yourcenar, Fuegos)

*
Los días no dan un puto respiro. Hasta lo que disfruto queda manchado. Si me paso de largo de la siesta y ya es de noche lo he arruinado todo. Si ya son las doce y solo he hecho lo necesario para la subsistencia del cuerpo y el aparente honor de la casa, me dan ganas de pegarme un combo. Los años de universidad, los recuerdo como un sueño lejano. El limbo de esos años de tesis y ocio y sinsentido, me bastaría con una semana de aquello. Me repito, me oigo repetido y sigo. Soy como un perro dándole cabezazos a la basura: huelo que algo hay en el fondo y por eso sigo. Algunos días, cuando me impregno de la agitación del centro, de la productividad y lo serio, me invade una tristeza que no le cuento a nadie, porque es obvia, porque es de débil, porque es adolescente. Ver que todos están sobreviviendo y yo también, me aterra a un nivel medio ominoso. El otro día, al enfilar por Huérfanos, me vi de pronto en un tumulto uniforme de gente, rebotando, y supe que ninguno quería dirigirse hacia donde se dirigía y, como si aquello modificara en algo las cosas, me alejé. La rabia, el desgano, intento volverlos teoría, incoporarlos a una comprensión mayor del problema. ¿Qué importa el lamento del individuo aislado? Vuelvo una y otra vez a la filosofía. Marcuse, Debord, Marx, Weil, hay que volver siempre a ellos. Pero a veces ni eso es suficiente. Busco una luz que aún no haya iluminado nada. Leo a Jung, leo un manual sobre sueños lúcidos, intento ese más allá que está aquí mismo, pero ni eso. Sueño que me persigue la ley. Sueño que llego atrasado a todo. Soñé, hace algunas noches, que me reventaba una bola de pus por el costado de una uña. El dedo se me abría lentamente. Era de madrugada y ningún hospital me atendía. Lo de siempre. Quizá la única novedad que deje cada día es un nuevo ordenamiento de lo mismo.

*
“De pronto mi padre disponía ya de su pista de tenis en el patio trasero, lo que significaba que a partir de entonces yo ya tenía mi cárcel. Yo mismo había alimentado a quienes habían construido mi prisión. Había ayudado a pintar las líneas blancas que servirían para confinarme. ¿Por qué lo había hecho? No tenía otra opción. Ésa es la razón por la cual hago todo”. (Andre Agassi, Open)

*
Ya sea corriendo o mirando por la ventana del bus, ocurre a veces que sintonizo con la música que metí al pendrive y emerge cierto ánimo fílmico. Una especie de verse viendo. Una urgencia por estar atento al momento. Sensación que a posteriori se me revela ridícula, banal e incluso pretenciosa, pero que, en el transcurso mismo de correr o mirar la carretera, es algo que efectivamente está ocurriendo: una energía que no está en uno y que viene prestada desde la acera o las vacas pastando y el color del cielo y las fachadas de las casas. Pero es la conciencia fílmica la que se parece a cierto estado de la representación y no al revés. Que la experiencia se nos devuelva como algo que debería o podría estar ocurriendo dentro de una pantalla es parte de nuestra pobreza representacional, de lo poco que masticamos la vida con nuestros propios dientes. Nos movemos en la estética del espectáculo porque aún no hemos construido nada verdaderamente común.

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“A menudo hay episodios de la vida real que nos sorprenden por su puesta en escena de expresividad extrema. Nos puede llevar al entusiasmo (…) Pero, ¿qué es lo que nos entusiasma especialmente? Quizá sea el hecho de que el sentido del hecho no concuerda con la puesta en escena. En cierto sentido nos sorprende y nos entusiasma la falta de coordinación de esa puesta en escena”.
(Andréi Tarkovsky, Esculpir en el tiempo)

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Me pregunta por Reich. Le digo que no tenemos nada. Hablamos del orgonometro, de los sesenta, de lo bacán que era Reich. Hacemos mierda a Freud: sus hijos, su legado, su triste horizonte. Me cuenta que es el hijo de Mandolino y que es el autor de la biografía de éste. Le digo que vea El siglo del individualismo, que está en youtube, que ahí explican en palabras bastantes simples cómo los putos de la publicidad se aliaron con los putos de la psicología. Me dice que lo va a bajar y también me dice que sospechan que Don Francisco está metiendo mano de algún modo y haciendo desaparecer su libro. Le digo que con lo que nos ha dicho ya es información suficiente para mantenerlo visible, para pedirlo apenas se agote. Se va y siento que a veces no todo está perdido.

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“No hay amor desgraciado: no se posee sino lo que no se posee. No hay amor feliz: lo que se posee, ya no se posee”. (Marguerite Yourcenar, Fuegos)

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Fumamos. En tvn estrenan un nuevo programa: “¿Y qué harías tú?”. Nisiquiera necesito explicar de qué se trata. Es una idiotez, pero me emociona. El falso vagabundo discriminado por hediondo por el falso camarero y la niña que llora junta a su madre ante lo que ve y el tipo de labio leporino (discriminado también en su infancia, como explicará luego) me emocionan hasta las lágrimas.

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“Detesto el tenis, lo odio con toda mi alma, y sin embargo sigo jugando, sigo dándole a la pelota toda la mañana, y toda la tarde, porque no tengo alternativa. Por más ganas que tenga de parar, no lo hago. Sigo suplicándome a mí mismo parar, y en cambio sigo. Y ese abismo, esa contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, me parece la esencia de mi vida”. (Andre Agassi, Open)

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Brasil versus Argentina en mute y por la radio sonando los atentados simultáneos en Paris.

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“Allah no es un ser, sino el cumplimiento de las cosas”. (Islam sin Dios, Abdelmumin Aya)

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Una locomotora de lata
abandonada en la basura.
Una araña teje en ella su red
y sólo atrapa una gota de rocío.

(J. Teillier, Cosas vistas)

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Subrayar con un lápiz al que recién se le ha sacado punta. La primera cucharada del huevo a la copa. Cuando la gata viene a dormir en mí y trae los ojos ya medios dormidos. Hacer goles con chile en el playstation. Entender qué quiso decir un filósofo enrevesado. El té recién hecho. Los índices. Tres días libres seguidos. Cocinar de a dos. Despertar en el bus a Curicó y mirar por la ventana. Los primeros besitos por la mañana.

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“Viene gente. Nos hacen películas, cintas que nosotros nunca veremos. No tenemos ni televisor, ni electricidad. Te queda solo mirar por la ventana. Y rezar, claro. Un tiempo, en lugar de Dios, tuvimos a los comunistas, ahora, en cambio, solo tenemos a Dios que, a fin de cuentas, es como la radiación: está por todas partes, incluso dentro tuyo, pero no la puedes ver”. (Voces de Chernobyl, Svetlana Alexiévich)

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Las siestas en la plaza de la constitución están bien. Almuerzo mi cagada de batido y a la hora de colación me voy a echar allá, con los perros, con las parejas, con los solos. Hoy: un gran perro cansado se echa a mi lado. Nos miramos. Me ofrece su pata. La tomo. Todo con mucha caballerosidad. Como si quisiera decirme que es un perro ya mayor, que no me va a atosigar, que podemos dormir cerca y, eventualmente, darnos la pata-mano. Sueño que la moneda se hunde, que empieza a sumergirse en un pantano.

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Si el mismo camino que sube
es el que baja
lo mejor es mirarlo
inmóvil desde una ventana.

(J. Teillier, Cosas vistas)

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Cargado de bolsas llenas de comida y cuestiones, llego. Ante el conserje, el mismo pensamiento de siempre: la sensación de que estoy mintiendo y la consecuente genuflexión japonesa para encubrirlo todo. Y en el ascensor, ante los aleatorios vecinos, lo mismo. Transformo mi rostro cansado y traspirado en algo que inspire confianza. Todo resulta más fácil si llevan un perrito. Ahí soy honesto. El perro me conecta de verdad con el otro. Llego, entonces y, como casi todos los días de este último mes, no hay nadie aquí. Mi amigo se va a fin de mes. La misma historia de siempre. Si no me echan se van. Y yo que siento que soy el compañero ideal de departamento. Me compré dos latas de medio litro de una cerveza que se llama Wolster Pilsener. Regular, pero cumple. No soy bueno para tomar, pero como cada dos semanas siento que me lo merezco. Quedo en calzoncillos y abro una. Desempaco todo. El momento de llegar a la casa es un tetris, una carrera. Las llaves deben volver al bolsillo de arriba de la mochila. Las monedas de diez pesos en una cajita que siempre me salva a fin de mes. Hay que calcular cada desplazamiento para que ningún segundo se pierda. Si voy a la cocina debo juntar todo lo que va para la cocina. Si salgo al balcón a colgar la toalla debo, dentro del mismo recorrido, regar las plantas y recoger la caca de las gatas. Ordeno y limpio. Lavo la loza. Saco las cosas del escritorio, esparzo el limpiador multiuso hasta quitar todo el polvo. Vuelvo a poner todo. Dejo en la juguera trozos de papaya, plátano, frutilla, menta y un poco de miel. Saco los garbanzos del refri y los dejo sobre el quemador. Mientras se baja el último capítulo de The walking dead terminaré los quehaceres. Ordeno toda la comida. Me llevo lo que queda de la primera lata al baño. Sigo con Un hombre enamorado. Karl Ove no tiene ninguna piedad consigo mismo. Me gusta cómo no pasa absolutamente nada. El amor por sus hijas descrito puntillosamente junto al tedio de la vida familiar. Las páginas avanzan con la misma estupidez que la vida. Siempre leo más de la cuenta en el baño. Hace mal, dicen, y no me importa. Hace poco me han contado que los jugos naturales tampoco son tan buenos. Un montón de cosas están dejando de importarme. Paso del wáter a la ducha. Dejo la cerveza junto al champú. Se ve bien. Le saco una foto y la subo al instagram. Me seco en la pieza, pongo música, abro este Word, tiro las sabanas al suelo para recordar que, hoy sí que sí, debo hacer bien la cama. Noto que eso es todo por hoy y un pequeño triunfo emerge. Son menos de las doce y aún quedan dos horas para mí.

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“Esta tarde, en la calle un niño disfrazado de hombre araña bailaba una canción de los Bee gees entre los autos. Ahí estaba la realidad haciendo acrobacias en el aire, renunciando a sus enunciados claros y concluyentes. Es así como de pronto te descubres buscando consuelo en la idea de que todo es ridículo. Todo lo que ocurre en mi presencia, queda marcado por mi apatía. Los movimientos se ralentizan, pierden su complejidad, su contingencia. Todas estas imágenes de personas que se duermen dentro de mí. Me pregunto en qué momento me enamoré tanto de la inercia”. (Extracto de correspondencia con O. Orellana)

octubre

«No sabes todavía vivir entre los hombres, sobre todo con tus contemporáneos. ¿Por qué? Porque eres despótico. Estás celoso de tus iguales. No, no es eso. Es que no concedes superioridad sino a los que amas. Necesitas amar para no sentirte celoso. Y sin embargo, la justicia debe primar sobre el amor (…) Nada de altanería, de tiesura, de orgullo. Apégate a lo que cada uno tiene de bueno, de mejor, y no a su punto flaco (…) Se dúctil. No pidas a nadie lo que no tiene. Toma a cada cual como es; no pidas amistad a quien no tiene más que ingenio, gracia a quien sobre todo tiene conocimientos. La ductilidad que emana de la bondad y no de la astucia, no es un defecto sino una cualidad”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

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Así como sin querer, música clásica por las noches. Escojo creer que los gatos entienden la diferencia entre el silencio y esto otro. Liszt desborda por toda la casa mientras picoteo entre el orden del computador y el de los objetos. Suspiro como señora cuando finalmente tengo la habitación en orden. Antes no era así. Antes podía entregarme a lo que fuera que quisiese hacer en medio del desastre, de la cama desecha, del suelo intransitable. Ya no. Y sin embargo, ésta es ya la segunda noche de corrido que le gano con Chile a Brasil y luego a Perú: ordeno para poder perder el tiempo como creo merecerlo. Debería dejarlo, sí. Si ya lo tengo dominado, debería dejarlo. Esto es lo que está bien. Este pequeño párrafo. Uno cada noche. No un partido, un párrafo. No debería ser tan difícil.

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“No es la inteligencia sino el carácter lo que me falta. Cuando me dirijo a mi juez interior, éste ve muy claro y habla con toda exactitud. Me adivino, pero no me hago obedecer. Y hasta en este preciso momento, siento que experimento placer en descubrir mis faltas y sus motivos, sin que por ello me fortalezca contra ellas (…) Ningún apremio exterior, gozo de todo mi tiempo, soy dueño de proponerme de cualesquiera finalidad. Pero huyo de mí mismo semanas y meses enteros; cedo a los caprichos del día, sigo lo que miran mis ojos”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

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Encontrar una de las versiones más íntegras del Diario íntimo de Amiel fue el hallazgo del mes. Su obsesión por la bondad me atrae no solo en su anacronía sino en su torpeza: cuando las reflexiones morales y teológicas corren parejo con las reflexiones cotidianas, con las vergüenzas y ridiculeces propias, uno cae de golpe en otra época, en otra sensibilidad, en otra clase de urgencias. Si llego del trabajo y lo primero que hago es sacarme la ropa y llevarme el ladrillo de Amiel al baño es por eso, por esa sed de lejanía.

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“Mi compañero de paseo ha corrido a su piano y yo he abierto mi diario. Él se sentirá consolado más pronto que yo”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

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Uno no se vuelve mejor persona por escribir. Todo queda un poco más expuesto pero sigo siendo igual de tonto e inseguro que siempre. Sé lo que me conviene y, sin embargo, debo hacérmelo saber una y otra vez. Saltar de un diario de vida a otro, leer aquí y allá esta minúscula lucha, ver fuera la universal contradicción, estudiarla, bordear esa comunidad de puros solos, entrar yo mismo en ella; todo esto se me ha aparecido como el más concreto y a la vez el más absurdo de los deberes. Por ahora, y hasta que no se me ocurra algo mejor, me conformaré con ser un tonto que ha conseguido iluminar ciertas áreas de sí mismo.

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“Caigo ya en la vida objetiva del pensamiento; ¿me liberta ella, si cabe decir así? No; lo que hace es privarme de la vida intima del sentimiento; el sabio mata al enamorado; la reflexión deshace el ensueño y quema sus alas delicadas”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

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Alcancé a trabajar en mis inutilidades toda la mañana y ahora parto a encontrarme con P en el Unimarc. Pagaron el bono, así qué habrá alguna carnecita y cosas ricas. Primavera del libro por la tarde y capitulo nuevo de Les revenants y de Homeland por la noche. Con eso me conformo. Con esto me voy a conformar siempre.

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“Jamás te has presentido grande, célebre, ni siquiera esposo, padre o ciudadano influyente. Esa indiferencia ante el porvenir, esa total desconfianza, son sin duda alguna signos precursores. Cuanto sueñas es vago, indefinido, aéreo, no debes vivir porque no eres ya capaz de hacerlo. Confórmate; deja vivir a los vivos; no cuentes ya con tu averiada osamenta y resume tus ideas; haz el testamento de tu pensamiento y de tu corazón; eso es lo más útil que puedes hacer. Renuncia a ti mismo y acepta tu cáliz, con su miel y su hiel, que eso no importa”. (Diario íntimo, Henri-Frédéric Amiel)

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Si el desayuno es la mejor comida del día, el desayuno de los días libres es el mejor momento de la semana. Aunque se trate de mero café de tarro y marraqueta hay algo medio sagrado en el acto de comer mientras la maquinaría se enciende. Haber dormido ocho horas o casi, poder hacer todo lentamente, no tener que ir a ningún sitio en lo que resta del día y saciar el hambre de la mañana (que no es como el resto de las hambres del día), conforma un conjunto que es como un cariño que uno se hace, que las cosas nos hacen. “Como en la infancia, todo es a la mañana fresco, fácil y ligero”, anota Amiel en sus diarios. Mientras el agua hierve y el pan se vuelve crujiente en el horno, echo un par de capítulos de The Office en el pendrive. Me llevo la loza sucia del día anterior y, solo si estoy de ánimos, la lavo inmediatamente. Las gatas durmieron afuera, así que apenas abro la puerta es como si se levantaran las barreras para ingresar a la tierra prometida. ¿Tan bueno es poder estar aquí conmigo? Entran raudas, saltan sobre la cama, la más grande con mucha cautela, mirándome de reojo mientras se acomoda, como si no llevara ya unos cuantos meses aquí; la chica, en cambio, paseándose, irguiéndose, oliendo y botándolo todo a su paso. Luego de desayunar las dejo que se suban encima. Me gusta sentir el peso. A veces me duermo y al despertar allí están mirándome. ¿Estuvieron mirándome todo este tiempo? Entonces salto de la cama y pongo Bach lo más fuerte que da este equipo y lavo la loza y dejo cada cosa donde corresponde y vuelvo a poner agua porque ahora comienza la segunda parte de la mañana, aquí, con el Word y los libros.

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“Me pesa, por lo demás, la sola idea de estar obligado a tomar contacto con otro. Una simple invitación a cenar con un amigo me produce una angustia difícil de definir. La idea de un compromiso social cualquiera –ir a un entierro, tratar con otro algún asunto en la oficina, ir a esperar a alguien a la estación, se trate o no de un desconocido- esa sola idea me estorba los pensamientos de todo ese día, y a veces incluso en la víspera ya estoy preocupado y duermo mal, y cuando al fin y al cabo las cosas ocurren resulta que no justifican semejante tensión; pero siempre pasa lo mismo y yo no aprendo a aprender”. (Libro del desasosiego, Fernando Pessoa)

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Gracias a la FILSA, días de semana que son como domingos. Por la mañana: devoluciones, devoluciones y más devoluciones. Novelas románticas que nisiquiera el más detestable de los lectores ha hojeado. Sendos ladrillos de novela histórica que podrán tener lo suyo pero ocupan demasiado espacio. Libros cuyas tapas dan pena (¿cómo lo hacen para que la pobreza interna del libro coincida perfectamente con la pobreza exterior?, ¿no deberían intentar, como buenos publicistas de las letras que son, hacer que al menos lo de fuera mienta bien? Lleno unas cinco cajas de excedentes y otros libros que estoy seguro nadie echará de menos. Por las tardes, algo de gente, conversación y lectura.

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“No quiero vivir sin inspiración. Me aplastan los libros, mi avidez por todo lo insustancial, mi actividad y mi persona, mis kilos de más, mi debilidad de carácter ante mí mismo, mi falta de caridad, mi tendencia al goce y al escepticismo”. (Diario íntimo, Luis Oyarzún)

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Primer día del par de días libres. Despierto a la hora de la callampa. No hay comida ni para mí ni para los gatos. Como suele suceder, almorzaré desayuno y de once tomaré un almuerzo. Debería ir a la feria, debería ir al ARCIS, debería ir al doctor, debería salir a comprarme pantalones –no sé cómo consigo rajarlos todos en la entrepierna-, debería hacer un montón de cosas, pero sencillamente no las haré: si hay algo que sé muy bien, si hay alguna certeza perfecta y negativa en mí, es aquella que me indica que, al menos por un día, no debo salir de casa ni ver a ser humano alguno.

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“No ha sido un cortejador el que ha dejado uno de los mejores recuerdos de mi vida, lo que prueba que no soy como se cree, y que no los que juzgan livianamente son los que van bien encaminados y tienen razón”. (Diarios íntimos, Teresa Wilms Montt)

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Yogu yogu de mora en mano, parto al súper. Huevos, dos tarros de comida gatuna en oferta, pan, una pepsi, empanadas y queso (en oferta también, ambos). Al llegar, los gatos ya lo saben. Intuyen que viene algo para ellos. Dejo que laman la tapa del tarro. Quiero que crean que no hay más, que eso es todo, para luego sorprenderlos. Dejo que pase un rato, no mucho, nunca más de un minuto, y entonces les vacío su hediondo puré en el plástico. Locura. Baile. Saltos. Fuegos artificiales. Todo por un par de tarros que no costaron más de 1700 pesos. Si no hubieran pasado hambre toda la noche, no serían tan felices ahora. Por mi parte, tres huevos a la copa, media marraqueta con queso, leche con Hearts Quacker y una taza de café. La intro de The Wire nisiquiera ha terminado y ya casi me comí la mitad de todo.

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The Wire me deja desesperanzado. Quizá ninguna otra serie explica tan integralmente el círculo vicioso de la miseria. La choreza de los pendejos negros contrastada con sus casas de mierda. Las reuniones de los políticos salvándose el culo unos a otros. Y un puñado de almas buenas, repartidas indistintamente entre traficantes y policías y profesores, remando y remando a través de un mar denso y seco y sin ninguna esperanza. Los archivos de la miseria extraídos desde las calles, desde el congreso, desde los medios, desde el colegio y la policia: The wire.

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“La noche era para charlar, el día para domir, la tarde para escribir”. (Diarios íntimos, Teresa Wilms Montt)

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El viento-lluvia lo azota todo. Miro desde el balcón a los autos enojados. Es como si cada auto llevara inscrita una mueca de desgracia o de ironía o de desprecio. Todos los autos están enojados y llueve y los miro meneando la cabeza, creyéndome superior, porque estoy aquí haciendo algo que suele cabrearme (colgar la ropa) y lo estoy haciendo de buena gana (solo porque dormí siesta y luego de una siesta todo está bien al menos durante media hora).

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Este guardia de seguridad del mall entra y así de la nada suelta sus historias. Que era escolta de Pinochet, que cuando fue el atentado él iba en el último auto, que le volaron la mandíbula -abre la boca, muestra unas cicatrices, nisiquiera me atrevo a mirar. Rara cercanía ésta. No consigo comprenderlo. No consigo acceder a su humanidad. No entiendo cómo no tiene un poquito de pudor. Una y otra vez, insiste en ser una caricatura de sí mismo. Nunca, pero nunca, nos ha preguntado qué opinamos, digamos, de la dictadura. Cuenta todas estas cosas con ánimo festivo, como quien relata un temblor, una cuestión de la naturaleza. ¿Pensará que soy de derecha? ¿Pensará que soy de izquierda? Ese es el problema: no que sea un ex milico, sino que no sale de sí mismo. Le contaría lo mismo a cualquiera, del mismo modo, en un mall o en la calle o en la micro. A veces, cuando lo veo acercarse, me escondo.

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“Estoy joven; sé que en el fondo de la copa que nos brinda la juventud está el veneno… pero así y todo me lo tomo porque sí; porque emborracha y hace correr el tiempo” (Diarios íntimos, Teresa Wilms Montt)

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Un vagabundo tirado en la vereda. Miramos desde el balcón. La cabeza le cuelga hacia la calle. En cualquier momento un auto desprevenido lo desnuca. Entonces cierto auto se detiene, enciende las luces y simplemente se queda allí. Desde la altura, asumimos que está llamando a los carabineros. Sería tan fácil y razonable tocarle la bocina para que despierte, pero no se les ocurre. Son dos mujeres las que están en el auto, y con eso quiero decir solo eso: son dos mujeres las que están en el auto. Bajarse no es opción porque junto a él, y bastante activo, hay un perro que defiende el perímetro. Sabe que algo anda mal, y eso es todo lo que puede hacer. Pasan unos quince minutos y nada sucede. Me devuelvo a la pieza y sigo tratando de ganarle a Uruguay con Chile. Es el próximo partido oficial por las eliminatorias, hay que entrenarse. Echo esporádicas miradas por la ventana. Noto que llegaron los pacos. Pongo la Beethoven, apago las luces y se construye una escena de esas que sé que recordaré un buen tiempo. Hay cinco pacos rodeando al pobre diablo. Con linternas. Las linternas crean una especie de escenario. Es triste y absurdo. No entiendo qué puede hacerlos demorar tanto. El perro está echado en el suelo. Veo que un paco hace unos movimientos raros con el brazo. No entiendo absolutamente nada. Llega otra patrulla. Siento que en cualquier momento le van a disparar entre todos y luego van a hacer una danza y se van a ir como si nada. Cierro la ventana y lo dejo. Sé que en 10 minutos cuando vuelva a mirar no va a haber nada. Y así ocurre.

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“Mi vida es tibia, carece de energía, de sustancia, de grandeza y de alegría, ¿por qué? Por falta de reactivos, de estimulantes, de circunstancias. Me duermo como la marmota porque me rodea el invierno. El invierno es el ambiente en el que me hallo hundido, la atmosfera inerte embota los espíritus, y las preocupaciones mezquinas, vulgares y fastidiosas me envuelven y me oprimen. Oscilo entre la languidez y el aburrimiento, el esparcimiento en todo lo infinitamente pequeño y la nostalgia de lo desconocido o de lo lejano”. (Diarios íntimos, Henri-Frédéric Amiel)

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Curicó. Mi hermano llega, se sienta en el computador, se pone los audífonos y empieza a gritar ante una guerra que ocurre en la pantalla. Se deja el uniforme y la parca puesta. Nisiquiera se saca los zapatos. Le cuelga la mitad de la parca hacia el suelo y se deja la otra mitad puesta. Su cama desordenada. La mochila abierta en el suelo. Cuanta desidia. Ordeno, boto y limpio cuestiones en el segundo piso. Meto todas las consolas que ya no se usan debajo de un librero. Todos los útiles escolares en una misma caja. Toda la ropa en un mismo mueble. Todos los cables en una sola bolsa. Todos los libros en el librero. Y así. Le pregunto acerca de unas papeles que no sé si botar o guardar, me contesta como la mierda, le digo que estoy haciéndole un favor, me dice que no me ha pedido nada. Me callo y me siento como una mamá. Salgo a ver a mi papá. El colectivo me asfixia. Voy pegado a la ventana buscando alguna foto que sacar al paso. Saco varias y las borro. Llego y mi papá está viendo el mundial sub 17, Mali vs Corea del norte. Tiene la bandeja de comida sobre las piernas, semivacia. Me siento. Nos ponemos al día. Cuando se duerme me pongo a leer. Me gusta leer las Confesiones de San Agustín en su sillón, mientras duerme y despierta y duerme y, con una voz que simula no estar despertando recién, adivina el estadio en donde se está jugando el partido y se vuelve a dormir. Luego despierta de nuevo, ve el final de una jugada y dice “igual que el penal que le cobraron al colo”. Y tiene razón, es igual.

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“En tercero de Literatura me di cuenta de que nunca había entendido la poesía. La leía como si fuesen novelas, de principio a fin, a una velocidad propia del nerviosismo o de la vanidad de acumular lecturas más que de la templanza del análisis”. (G. Eltesch, Colección particular)

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La perspectiva de volver a Santiago me desalienta. Imaginarme de vuelta en la librería no me produce nada bueno. Diciembre va a ser una mierda. El trabajo es como el colegio, solo que hay una recompensa un poco más concreta al final del mes y, al final del día, esa especie de libertad, ese respiro con el que tenemos que hacer magia. Pese a tener a los mejores compañeros posibles, me asquea imaginarme allí durante un tiempo indeterminado. No estoy hecho para el intercambio continuo de humanidad. No sé si estoy hecho para otra cosa en realidad. Nadie está hecho, uno se hace a sí mismo, sí, pero como sea. Hay que abandonar el barco antes de que sea tarde (libros, zapatos, servicios, da lo mismo, tarde o temprano hay que abandonar) ¿Cómo es que todos aguantan como si nada? ¿Por qué no han huido todos, lenta pero sostenidamente, hacia los cerros, hacia los mares, hacia los campos? ¿Por qué, si apenas he comenzado, ya quiero abandonar? Han encontrado una comodidad, está claro, la misma que me esfuerzo en construir día a día, comprando muebles, ropa y demaces artefactos. Debo establecer con firmeza el límite de esa comodidad. No engordarla. Desde aquí es donde se vigila el alma. Un par de años más y ya está. La vida hay que achicarla. Ya sé que no me interesa conocer el mundo. Si alguna vez llego a ir a Japón, tendrá que ser sin haber hecho un esfuerzo. Entonces, de vuelta a las mismas preguntas de siempre ¿Sabré ser un profesor que hace clases dos o tres días a la semana? ¿Sabré ser un escritor que consigue pagar al menos un par de cuentas al mes? ¿Podré ser ambas cosas? Estoy donde mismo estaba hace 5 o 10 años. En lo secreto me gusta estar perdido. Hacia afuera, finjo. Incluso ante mí mismo, finjo. ¿Qué otra cosa podrían ser los bondadosos planes y el cándido futuro que uno sueña a solas?

*
Releo todo esto. Vago y redundante. Correctamente escrito y correctamente inútil. Un ciego hablándose a sí mismo mientras tropieza. El mismo dt interior dando la misma monserga de siempre al mismo equipo de mierda. Y sin embargo, hay que hacerlo, hay que acompañar la lentitud de los días, buscar la bondad en el tedio, seguir paseándose encima del mismo mapa, hasta que algo se gaste, hasta que algo cambie.

*
“El misterio nos asedia, y justamente lo que vemos y hacemos todos los días es lo que oculta la mayor suma de misterios”. (Henri-Frédéric Amiel)

El amigo que viene al encuentro sonríe y
elevamos un vaso o las manos vacías
escarbando el cielo
hacia abajo, como corresponde.
Nos circunda un mismo abismo y
vamos sobre el lomo
de curiosos perros negros.

El oro sigue presente en el otro,
su silencio, su distancia,
el rostro indescifrable,
un puente para no colonizar,
un lenguaje de un solo signo.

Un dintel donde silbar
y decir algo sobre el clima
es suficiente;
una mesa mal puesta y
algo que eche humo y luz
sobre los rostros
es suficiente.

El sueño masticará al soñador
que no mastique su entorno.
La musa huirá de quien no sepa
destruirse a sí mismo
mientras sus obras alardean
sin saber que son
meros
moscardones
locos.

La sal no volverá al mar.
Los árboles flotarán a la deriva.
Las aves soñarán que caminan.
Las estatuas mantendrán su firmeza,
solo su firmeza.

Una pesadilla igual a la vida
acechará a quien patee
a la belleza
hacia mundos que
no podemos
apretar con las manos.

La trama no culminará con nosotros
caminando hacia un naranjo horizonte:
ya estamos al final del camino
sentados sobre una piedra
hablando con un eterno lugareño.

Confiemos: la tierra sabrá tragarnos,
solo debemos procurar
volvernos de un sabor
violento como nos gusta.

agosto-septiembre

La loza sucia me mide el ánimo. Quizá por eso la lavo a tandas. Dos o tres platos y vuelvo a la pieza, luego todos los servicios y así, hasta que, a través del andar natural a estas horas de estar en casa haciendo otras labores, termino de lavarla toda o casi. Y lo mismo con la ropa limpia que ahora acabo de descolgar del tendedero: primero solo la tiro encima de la cama y ahí se queda hasta que venga la segunda oleada de ánimo en la cual, preferentemente con la tele prendida o algo sonando, sea cuidadosamente doblada para ser dejada allí mismo, esta vez a la espera de la última parte del proceso que consiste en tener ganas de tomarla y llevarla a sus secciones correspondientes. Con la basura es lo mismo: siempre se deja al lado de la puerta para que sea llevada solo cuando yo o F vayamos específicamente en aquella dirección. Día tras día, ordeno oleadas de libros, bajo y subo escaleras y estoy allí, a la intemperie, un engranaje más en la horrorosa cinta de montaje a merced de personas y personas y más personas. Seguramente sea por eso que aquí, ante las obligaciones que impone la casa, intento que ninguna exterioridad me diga qué debo hacer y cuándo debo hacerlo. El resultado no es el ideal, la loza nunca está perfectamente lavada, a veces no encuentro ropa limpia, pero lo prefiero así: prefiero este intermitente caos cotidiano antes que prolongar la enajenación que brinda el día.

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“Cuando era pequeño, solía imaginarme que el mar subía hasta llenar el bosque, de tal manera que los prados se conviertan en islotes entre los que se podía navegar y nadar. De todas las fantasías de mi infancia, ésa era la más atrayente, la idea de que todo se llenara de agua me fascinaba, pensar que se podría nadar sobre las paradas de autobús y los tejados de las casas, tal vez bucear y pasar por una puerta, subir por una escalera, entrar en un salón. O solo a través de los bosques, con sus subidas y bajadas, montones de piedra y viejos arboles”. (Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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Llego de correr, tomo agua y no basta. No sé por qué nunca me abastezco de suficientes Go. Me paseo hirviendo, goteando sobre la alfombra, escupiendo, agitando los brazos y dando patadas al aire, los gatos se asustan, quizá no entienden por qué estoy tan raro y rojo. Elongo y vuelvo a sudar. Cada vez que elongo la gata chica se acerca corriendo. La dejo que crea que mis movimientos se centran en ella, que todo esto es una fiesta para ella –y quiza, inevitablemente, lo sea. Cada vez que bajo en diagonal hasta tocar la punta de mi zapatilla aprovecho a darle unas cuantas palmadas. Trago un plátano casi sin masticar y es como si dentro un volcán lo disolviera y lo repartiera hacia las piernas y los brazos. Me miro, antes de entrar a la ducha, en el espejo del baño y me pregunto cómo es que este cuerpo miserable consigue aguantar una hora de ejercicio como si nada. Este cuerpo está igual que hace dos años. Pero voy a seguir intentándolo. Hay muchas otras cosas en juego aparte del cuerpo. Correr es ir conversando con el cuerpo y aquello que lo rodea. Volví a recordarlo hoy. Volví a sentir el piloto automático, a sentirme pasajero de mí mismo.

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De ida -lento y firme, manejando hábilmente esa puntada al costado izquierdo bajo la tetilla- me mandé La consagración de la primavera y de vuelta -en bajada, rápido y medio hipnotizado- el Klaverwierke de James Blake.

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La hice: subí junio-julio al blog y compré un montón de cuestiones útiles para la casa. Las esparzo todas sobre la cama. Me digo que, poco a poco, aprendo a vivir, que si mañana me quedo sin trabajo tengo ya un par de zapatillas de recambio, comida para un mes, artefactos de cocina, una tele, una mochila y, si fuera necesario, unos cuantos libros para vender.

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«El dolor es inagotable. Es sólo la gente quien se agota». (Ray Velcoro, True Detective)

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A media hora de salir en el trabajo me imagino llegando a la casa haciéndome once en chor y sentándome a escribir una hora de corrido mientras suena algo que yo he escogido pero lo que ocurre en realidad es que llego abro el Word y el silencio de la tardenoche entra por la ventana junto a las sirenas de ambulancias del hospital de la católica y debo mirar un rato hacia afuera porque eso es lo que debe hacer alguien que tiene balcón y acaba de llegar a casa y olvido completamente que puedo y quiero poner música y el Word queda ahí ridículo, abierto, como una promesa o una animita y entonces barro y lavo la loza y ordeno la ropa y tomo un gato lo elevo y vuelvo a ponerlo donde mismo la tele puesta en las noticias voy pasando con algo en las manos y me quedo viendo cuestiones que no me importan en absoluto y me tiendo en la cama a ver si olvido todo aunque sea un poco a ver si este ojo de mierda deja alguna vez de tiritar y me paro de golpe porque es el único modo de volver a ponerse en movimiento y veo todo el tuiter que me he perdido en estos días que he estado sin celular ni internet alguno y el 70% es basura y luego me hablan y ya quedó el visto así que debo responder y llega feli y me ve aquí sentado como si hubiera estado todo el rato sin hacer nada y obviamente siempre hay algo que comentar y nos quedamos en el living hablando y luego ya está la ropa y hay que ir a colgarla y nisiquiera he comido y son casi las once de la noche y tengo sueño y me odio por tener sueño y tomo algunos libros los ojeo y los dejo donde mismo y cuesta, cuesta mucho, seguirse a sí mismo.

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“Sólo el extremo amor a ti mismo te hace suponer que estos apuntes tienen el mismo valor que los que escribiste cuando nada eras y la escritura lo era todo. Ahora tú eres todo y tu escritura, una mierda”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

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Tener que enfrentar y relacionarse con más de 20 o 30 personas al día debería estar prohibido por ley. Todos esos ojos, todos esos olores, todas esas entonaciones, todas esas necesidades encubiertas y cubiertas a medias y algunas derechamente expuestas. ¿Por qué de 10 personas 8 me producen un rechazo instantáneo? A veces basta un pequeño sombrero para despertar mi desprecio. O una manera de ser llamado, una manera de andar, que me toquen el hombro por detrás, que me digan señor, ciertas confianzas injustificadas, o un tono de voz que no se ajusta a la persona y que me deja ver claramente que algo anda mal allí -y por supuesto no quiero saberlo. Todos quieren dejar su pequeña huella, su pequeño triunfo o fracaso. Nadie quiere simplemente pasar, deslizarse, encontrar un lenguaje común que sirva por el rato y luego seguir. Sé que yo mismo debería propiciar esto último, pero me cuesta, me canso, los otros entran y me roban desde mí mismo algo que no sé qué es.

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“Las chicas eran terribles. Tenían catorce años y ya se las arreglaban para que las toqueteara, y eso que no es nada fácil encontrar un pretexto para que te toqueteen mientras estás comprando un libro… Pero lo conseguían: me hacían palpar sus bíceps para que comprobara el resultado de sus vacaciones, y luego, sin que yo me diera apenas cuenta, pasábamos a los muslos. Se pasaban un poco. Yo procuraba controlar la situación, porque aún me queda algún cliente serio. Pero aquellas mocosas estaban a cualquier hora del día calientes como cabras, y tan húmedas que goteaban. Ser profesor de universidad debe ser un trabajo agotador, si las cosas resultan ya tan fáciles para un humilde librero”. (Escupiré sobre vuestra tumba, Boris Vian)

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El tedio es una neblina que lentamente comienza a cubrirlo todo. Escribir aquí es pasearse con una linterna a través de lo borroso. Acumulo ideas de día y ya por la noche lo olvidé todo. Seguramente, si me acordara, tampoco serian la gran cosa. Antes llevaba un cuaderno. Tengo muchos cuadernos con las primeras tres páginas escritas. Es como si a la noche hubiera que llevarle de contrabando la información de día (“Yo de día soy nulo, y de noche soy yo”, dice Pessoa) Cuando el 80% del día es para la efectividad y la realización, es natural que el potencial de ese 20% restante de reflexión y abstracción se arruine un poco. Debo luchar contra eso (hay una lucha política y otra individual que dar allí). Este temor de que el pensamiento no eche raíces y triunfe la Persona y su mera fuerza individual es tan real como el miedo que le tenía a los perros cuando niño. Si uno vuelve y vuelve a los libros y aquí es para empujar esas raíces, para destruir al individuo, para acercarse a lo que importa.

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“Yo no tenía historia, y por eso me fabriqué una, más o menos como lo habría hecho un partido nazi en un suburbio”. (Karl Ove Knausgård)

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Juro que estaba aquí mismo escribiendo que si uno realmente anhelara con todo su corazón una comida específica esta debería aparecer así sin más al costado de la mesa y ¡paf!, sucedió, F me puso una tostada con jamón y margarina aquí al lado.

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«Me estoy tomando una bebida en un set de televisión porque mataron a mi hermano». (Hermano de Manuel Gutiérrez en Mentiras Verdaderas)

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Alargo la sensación de no saber donde estoy. Hay esta gratitud elemental de saberse despierto antes de las diez a eme y con todo el día a disposición en una ciudad que no es la gran cosa, pero al menos es otra. Con el PS3 allá en Santiago, esta venida va a ser distinta. Bajo con toda la ropa sucia y los trastos de la noche anterior (con mi hermano, unos italianos gigantes viendo Mad max fury road) y subo con un té. Mi hermano ya está en su nuevo pc con los audífonos puestos. Me quejaría de su aislamiento, pero yo mismo no propongo mucho, así que cuando vengo lo que hacemos, la actividad de hermanos, es ver un par de películas por la noche. Hago un pequeño zapping por los canales de futbol con la esperanza de encontrarme con algo contundente. Hace más de un año que no veo un partido de la Premiere League. Pero nada, un Leverkuze vs no sé qué con Aranguiz en la banca. Desisto y enchufo el disco externo: una de Gondry que aún no he visto. Todo ocurre en un autobús de colegio gringo. Demasiados personajes. Mucha microhistoria. Parece su primer trabajo pero es del 2012. La paro al minuto sesenta y abro La muerte del padre. Soporto los párrafos largos y llenos de descripciones como un animal que sabe que si aguanta un poco más tendrá su comida. Ralentizo el tiempo. Converso con madre mientras cocinamos. Estamos mejor que antes. Ciertas condiciones materiales están mejor que antes. La felicidad no es lo que uno creía que iba a ser y todo marcha bien.

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“Una vez que un hombre comprende la fugacidad de la vida y decide escapar a toda costa del ciclo de nacimiento y muerte, ¿qué placer puede obtener de servir diariamente a un patrón o de impulsar proyectos para beneficiar a su familia?”. (Kenko)

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“Vuelta a lo mismo: me despiertan gritos e imprecaciones a medianoche. Me sorprende la violenta intensidad de las palabras como él, como si estuviese a punto de golpearla. Me despabilo. Trato de entender lo que dicen, pero me resulta imposible. No enciendo la luz ni doy golpecitos en la pared, como la urbanidad aconseja, sino que de pronto, en medio de la oscuridad, suelto un grito salvaje, atroz, como el que lanzan ciertos personajes de Kurosawa antes de entrar en combate o como si Tarzán se le hubiesen quedado atrapados los cojones entre las lianas. Vuelve un silencio absoluto, de miedo”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

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Reviso el libro de Boris Vian, traspaso los subrayados al word y voy youtubeando las canciones que menciona el protagonista. Un viernes tranquilo.

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“Soy un descriptor que describe lo que ve y si eso permite una trama, la dejo ver, pero no creo en la ficción y tampoco creo en la poesía pura, porque es demasiado grande eso. Soy una especie de notario”. (A. Couve)

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A veces pienso que voy a salir a buscarme un té y me voy a encontrar en el pasillo con un gato que no vive aquí, que no existe, que jamás he visto, y voy a seguir de largo, asustado, y no voy a hacer nada, salvo comenzar a alimentarlo y quererlo como a cualquiera de todos los otros gatos que sin yo decidirlo han convivido conmigo.

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“No hay nada que admire más que las personas que no pretenden nada. Mucho más que Miguel Angel, que Leonardo o que cualquier gran artista, yo admiro profundamente la modestia. Es mi gran preocupación. Esas personas que pasan por la vida nomás (…) Tengo hambre de eso, tengo verdadera fijación. Me impresiona lo que dejó de ser de manera tan radical y tan capital. Lo que no dejó huella es lo que más huella deja en mí”. (Adolfo Couve)

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Que ella salga a bailar y yo me quede en casa también es amor.

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¿Qué pensarán estos gatos cuando llego y lanzo la mochila y me saco los pantalones a patadas y les canto cualquier canción de mierda que invente en el momento?

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“Cuando descubras que las preocupaciones que consumen tu tiempo no son más que la ansiedad del placer, el anhelo de la carne, entonces prepárate: serás como el caballo viejo e inútil al que esperan en el foso de los leones”. (Cuaderno de Tokio, Horacio Castellanos)

junio-julio

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“Nunca digo en el fondo lo que pienso, pero siempre me acerco mucho a la persona con la que hablo, hago como si lo que me dicen me interesara, excepto cuando bebo, entonces suelo moverme demasiado lejos en dirección contraria, para luego despertarme a la angustia del exceso, que ha crecido con los años y que ahora puede durar semanas”. (Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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Necesito menos gente. Necesito que no pase nada. Necesito una ventilación cerebroespiritual. Necesito el mero ruido entrando por la ventana. Necesito, al menos unas cuantas noches a la semana, estar completamente solo. Toda la gente que circula por aquí tres o cuatro días por semana –sí: tres o cuatro veces por semana-, ¿acaso no necesitan leer? ¿Acaso no tienen que ordenar sus piezas, lavar y colgar ropa, culear, ordenar calcetines y cocinar? ¿Acaso no saben que existen cientos de películas que vale la pena ver? ¿No quisieran, por ejemplo, estirarse de espaldas en sus respectivas camas y dejar que la tele muestre en mute toda la tierna estupidez del mundo? ¿Por qué termino siempre a punto de sentir que yo estoy equivocado, que soy egoísta y que rehúyo toda actividad social? ¿Por qué no podría ser al revés, es decir, que sean ellos los que de algún modo huyen, solo que hacia afuera, hacia los otros? ¿Por qué no podríamos, en definitiva, estar todos huyendo de algo al mismo tiempo?

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“Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase por tanto entre las correcciones necesarias que deben hacerle al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo”. (F. Nietzsche, Humano, demasiado humano)

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Llego del trabajo y me encierro. Mientras F bebe en el living y cuenta sus historias (ya me las sé casi todas) y se ve siempre muy cómodo con todos y las risas se elevan, rebotan en el techo y caen, yo TRABAJO en la pieza y su orden: desde el traspaso a word de los subrayados de los últimos libros leídos hasta la reubicación perfecta de la antena de la tele tras la nueva cortina que en realidad es una especie de frazada, trabajo en la pieza. A veces, cuando las visitas son gente que conozco, salgo un rato, comparto honestamente y luego, también honestamente, me guardo y sigo mi rutina tal y como siempre. ¿Por qué debería ser de otro modo? ¿Qué es esta vocecita interna que me dice que LA VIDA está solamente allí afuera?

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“¿Por qué no tomamos lo que deseamos de las distintas tentaciones? No es porque seamos virtuosos: es porque somos cobardes”. (Mary MacLane, Deseo que venga el diablo)

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Ni en Game of thrones ni en la vida misma llega el invierno prometido.

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En el bus a Lipimávida: gallinas, perros con gallinas, Licantén, reino de madera y vapor, la transición campo-mar en colores y olores, tres cabros con ropa de 1998 que sé que sabrían enseñarme un par de cosas, verme ahí, camuflado de huaso, un falso huaso, intentarlo al menos, cada casita vestida a su modo, nadie nunca los pensó a todos juntos y allí están, la visibilidad de los patios, piscinas de plástico viejas, tristes negocios imponentes, un elegante dejarse estar de las cosas, saber cómo sería, saber exactamente cómo sería, la vista por la ventana soñando, sabiendo cómo sería.

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P se marea y teje y ya no se marea más. Me gusta cómo, incluso cuando le converso, mantiene la cabeza derecha, todo para no marearse.
El bus se pasa de largo y está bien: llegamos al fin del camino y nos pasan a dejar de vuelta. Ch y un puñado de perritos nos reciben. Me gano a uno y el otro de lejos ladra. Don F en su silla, como siempre. Lo saludo efusivamente como asumiendo que sabe que mi familia viene hace muchos años y que aún recuerdo cuando nos contaba historias de terror y de brujos del sector. Él simplemente me saluda. Echamos todo sobre la cama y planeamos. Sacamos un mapa que no entiendo para nada. La ventana da al mar. El sol ya se puso.
Ordeno mi ropa y dispongo libros y artefactos como si fuera a quedarme por siempre.
Hay la extrañeza de ver que todo lo que resta es disfrutar, comer, pasear, leer y quererse.
La primera cena es la más rara de todas: quien nos trae la comida se queda hasta que terminamos de comer. Parado junto a la mesa. Mientras comemos y dudamos si comportarnos como si no estuviera allí. Con la noche en silencio. Sin música o televisor alguno rellenando. Lo conozco, claro. No solo de las veces anteriores que vine, sino que desde la niñez. Me han mostrado fotos en que salimos ambos en la arena armando alguna cosa así que, tal y como lo he hecho antes, y ya que parece decidido a quedarse, le digo eso mismo, en el mismo tono: “parece que éramos amigos cuando niños”. Lleva una pañoleta en la cabeza y no demuestra ninguna incomodidad de estar allí parado. El asunto se distiende y hablamos de cómo es la vida allí y todo eso. Aunque siniestra, debe ser una especie de bienvenida.
Por las noches, los expedientes secretos x o alguna película.
Por la mañana, ir a mirar a unos perritos recién nacidos que están en el bosque de papayas.
Por las tardes, piscina, paseos, siestas.
El desayuno llega a las 9 a la cama.
Que no haya que hacer absolutamente nada es algo que, tras este año y medio de trabajar de corrido, valoro en demasía.
Y lo mejor de todo: el cerro cuyo nombre olvidé al final del camino, donde ya deja de ser Lipimávida (¿Infiernillo?). Convenzo a P de que vale la pena. El primer día avanzamos un poco y ya al segundo día nos adentramos hasta encontrarnos con un montón de cabras pastando. El mar desde arriba es otra cosa. Avanzar por senderos irregulares. Perderse y volver.
Nos vamos y quedo con ganas.

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Lo quiero exactamente así: la vejez en algún punto de la costa maulina y la muerte en Curicó.

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“Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no solo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él”. (Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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Temprano por la mañana donde S. Vamos a retomar el corto documental. Tiene a Ignacio Agüero de profesor en un taller y esto que haremos será su proyecto final. Entusiasmo total. Husmeo su casa. Nunca había venido. Fumamos. Miro sus últimos trabajos. Más entusiasmo. Pero me pierdo un poco. No es mi mundo, mi lenguaje. Presto atención. Sé que debo prestar más atención de la habitual. La idea del guión igual ha cambiado. Pero quiero, quiero mucho, confío en S y R. Intento explicarme pero quizá no debería haber fumado. Termino diciendo algo así como que, aunque no me gusta el arte panfletario, lo prefiero al arte espectacular. S me saca un poco de mi idea preestablecida, de mi imaginario audiovisual más o menos estrecho; me saca, en definitiva, de que la hueá tiene que ser como La sociedad del espectáculo de Debord. Al final de todo le pillo la hebra al asunto. La hebra y la elegancia de no saturar con texto. Me voy con la sensación de haber dado la impresión errada y con ganas de reivindicarme con el guión.

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Nunca se me va a borrar de la memoria algo que dice Lévinas al comienzo de La Evasión, algo así como que la característica ontológica del burgués es cerrarse al devenir y mantener al futuro como una mera extensión de las capacidades técnicas y narrativas del presente. ¿Soy eso? ¿Soy el burgués de Lévinas? Ayer llegó L de sorpresa. Sorpresa para mí, claro. Apenas F lo anunció supe que no iba a ser la tarde-noche que me había prometido (despertar de la siesta, once viendo Hannibal, luego escribir un rato aquí en el diario y también empezar a ver lo del guión para el docu con S y ya como a las 11pm, unas fumadas en el balcón, terminar los dos partidos que me quedan en la Copa America que hasta ahora voy ganando en el PS3; y ahí, al final de todo, una película, ojalá una muy vieja porque hace tiempo que estoy viendo solo cine contemporáneo) Y sin embargo, estuvo bien. De todas esas cosas la más importante era escribir y lo estoy haciendo ahora. Ocurrió que luego de L llegó P y la conversación estuvo amable (el primero y más extendido tema de conversación fue justamente acerca de cómo uno se aburre y finge interés en los distintos ámbitos de la vida) Estuve como hasta la medianoche con ellos y me sentí medio avergonzado de mi mal humor inicial. Creo que al menos sé en qué momentos vale la pena dejar de ser el burgués de Lévinas. El resto del tiempo no veo ningún problema en ello; por el contrario, es el único método posible para no ser arrastrado por la caída libre del mundo y su forzosa familiaridad: si me “escondo” no es porque no quiera mancharme con el devenir de las cosas sino porque tengo la loca idea de que solo así puedo traer las tensiones que la vida individual y social requieren.

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“Puesto que falta tiempo para pensar y tranquilidad en el pensar, se rehúyen las posiciones divergentes. Se empiezan a odiar. La inquietud generalizada no permite que el pensamiento profundice, que se aleje, que llegue a algo verdaderamente otro. El pensamiento ya no dicta el tiempo, sino que el tiempo dicta el pensamiento. De ahí que sea temporal y efímero”. (Byung-Chul Han, El aroma del tiempo)

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Encontré el ensayo sobre Lévinas. Aquí el primer párrafo:

Según Lévinas la filosofía occidental nunca ha ido más allá de la suficiencia del ser. Habría una precaución burguesa ante el devenir, un conservadurismo inquieto que anticiparía en todas partes una homogeneidad y una patencia del ser que eventualmente abrumarían. “El burgués (que) no confiesa ningún desgarramiento interior” y que al goce opone la certidumbre del mañana es el ejemplo del ser pensado como cosa, entero, franqueable, accesible, demasiado accesible. Tanto que estaríamos en un punto de no retorno en cuanto a devolverle a las cosas su inutilidad.

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Solo me resulta natural mantener cerca a quienes comprendan y respeten este inoperante reinado que, al igual que la depresión o la simple pereza, coincide a gusto con esta habitación y su lentitud. Este imperio de la inutilidad, esta fábrica de la textualidad que nadie ha pedido y que por lo mismo es algo sagrado… lo necesito más que a cualquier otra cosa y, de 10 personas (que estimo y quiero), sólo 2 o 3 me creen.

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“Siempre he sentido una gran necesidad de estar solo, necesito amplias superficies de soledad, y cuando no logro tenerlas, como ha sido el caso de los últimos cinco años, la frustración llega a veces a ser desesperada o agresiva. Y cuando lo que me ha mantenido en marcha durante toda mi vida de adulto, es decir, la ambición de llegar a escribir algo grande un día, resulta amenazado de esa manera, mi único pensamiento, que me roe como una rata, es que tengo que huir. La sensación de que el tiempo se me escapa de los dedos mientras hago… ¿qué? Friego suelos, lavo ropa, preparo comidas, friego platos, hago la compra, juego con los niños en el patio, los meto en la casa y los desnudo, los baño, tiendo ropa, doblo prendas y las meto en el armario, ordeno, friego mesas, sillas armarios. Es una lucha, y aunque no sea heroica, la libro contra una fuerza superior, porque por mucho que trabaje en casa, las habitaciones está llenas de desorden y suciedad, y los niños, que están siendo cuidados cada minuto de su tiempo, son más rebeldes que ningún otro niño que haya visto”. (Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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1:22 am. Me fumo una cola y saco las Confesiones de San Agustin de los libros viejos.

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No suelto La muerte del padre. Le dedico todos los tiempos muertos. Lo que alcance en la cola del supermercado, lo que el alcance en el ascensor, lo que alcance caminando, lo que alcance mientras se pasa al pendrive una serie, lo que alcance en los tiempos muertos en el trabajo. ¿Qué es lo que me hacen estas vidas contadas tan en detalle? ¿Qué es esta calidez de entrar caminando, nisiquiera acechando sino que cordialmente invitado, a los recuerdos adolescentes de un sujeto que, al otro lado del mundo, nisiquiera intuye mi minúscula existencia? A ratos, debo confesarlo, caigo en el tedio de los detalles. ¿Qué me importa el color de la taza con café que sostenía el día en que supo que su padre había muerto? Y sin embargo, luego de terminado el capitulo, agarro todo eso que aparentemente sobraba con una gran mano mental y lo incorporo y lo leo a través de esa invitación.

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“Los cuerpos muertos podrían por ejemplo llevarse sin tapar en camillas por los pasillos del hospital, y de allí transportarse en un taxi normal y corriente, sin que eso representara ningún riesgo para nadie. Ese anciano que se muere en el cine durante la proyección podría quedarse sentado en su asiento hasta que acabe la película, por no decir también durante la sesión siguiente. El profesor que sufre un infarto en el patio de recreo no tiene por qué ser sacado de allí a toda prisa, pues no pasa nada si se queda en el suelo hasta que el conserje pueda ocuparse de él, aunque no sea hasta bastante más tarde. Si un pájaro se posara sobre él y lo picoteara, ¿qué podría importar? ¿Es mejor lo que le espera en la tumba sólo porque nosotros no lo vemos? Mientras el muerto no estorbe físicamente, no hay razón alguna para tanta prisa, pues no puede morir por segunda vez. Esto vale sobre todo para las épocas de frío. Los indigentes que mueren congelados sobre bancos y en portales, suicidas que saltan de puentes y de edificios altos, ancianas que caen fulminadas en las escaleras de su casa, muertos por accidente que quedan atrapados en sus coches destrozados, el joven que embriagado cae al mar tras una noche de juerga, la niña pequeña que acaba bajo las ruedas de un autobús, ¿por qué esas prisas para esconderlos? ¿No sería más decente permitir a los padres de la niña verla una o dos horas más tarde, yaciendo en la nieve junto al lugar del accidente, con la cabeza destrozada visible, así como el cuerpo entero, el pelo manchado de sangre y la chaqueta de plumas limpia? La niña estaría abierta hacia el mundo, sin secretos. Pero incluso esa única hora en la nieve es impensable. Una ciudad que no mantiene a sus muertos fuera de la vista, una ciudad donde se los puede ver diseminados por calles y parques, en los aparcamientos, no es una ciudad, sino un infierno. El que este infierno refleje nuestras condiciones de vida de un modo más realista y estrictamente más verdadero no importa. Sabemos que es así, pero no queremos verlo”.
(Karl Ove Knausgård, La muerte del padre).

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M me dijo «marihuanero» y fui a mirarme al espejo a comprobar.

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No me da miedo la muerte, lo que me da miedo es morirme demasiado pronto, que todo sea en vano, no saber dónde se va todo lo que la voluntad ha proyectado y no ha realizado. Cuando hablamos de esto con P siempre intento decirle que, de perdurar algo de uno tras la muerte, será cualquier cosa menos el yo y sus gustitos e identificaciones. Entonces me pregunta a qué me refiero y ahí ya no sé expresarme con tanta claridad. Un fondo de impersonalidad común, supongo. Ciertas intersecciones culturales, cierta Historia de la intimidad, cierta continuidad en la destrucción del individuo que odiamos juntos. Algo así como todo lo que uno es pese a uno mismo. No sé.
A veces, antes de dormir, me revuelvo en ese caldo absurdo que es el mismo que me acechaba cuando, a los 8 o 10 años y también antes de dormir, pensaba en el infierno que me prometían los bienintencionados católicos. Pero claro, en esa época debía escoger entre la eternidad de un alma individual (la mía) o la nada absoluta. Hoy al menos esbozo una trascendencia que me parece mucho más firme y razonable que la de la infancia: la de la lentísima acumulación histórica de sentido, los pequeños pasitos y saltitos hacia algún tipo de bondad, la de todo aquello que queda entremedio y persiste sin yo alguno. Y es por eso mismo que me asusta más el absurdo que el mal: si este modesto piso mínimo que imagino resultara ser equiparable a, qué sé yo, la evolución de la publicidad o la cultura empresarial, no lo soportaría. Pero como solo a una mirada exterior a la historia humana le sería posible esta fatídica homologación, no me preocupo. Que Simone Weil nos diga que ese susto, la contemplación amorosa de ese susto, es Dios o la experiencia real de Dios, no nos sirve de nada. Saber el truco de la existencia, aquí y ahora, no tiene ninguna gracia (y, paradójicamente, es a eso a lo que los entendidos llaman gracia). Lo único que vale la pena es, conociendo o no el misterio, vivir esta arbitrariedad como toda la finalidad y todo el sentido que tenemos a disposición. ¿Qué otro sentido tendría estar aquí?

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“En esta casa por la que arrastro mi existencia maldita, diabólica y hastiada, arriba en el baño, en la repisa sobre el revestimiento de madera, hay seis cepillos de dientes: uno blanco muy corriente, con el mango de hueso, que es de mi hermano pequeño; uno blanco de mango retorcido que es de mi hermana; uno de mango liso que es de mi hermano mayor; uno con mango de celuloide que es de mi padrastro; uno con el mango de plata que es el mío; y otro corriente que es de mi madre. La visión de los cepillos día tras día, semana tras semana, y siempre, es una de las circunstancias mas apabullantes y enloquecedoras de mi vida de necia.
Todo el viernes limpio el baño. Por lo general, me gusta. Disfruto con la sensación del agua al escurrirse por mis dedos, y siempre me deja las uñas limpísimas. Pero la obviedad de los seis cepillos de dientes que me representan a mí y a los otros cinco miembros de esta familia y el vacio sin rumbo de mi existencia aquí –viernes tras viernes- me desgastan el alma y me enferman el corazón.
La penosa, árida, deleznable, detestable, estrecha Vaciedad de mi vida en esta casa nunca me sobreviene con una fuerza más intensa que cuando mi vista recae sin querer en esos seis cepillos de dientes”
(Mary MacLane, Deseo que venga el diablo)

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Toda la tarde con mi padre. Me voy caminando, bordeando el cerro Condell y escuchando un podcast de cine. Cuando llego no me cree que he venido caminando. Almorzamos en el sillón, cada uno con una bandeja. No sé por qué siempre lo miro de reojo, esperando alguna emoción inconfesable o qué sé yo. Son tan pocos nuestros momentos que todos terminan siendo el momento padre-hijo del semestre o incluso del año. Ando con las Confesiones de San Agustín y, cuando se para a contestar llamadas importantes o cuando va al baño o se duerme durante unos minutos, leo. Vemos la repetición de Chile vs Uruguay. Vemos varios partidos de fútbol fragmentadamente. Su seriedad a la hora de comentar el deporte sigue igual que siempre.

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Idea para un cuento: un tipo, digamos un estudiante de cine, conoce a una pareja de coreanos. En una fiesta, en un bar, en la calle siendo asaltados, donde sea. Hablan ambos idiomas, los coreanos. Viajan al sur, comparten trabajos: traban amistad. Entonces este estudiante se da cuenta que no se necesita mucho para inventarse un falso director de cine coreano y hacer películas como Hong Sang-soo. Casualmente la coreana tiene muchas filmaciones en exteriores (buscarle un trabajo que justifique aquello) y solo les restaría filmar las escenas en interior apoyados por otros coreanos residentes en Chile amigos de esta pareja. Las películas comienzan a circular en festivales internacionales, el clan coreano-chileno (obviamente con otra trama referente a las relaciones entre ellos mismos) persiste en la legitimación y posicionamiento de este falso director. Para minimizar las sospechas buscan algún eremita agazapado en alguna montaña hace mucho tiempo, un Bartbleby cualquiera que quizá alguna vez escribió un guión que nadie quiso, y montan la biografía ficticia encima de esta otra (podría haber una visita, un viaje cordial en el que le cuenten de la situación y le suelten algún dinero al eremita quien, consecuente con lo suyo, aceptaría pero solo si se le paga en arroz y cabras… entonces una pequeña hazaña bajando desde el monte Bukhansan hacia algún pueblo a conseguir los suvneires, y así…). Los problemas reales comienzan cuando cierto periodista chileno empieza a investigar y atar cabos. Podría ser alguien profundamente detestable, como ese hueón que a veces habla en primer plano desde estados unidos con aires de importancia, ese que escribió sobre Michael Jackson hace años y causó polémica. Este personaje jugaría el rol de una mirada añeja sobre el arte en general y, en consecuencia, defendería la importancia de los derechos de autor, la claridad y unicidad del autor, y la inmoralidad de haber engañado al público.
De algún enrevesado modo podría terminar todo con el periodista de mierda asesinado por el eremita.

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“No se me ocurre nada en el mundo similar a la pequeñez, mezquindad, repulsión y degradación pura y dura de la mujer que está bajo un techo atada a un hombre que en realidad no es nada para ella; que lleva el apellido de éste y pare a sus hijos: que se las da de mujercita virtuosa. En nuestros días hay más de la cuenta en este mundo”.
(Mary MacLane, Deseo que venga el diablo)

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En las últimas tres películas vistas (The double, Tracks y Map to the stars) y por puro azar: Mia Wasikowska.

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«Ama aquello a lo que vuelves». (Marco Aurelio)

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F habla y luego imita un poco cierto tono ridículo en su entonación. Yo mismo, una vez que me río, suelo reírme de aquella risa que, sin decidirlo del todo, ha salido más estrepitosa o aguda o juvenil que lo esperado. Lo pienso un poco y, de toda la gente que aprecio, a ninguno le interesa ser de corrido una sola cosa clara y contundente. Pocos se defienden y, en cambio, viven y valoran ese desfase. Ninguno se sitúa más en esa supuesta naturalidad que en la posterior reflexión acerca de ésta. La comunicación surge justamente cuando nos situamos en la arbitrariedad de poseer algo así como una personalidad acabada que, de algún modo, coincidiría con lo que somos.

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“El problema –dijo mientras se alejaba nervioso— es que tienes el relato de tu propia experiencia construyéndose a cada momento, y eso sirve para la literatura, pero no para la vida”. (Sebastián Olivero, Un año en el budismo tibetano)

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Julio Jung acaba de decir en un podcast: «Nacemos todos los días». Debería bastarnos con eso.

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Llevo en el párpado del ojo izquierdo un corazón que late desordenadamente y no sabe lo que quiere.

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«En el principio fue la acción, pues todo desarrollo elevado va de la voluntad a la pereza». (G. Simmel)

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Yo sabía que no iba a saber administrar correctamente mis primeros días de vacaciones en Curicó. El PS3 es mi pasta base. Insisto e insisto. Y lo peor de todo: mejoro cada vez más. Así que despierto tarde, desayuno viendo alguna serie corta (Parks, Louie o Curb your enthusiasm), luego oír las noticias desde lejos, desde la cocina, mientras se hacen las labores y, después, inevitablemente, la siesta que, más que nada, es para leer mejor.
La tarde desaparece. Alguien me la roba. Alguien que soy yo mismo enajenado.
Me prometo que solo voy a darle al play por las noches, un par de horas, pero termino jugando por las tardes, sabiendo que es inútil, que ya dominé a la máquina y solo resta encontrar mayores desafíos en adversarios humanos. Y mi único adversario humano es Bruno que aparece ciertas noches. Bruno que me cuenta de sus intentos por hacer algo más que sobrevivir al interior de los esquemas culturales de la provincia. Bruno que trae alguna cosa para fumar. Bruno que cambia el cedé de música del auto tres veces al año.

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“Pocas cosas hay que me molesten más que el apelativo «señorita». Yo no soy ninguna señora –como cualquiera puede comprobar si me mira de cerca-, y el diminutivo tiene un retintín odioso. Preferiría que me llamaran dulzura, o mujer perdida, o muchacha sansata…, por mucho que todo eso sea igualmente mentira”.
(Mary Maclane, Deseo que venga el diablo)

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No me gusta el reggaeton pero me gusta cómo le gusta el reggaeton a Alexis Sánchez.

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Chile campeón y luego el vacío.

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“¡Voltear los autobuses, y tocarles
la oreja a los absurdos transeúntes,
saber de abuelas suyas y de hermanas,
y de la fecha atroz en que nacieron!”

(Armando Rubio, de Confesiones)

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Siesta fallida. A ojos cerrados entro en un estado de larva. El sueño no llega, lo busco y no llega. Repaso y repaso la velocidad de este último año y medio. Carretera de mí mismo, intento ser el perro que saca la cabeza por la ventana y le cuelga la lengua. ¿Qué significa este ojo izquierdo que tirita hace ya una semana? ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Acaso no es esto –quedarse en casa, escribir, leer, intentar una siesta– descansar?

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Sueño: Entro a un ascensor y alguien me dice que me parezco a Jadue. “¡Ese conchesumadre!”, digo. Entonces entra otro tipo al ascensor y me apoya: “¡Ese conchesumadre; ni cagando te parecís!”. Luego, en alguna cancha, juego muy mal al fútbol pero al final hago un gol de cabeza. Desde la mitad de la cancha. Pero al arco, en vez de arquero, hay un perro.

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A la salida del trabajo un tipo a viva voz avisando que hoy el Estado ha asesinado un trabajador me saca una lágrima. Me gusta que sea así, que, aunque no sirva de nada y aunque el tipo sea evidentemente un estudiante de teatro, ciertas cosas sean dichas así, simple y llanamente, a viva voz, afuera de lugares concurridos. Y más aún: que remate con la idiotez de “Bachelet es asesina igual que Pinochet” no ensucia en nada su enunciado inicial.

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Antes que cualquier otra proyección subjetiva, soy amigo de la soledad del otro.

abril-mayo

«Después de reconocer una decisión errada no tengo el temple como para regresar, prefiero corregirla mediante otra decisión errada». (Werner Herzog, Del caminar sobre hielo)

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Hoy descubrí que hay una especie de adultos que confunden apatía con expectación. Condescendientes y llenos de sí mismos, estos señorones interpretan mis ojos fijos y mi postura formalmente comprensiva como una cosa favorable. Me hace gracia imaginarlos ir así por la vida, siendo puro derroche y nada de empatía. Hablan y hablan y te toman del brazo para captar aún más tu atención y, éste por ejemplo, tiene una óptica, busca no sé qué libros de jazz que no tenemos, no se calla ni por un segundo, me toma los lentes y me habla del ángulo correcto que estos deberían tener, me da su tarjeta, no me devuelve los lentes y los agita por el aire mientras parlotea, vuelve a hablarme de jazz, de la importancia de este sujeto en especifico, lo miro con la mano estirada esperando mis lentes pero él ni se entera. ¿Cómo nadie le avisa lo que él es?

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(…)
Ah, pasear por las calles, sin remedio,
y entrar entre los hombres
-inacabablemente-
detenido en la puerta de los cines
como un dueño de casa
que no sabe qué hacer con el domingo
(…)

(Armando Rubio, Paisaje cotidiano)

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PEQUEÑO CIELO EN LA VEGA CENTRAL
En una mano jugo de:
piña jengibre
menta y albahaca;
en la otra
pasas bañadas en
chocolate.

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Día libre. Día inexcusablemente egoísta. Labores caseras entre el mediodía y el almuerzo, los últimos tres episodios de The walking dead al hilo, una siesta y luego una nueva variable que hace días quería incorporar: bajar a leer en las banquitas, en la plazuela que hay aquí debajo del edificio. Aprovechando que el calor se está empezando a ir más temprano me planto a avanzar en Stendhal. No puede ser que lo tenga hace más de un mes y aún no vaya ni en la mitad. Los matorrales que rodean la banca dan una privacidad, una sensación de cápsula o pequeña habitación al aire libre que hacen que el atardecer llegue como salido de la nada. Me noto muy campechano, mandando esporádicas genuflexiones, gestos y leves alzadas de cuello a las señoras con sus perros y al conserje, como queriendo participar de no sé qué comunidad. Estaría muy dispuesto a pasar tardes enteras aquí, así.

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“Y, por tanto, mi vida diaria semeja una vida ordinaria y, posiblemente, para una persona ordinaria, una vida cómoda.
Puede que así sea.
Para mí es un hastío y vacío maldito.
Me levanto por la mañana; hago tres comidas; y camino; y trabajo un poco, leo otro poco, escribo; veo gente anodina; me voy a la cama.
Al día siguiente me levanto por la mañana; hago tres comidas; y camino; y trabajo un poco, leo otro poco, escribo; veo gente anodina; me voy a la cama.
Una vez más me levanto por la mañana; hago tres comidas; y camino; y trabajo un poco, leo otro poco, escribo; veo gente anodina; me voy a la cama.
¡Una vida profunda y exaltada, desde luego!
Lo que me provoca, cómo me afecta, es lo que estoy intentando retratar.”
(Mary Maclane, Deseo que venga el diablo)

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Es un señor, no sé si abuelo, algo de pelo blanco arremolinado y también algo de pelo plomo y también negro. Mirada infantil, oriental. Siempre entra a la librería comiéndose un helado del Bravissimo. Pese a que saluda si uno lo mira, nunca te dirige deliberadamente la palabra. Como que comprendiera el tedio de la repetición y lo respetara. Se nota que es su ritual. Y bueno, creo que le tengo un secreto aprecio desde que le oí comentarle a un amigo que estaba escribiendo un cuento que era como la metamorfosis pero al revés: un escarabajo que se transforma en persona.

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“Por otro lado, me pregunto si acaso escribía antes de escribir, si a los cinco años, cuando abrí la puerta de mis padres mientras tenían sexo, estaba escribiendo sin saberlo. O si hace un rato, en esta tarde, con el invierno a tiro de piedra, cuando fui a ver una vieja película de John Huston en un cine de Jongno, lo hice porque quería hacerlo o solo porque deseaba escribir sobre ir a ver una vieja película de John Huston en un cine del centro de Seúl. Me pregunto si mis elecciones son sinceras o se tratan de movidas sucias para interesarme en algo al punto de necesitar escribir sobre ese algo, si parten de una muy egoísta conjura contra la abulia. Todo puede entrar ahí, mis trabajos, mis artículos, las dos novelas que he publicado, la que planeo, mis viajes, mi matrimonio con una asiática, hasta mis idas al supermercado. En ese caso es otro el que vive y yo solo traduzco”.
(Andrés Felipe Solano, Corea: apuntes desde la cuerda floja)

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Un edificio es un planeta y el olor a pan tostado y bistecs y marihuanas de los vecinos son la atmosfera.

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Se fue a la mierda mi celular. Lo reventé contra el suelo. Cada tres o cuatro años sucede. Pero a diferencia de todas las otras veces puedo decir que esta vez fue con alegría, con decisión y no tuvo nada que ver, como en veces anteriores, con la conversación en cuestión. Simplemente era su momento y él lo sabía y yo lo sabía.

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«Escribir es poner una habitación más en la casa de la vida». (Adolfo Bioy Casares)

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A veces me parece estúpido escribir y no escribo. Otras veces me parece estúpido escribir y escribo. Es exactamente así como sucede. Muy pocas veces escribir me parece estúpido al nivel de que haya que dejarlo por completo.

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“Quisiera ser capaz de fumar como algunos coreanos que veo en las esquinas de ciertos callejones, hombres acurrucados, pensativos, con los codos sobre las piernas bien abiertas, sin que su culo toque el piso. Parece ser la posición adecuada para ver el mundo tal cual es”. (Andrés Felipe Solano, Corea: apuntes desde la cuerda floja)

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Si cagar y comer y dormir tienen sus lugares determinados en una casa, ¿por qué no iba a tener un lugar el pensamiento?
Me hice de un escritorio: más de una semana de tablas acumuladas en la pieza día a día susurrándome al odio que soy un inepto. Al momento de armarlo tuve una conversación telefónica con el servicio técnico y asumieron que, tal y como yo les señalaba, el instructivo traía una falla.
Así como lo veo yo, uno se hace de un escritorio y automáticamente escribe, qué se yo, una hora cada noche, todo se ordena un poco más, aparece alguna cosita bonita donde dejar lápices, el rincón queda iluminado de otro modo, alguna foto de Simone Weil o Levrero pegada en frente, las fotocopias que juntan polvo en el closet emergen y vuelven a los cajones, etc.

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“Cuando escribo, me siento como un hombre sin brazos ni piernas, con un crayón en la boca”. (Kurt Vonnegut)

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Tesis doctoral: Jeffrey Tambor en Transparent y Ricky Gervais en Derek como posibilidades concretas de la bondad en la sociedad contemporánea.

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«Cuando un perro quiere hacer daño es porque esa persona ha comido perro». (Tio Nino)

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Vuelvo a correr. Vuelvo a escribir. Vuelvo a dejar de andar rabioso. Vuelven a empezar los días a la medianoche. Los días de verdad. F en el suelo sorbe una sopa que construí ayer (cebollín, espinaca, crema, champiñones, tomate y ajo). La pieza va cobrando forma. Al llegar, mientras elongo, damos con un humorista en chv. Uno de esos programas de talentos. El hueón le hace una especie de oda a Street Fighter a través de una canción de Michael Jackson. Algo absolutamente inesperado. Todo con la pura voz. El típico megamix pero con unos hadoken y demaces sonidos de Street Fighter entremedio. Reímos. Reímos con imbecilidad.
Luego, cuando Vodanovic comenta entusiasmado, ya no reímos.

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“No lucho contra los que compran y venden departamentos y coches e intentan casarse y tener hijos, sino que lucho con extrema ansiedad por una novedad de espíritu. Cada vez que me siento un poco iluminada veo que estoy teniendo una novedad de espíritu”. (Clarice Lispector, Un soplo de vida)

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Emprendimiento literario: el diario infinito. Dos o tres publicaciones al año. Uno o dos autores por tirada. Que sea realmente infinito. O que al menos aparente serlo. Volverlo un confesionario. Un testimonio de la humanidad . Considerarlo como una reflexión masiva sobre el acto de escribir. Filtrar así: dos autores inéditos, luego uno editado. Podría incluso haber una tómbola y que así se fueran decidiendo los turnos.

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“¿Será demasiado horrible querer acercarse en uno mismo al límpido yo? Sí, y cuando el yo comienza a no existir más, a no reivindicar nada, comienza a formar parte del árbol de la vida –por eso es que lucho por alcanzar. Olvidarse de sí mismo y sin embargo vivir tan intensamente”. (Clarice Lispector, Un soplo de vida)

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«Soy un animal que espía a otro animal en el fondo de mí». (FS)

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Día redondo: ya casi terminé de apropiarme de literatura chilena (hasta dibujé (mal) los logos de las editoriales para ubicarse mejor adentro del hondo cajón de resposiciones), escribí como una hora, vi un ratito a P, corrí, comí semi bien, ejercí la amistad con F, respondí (por aquí por Word) un mail que en unos días ya podré mandar, y eso, con eso uno se conforma.

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12:15, con N en el salón de la basura del mall rompiendo a patadas voladoras una réplica de Roberto Ampuero publicitando su último libro.

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“Escribo para vulgarizarme, para masacrarme, y después para quitarme importancia, para aligerarme: que el texto tome mi lugar, de modo que yo exista menos. No logro liberarme de mí sino en dos casos: por la idea del suicidio y por la de escribir”. (M. D.)

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La publicidad es el infierno del lenguaje. Se retratan ciertas coyunturas de la realidad, se despliega cierto ingenio, sí, pero rápidamente todo queda naturalizado, incorporado como dato. El lenguaje quisiera avanzar, desarrollar sus posibilidades reflexivas intrínsecas, pero ha sido cercado por la música y una trama al servicio de la producción de mercancías. El orgullo del joven publicista no es sino la comodidad del capitalismo.

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Me compré unas ropas de persona
y aplazo la puesta de pijama
para que mi amigo
que aún no llega
me vea.

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“No me ocupo de nada en particular. Escribo a diario. La escritura es una necesidad como el comer. Ante todo, doy largos paseos por el campo. Butte y sus alrededores presentan el panorama más feo que uno pueda imaginar. Tan feo es que roza la perfección de la fealdad. Y nada que sea perfecto, o casi, debe despreciarse.” (Mary Maclane, Deseo que venga el diablo)

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Del trabajo a la Plaza de Armas, específicamente a ese pasillo de los completos, las palomas y el cemento siempre húmedo. Terminamos de ver como eliminan a Colo Colo de la Libertadores. Gasto más de lo que tenía presupuestado. Nos despedimos con L. Llego y acá está mi amigo con M, amiga de hace muchos años a quien no veía hace casi la misma cantidad de años durante los cuales ejercimos la amistad. Me baño y me sirven un plato. Me como solo la hamburguesa. Era Patty, no podría decirle que no. Maleducado como soy, converso solo un rato y me guardo. Se van a ver una peli y me quedo aquí, ordenando, haciéndome cargo de los mails y todas las cosas del internet que ya no puedo ver durante el día porque no tengo celular.

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Tengo una obsesión ridícula con las piezas. Las veo como la cabina de una nave especial o el refugio infantil que solo uno conoce. Todavía, por las noches, antes de dormir, me pongo a imaginar que alguna especie de megacatastrofe nos deja a todos enclaustrados por algo así como un mes. El gobierno lanza comida a las puertas de las casas. Bueno, de algunas casas. En mi imaginación uno lee mucho y ve películas antiguas y se alimenta bien y lleva un diario en el que va dando cuenta de la situación.

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Si antes el tiempo era el carcelero que me acompañaba -a veces amigable, otras más bien enrostrándome mi desocupación en los días de ocio y limbo postuniversidad-, ahora la relación, sin necesariamente mejorar, se ha invertido, y soy yo el carcelero del tiempo, el que se lo apropia, vigila, mide, distribuye.

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Hace más de dos semanas que no habría el Word. Se siente extraño. Como cuando era chico y volvía a mi casa luego de una larga temporada de vacaciones. Todo estaba donde mismo, pero de una manera ominosa.

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El futbol de los videojuegos pide una concentración inhumana. Fumados con B entramos en una especie de trance frente a la pantalla. A ratos uno da veinte pases rápidos y la cabeza como que explota. Defender también es un arte. Ir adivinando al otro. Manejando las velocidades. Esperando. Hacer goles no es la gran cosa. Siempre voy a preferir las posesiones largas, pensadas, que terminan en casi gol.

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“Yo que escribo para librarme de la difícil carga de que una persona sea ella misma”. (Clarice Lispector, La hora de la estrella)

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Ocurrió al revés de cómo en la infancia creía que iba a ocurrir: en vez de retirarse de la vida, el ocio se ha elevado a valor.

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Soñé que mi mamá moría. Despierto con los ojos llorosos. En el sueño nos metíamos a un refri. Nos escondíamos de toda la gente que había en el sueño. Mucha gente consolándome porque yo lloraba y lloraba. Dentro del refri le digo a mi hermano que si esto es un sueño en la realidad nuestra madre no está muerta y él me dice: “bueno, sí, pero es como lo mismo, porque en el fondo todo estamos muertos, y los sueños nos ayudan a darnos cuenta”.

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Perfecto cumpleaños de a dos.

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Salgo a correr y me da el mismo tirón de siempre en el mismo gemelo de siempre. Estoy en el punto más lejano de mi ruta, por ahí por el metro Irarrázaval. Rengueando me demoraré el triple en volver así que, para evitar enfriarme y también para que nadie me vea, escojo irme conejeando. En algún momento, y ya con un cojeo que podría pasar por alguien que camina raro, giro por General Jofré. Voy detrás de una mujer de pelo rojo que lleva traje de enfermera o algo así. Una tenida celeste. Va hablando por celular. Es el tramo más oscuro y angosto y desolado de la vereda. Debo ir a no más de 15 metros de ella. Entre ella y yo, como a unos 4 metros y sospechosamente acercándosele, va otro tipo. Primero pienso que algo malo va a pasar y lo estudio. Parece un cabro de buzo. Eso es todo. Salvo que parece agitado, echa miradas hacia todas partes y parece estar apurado. Entonces ya no parece un mero cabro vestido de buzo. Supongo que en sus sondeos hacia atrás no me vio (chor plomo, licras negras, polera negra, camiseta negra: una sombra) y bueno, la hizo, ahí, delante de mí, se abalanzó como una rata contra la tipa, forcejearon dos segundos, le saco el cel y echó a correr. Quedé petrificado. Al contrario de cómo ocurre en mi imaginación, no partí al rescate inmediatamente y me quedé allí, como tonto, helado, nulo. Entonces corrí. La lesión, de pura adrenalina, desapareció. Corrí y vi como el hueón se subía a un auto blanco. En el auto había más tipos esperándolo. Y hasta ahí no más llegué. Traté de hacerle señas a los demás autos. Grité un par de cosas, pero los hueones salieron disparados por Marín. Pensé en todas las cosas que podría haber hecho si fuera Liam Neeson y me sentí como las hueas siendo yo mismo. Junto con otras personas que salieron de un negocio nos quedamos un rato con la niña, esperando que se le pasara el susto. Le di la matrícula del auto, o lo que recordé de ella. Nos quedamos conversando sobre esta nueva modalidad de robo como si fuera una nueva moda, una nueva canción, un nuevo equipo de futbol, algo que inevitablemente andará por ahí circulando. Me despedí con una impotencia rara, pensando en esos conchesumadres, en sus mentes hueonas, en quizá qué justificaciones le dan a estas pseudohazañas, en cómo no cachan que, por último, hay que robarle a los ricos. Con la adrenalina diluyéndose, volví a renguear.

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De nuevo despierto lloroso. En el sueño mi hermano tiene una enfermedad, una especie de acondroplasia. La enfermedad consiste en que empieza a encorvarse como un anciano y debe guardar cama para siempre. Empiezo a ir todos los fines de semanas. A diferencia de la realidad, ya no está adicto a los juegos en línea y quiere mucho estar conmigo. Como que se infantiliza. Como que la enfermedad lo infantiliza. Vemos películas y le leo cuentos. Lo último que recuerdo antes de despertar es que estoy en Curicó con él, es domingo en la noche y recuerdo de golpe que trabajo al otro día, pero decido quedarme y viajar al otro día temprano.

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Un aseo
las noticias
un frío:
Todo
Maternalmente
Dispuesto.

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«Los días se distinguen. La noche no tiene más que un solo nombre». (Elias Canetti)

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Hay cierta experticia en saber salirse de las conversaciones. Mi técnica son dos pasos lentos y leves hacia atrás en el momento más firme de conexión entre el resto de los comensales.

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No me alabo. Hago por ti
lo que por su hembra
un pájaro carpintero:
el nido en un árbol podrido.

(Gonzalo Millán, Nido)

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Yo llevé un amigo a casa
de la joven que yo amaba:
primero yo lo llevé
y después él me llevaba.

(Carlos Pezoa Veliz)

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El mismo bus y el mismo trayecto de siempre. La misma película de mierda de siempre. Esto, la vida: standars de la misma canción de siempre

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“Creo que Dios no sabe que existe. Estoy casi segura de que no. Y de ahí viene su vehemente fuerza”. (Clarice Lispector, La hora de la estrella)

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Uno escoge películas a modo de estados de ánimo que se ponen como quien se pone una chomba, pero también escogemos racionalmente y nos imponemos ciertos deberes éticos, así que a veces, por ejemplo cuando me demoro en escoger qué veré por la noche, es porque estoy más pendiente de esa ganancia anímica que de mi decisión racional de verme todas las pelis de Rohmer, por ejemplo. En definitiva: cuesta hacerse caso. Cuesta, sobre todo, que sea uno una sola cosa hecha y derecha.

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“Me tengo miedo pues soy siempre apta para poder sufrir. Si no me amo estoy perdida –porque nadie me ama al punto de ser yo, de serme. Tengo que quererme para darme algo. ¿Tengo que valer algo? Oh protegedme de mí misma, que me persigo. Valgo cualquier cosa en relación con los otros –pero en relación conmigo, soy nada”.
(Clarice Lispector, La hora de la estrella)

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Los hombres
en la fila del banco
sólo cuentan sus
pequeñas victorias.

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“Esa es mi sensación: que la realidad es la cosa más rara que hay y no se agota nunca. Hay cosas que he leído en libros serios y no las puedo creer. Te voy a decir una cifra. En una conversación, un astrofísico ruso le dice a un filósofo francés que si tú pudieras contar 100 millones de átomos por cada segundo, para contar los átomos que hay en un grano de sal te demorarías… 50 siglos. Yo lo tengo subrayado, le hice un hoyo a la página, todavía no lo creo. Si yo fuera ministro de Educación o un dictador culiao les haría sentir eso a los cabros, la rareza y la infinitud del mundo. Ahí no necesitas cocaína, nada, estás volado con eso, porque es la droga más heavy y es interminable. No podemos cachar lo que pasa en absoluto, pero nos damos cuenta de que no nos podemos dar cuenta. La hueá es demasiado notable”.
(CB)

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MAIL A BRUNO
Veo los pianitos de Bukowski mientras como lo que merezco. De postre fumo. Aunque estoy resfriado y tengo pollos, fumo. Dos o tres caladas que mastico con la garganta, como si fuera una anaconda. Bukowski y la música clásica me recuerdan los veinte años. ¿Qué sucede por allá a esta hora amigo? ¿Qué ritmo llevan los días? ¿Lo arrasa el mundo o anda usted también, en la medida de lo posible, arrasando, sembrando, dejando por ahí algunos pequeños dispositivos de infamiliaridad? ¿Qué pasa con ese megavolcán que podría haber en la laguna del Maule? ¿Qué sensación te está dejando la ciudad misma al final de la jornada cuando ya todos se devuelven a sus casas? ¿Cómo va el fútbol, el cuerpo, las ganas?

El domingo anterior, por primera vez en la vida, me enteré de que jugaba el curi mientras andaba comprando ropa en el centro. Lo bueno es que perdieron. La próxima vez que vaya con P podríamos hacer algo. Juntarnos los 4, como especies de adultos. El tiempo se reduce y siento que hay que darle calidad. No he visto ningún partido de la Champion League y si pienso mucho en ello me duele. Me duele casi lo mismo que me duelen esas semanas en que soy puro procedimiento y nada de abstracción escritural. Un dolor tan burgués. Fui a ver a un desayuno con Cristian Arcos presentando su libro sobre Medel y me lo firmó con un “para el fanático del mejor equipo del universo”. Los días son extraños. Las risas se vuelven normales. Los enojos se vuelven normales. Las muertes se vuelven normales. Hay una aceptación festiva de lo que es. El ánimo cívico, de un modo u otro, se ecualiza hacia una productividad. Y en el centro, palpitando, uno. Hay, en suma, un tedio de lo cotidiano que empiezo a conocer de a poco.

A Feli ya casi ni lo veo: su vida agitada, abierta, llena, social; mi vida también agitada y llena, pero más cerrada, sin muchos participantes.

Como a esta hora, digamos entre la medianoche y las dos a eme, siempre pillo un par de escarabajos. Lentos y más bien ingenuos los veo bajar por la muralla o cruzar de lado a lado la alfombra. Entonces los envuelvo en una servilleta los trituro y los echo al basurero como un moco.

Tengo una conciencia atroz de cómo el otro se aleja. Y lo mismo con la cercanía.

Intercalo párrafos con fumadas con sorbo de agua con limón y jengibre.

Tengo en pausa el primer tiempo del anterior Barza vs Munich.

Llego solo el sábado como a las once de la noche y me devuelvo el martes oye. Agendémonos alguna sesión integral, alguna película, algún campeonato no en contra sino juntos, alguna cosa cultural que vaya a ocurrir en Curicó o qué se yo.

Dejo una canción que me hace bastante sentido.

Abrazos amigo.

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Curicó. Madre hizo porotos y salgo a comprar longanizas escuchando la grabación de una de las últimas clases de la Fenomenología del Espíritu. Hace un par de años no más eso era la vida: andar por Curicó, salir a comprar o a correr escuchando clases de Carlos Pérez y otros podcast.

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Vemos la última de Spiderman con mi hermano chico. Al final nos miramos con complicidad y no queda otra que asumirlo: nos dolió la muerte de la Mary Jane que no se llamaba Mary Jane.

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“Cuando veo a los presidentes, que ya son más jóvenes que yo, digo ¡cómo se atreven a dirigir países, yo apenas puedo arreglar mi pieza! Yo freno, me arrepiento, dudo 20 minutos entre dos tomates en la verdulería. Y estos culiaos se levantan y dicen “se hace A, se hace B”. Menos mal existen, si estuviera yo seguiríamos matando los pescados a peñascazos”. (CB)

marzo

VM19XXW04206-07-MC
Acabo de terminarme el documental de Vivian Maier y quedé enamorado de la vida de esta niñera, de su cámara colgando del cuello como una cruz, de su relación íntima con las calles, con los niños, con las pozas de agua, con lo que fuera que le trajeran sus infinitos paseos. “Soy una especie de espía”, dice, y uno entiende que no hay otro modo más sencillo de comunicar este mandato primitivo que cruza a la literatura, el cine, la pintura, etc. El trabajo inútil me provoca un amor inconmensurable. Las obras guardadas en secreto (mantuvo cientos de rollos sin revelar) me atraviesan como una nube de calor y fe en no sé qué cosa humana o sagrada o a medio camino entre ambas. La atención que podemos brindarle al mundo es un infinito concreto, a la mano. Necesitamos que nos lo recuerden una y otra vez. Sobre todo porque existe una retorica psicocapitalista que apela a la pausa, a la comprensión, a escuchar al otro; un otro genérico, una pausa productiva, una comprensión irreflexiva. Lo que hace Maier y muchos otros es encarnar esa atención sagrada, esa devoción por el mundo y sus situaciones. En sus Escritos de Londres Simone Weil dice: “En el hombre, la persona es algo desamparado, que tiene frio, que corre buscando refugio y calor”. Vivian Maier, fotografiando, cobijaba y alimentaba ese desamparo.

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“La literatura es un hacha con la que cortamos los mares helados que tenemos dentro”. (Kafka)

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Desayuno de Random House Mondadori Penguin etc etc. Un gerente de Random interrumpe la exposición de su compañero para acotar esta fineza: «No hay mujeres feas, sino piscolas suaves». Risas. Horribles risas. Rivera Letelier comenta «ya a los 11 era lacho» y estallan en carcajadas. ¿Qué les pasa? ¿Qué le pasa al gran humor de Chile? ¿Cuánto se demora en cambiar ese puñado de lugares comunes que supuestamente nos unen? ¿Qué horrible carrera desenfrenada guarda la relación entre la fama y la literatura? La lucha cultural es la más lenta porque nadie asume que es una lucha, es decir, que seguimos estando en condiciones de discernir qué alimenta el espíritu del pueblo y qué no. “Espíritu”, “pueblo”, no imagino a nadie usando tales palabras ante esta audiencia.

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“La comida, la música, todos los productos culturales buenos son creados por la clase trabajadora cuando no está trabajando”. (D. Graeber)

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¿Se irá a tratar ésta mi adultez de un mero disimular, de un sofisticado callar, ceder y, en el mejor de los casos, participar de los niveles socialmente aceptables de ironía frente a la miseria del sentido común? Tengo 31 y aún sigo sintiendo esa afección adolescente de creer que todos están acomodados en una imbecilidad estructural que no solo tiene que ver con ellos mismos sino sobre todo con una mezquina familiaridad hacía un modo de producir el mundo, su sentido, su horizonte.

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«Sólo hay una posibilidad de salvarse de la máquina. Y es ésta: utilizarla». (Karl Kraus)

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A veces, una vergüenza de ser un mero vendedor, de ganar 300 lucas, de avanzar como caracol en la adquisición de las cuestiones elementales para ser el sujeto moderno que es la base para ser cualquier otra cosa que uno quiera ser, de tener que pausar cualquier conversación o pensamiento porque durante ocho horas al día no soy dueño de mí mismo del modo que quisiera, de la polera verde de mierda que hace que cuando bajo al Unimarc algunas señoras me preguntan dónde queda el pasillo de los lacteos y me las quedo mirando fijamente sin decirles absolutamente nada y sigo mi camino y luego me digo a mí mismo que qué culpa tienen ellas. Otras veces, en cambio, la certeza de que todo esto es temporal y, a fin de cuentas, importa un carajo. Todo esto, es decir, la posición social, la construcción ejemplar de una familia, publicar alguna cosa, hacerse un sitio claramente reconocible, disponer completamente de sí mismo, crecer como se supone que hay que crecer e ir colgando minuciosamente cada logro en algún podio socialmente reconocido. Todo esto importa un carajo si uno consigue separar la vanidad de la utilidad, la representación de sí de la ejecución de sí. Pienso en Dostoievski y entiendo la odiosidad de sus personajes. Pero no es esa odiosidad, sino la comunión de los odiosos, la que me interesa. Un trabajo normal me esconde y me mimetiza y soy uno más del montón. Puedo vigilar desde mi torre, hurgar en la comunidad de los que importan poco, juntar fuerzas y preparar, para los años venideros, algo que ajuste un poco las cuentas, algo que acerque un poco más estos dos mundos que no deberían estar tan separados.

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«No representas el destino, representas la voluntad. Incluso si el destino existe». (Hayao Miyazaki)

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Días de mudanza. Sudor y tetris del tiempo. Días que terminan de madrugada. La mente un campo de batalla de ocupaciones, movimientos, gestiones. Horrible palabra, gestiones. Nuevos espacios. Extrañeza. Una tele siempre mal sintonizada en la esquina de un living enorme y vacío. Un largo balcón en el que imaginamos plantas, enredaderas, gatos, gente. La lenta construcción de una familiaridad. Y nisiquiera un velador. Las primeras noches solo es como estar solo en el mundo. Salgo al balcón y la inmensidad de ventanas iluminadas y oscuras es otra variación de la soledad.

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«Hay que avanzar no más, no vale la pena padecer ni estremecerse tanto. Con pies y rodillas firmes, avanzar». (Gonzalo Rojas)

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Dos capítulos de Rojo y negro y caigo dormido. El sueño que llega cautelosamente mientras uno lee no es el mismo que ataca en la cola del supermercado; si este último ataca, el primero acompaña. Cierro el libro y tardo menos de un minuto en caer. A veces uno cae en una sensación infantil que no refiere a nada. Me duermo pensando en los últimos diez años, en que he vuelto casi al mismo sitio donde empecé, y despierto pensando en nada. Vuelvo a subirle el volumen a la música. Una canción excesivamente alegre, pero está bien, algunas contadas veces está bien. En un rato llega F con sus dos niñas. Ya que aún no hay muchos muebles puse su mac y unas mantas en el suelo para que veamos El viaje de Chihiro. Retrocedo las canciones para ver cuánto dormí. Me gusta saber cuánto dormí para saber cómo sentirme. Pongo el hervidor y lo olvido. Así está esta noche de Sábado. Vuelvo a echarme a la cama y vuelvo a Stendhal.

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Shostakovich me da miedo.

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“Hoy tomamos el taxi más hermoso del mundo. A escasos minutos de habernos subido, el conductor, de mediana edad y gafas, nos pasó un cuaderno. Cecilia creyó por un momento que se trataba de una emboscada cristiana, pero muy rápido el hombre le explicó que era una libreta donde sus clientes anotaban mensajes. Escribí algo mientras mi esposa leía un segundo cuaderno, al parecer mucho más viejo. El primer mensaje estaba fechado en 2010. A los 15 minutos nos bajamos en Yeouido. Cecilia, que había estado leyendo todo el trayecto –nunca lo hace porque se marea fácilmente-, tenía los ojos aguados. Había leído varios mensajes e incluso un poema muy corto, sobre el viento, que había escrito el conductor. Era bonito, sencillo, nada sentimental, me dijo. Pero lo que más le impresionó fue que casi todos los mensajes del cuaderno tenían un tono muy íntimo, confesional. Era como si todas esas personas hubieran estado esperando por aquel taxi para deshogarse. “Me siento sola, mi esposo casi no pasa tiempo en casa, mi hijo me odia”. “Acabo de salir del hospital, parece que el diagnóstico es más grave de lo que creía, no sé qué va a pasar”. “Voy a verla por segunda vez, estoy muy emocionado, creo es la mejor chica que he conocido en mucho tiempo. “Nuestra madre ha muerto hoy”. Supongo que era la vida, en estado puro, y que por eso a mí también se me aguaron los ojos. (Corea: apuntes desde la cuerda floja, Andrés Felipe Solano)

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No celebro ni muertes ni penales.

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«Soy una actriz para mí. Hago de cuenta que soy una determinada persona pero en realidad no soy nada». (Clarice Lispector)

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Veo unos videos viejos de los Dead Kennedys en youtube, un concierto en particular que, como a los 15, compré en vhs en una tienda de Curicó.
Especie de melancolía y alegría de cuando el escenario era una excusa y el espectáculo eran los otros.

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Cual bandera, instalo el velador en la nueva habitación.

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“Cansado de mí mismo decido ir al peluquero, al menos para tener la sensación de que hoy me ha sucedido algo razonable”. (Genazino)

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MAIL F, M, R.
Perdón por la tardanza amigos, pero quería encontrar un momento de realmente sentarme a escribir. Así que estoy sentado en el suelo con el notebook en una silla, Feli pinta de blanco formal las murallas del living, fumamos hace unas dos horas, una mínima calada per capita. De fondo, en la tele de 1998, el Speaking of now de Pat Metheny, por ahí una botella de agua, por ahí una pepsi, por ahí un pequeño comíc que una hija de Feli rompió pero no importa. Todo por los suelos.
Ha sido bonito esto: cada día –cada noche en realidad-, y así como sin querer, modestos sucesos inaugurales. Empujones de la vida, desde sí hacia sí, a través de uno.
Y casi sin uno: una gracia venida no desde lo que uno va creyendo que quiere sino desde lo que sucede pese a lo que uno cree que quiere.
Vamos a querer esta casa y esta casa nos va a querer.
Una once te espera.
Una cosa en permanente construcción te espera.
Anoche vimos La chica que saltaba a través del tiempo con la Colombina y me comí casi todos sus huevitos de chocolate.
Mi resumen, amigos, sería éste: después de unos cinco años de peregrinaje, finalmente un lugar duradero para el arraigo.

(…)

En mi trabajo casi todo es maquinal. Para vendérselo a alguien, pocas veces necesito saber bien de qué va el libro. Emergen otras habilidades que la empresa valora y, cosa peor, que nuestros semejantes -mal llamados clientes- valoran. Cierta postura corporal, el contacto visual… puros artilugios, puras extensiones psicocapitalistas que uno nunca va a comprar.
Algunos días siento que el trabajo es una indignidad y otros días siento que todo está donde corresponde. Estoy seguro que a todos les pasa lo mismo.
Uno da la impresión de tener un montón de certezas. Lo noto sobre todo en la gente humilde que llega. Creen que uno se sabe todos los libros. Pero uno no sabe nada. Uno sabe lo que quiere no más. Y lo que uno quiere a veces coincide con la necesidad misma que tiene el mundo por autoconocerse y superarse o destruirse.
No quiero acostumbrarme a no crear.
Me insisto en eso.
Lo que a veces me da vergüenza social es eso: no crear nada, no echar a circular ninguna especie de dispositivo, de cosita minimamente viva que, aunque ya se ve que no sirve de mucho, disponga ante nuestros descendientes el germen de la incomodidad y la infamiliaridad.
La dignidad del mero trabajo, de la mera subsistencia… no hay por qué venerarla tan rápido.
Sentí que para allá va la cosa cuando salió mi crónica en Ciudad Fritanga.
En todos los artículos de prensa y críticas literarias, soy el que nunca se menciona.
En dos años más quiero tener algo serio publicado. Esto, por ejemplo. Todo esto.
Todo el que pueda debería inventar algo para no tener que venderse nueve horas al día.
La repetición forma el carácter y la escritura y la lectura y los amigos abren las posibilidades más allá de la fomedad del carácter propio.
“¿Qué me importa mi propio carácter?”, decía muy enojado no recuerdo cuál filósofo.

Como que disponer menos de sí mismo, del tiempo de uno, te obliga a desechar un montón de cosas.
Avanzar siempre va a ser ir restando cosas.
Comienza el miedo a perderse.
A olvidarse de lo que uno se dijo a sí mismo que iba a hacer.

Quiero decirles que yo no conocía esta mezcla indiscernible de pudor y ternura que da, por ejemplo, por las mañanas, saliendo del metro, sentirse uno más que corre hacia el deber, hacia eso que preferiría no hacer pero tiene que hacer. Una vergüenza amorosa muy de Pessoa, pero menos elaborada. Sin la elegancia de Lisboa: fea, chilena.
Pero hace rato que no me voy en metro y camino. Todas las mañanas, camino. De ida y de vuelta, camino. Hace meses que no uso el metro. Camino la ciudad mínimo una hora al día. Hoy por hoy, a eso de las nueve de la noche, con F.
El Paseo Ahumada a eso de las nueve de la noche me da mucha pena.
Yo sé que algunos poetas santiaguinos creen hacer maravillas con este material humano pero a mí solo me da una pena ubicada entre el ombligo y el recto que sube por la columna y me susurra al oído que mañana todo esto va a continuar exactamente como ahora.
Debemos seguir escribiéndonos.
Yo me demoro pero cumplo.
Uno se demora porque a) eso no me interesa o b) eso me interesa mucho como para ocuparme de ello ahora, en este estado absurdo en que me deja la rutina.
Obviamente éste es el segundo caso.
Hoy domingo salgo temprano y mañana lunes por la noche ya soy libre de nuevo porque tengo libre el martes. Curiosamente, eso, sumado a la buenaondidad de los días, me genera una apertura de poder decirme, de sentir que puedo decirme bien.
Aunque igual puro vomité aquí.

En lo sucesivo, quiero leer mucho acerca de cómo el trabajo te va cambiando la conciencia del tiempo.

Me gusta este barrio. Haber vuelto donde todo empezó.
Hay ese orgullo raro de no surgir como uno quisiera.
El anticristo -cooptaciones mediáticas aparte- es un recuerdo constante de mi primer año de universidad, de las primeras veces que me perdí en las calles y de las múltiples veces que me robaron aquí en el barrio.

Uno de estos días quiero ponerme en una de esas bancas de abajo a leer y que una de las abuelas que pasean perros me vean y píensen “este joven se bastante inofensivo, confío en él”. Sentir eso y sentir al mismo tiempo que llevo en mí la mayor ofensa posible.
A medida que pasa el tiempo quiero más a los abuelos lentos y a los animales.
A veces quisiera abrazar a la gente tímida.
Decirles: “ya hueón, si somos de los mismos”
Trato de leer lo más posible en el trabajo. Siento que eso me salva.
Comparado con los ritmos de los años pretrabajo, escribo increíblemente poco.
Tengo la extraña sensación de que escribiendo restauro lo que el trabajo arruina en mí.
Sobre la ya mencionada hipsteridad posible de nosotros, quiero creer que uno a veces cae en ésta, que uno cae y luego sale. La coherencia o lo que anima todos esos gustitos y elecciones culturales y sofisticaciones es el mismo terreno donde se hace la amistad y uno sabe más o menos de qué va ese terreno. Ciertos amores y ciertos desprecios nos unen.

Aún me cuesta sistematizar la vida –basicamente: estar siempre abastecido de todos los grupos alimenticios, encontrar el tiempo para correr, escribir, leer, limpiar, etc.-, pero ahora con esta oportunidad, con esta casa hecha y derecha, todo adquiere una dirección un poco más firme.
La presencia del amigo aquí lo anima todo.
Quizá yo tenga una opinión muy maternal de lo que es o puede llegar a ser una casa.

(…)

La única comunidad, la única intimidad, la única ternura colectiva que vale la pena, es aquella que nace desde la conciencia del sufrimiento del otro.
Es lo único que me quedó del cristianismo.

En un compilado de literatura norteamericana (Tao Lin y todos esos) que encontré y pedí en una casa donde fuimos a ver al Colo encontré unos supuestos jóvenes talentos y la mayoría de ellos escribía así como a ratos escribo ahora, con harto punto aparte.
Así.
Una fracesita por aquí.
Y la que sigue.
Innecesariamente.
Abajo.

No sé si me gusta en la literatura (salvo Bukowski y –por derecho propio- los orientales). Lo prefiero si, aquí, en las cartas.
En realidad en ese compilado casi todos escribían como Easton Ellis en Menos que cero.
Y eso. Termino esta carta aquí en Curicó. Semana de vacaciones.
Pongámonos unos intercambios.
Nos vemos, queridos.

enero-febrero

“Se dice comúnmente: si suprimís la propiedad de la tierra y de los productos del trabajo, los hombres, expuestos a todas las expoliaciones, renunciaran a trabajar y a producir lo que no estén seguros que vaya a quedar en su poder. Yo creo que debería decirse: el sistema de violencias que protege actualmente la apropiación y el reparto injustos de la propiedad ha destruido, o por lo menos ha debilitado de un modo sensible entre los hombres, la idea natural de justicia que dicta no usurpar a los demás los bienes necesarios que son producto del trabajo personal –es decir, la noción innata del verdadero derecho de propiedad, sin el cual la humanidad no puede vivir, que ha existido y existe aún en la sociedad-”. (Lev Tolstói, Contra aquellos que nos gobiernan)

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Me gusta cuando, por ciertas entonaciones de la voz o ciertas palabras que no dicen habitualmente, a la gente se la nota que anda feliz y hacen como que uno no se diera cuenta o realmente no se dan cuenta o escogen no darse cuenta del todo y uno, que se da cuenta de todo esto, se suma, escogiendo también, en la medida de lo posible, no darse cuenta, entonces se produce una confusión y un desconocimiento total acerca de quién y cuán conciente se está del propio ánimo y sus causas, y es eso, esa confusión, ese indetectable e inapropiable relevo de la gracia, lo que yo, humildemente, llamaría felicidad.

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“Yo también me he estado recuperando, como tú, de varios rayones en el coco: noto mejoría notable cuando estoy solo, cuando se trata de altercar o hacer progresar ideas por medio del diálogo entre dos o más personas, soy casi un inútil, hermano, es una vaina, si con estas limitaciones para la vida pública no logramos dedicarnos a escribir estamos jodidos”. (Caicedo a Germán)

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El solitario gargajo al despertar es la opinión del cuerpo sobre todo esto.

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Caminata nocturna con F. Un pack de cervezas y el viento que, siempre tarde, premia a una ciudad semivacía. Siento un domingo por todas partes, pero es lunes. Se me acabaron los calzoncillos y la ropa en general y ando con unos trajes de baño y una polera con piquetes de polilla y floja como un moco y encima de ésta mi única camisa manga larga arrugada. F lleva el pack en una bolsa negra. Llama a E: “¿Algo para la mente, vieja?”. Y nada. Ya nadie tiene. Y está bien. Casi un mes sin fumar y está bien. Atacamos unos completos pésimos que no duran ni media cuadra. Los comemos caminando porque los tipos que atendían parecían muy nerviosos o molestos de tener que compartir su espacio con nosotros. La gente no se ve feliz en sus trabajos o, lo que vendría a ser lo mismo, todos se esfuerzan por parecer felices en sus trabajos. No nos veíamos hace tiempo con F. Soñamos la nueva casa, el nuevo espacio, la unión de nuestras bibliotecas. Nos ponemos al día. Sacamos cuentas. Compartimentamos nuestra actualidad. Me cuenta que fue a Curicó (y soy yo el que tiene familia allá). Me cuenta que ahora sí que está solo. Nunca le creo que ahora sí que está solo. Abrimos otra lata. Le digo: “no es lo mismo esta lata caminada que una lata sentados”. Tratamos de comprar en varios locales que están cerrando y cada vez que nos pasa decimos: “como en la vieja época”. Errábamos harto en la vieja época, cuando el ocio universitario permitía paseos infinitos. Me acuerdo de una vez que seguimos a un vagabundo desde Plaza Italia hasta Pedro de Valdivia: su asunto, su método, su específica locura, era ir bordeando a la perfección las murallas de la ciudad, de manera que si una calle tenía edificios hacia adentro, o alguna especie de muelle o pasaje sin salida o bifurcación de cualquier tipo, él tenía que recorrerlo y pasar rozando cada borde. Encontramos a P, compañera de universidad, en una mesa de un local en el que también fracasamos en una compra de italianos (que iban a compensarnos del otro recién comido, tragado, olvidado). Sin saber qué decir le pregunto cómo están los italianos ahí, si tienen mayo casera o qué. Debería preguntarle por su hijo. Debería preguntarle si está haciendo clases o qué. Por mi apariencia creerá que mi vida es un fracaso rotundo. Conseguimos unas papas fritas en el camino para sacarnos el mal completo. Aún quedan dos latas. Llegamos acá, a mi depto que en realidad es su depto, con sus cosas, con sus muebles, con la mezcla de sus libros y los míos apilados o en cajas. La tele en mute y una música fuerte. Más sal y merquén a las papas. Uno de esos festivales de verano en la tele. Sentados en la alfombra vemos a los humoristas y nos saltamos todo lo otro. Los días no tienen remate y esto tampoco.

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Viendo a Liam Nise en Taken se me salen varios “wena”.

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“Soy de los que acumulan y juntan cosas inservibles. De eso se trata escribir, creo”. (@EmmanuelTaub)

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Un par de pelotudos me gritaron improperios mientras subía en el ascensor porque no los esperé. Los hueones estaban conversando abajo, apoyados en la puerta, ¿qué iba a saber yo si iban o venían? «¡Los espero en el cuarto piso!», grité hacia abajo, desde mi puerta, con una entonación muy grave y certera. Luego me entré, apagué las luces y abrí mi cerveza.

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Fracasamos como especie cuando empezamos a decir que las cosas valían $999 y no $1000.

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Salgo atrasado. Llego con la polera al revés a trabajar. Mis compañeros me avisan, casi con pena. Al rato, contesto una pitanza. Nisiquiera bien elaborada: sólo un niño haciendo ruidos extraños. Pagaron una miseria de bono navideño. Trabajamos como monos y nada, cien lucas. Si vendemos el doble, si estos conchesumadres ganan el doble, ¿por qué, al menos en diciembre, no ganamos también el doble? Putos del alma. Lo único bueno de este día es que un perro Teckel entró a la librería. Pero no alcancé a tocarlo.

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“El mal es todo lo que concebimos y desarrollamos para que atente contra el destino que nos proponemos irreversible, que sólo en nosotros está dado realizar”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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“Somos respuesta aunque no sepamos cual era la pregunta”. (@ConstantinoBert)

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Viernes por la noche. Veo una película en la que Denzel Washington mata a un tipo dándole tres certeros golpes con un libro de Hemingway.

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“Cuanto más diferente es alguien de mí, más real me parece, porque menos depende de mi subjetividad. Y es por eso que mi estudio atento y constante recae sobre esa misma humanidad vulgar que me repugna y de la que estoy tan lejos. La amo porque la odio. Me gusta observarla porque detesto sentirla. El paisaje, tan admirable como cuadro, es, en general, incómodo como lecho”. (F. Pessoa, Libro del desasosiego)

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El día libre siempre es una cuenta regresiva. Hay que hacer algo al respecto. Tengo que recuperar o inventar una nueva experiencia del tiempo. Delimitar. Desechar. Me sueño relajado recibiendo el viento en un sofá leyendo y durmiéndome alternadamente, o visitando o recibiendo visitas de amigos, sin apresuramiento alguno, como si mañana no empezara todo de nuevo, pero la verdad de mis días es que siempre estoy endeudado, desfasado, atrasado respecto a mí mismo, a mis deberes íntimos, a los libros que se acumulan, a este Word, al orden de las cosas mismas de este depto, pero también al orden de las citas que colecciono como enfermo, al respaldo de películas y su pertinente separación entre aquellas que dejo para ver en Curicó con mi hermano, las que veré solo y las que veremos con P, por no mencionar el orden de las carpetas del notebook y la configuración total del mismo (para que sea exactamente igual al que tenía el año pasado) Ahora mismo, por ejemplo, se me acaban de romper los lentes, de la nada, porque sí, por pencas, por baratos, qué se yo. Uno aquí escribiendo y de pronto un clic, como un disparo de un francotirador invisible, entonces me pongo a buscar la boleta y, curiosamente, la encuentro, de modo que a la tarea de atravesar el calor para ir a buscar un comic de regalo de navidad atrasado para mi jefa se le suma la de ir a la óptica en cuestión. Ni siquiera he almorzado. Mejor una once comida con la polola que llega a la tardenoche, una película, True Detective, nuestro rompecabezas, algo, algún tipo de estiramiento del cuerpo y de la mente. Con ella sí que me relajo y me estiro y me clavo al presente. Solo aquí, en calzoncillos y con la Beethoven a todo lo que da esta pequeña radio con un solo parlante bueno, soy un obsesivo autoajuste de cuentas.

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«Nadie gana. Un bando sólo pierde más lentamente». (Prez, The Wire)

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N insiste en unas latas después del trabajo y, cosa rara, cedo. ¿Por qué siempre me resisto a unas latas después del trabajo? Ahumada nos hunde en diálogos sórdidos; los que, pasada las nueve de la noche, aún siguen allí, insistiendo, son una mezcla indiscernible de fuerza, injusticia y melancolía Seguimos y nos sentamos en una banca al costado del Teatro Municipal, por Tenderini. Emerge otra temporalidad, otra luz. Hace meses que no tomaba y supongo que por eso todo se va volviendo progresivamente apacible. El tiempo que nos queda es el tiempo de la próxima y última lata.

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Incluso los cuentos más malos de Bukowski me gustan porque siempre hay descripciones de personajes así como ésta: «Una mujer muy fea de orejas como pastelillos y ojos como el interior de las almas de las arañas».

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“Palabras, palabras fuertes mías, concédame unos sueños en los que pueda mirar al futuro, y un amable despertar, y justeza y juicio para las quince horas de mañana, que no se me hagan duras, que mande yo, que mande el que habita en mí y hace cinco años que no sale”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpos es una celda)

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Día lleno y raro y al final, porque sí, paz.

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Hace rato que el tiempo empezó a correr más rápido. La utilidad lo ha inundado casi todo. Es algo que incluso noto al teléfono, cuando voy al grano, cuando me encuentro a alguien en la calle, cuando titubeo menos que antes, cuando sé qué hacer en los momentos incómodos en los negocios, etc. Pero sé que mi estupidez sigue ahí, latente. Sé que una torpeza esencial me habita. Sobrevivir en una ciudad, pagar las cuentas, tener comida en el refri, cualquier imbécil puede hacer eso. Bueno, no todos. Pero sabemos que los que no pueden para nada no tienen toda la culpa y que a veces, en ellos, el triunfo sobre el mundo coincide con el triunfo de uno ante sí mismo. A lo que voy es que… en la misma medida en que busco perfeccionarla, necesito también contrariar esa estabilidad; estar feliz con lo que soy, con los días, con lo inesperado, sí, pero jamás elevar a certeza esa superación de la inseguridad. Cuando estoy solo echado en la cama, me hago siempre la misma pregunta, que claro, ni siquiera es una pregunta –porque, salvo que uno esté en una película, ¿quién se hace preguntas formales a sí mismo?-, sino un ámbito por el que paseo libremente la voluntad, y, en definitiva, me pregunto, me digo, ¿soy, acaso, un adulto? Hace poco le dije a P que esto, esta vida de ahora, este momento preciso, era algo que debería haber ocurrido hace cinco años, sino más. Entonces ella me dijo que los treinta eran los nuevos veinte, y que los nuevos cuarenta eran los treinta, pero que, en su caso, los veinte no eran los nuevos diez años, que los veinte eran los 20 no más. En fin, mi punto, lo que quería empezar diciendo, era que no es al final del día sino en las noches de mis días libres cuando junto fuerzas, pienso y atiendo las cosas que voy anotando en distintas partes. La noche real no es al final de cada día sino al final de cada cúmulo de días seguidos de trabajo. La semana es el nuevo día. El año es el nuevo mes. Y así, lo único que sé, lo único que se me ocurre para ponerle una palanca a esta avalancha de naturalizaciones, es esto, la escritura. Y leer, no solo en libros, leer. En mis relaciones, en todas las cosas que pasan en el día, no simplemente pasar por encima, demorarse, demorarme en los otros, leerlos bien.

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Suenan distinto
Los perros que ladran contra el frio
En vano.

(G. Millán)

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Si tuviera una y no cinco almohadas las opciones de acomodo serían menos y entonces me dormiría mucho más rápido.

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Engordo y me molesta. La vida rápida ofrece basura rica y eso es lo que tomo. En el centro: manzanas a trescientos pesos cada una. Empezaré a hacer flexiones en la pieza. Empezaré a hacer cualquier cosa que pueda hacerse con un cuerpo y una pieza. Si supiera exactamente qué hacer con la eterna lesión de ambos gemelos, volvería del todo a correr.

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“Cali no tiene nada que verle, demasiado el romance tonto, la contemplación de atardeceres, sentirse que se está en familia y terminar en pasarse los días sin hacer nada. No quiero más a esta Ciudad, no así de cerca. La amaré de lejos, muy lejos”. (A. Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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El Estado nos protege como el padre que le dice al vecino que solo él puede golpear a sus hijos.

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“No cometo la equivocación de redimir la imagen de la ciudad con la imagen de las personas queridas”. (Silvina Ocampo, Los días de la noche)

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¿Qué es un nuevo día?
Leo, bebo y meo,
tardándolo todo.

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A ojos cerrados
mientras cae el champú
como que duermo.

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De madrugada
recortando mi barba
resulto odioso.

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Con P a Curicó. Como siempre, el bus es pura resistencia, puro obstáculo. Un aire como la mierda y una película a todo volumen: el inconfundible pack de Buses Díaz. Yo en serio me pregunto si no lo harán a propósito porque, ¿qué tan difícil es calcular una temperatura RAZONABLE y, a falta de audífonos para todos, poner la película a un volumen MODERADO? Need For Speed. Esa nos tocó ahora. Frenazos, chirridos, choques, explosiones. Y de agregado, ya no el conocidísimo aire tibio y denso e irrespirable de todos los viajes anteriores, sino el quizá aún peor aire frío por los costados y por un pequeño tubo directo hacia la nuca. Un tubo o dispensador o mierdecilla absolutamente inútil, roto, triste, al cual terminamos metiéndole pedazos de confort para anularlo. Podríamos haber bajado a comentarle alguna de estas cosas al auxiliar, pero preferimos sacar toda mi ropa del bolso y echárnosla encima.

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De Carta

(…)
Mis amigas son tres y vamos a ver pasar los trenes
Sólo a una le he tocado las mejillas
Después que ella me ha dicho que me cuide
Tú sabes que a mí no me gusta el mar
Demasiado grande
Es mejor mirarlo en un calendario ridículo
Ridículo como debo ser yo volviendo a ser un adolescente
Para el cual el tren
Es la llave que abre mi puerta
La hoja que pasa volando
(…)

(J. Teillier)

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Sábado. Dejamos que madre descanse. Le comunicamos que nos encargaremos del almuerzo. Me gusta verla echada ahí, la cabeza tapada por algún libro, ese canal de radio con música clásica que viene al final de todos los otros canales. Enfilamos al súper y el sol de Curicó es tan odioso como el de Santiago. En el camino saludamos a todos los perros. A los que están enojados y a los que no también. Volvemos con lo necesario para hacer lasaña de verduras. Almorzamos y dormimos, madre abajo, yo con P arriba. Despertamos y vemos St Vincent. Un Bill Murray demasiado histriónico como para que sea una película recordable. Igual se me caen unas lágrimas con la escena final y me quedo viendo todos los créditos porque de fondo está Murray regando un patio miserable echado en una silla de playa cantando The Times Are A Changing de Dylan. Luego salimos a correr por la carretera. La ciudad se acaba y le abre paso al desorden, al basural, a la ruina; luego, el campo, las cercas construidas a mano, las gallinas, los perros juntos como amigos con las gallinas, la lentitud de las miradas, un hombre con su hijo en una bicicleta de hace cincuenta años. Cae la tarde, pero no están los colores que vi la última vez que hice este recorrido. Tampoco llegamos tan lejos. Ambos estamos fuera de training. Volvemos caminando, sudados, imaginando en voz alta qué vamos a comer.
Por la noche vemos dos al hilo: Gone Girl y Whiplash. Demasiadas expectativas con la primera me jugaron en contra. No había nada de esos diálogos rápidos e inteligentes que no me acuerdo quién me prometió. ¿Habrá sido Birdman que dejó la vara muy alta? Con Whiplash, que ni sabía de qué iba, me llevé una buena sorpresa: un cabro de 19 años que quiere ser el próximo Charlie Parker. Obviamente me conquistó por el soundtrack. El profe era como uno de esos viejos culiaos de Master Chef, pero de la música y vestía siempre con camisetas negras, porque así debe vestir la gente del jazz. Igual, como dijo por ahí un amigo, una película tan buena como cualquier otra de esas que hay que mostrarle a los alumnos en la enseñanza media para que aprendan un par de cosas.

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Domingo. Desayuno viendo al Arsenal, esperando la entrada de Alexis en el segundo tiempo, pero nada, los relatores nisiquiera lo mencionan. El dvd nuevo estaba medio raro pero P le agarró la mano y consiguió que se vieran los subtítulos con los que estuve rabiando el Viernes desde que llegamos hasta que me dormí.
Las dos mejores cuestiones del día: el especial de navidad de Derek y una nueva serie que comenzamos: Transparent, con Jefrey Tambor como un amoroso padre transexual.

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«No escribe mal, lee mal».

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“La muerte no es otra cosa que un espacio gris en donde se está bien, flotando uno con cara de tonto, con la boca abierta, llena de agua”. ”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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“¿Cuándo adquiriré la buena costumbre de no dar a esta gente más que aquella parte de mi alma que corresponde al dinero que me pagan?”. (Stendhal, Rojo y negro)

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Hoy mi amigo de hace más de 10 años duerme en su propio sofá en el living de su propio departamento que me arrienda provisoriamente por mucho menos de lo que le sale y hace un calor de la puta madre. Ha terminado de escribir una carta. No tengo la menor idea para quién sea. Sólo tengo la certeza de lo bueno que es ver a alguien echado en un sofá escribiendo algo para otra persona en un pedazo de papel. Pongo a Blind Boy Fuller, en parte para que pueda dormir, en parte para echarme un rato a leer. Pero no leo y escribo esto. Me aburriría profundamente tener que relatar este día. Si escribo menos que antes es justamente por eso: porque me veo en la necesidad de escribir cuestiones precisas, de sacármelas de encima y entonces me dan ganas de no hacerme caso y, por terapéuticas y fomes, omitirlas. Echados en la alfombra, unos tés, unos arroces con huevo y una rutina aparentemente nueva de Alvarito Salas. Unas latas de cerveza. Una cola que dejó Bruno. En realidad Alvarito Salas tiró unos cuantos chistes nuevos pero todo el resto era lo mismo de siempre. Hay todo un asunto ahí, en la relación entre la memoria de la gente y la posibilidad de los chistes nuevos. Esparcidos por la alfombra, carpetas y papeles con los requisitos necesarios para construirse una legitimidad ante los corredores de propiedad. Los días raros y llenos traen una extraña paz. Una paz que se conquista como si nada, al final de todo, lanzando la ropa a la lavadora, vaciando la mochila y redistribuyendo todo. Las casas, las camas, los muebles, los lápices, los libros y la configuración y la relación entre sí de nuestras pequeñas posesiones y lugares nos salvan un poco. Como todas estas últimas noches, leo una o dos cartas de Caicedo antes de dormirme y me pregunto qué irá a ser de mí. Yo que ni sufro. Yo que ni sueño en grande. Yo que estaría conforme con ganar 150 lucas al mes escribiendo casi de lo que sea y complementando por otro lado con un trabajo que no me chupe toda la energía y todo el tiempo del día.
Uno cree que pide poco, pero en el fondo todos piden poco, y quizá todos quieran ese mismo poco.
El tecleo o el blues inquieta a mi amigo. Lanza la almohada y deja la mano ahí, flotando, tiesa. 1:41 y picor de ojos. Era.

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«La belleza del paisaje está en su amargura». (Ahmet Rasim)

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Cuánta crianza miserable del tipo «no hagas tal cosa porque x se va a enojar». Si formaran a sus niños en el materialismo histórico no tendrían para qué exagerar en la exterioridad y la fantasmagoría del castigo.

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Curicó. El bus me arruina y me sana. Saliendo de dos días de diarrea, me subo al bus y empiezo a sentirme amarillo y leve. Me cuesta todo. Ponerme el cinturón, dejar el bolso en el compartimento de arriba, guardar el libro que había sacado pensando que iba a poder leer. Los brazos pesan y la cabeza hay que moverla lentamente. Esperar que pase el auxiliar cobrando el boleto es una tortura. Respiro hondo y mantengo los ojos cerrados. Confió en que el sueño me va a reparar. Y así sucede. Me mando tres sueños cortos y cada vez que despierto constato el avance en el reseteo corporal. Es bonita la alegría solitaria de mejorarse. Despierto del todo con el bus ya entrando a Curicó. El mismo camino de siempre. Como llegué más temprano que otras veces me topo con unos cuantos corredores y siento envidia. Ya voy a volver ya.

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«Uno es incapaz de citar algo que no sean sus propias palabras, quienquiera que las haya escrito». (EVM)

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Cuando escribo de madrugada con alguna música clásica sonando y todo está casi bien, pienso en Bukowski, cómo fluía y luego uno mismo fluía. Recuerdo cuando a los 17, una noche cualquiera, abrí un Word y empecé a ver qué pasaba, qué cosas salían cuando no se trataba de un poema o un cuento. Había empezado a leer hace poco sus diarios de vejez en donde, como en ninguna otra parte, habla del placer de escribir, de estar solo, de no necesitar nada salvo una radio vieja.
Así que me cargan los que así sin más despachan a Bukowski por todo el asunto del machismo y el alcohol y las peleas y el imaginario y el tipo de fans que surgen de eso, no tienen una puta idea del amor por la escritura que puede entregar el viejo y no tienen una puta idea de toda la ternura contenida en una obra que está llena de perdedores, pobres y locos.

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“Hemos creado al ser humano en tensión”. (Coran)

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Vuelvo al viejo barrio, a las 4 o 5 casas donde crecí, al río Guaiquillo, a los árboles que estaban antes que nosotros. Pero no voy por pura nostalgia, voy a la casa de alguien a buscar el control del play. Algo tienen todas estas casas. Paso y las ausculto una a una. Algo tienen en común y no sé qué es. Los abuelos regando en los jardines saben algo que yo no sé. Se nota que todas son casas que tienen más de 10 años siendo habitadas. Los arbustos o plantas que tienen no son decorativos sino cosas vivas, reales, participantes concretos de la vida cotidiana. Ni hablar de enanitos, pajaritos falsos, fuentes o cualquier figurita de yeso. Es increíble como ninguna de estas casas, al menos por fuera, denota algún coqueteo con los gustos de la modernidad. Carecen de artilugio alguno y, quizá por lo mismo, gozan de una elegancia premoderna que me mantiene atento durante todo el camino.
Me paseo alrededor de las casas donde crecí, pero no agrego nada a lo ya definitivamente recordado.

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“El bosque se abrió hacia un valle, después de la última granja vino una subida con empinada con nieve mojada hasta Gedächtnishaus, pasando la altura volví a la ruta. Una mujer mayor, rechoncha y pobre, que está juntando leña, me dirige la palabra, enumera a sus hijos, cuándo nacieron, cuándo murieron. Como siente que quiero seguir viaje, habla el triple de rápido, resume destinos enteros, saltea la muerte de tres chicos, pero después las recupera porque no quiere que queden ignoradas, y todo esto en un dialecto que me hace difícil seguirla. Tras el deceso de toda su generación de hijos sólo dijo sobre sí misma que ella junta leña, todas las mañanas; habría querido quedarme más tiempo con ella.” (Werner Herzog, Del caminar sobre el hielo)

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Una con catorce de la mañana. Suena Bach. Una de las buenas, no esas mierdas que hacen pensar en iglesias o animales demasiado limpios bebiendo de un riachuelo. No salí en todo el día de la casa y siento un extraño orgullo al respecto. Salvo por tuiter, no sé qué ha pasado en la tele, es decir, en el mundo. Las tareas placenteras que uno se da a sí mismo tienen un tiempo que siempre está en lucha con el tiempo de la utilidad. Escribí, traspasé algunas citas, leí, dormí siesta, embalé cosas, ordené y vi una pésima película recién. Me fumé una cola (un puñadito de hoja acogollada que B me pasó) apoyado en la ventana. Cuando fumo (últimamente, cada dos o tres semanas) nunca veo a nadie fumar nada. Podría ocurrir alguna vez: yo fumando en la ventana, veo a otro en lo mismo, por ejemplo en el edificio del frente, y no hacemos nada, no nos saludamos, nisiquiera levantamos levemente el cuello y, en cambio, pensamos, cada uno en su edificio, que algo agradable y difícil de descifrar hay en la imagen de un desconocido fumando con los codos apoyados en su ventana. Sigo y seguiré alimentándome a base de pan de molde, galletas de agua, dulce de membrillo, mermeladas, carnes blancas, sopas de verduras (de verdad, no de sobre), té, arroz y tallarines blancos. Hace cinco días que cualquier cosa distinta a ese grupo me hace mal inmediatamente. Algo debo tener pegado dentro, pero no hay tiempo ni voluntad ni dinero para doctores. Me digo a mí mismo que me servirá para bajar de peso, gastar menos y dejar de pensar en qué hacer de almuerzo. Mañana trabajo y quisiera que no fuera siempre igual, que algo nuevo pasara con esta absurda relación del tiempo con la voluntad. Sería agradable poder restar algo de este tedio anticipado, eliminar aunque fuera un poquito de este sentir que, ya desde las doce en adelante, lo inevitable, la eterna repetición, acontecerá. Por eso pongo Bach, supongo. Por eso me pongo a escribir esto que, aunque dura lo que dura el párrafo, desnaturaliza un poco la absurda relación de mi voluntad con el tiempo.

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Tengo que hacer algo contra (o con) ese impulso que me manda a ver películas de acción o de suspenso o de resolver algo, lo que sea. Hace unos años me dio con Jason Statham y ahora con Liam Niesen. ¿Qué es lo que alimentan estas películas? ¿Qué ansiedad cubren estas tramas?

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Hasta que sucedió. No sé fue la lectura de este libro que enseña a manejar los sueños lúcidos o el mero azar pero sucedió. Luego de muchos años, un sueño lúcido que paso a relatar:
Todo comienza cuando, siguiendo uno de los tips del libro, me miro las manos y en ambas encuentro seis dedos. Retiro la vista y vuelvo y lo mismo: seis dedos. Descubro que estoy soñando. Trato de no entusiasmarme tanto. La textura de este estado es delicada. No sé si lo siento así porque justo antes de dormir el libro me lo señaló o porque realmente se ha sentido así siempre.
Más que una trama lo que me queda vigente es un funcionamiento dentro del cual el punto de partida es la cama, uno mismo echado en la cama descubriéndose allí sin saber si la visión es externa o interna.
Lo primero es el miedo. Miedo a mirar, a bajarse de la cama, a enfrentarse a lo que sea. El cuerpo pesa, todo cuesta y es vaporoso.
Me lanzo hacia al suelo desde la cama, como tetrapléjico. Despierto, pero dentro del sueño. Despierto en falso un montón de veces. La despertada en falso es como una base, un reseteo, una prueba de confianza, una malla bajo la cuerda. Y así avanzo: cada vez que me reseteo me cuesta menos bajarme de la cama, de manera que ya en las últimas dos o tres reseteadas la decisión de salir volando por la ventana es inmediata (es curioso como este mismo progreso que me ocurrió dentro de este sueño en particular fue una especie de resumen del progreso que hice hace años cuando tuve una seguidilla de sueños lúcidos: primero el miedo, quedar paralizado en la cama sin entender nada, y ya con los días y las semanas, la confianza para salir a explorar)
En los primeros intentos de salir por la ventana dudo ¿Y si estoy despierto? ¿Y si me estoy engañando y termino suicidado en la realidad? Tanteo, vuelvo a mirarme las manos: aún seis dedos.
Tomo papel para anotar el sueño. Empiezo a anotar algunas de estas mismas cosas que escribo aquí. Pero no: no tengo un taco al lado de la cama. Recuerdo que en la realidad no lo tengo, miro el papel y no se entiende un carajo: aún estoy soñando. Entonces vuelvo a salir volando por la ventana.
También pruebo con ventanas que no están abiertas. “No vaya a ser un truco de esta ventana en particular”, pienso. Voy por sobre los edificios a una velocidad que no puedo variar. Moverme a mi antojo produce un placer indescriptible.
¿Por qué la pulsión por salir rápidamente de casa? Siempre es lo mismo. Intento salir por otras partes para ver qué pasa. Abro la puerta exactamente como se abre esta puerta y quedo ante las escaleras. Pero hay impedimentos para desplazarse. Unas especies de barricadas. Trato de pasar como terminator, filtrándome entre ciertas grietas, pero no, es como los videojuegos: sencillamente hay partes por las que no está permitido pasar.
Al despertar salto de la cama, eufórico. Siento que ya son las ocho de la mañana pero solo pasó media hora desde que me dormí.
¿Qué era esa alegría de otra realidad?
No puedo dejar de pensar que salí del cuerpo y al volver no pude incorporar todo lo que dentro del sueño intuí podría meterpocode contrabando.
La euforia se difumina un poco más lento que la sensación de los sueños normales.
Vuelvo a la cama, a los sueños normales.

“¿Qué me importa que el papel moneda de mi alma nunca llegue a ser convertible en oro, si jamás hay oro en la alquimia fáctica de la vida?”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Soñé que la casa, alguna casa, una mezcla entre este departamento actual y la ya inexistente casa de mis abuelos en Curicó, estaba infestada de fantasmas y tenía que desenterrar un montón de huesos, separarlos y ordenarlos por cuerpo y luego volver a enterrarlos para darles paz. En algún punto del sueño converso con un viejo en un patio. Un patio que es el de la ex casa de mi papá que, en la realidad, y al igual que la ex casa de mi abuela, se fue al carajo con el último terremoto. Voy en busca de unos sonidos al fondo, pasado el parrón, donde se amontonan las hojas secas y, unos metros antes de llegar, hay una sombra apoyada en un muro. Ni acechante ni terrorífica ni nada, simplemente apoyado, como quien fuma, un hombre de unos cincuenta años. Me acerco y, como en el fondo sé que está muerto, empiezo a hacerle preguntas de actualidad. Cuando le pregunto quién era el presidente anterior a Bachelet y no sabe, me confiesa que está muerto. Me lo dice con una timidez muy extraña. Tan extraña que me asusto y despierto.

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“Yo nunca voy a pertenecer a eso, yo nunca voy a ser escritor ni cineasta, ni director de cine famoso. Lo único que yo quiero es dejar un testimonio, primero a mí de mí, luego a dos o tres personas que me hayan conocido y quieran divertirse con las historias que yo cuento, aunque sean familiares míos, no importa, pero trabajar, escribir aunque sea mal, aunque lo que escriba no sirva de nada, que si sirve para salir de este infierno (ja, ja) por el que voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido, por la que me ha tocado conocer (aunque de lejitos) a la gente que he conocido”. (A. Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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“Yo de día soy nulo, y de noche soy yo”. (Pessoa)

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Se me enganchó el cordón en la escalera mecánica y el guardia se enojó. Me reconvino como a un niño, como si abrocharse bien los cordones te garantizara una vida segura, una salud formidable y una plena madurez. Ridículo como soy para estas cosas, le respondí con la correspondiente actitud adolescente, relajada, impostada. Nisiquiera me los abroché altiro, sino que a la vuelta, lejos de su campo visual, para que no creyera que había ganado.

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“La humildad no es a menudo sino una fingida sumisión de la que nos valemos para someter a los demás”. (La Rochefoucauld)

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“La única actitud digna de un hombre superior es persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Leyendo casi en diagonal el tramo final del último libro de Kundera. Qué hueá más fome. Qué penosa sensación obligarse a uno mismo a una cosa así. Y qué pérdida de tiempo, teniendo tantos libros en la banca. No entiendo tanto alarde. Tanto tiempo de espera para nada. No entiendo ni siquiera de qué va el libro ni por qué, si nunca me ha gustado tanto, sigo insistiendo con Kundera. ¿Por qué tuve que esperar casi hasta el final para abandonarlo? Gente entra y sale de habitaciones. Unas reflexiones muy valoradas por la crítica de las cuales no me quedó nada. A favor del libro: quizá sea que yo estoy leyendo muchas cosas a la vez, pero no creo.

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De La casa
Cuántas habitaciones he tenido,
Todas como salidas de la misma.
Oscuras piezas donde no sé
Quienes están aún despiertos.

Porque es de noche cuando retorno.
Y hay otros seres en mi mesa.
En mi cama alguien vigila
En la cocina se apaga el fuego.

Todos me miran sin comprender.
Y soy yo mismo todos los rostros.
Todos los gestos que no me hacen.
Todos los vasos que no me sirven.
(Efraín Barquero)

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La inclusividad de la escritura –decirlo todo, ponerlo todo, o casi- trae su propia ética. Escribir es sacar una moral del caos. Al revés del imperativo categórico kantiano, la escritura acumula sucesivamente el encuentro íntimo de uno consigo mismo y de uno con el mundo. Inevitablemente se reproduce allí un aprendizaje moral (y cuando digo moral sencillamente estoy hablando de esa cosa que todos tenemos, ese instinto político deslavado que se traduce en nuestras maneras de tratar de ser buenos) del cual más de alguno podrá sacar alguna guía, alguna pauta, alguna dirección. Incluso si el escribiente no aprende nada nunca, habrá un lector que pueda sacar algo en limpio.

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“Algo distintivo de la ética es que su exposición principal no puede darse en tratados. Cuando lo intenta, se desprende de la contingencia, que es, a la larga, su único ámbito”. (Ramiro Gómez Gris, Salir, apuntes en torno a una ética de la naturaleza)

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Si es cierto que en algún punto todo debe arder espero que sea desde dentro hacia afuera. La destrucción y el fuego que cada cosa incuba para sí misma es una especie de sabiduría a la que le tememos: preferimos soñar con el desarrollo y perfeccionamiento infinito de nuestras preciosas instituciones burguesas, eso o quemarlo todo para introducir con violencia otra racionalidad, una que, aunque imperfecta, tenga la voluntad limpia. Si en algo tienen razón el pensamiento conservador es que la voluntad limpia no es argumento suficiente. Nos cuesta imaginar que somos unos acompañadores de la destrucción, unos atizadores del fuego o, en el mejor de los casos, unos repetidores del Caballo de Troya. El que echa la estatua abajo, el que iza una nueva bandera por sobre la que cayó, el que sustituye un palacio por otro… estamos emocionalmente atados a ese imaginario. Hay que nivelar un poco la balanza, tirar hacia el otro extremo y luego esperar a que el mundo mismo genera una estabilidad intermedia, un reposo. La gracia de nuestra época es esta negatividad suelta como perro que por primera vez es sacado al parque: así como él desea olerlo todo, todos también quieren acariciarlo y jugar con él; pero nadie sabe para qué o por qué hace lo que hace. Quizá trabajar honestamente en ciertas esferas especificas de la productividad no sea posible sino comprometiéndose de antemano con su destrucción.

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“La negatividad del otro atópico se sustrae al consumo. Así, la sociedad del consumo aspira a eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles, heterotópicas. La diferencia es una positividad, en contraposición a la alteridad. Hoy la negatividad desaparece por todas partes. Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”. (Byung-Chul Han, La agonía de Eros)

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De la librería al Nuevo Congreso. Un amistoso de chile. F y N ya están ahí, esperándome. El tipo que nos atiende, el mozo, está hecho de la misma sustancia que el local. Mis amigos piden cerveza pero yo no tengo ganas de tomar. Tengo hambre. Tengo ganas de once. Pido un café. El mozo me mira como si le hubiese sacado la madre, como si estuviera loco. Me encojo de hombros, culpable, supongo, de comenzar con el pie izquierdo mi relación con el capital simbólico del lugar. Luego, cuando, al escoger algo para comer, le pregunto específicamente por la mayo, si es casera o de las otras, vuelve a ofuscarse. Lo hago con mucha delicadeza y con honesta duda y el culiao casi salta y mueve los brazos y mira hacia los lados y me dice “¡y cómo voy a saber eso yo!”. Supongo que el espíritu del local es estar fuera de esas reglas tan neoliberales de mostrarte qué es lo que ofrecen antes de consumirlo, supongo que hay que relajarse y tomar la vida así como viene, así que lo dejo pasar, y pido un churrasco palta, es decir, una mera marraqueta con algo de carne y una palta de hace días que cuesta lo mismo que en cualquier otra parte sería un verdadero y contundente ejemplar. Pero me comentan que tienen buenos almuerzos, sí.

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“Si el amor nos pone al servicio de alguien distinto a nosotros mismos, no por eso es gentilhombre. No nos convierte en seres ideales sino en seres habitados”. (Honoré d’Urfé)

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La siesta me inocula un lento amor por todo. No sé si haya cosa más amable que despertar, hacerse algo de comer-beber, dejar que entre aire por la ventana, y leer, aún echado, aún despertando.

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Ese comercial en que el papá (están separados) va a dejar al niño a la casa y la mamá lo premia con una «tarde de nuggets» y luego, para rematar la escena y ante la mirada inquisitiva del niño que sugiere que aún falta algo más, el papá vuelve a entrar a escena y la familia está completa comiendo ese pseudopollo miserable. Me pregunto: ¿duermen tranquilos estos publicistas conchesumadres?

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“En la literatura norteamericana tú no ves ninguna alusión directa y extensa al sitio donde se reside como algo permanente. No existe la novela de ciudad. Cualquier referencia de tipo geográfico es solamente de carácter de viajero que se sienta a descansar al crepúsculo, después de la agotadora jornada y piensa: «Estoy en el lugar más bello del mundo», y uno sabe que es así, el terreno rural es bellísimo, pero el que narra sabe que mañana se va de allí (…) Te lo aseguro que la gente en Latinoamérica siente mucho más, porque sabe que cuenta con el tiempo, que cuenta con todo el tiempo del mundo para desarrollar una tristeza”. (A. Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Me dice: «si tirándote un pollo adentro de la garganta se te pasara el dolor, ¿me dejariai?». Luego me pregunta cuántas veces quepo dentro de una vaca. Son las dos a eme. Le amo.

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Siempre creí que era «como bailar mal, con los delfines».

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Curicó. Al estadio con mi padre. La hinchada dura usa estrategia de guerra: se va amontonando bajo la galería para salir de golpe y sorprender en ruido y número al rival.

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«En el transcurso de un sólo día el hombre debería poder ser todos los hombres que quiera». (Marx)

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Mentira. Marx nunca dijo eso. O sea, nunca lo dijo así textualmente, pero yo creo que podría haberlo dicho. Es lo que me importa de Marx, en todo caso: la intuición de otra vida a partir de esta misma vida, la ternura inseparable de la teoría política.

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Me importan un comino las sutilezas académicas o las acusaciones de reduccionismo. Lo que importa es notar que la estructura que, yendo desde la opresión explícita del capitalismo salvaje hasta la dominación internalizada del capitalismo «humanizado» actual, se mantiene. El riesgo (y los beneficios) del que apostó su capital sigue prevaleciendo por sobre la cotidianidad de los que no tienen capital alguno que apostar. Los que tienen su cuerpo no más. Los que se apuestan a sí mismos y son -en sí mismos y desde sí mismos- robados. Porque eso es la enajenación: que te roben a ti mismo desde ti mismo. Y eso no ha cambiado. Precisa o no, predictiva o no, en Marx hay una teoría económica que explica y critica la voluntad de una época, del progreso, de la concepción burguesa del mundo. Las formas del trabajo y la explotación y las relaciones sociales mismas cambian, pero la vieja idea del trabajo mantiene sus características esenciales: uno añade más valor del que se le devuelve y el que te invitó a la fiesta engorda y engorda. Luego, con mayor o menor caradurez, un mundo entero de instituciones físicas y abstractas hacen una ronda alrededor: la ronda de la naturalización. Así que, ¿qué otra cosa podría salvarnos de la mediocridad, de la mera idea de sobrevivencia sino la historización del sufrimiento y la necesidad de mantenerse en la senda del estudio y la investigación y la respectiva influencia de estas ideitas en las posibilidades de nuestro perímetro social?

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De La miel heredada
Mi abuela era la trama curvada por los nacimientos.
Era el rostro de la casa sentado en la cocina.
Era el olor del pan y la manzana guardada.
Era la pobreza de los largos inviernos.
Envuelta en azúcar como humilde golosina.
(Efraín Barquero)

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No sé
Si quedarme quieto
Esperando a que las cosas lleguen
O saber que soy yo
Lo que tuvo
Que pasar.
(J. O.)

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POEMA PARA EL PROGRAMA EN LA MIRA DE CHV
La cámara en el casco del paco
Efectos especiales como de Depredador
Creen que es un videojuego
Los conchesumadres
De Chilevisión.

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“¿Era una parte nuestra que podía amar la película o en realidad esa parte ansiaba ser querida por una película?”. (Gonzalo Frías, Tracking)

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“No puedo hacer nada más. No tengo (como me lo repiten y me lo repiten) una carrera (¡a los 22 años!, me lo repiten), que me haga hombre. Lo único que yo sé hacer no produce dinero. No he visto a nadie más, no te puedo decir hace cuántos días. Cierro con llave la puerta de ese cuarto y ay del que entre. No puedo escribir. Sueño cada noche una misma cosa (…) Acaso ya no lo dijo Pasolini (un poeta cuya obra cinematográfica admiro cada día menos): «De modo que un burgués jamás podría recobrar la vida, ni aun perdiéndola…»». (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Amamos todo lo que no pide nada y hierve en su propio caldo.

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“Así soy, frívolo y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que perdure, y se consubstancie con el alma. Todo en mí es esta tendencia a ser de inmediato otra cosa; una impaciencia del alma ante sí misma, como ante un niño cargoso; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me atrapa”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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Por las noches, antes de dormir, intercalo a Caicedo con Pessoa y casi lloro. Pessoa, más cerebral -o como dice él, con un sentimiento que en vez de sentir, piensa-, no me llega tanto como Caicedo (las primeras 50 páginas del Libro del desasosiego me estrujaron el corazón, pero luego, lentamente, la precisión y la conciencia de Pessoa ante su propio sufrimiento me hicieron tomar cierta distancia que ahora, ya a la mitad del libro, me han ido quitando la ansiedad por terminármelo). Si me los encontrara a los dos –en la muerte, en un sueño, qué se yo-, primero correría a abrazar a Caicedo, le daría un beso en la frente y le diría que todo está bien, que al final nada era tan grave. Le diría que he tenido días sumamente estúpidos y que, al final de todo, cuando me acuesto y lo leo, siento un inexplicable amor por la raza humana, por la debilidad compartida, por las penas absurdas y por la escritura misma. Le diría que alguien que consigue eso, no puede estar muerto. A Pessoa en cambio, y como ya anticipaba, le trataría de decir, con mucha sutileza, que igual le da color.

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“La felicidad es obesa”. (Maiakovsky)

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Padre al teléfono. Me cuenta que ya se leyó la biografía de Miguel Enríquez que le mandé. Tiene un tono infantil en la voz. Me cuenta que está leyendo más que antes. Me da nombres. Nombres que salen en el libro pero también en su vida. Me cuenta que llega, se pone chores y riega. Que duerme una miseria, pero se las arregla. Ya me ha contado eso otras veces. Yo también ya le he preguntado lo mismo otras veces. A veces prefiero la ternura antes que el tedio de la repetición.

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“En los primeros días del otoño súbitamente asentado, cuando el irse oscureciendo de todo parece algo prematuro, y sentimos que nos demoramos mucho en hacer lo de cada día, gozo, aún en medio del trabajo cotidiano, de este anticipo de inactividad que la propia sombra trae consigo, por eso de que es de noche y la noche es sueño, hogar, liberación. Cuando las luces se prenden en la oficina amplia que deja de estar oscura, y nos instalamos en lo vespertino aunque no dejamos de trabajar de día, siento un bienestar absurdo como un recuerdo de otro, y estoy tranquilo con lo que escribo como cuando uno lee hasta sentir deseos de irse a dormir”. (Pessoa, Libro del desasosiego)

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En la librería un niño gordo con polera de Bob Esponja corre y corre y corre y se detiene solo para rascarse y reacomodarse la pirula y seguir corriendo.

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8 Kunstmann por el precio de 5. Me bajo lentamente dos buscando el sueño. Hoy domingo, finalmente, luego de varios días durmiendo cinco horas por noche, dormí nueve horas y en la tarde una y media de siesta. Todo funciona mejor así. Destapar una cerveza post siesta es algo que debería motivar a cualquier para mantenerse a flote en esta vida. Así que los domingos suelen ser buenos, pero son tan escasos que tienen que ser solo míos. Estas últimas semanas he andado medio imposible y ahora sí que ya no puedo ver a nadie. A las nueve y media de la noche, caminando hacia el departamento, no quisiera hablar ni oír a nadie más por lo que resta del día. El Paseo Ahumada a las 21:30 horas me hace sentir como Travis en Taxi Driver. Cuando el día acaba yo ya me llené de voces, ya me preguntaron 150 veces por libros que no existen, ya puse 85 caras de que me interesan la vida de quienes, sin complicación alguna, pasan a describirse a sí mismos y sus intereses literarios como quien describe una vereda. Necesito alejarme de todo, plantarme ante la pantalla y ver Homeland o The Walking Dead. Hago desde ya el bolso para Curicó. Idealizo la provincia y no me importa. Tres días libres postnavidad son un paraíso. Me digo que alcanzaré a retomar el diario, a juntarme con Bruno, a ver a mi padre, a salir a correr con mi hermano, a ver películas con mi hermano, jugar el FIFA 2014, leer, escribir un cuento navideño y ver a un viejo amigo, el único que me dejó el colegio.

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“Nadie sumará nuestros buenos ratos, nadie hará con ellos una lista, un libro, una frazada”. (C. Bertoni, No queda otra)

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Aún no puedo apropiarme de este noteboock nuevo, no tengo ni tiempo ni el saber necesario como para validar esta cagada de Windows que amenaza con echarlo todo abajo. No consigo hacer que el VLC quede predeterminado para las películas. Tampoco consigo desactivar este ridículo mouse pad que arruina cada párrafo que intento escribir. El antivirus se alarma por cualquier cosa. Algo anda mal con la tarjeta de video o los códec y no sé qué es. Mi viejo trasto demoraba 10 minutos en prender, pero cuando prendía, era todo terreno conocido.

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1:19 am. Si sigo escribiendo empiezo a restarle tiempo a la lectura de antes de dormir. Cambio y fuera.

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Me canta la canción de navidad de Charlie Brown por mensajes de voz de WhatsApp y muero de ternura.

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“Sin duda cuando te amo, al amarte me reencuentro en ti que piensas en mí, y me recupero en ti que conservas lo que había perdido por mi propia negligencia”. (Marcilio Ficino, De amore)

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Qué señora de mierda la de esta tarde. La cosa fue más o menos así: pelo horrible, elevado, como si llevara un par de gatos atropellados amarrados sobre la cabeza. Rostro de cartón, ojos sin alma y voz estridente. Entra y me pide recomendaciones. Hago lo de siempre: pedirle características de la persona a quién pretende regalarle el libro. Me responde con puras generalidades. No sabe qué es lo último que leyó la persona en cuestión. Le sugiero los libros que todas las señoras ridículas como ellas suelen llevar, pero todo lo que le muestro le parece mal, errado. Que éste no porque alguien muere, que éste otro no porque sale un gay, que en este otro sufren mucho. Empiezo a cabrearme profundamente. Quiere algo que se deslice por el mundo como un puto hielo. Quiere algo que no le traiga a colación sus propias atrocidades. Quiere algo que no sea espejo de nada. Algo en mí se resiente y ya no puedo evitarlo. Le digo, notoriamente saliéndome del rol condescendiente del vendedor, que esa es la fuerza de la literatura, que de eso se trata, que Crimen y castigo podrá ser un relato crudo, pero quizá sea una de las reflexiones morales más importantes de una narrativa que ya desapareció. Hago esto mientras, a propósito, voy sugiriéndole todos los libros que a mí me gustan. Algo en mí se expía y se reconcilia con la fealdad que impone lo exterior.

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“El mundo está bien ordenado y es muy sabio, a pesar de los hombres descontentos”. (Emar, Cavilaciones)

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Abuelo hermoso de mano temblorosa. Además de mantener la mano tiesa en forma de garfio, levanta la vista lentamente, como un perro cuando te mira desde abajo. Me saluda como a un hijo y dice “puchacai” cuando le digo que no tenemos el libro que busca. Se va lentamente y me invade una pena-alegría, unas ganas de poder sentir algo parecido al menos con la mitad de las personas que entran aquí en el día.

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“Cuánto me gustaba entonces reposar, callado, en cuclillas, junto a los más viejos. Me calmaba la presencia de todas las personas de edad, como si estuvieran hechas de un material más resistente que los jóvenes (…) yo mismo fabricaba mis propios volantines, aunque nunca supe hacer bien los palillos de coligue. En las noches, solo en mi cuarto, hasta muy tarde, me sentía tan inmenso como el cielo de septiembre, al ver mis creaciones, colgadas en la blanca pared, como pájaros multicolores aguardando el día de su primer vuelo”. (Efraín Barquero, Arte de vida)

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“Si he logrado alguna calidad en mis ficciones es la fantasía de mi pobreza y vulgaridad en la vida real”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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Me gusta cómo en todos los artículos y reseñas de Ciudad Fritanga, nunca sale mi nombre ni extractos de mi crónica.

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“Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera (…) Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se ennegrecen del todo (…). En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captare el enigma de la sombra”. (Tanizaki)

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«No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos». (Gide)

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Viendo la última película de Godard, me aburro un poco, hasta que empiezan a filmar a un perro.

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«Antiguamente si alguien tenía un secreto que no quería compartir, ¿sabes lo que hacía? Subía a una montaña en busca de un árbol, hacía un agujero en él y susurraba su secreto al agujero. Luego lo cubría con barro y dejaba allí el secreto para siempre.» (Wong Kar-wai, In the mood for love»)

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Tienen algo de sagrado todas esas casas amontonadas y tristes mientras el tren a Curicó agarra vuelo.

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POEMA PARA CUATRO ABUELOS BEBIENDO EN SILLAS DE PLAYA VISTOS AL PASAR DESDE EL TREN STGO-CCO POR AHÍ CERCA DEL MERCADO DE LO VALLEDOR.

Vi dioses bajo la sombra
de un cielo
de matorrales,
reunidos alrededor
de la piedra enorme,
labrada por el olvido
de las ciudades;
Vi la fortaleza del perro
echado en sus propias patas
impregnarse en el modo humano
de echarnos sobre el mundo;
Vi el tiempo de
los vasos
vaciándose
y llenándose.

Vi, o creo que alcancé a ver, el corazón común
e invisible,
el pulso lento,
chueco y firme
de las raíces.

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Puteadas por lo de Martín Larraín y un informe sobre las nuevas incorporaciones de Curicó Unido. Los temas-país de mi padre tras el mostrador de la farmacia al llegar a Curicó.

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“Porque no importa el fin, a pesar de todo; importa que alguna vez nos hayamos entregado con pasión a algo, a un dios, a un demonio, a una entidad que está hecha, no para revelarse, sino para revelarnos a nosotros”. (Barquero, Arte de vida)

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Nunca había tenido tantos libros y nunca había tenido menos tiempo para leerlos o para hacer cualquier cosa en realidad. Supongo que es la contradicción ejemplar de la realidad laboral. Recuerdo cuando en Curicó, como a los 15, los libros eran estúpidos, estúpidos como el colegio. Pero había también otra clase de libros. Libros cuya existencia suponíamos desconocían nuestros profesores. Libros que, según yo, sólo existían en mi lento internet de teléfono. Esos libros los leía solo y solo podía comentarlos con un amigo que iba dos cursos más arriba. Siempre los libros han sido otra cosa que los libros que los otros me dicen que son los libros.

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“— Oiga amigo, ¿cómo amaneció el pan en mi casa? Ésta es la pregunta de esos años, alrededor de la cual gira mi vida. Contraviniendo órdenes de mi maestro y, muchas veces, fugándome de clases, al mediodía en el Liceo en Curicó, corro por las calles para hacerle esta pregunta al conductor de la «góndola» que hace el recorrido entre Teno y Curicó, ciudad esta última donde me han enviado a estudiar.
(…)
He sufrido con esto. Es primera vez que me separo de mi familia y del mundo de mis amigos, esos cuatro o cinco panaderos que trabajan en la pequeña panadería de mi padre.
(…)
Al despertarme, oro con unción y, agregando algunos ardientes ruegos de mi parte, pido que se me permita volver a la casa por una u otra razón. Mi madre hace lo mismo, en el cercano pueblo, pero rezando para que yo me acostumbre a esta nueva vida. Yo siento que debo estar junto a los míos para ayudarlos de alguna manera. Es para mí como una proeza la fabricación del pan. Un detalle de más o de menos y este ser tan vivo, respirante, puro: el pan, se resiente de inmediato. Hay más. Hay el orgullo del que produce este fruto.
(Efraín Barquero, Arte de vida)

julio-agosto-septiembre

Crumb - Terry Zwigoff (1994)5

«Cuando tenía 13 y 14 y trataba de ser un adolescente normal, era un idiota. Trataba de actuar como creía que ellos actuaban. Venía a ser erroneo y extraño, así que lo dejé… y me volví una sombra. Ni estaba. La gente ni se daba cuenta… de que estaba en el mismo mundo que ellos. Eso me liberó porque estaba bajo presión para ser normal. Así que me interesé por la música antigua, e iba al barrio negro de la ciudad… llamando puertas y buscando discos viejos… y cosas de esas que serían impensables… si ibas a ser un adolescente normal. Sobre los 17 años, empecé con la obsesión esa de… pasaré a la historia como un gran artista. Esa será mi victoria. Esta es mi imagen de celebración de San Valentín, Febrero, 13, 1962 y allí escribí: «Decidí rechazar el conformismo cuando la sociedad me rechazo. He oído todo de ese rollo de ‘se tu mismo’. Cuando soy yo mismo, la gente cree que estoy chalado. Supongo que estoy satisfecho con gatos y discos viejos. Las chicas simplemente están fuera de mi alcance. Ni siquiera me permiten dibujarlas». (R. Crumb)

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Mi primera impresión es que no sirve mucho para correr este nuevo barrio Yungay. Llego del trabajo y el parque Quinta Normal ya está cerrado. Me paso a este otro parque o suma de plazoletas que queda al lado y me parece hostil. Simple, útil, pero hostil. La gente esparcida en las bancas me ve pasar, se miran entre sí y murmuran. Demasiado corto y descontinuado, quizá no sea un parque apto para correr. Además, el olor a paragua siempre me da desconfianza; todo lo contrario que el decente olor a marihuana. No alcanzo a dar una vuelta entera y me largo de allí. Decido bordear por fuera el parque Quinta Normal. Así tengo al menos una cosa por segura: no me perderé. El semáforo de Matucana con Portales parpadea y apuro el paso. No sé por qué hay que dar una buena impresión a los autos parados. Es inevitable con todas esas luces apuntando. Veo pasar los autos y me siento como una cosa más en movimiento, un auto de sí mismo. Es lo que más me gusta de correr, esa sensación, ese apropiamiento del cuerpo. En la primera vuelta, reconociendo lentamente el terreno veo luz en la caseta de la Armada de chile -una enorme y elegante caseta de superconserjes armados para nada-, entonces entro y les pregunto si acaso tienen alguna cancha, algún descampado, algún pedazo de tierra iluminada donde correr. Sé que dirán que no, pero les pregunto de todos modos, porque lo que me interesa realmente es ver el lugar por dentro, saber de qué estaban hablando antes de que un extraño irrumpiera. Me despido con cortesía extrema, como si temiera que reconocieran mis verdaderos propósitos. Enfilo, entonces, por el borde de una autopista. Una angosta vereda y una autopista. La velocidad de los autos me obliga a aumentar la mía. La pasividad de unos tipos apostados en un sitio eriazo también. Corro como loco. Corro como si una horda de zombies me persiguiera desde todos los flancos. Una mera cosa más en movimiento. Llego muerto al metro Lourdes. Unos perros se espantan. Se espantan pero vuelven a echarse donde mismo. Tendrán que empezar a acostumbrarse, supongo.

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“La lectura es la comunicación perfecta de acciones solitarias: el que se sienta o se recuesta en un poste y lee, da efusivamente el sí, da su acuerdo para hacer silencio, permitiendo a su vez que el silencio largo y terco del escritor adquiera su verdadera razón de ser (…) La palabra no es sólo la intuición que el hombre tiene del tú, sino la alegría que se siente al intuir el tú”. (Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda)

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“Nunca he escrito cuando era feliz. No quería. Pienso que si pudiera elegir preferiria ser feliz que escribir”. (Isak Dinesen).

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Desde ya imagino el momento en que se acabe el tetris de la vida y empiece La Vida, la otra vida, ese según yo bastante verosímil momento en que ya no haya que ocuparse de la propia sobrevivencia y comodidad como si aquello fuese todo el asunto que se juega aquí. Las cuentas, la comida, las habitaciones, la ropa, los zapatos, las casas, los lentes, el metro, el despertador. No puede tratarse de eso. No, al menos, durante toda la vida. El temor es que los términos se vayan intercambiando, mutando, y que esos rudimentarios objetivos, aunque necesarios, se vayan naturalizando y uno vaya queriendo más, es decir, que luego de hacerme de una bici (que me robaron hace poco, junto con la de N, desde su patio) quiera un auto; que luego del led que pretendo darme para navidad necesite el próximo televisor que poco menos que lea la mente, y así, sucesivamente. Creo firmemente en una base material que permita el espíritu y me hago creer que tengo clarito ese límite. Creo en todas las voladas jipis o neojipis de autosustentarse, pero también soy perezoso y cómodo. Sea como sea, llegué tarde al mundo de la utilidad y pretendo retirarme lo más temprano posible.

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“La vida nos era como un arcoíris al cual pudiera faltarle uno, dos o todos los colores”. (La sangre y la esperanza, Nicomedes Guzmán)

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¿Dónde se va la vida no contada? ¿Qué pasa con todo ese material que no va a parar a ninguna parte? Pienso, por ejemplo, en un libro que sea una recopilación de relatos de lo que hace la gente antes de dormir. Todas las mañas, deberes, rutinas, toda la secuencia del bañarse, cagar, comer, culear, ordenar, lavar. Cómo usan esa porción de tiempo y qué harían si tuvieran tres horas más. La gente que no escribe es la que más escribe.

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“El objetivo de todo artista es detener el movimiento que es la vida, por medios artificiales, y retenerlo de modo que cien años más tarde, cuando un extraño lo mire, vuelva a moverse, dado que es vida”. (Faulkner).

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APUNTES SOBRE EL ESTADO GENERAL DE LAS ARTES
Primero es el llamado a hacer comunidad (a resumir, amplificar y celebrar voces) y luego la coyuntura cultural de la cual surgen unos cuantos objetos visibles. Primero es el sufrimiento y después la exteriorización. Pero lo que predomina hoy es el movimiento inverso: el Espíritu ya no se demora en la negatividad, ya no mastica, y se conforma con perpetuar una misma clase de objetos, una misma lógica de la exteriorización. Todo ha sido sanitizado. Algunos, la mayoría, son inofensivos objetos reproducidos en serie que, sin mediar conspiración alguna, sirven a una dominación de nuevo tipo. Su función es decorar la vida y hacerla más pasable. No aspiran a más y lo saben y son consecuentes con ello. Los presentadores de estelares de televisión lo saben, los creadores de anuncios comerciales lo saben, los políticos lo saben. No es algo grave, claro: la vida es así. Desde formulas narrativas dispensadas como droga al espectador irreflexivo, hasta vanguardias cínicas siempre dispuestas a acomodarse en el living representacional de nuestra época, ninguna de estas obras se plantea su rol histórico; o dicho de otro modo: ninguna se plantea como sujeto (temen al sujeto que como pueblo intentamos una vez, piensan que va a pasar lo mismo, que estamos destinados a no saber pensarnos juntos; creen que la Historia es un guión). Hay otros que lo intentan, claro, obras que son excusas cada vez más elaboradas para recordarnos a nosotros mismos que el sufrimiento existe, pero lejos, en el tercer mundo, en la depravación, y sobre todo en el pasado… nunca en nuestras vidas cotidianas, nunca en esta democracia tan imperfecta pero tan humana como algún presidente de Estados Unidos hablándole al mundo minutos antes de un apocalipsis. Lo cual, después de todo, no es tan mal comienzo. Entonces la preguntra es ¿cuánto llevamos comenzando ya? Lo que nos lleva a un último y reducido grupo: los que no olvidan, los que presentan la naturaleza histórica del sufrimiento, aquellos que rastrean la continuidad de la violencia sin temor a que alguno de los invitados se levante desengañado del confortable y democrático living del presente, aquellos hermosos seres humanos en los que lo estético y lo político son una y la misma cosa. Así que, así como lo veo yo –alguien que no entiende gran cosa de la política efectiva y las divisiones dentro de lo que quizá ingenuamente veo como un solo corazón político- sí hay una vía clara, demasiado ancha quizá, pero certera en su finalidad: hay que violentar la familiaridad bajo la cual esos primeros objetos visibles van adquiriendo vida propia –en el sentido más pedestre (e ingenuo) de invadir culturalmente el capitalismo-, y fomentar esta última vía -quizá un poco más académica; quizá, también, más cercana al anarquismo y la autogestión- en la que la cultura y sus objetos no son presentados como decorados de la vida sino como cuestiones esenciales, como reclamos, como urgencias de visibilización, como construcciones efectivas de comunidad y pensamiento crítico. Toda familiaridad que no esté luchando auténticamente contra algo no merece nuestra tibieza. Por cierto que podemos divertirnos, anhelar e incluso producir ciertos objetos banales. Lo que no deberiamos seguir permitiendo es que vayan ganando los primeros, los pencas de espíritu, los que hablan de su arte cagón en los diarios, los que usan exactamente el mismo lenguaje que el Espectáculo y la dominación, los que pasan anuncios comerciales y luego sonríen, los que están individualmente contentos, los que serán olvidados para siempre.

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“El espíritu es lento porque se demora en lo negativo y lo trabaja para sí. El sistema de la transparencia suprime toda negatividad a fin de acelerarse (…) La sociedad de la transparencia no permite lagunas de visión ni de información. Pero tanto el pensamiento como la inspiración requieren un vacío. En alemán hay una relación entre laguna y dicha. Y una sociedad que no admitiera ya ninguna negatividad de un vacío sería una sociedad sin dicha. Amor sin laguna de visión es pornografía. Y sin laguna de visión el pensamiento degenera para convertirse en cálculo”. (Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia).

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22:30 echado en la cama tomándome un té dejando que en la tele suene absolutamente lo que sea. La marihuana me resetea bien. El día se derrite y cae por los costados de la cama. Una calada y un sorbo. Una calada y un sorbo. Es como si ahora sí que sí empezara el día.

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“Entonces cuando una persona te lleva a otra y terminas carreteando sin haberlo planificado, eso es amor”. (Sebastián Olivero, Un año en el budismo tibetano).

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Que todo haya sido en vano, que la Historia no tenga lado de afuera, que esto que hay sea todo lo que hay: eso es lo que nos salva.

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“Encontrar la propia personalidad en el hecho de perderla”. (Pessoa)

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Nueva casa de Curicó. Ya que en cada ventana o puerta hay visibilidad total con los vecinos, escojo fumar ante la ventana que da a dos tipos sentados en un antejardín tomando cerveza. Nisiquiera me escondo y hasta se diría que quiero que me vean. Y así ocurre. Es extrañamente bonita la cortesía entre los extraños: no sé si es porque me huelen o me ven que levantan sus vasos en señal de salud y yo, para no ser menos, alzo mi pequeña pipa. Es una buena noche.

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L me cuenta que para el triunfo en la semifinal de una supercopa Colo-Colo le ganó a Flamengo, y que tras la expulsión del arquero el defensa Pedro Reyes (uno de los últimos futbolistas con barba) terminó atajando y salvando el partido en último minuto. Me cuenta que fue tal la hazaña que todos salieron tan eufóricos y felices que hasta los abuelitos y las señoras y los niños saltaban y le pegaban al techo de la micro. Me cuenta, también, que para la época de la dictadura y los toques de queda el pololo de su hermana se iba tarde de la casa y se iba caminando con las manos en alto durante todo el camino. Así se aseguraba ante cualquier imprevisto.

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Este interés absoluto por P, ese intempestivo querer saber qué está haciendo, qué soñó, qué ha comido, todo eso es una marea que, irrumpiendo a través de las cosas del día, viene y va. Y no importa la frecuencia de las olas ni la comparación de su marea amorosa con la mía; es el movimiento total del oleaje el que guarda nuestro secreto.

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“Gozando por igual, días y libros”. (Pessoa)

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Comiendo en calzoncillos encima de la cama, mirando por el balcón pensando en no sé qué, oyendo boleros, empezando a ordenar cosas que dejo a medias. Desde que llego del trabajo hasta que me duermo me siento como en una película de Wong Kar-wai.

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Tengo puesto Mentiras Verdaderas, están todos los hueones de Mekano y no puedo evitar sacarle el mute a la tele. Es tristísimo, todo lo que dicen es tristísimo. Jean Philippe -que, al igual que todos los de la tele que alguna vez aprecié, me cae cada vez me cae más mal- es muy cauteloso en transmitirles el sentimiento popular de que son, en líneas generales, una mierda, algo que ya a nadie les importa. Me gusta ponerle mute y enfocarme en los rostros que ponen al bailar. Me río solo. Todo ese empeño. Toda esa importancia. Esa seriedad.
Al final, como guinda de la torta, Rigeo, ya en el panel luego del bailoteo, se pregunta porqué el underground y los músicos “más políticos y comprometidos” no lo quieren. La respuesta es bien simple y para qué la voy a decir yo si otro antes ya lo ha dicho mejor:

“¿Por qué el público ahora apenas se halla ante una obra se lanza sobre ella y se apasiona sea aplaudiendo o silbando? ¿Por qué a veces llega hasta la indignación, hasta la furia? Por igual motivo: el público, tal vez sin comprenderlo con perfecta nitidez, presiente que la nueva obra no es únicamente de un autor dado, de un señor que vive por allí, sino que es algo que va a mezclarse activamente a su propia vida, como alguien que se introduce a nuestra casa. Si no, levantaría tan solo los hombros. Mas no ocurre así. Se indigna. Pues siente que en adelante se ha lanzado al mundo una especie de compañero que vivirá siempre a su lado y si este compañero le es antipático, protesta con furor. Y aquí empiezan las eternas luchas que todos saben: un público que grita, vocifera, que no quiere vivir en compañía de un monstruo dado; el autor y su camarilla intelectual que vociferando también explican que aquello no es un monstruo, que tratándole en tal o cual forma su compañía se hace gratísima, etc., etc.”
(Juan Emar, Cavilaciones)

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Qué hueá más putrefacta que Pato Torres dándoselas de izquierda, de perseguido, de comprometido, de artista profundo. Qué hueá más nefasta ese honor del sufrimiento pasado que algunos creen que es un pase libre para hacer cualquier mierda en el presente.

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L, mi nuevo compañero de depto. Aunque el depto es de él así que en rigor yo soy el nuevo. En fin, siempre que me toca trabajar a mí y a él libre y llego a la casa lo pillo acostado sobre su cama, vestido, leyendo y con la Bío Bío sonando. Se lava las manos con jabón al llegar del trabajo y, antes de acostarse, se lava la cara. Se demora en lavarse la cara más de lo que yo demoro en lavarme los dientes. Hace todo lenta y prolíficamente. Es como un Señor Burns pero de la bondad. Tiene 39 y el año pasado empezó a regalar sus libros. “Para tener sólo 100”, me dijo. No tiene comida en el refri. Nunca lo he visto enojado. No tiene descendencia alguna. Muebles tampoco. El otro día salimos a tomar y gritaba por las calles: “¡La literatura me salvó la vida!”. Lo quiero al hueón.

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UN POEMA PARA LA TELE

Desde la más tierna infancia
He esperado secretamente
Que en la tv alguien se vuelva loco
Algún cuchillo sacado rápidamente
Un dedo volando por el aire
Alguna reina de belleza
vomitando
O algún destacado psiquiatra
O algún hermoso cantante
Cayendo de una silla
Un rictus jamás visto en sus rostros perfectos
Un giro inusitado de la cámara
Dos o traes alaridos del público
Lo real entrando a la fuerza
Como una rata
A un diamante
Luego todo a negro
Y los anuncios comerciales
Perfectamente siniestros.

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Un documental de Coutinho en la cineteca. Me gusta la idea (entrevistas a cada uno de sus habitantes) pero me duermo en el hombro de P como al quinto entrevistado. Salgo con ánimo postsiesta y caminamos hacia patronato. Un mall chino al cual nunca había entrado. Unos tacos y una horchata que nunca había probado. Unas tardes que nunca había tenido.

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Me pasa a buscar al trabajo y nos venimos caminando. A las cuantas cuadras, un frenazo, girar la vista, y ver como un gato se enreda bajo las ruedas de un auto que, como si nada, sigue su camino. Como sale disparado corriendo desde debajo de las ruedas pensamos que no le pasó nada, pero avanza hacia nosotros con locura, como desarmándose sin darse cuenta y chocando contra las piernas de unas señoras que van a nuestro lado (y parece que una de las viejas se molesta y, al igual que el auto, siguen su marcha). El gato, adulto, queda botado de lado. Me acerco. Nos acercamos. P, que casi llora, me dice que llamemos a alguien, que hagamos algo. Intuyo que no se va a alcanzar a hacer nada de nada. Le toco la cabecita y me mira. Y ahí me quedo, tratando de transmitirle no sé qué. Trata de moverse pero no puede. Luego, estertores. Por cómo se le contrajeron los músculos de la cara pensé que estaba enojado de que lo tocara, pero no, era la muerte que le vino desde no sé dónde. Mientras moría, no deje de hacerle cariño. Espero se haya llevado una buena impresión de este mundo de mierda, de ese auto de mierda, de esas viejas de mierda

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“Hay unos novecientos millones de aforismos sobre escribir que son ciertos”. (Harold Brokey)

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Me pregunto cómo escriben todos los que, sin que nadie se los pida y sin que sirva para nada, siguen escribiendo. ¿Se hacen un té, se preparan, abren las cortinas, tienen un horario, apagan el teléfono, tienen mesa siquiera? Me pregunto si, cómo me está pasando a mí estos últimos meses, llegan al ridículo punto en que ya ni escriben en presente, así como trato de hacerlo ahora, y en vez de eso se la pasan anotando tópicos, ideas a medio hacer, citas sobre las que después van a tener ganas de reflexionar, sueños que después recordarán, de modo que terminan acumulando y posponiendo el momento de la escritura, alejándolo y ensuciándolo todo con el vaho del compromiso, del deber y la mera costumbre. ¿Cómo no me va a dar lata tener que retroceder hasta las anotaciones de Junio para “quedar al día” antes de seguir? Y, en cualquier caso, ¿cuál es el límite de esa supuesta honestidad temporal de la escritura? Sea cual sea, yo lo voy irrespetando cada vez más.
Cada día me prometo que volveré a escribir al ritmo de antes pero no me cumplo o me cumplo a medias. Pero también cada vez que retrocedo a sucesos anteriores consigo estar de nuevo en ese momento, y como más lo podo que lo expongo, el resultado obviamente es otro. Así que quizá esté bien, quizá sea perfecto así, quizá en esta trampa explicita que es escribir importen un carajo esas moralidades, esas honestidades cuantitativas, temporales, y lo único realmente valioso sea recordar una y otra vez cómo es que esto vale la pena. Esto, es decir, esta disparatada carrera de relevos que ese recordatorio va haciendo a través de todos nosotros los que escribimos como si algo terrible fuera a ocurrirnos si dejamos de hacerlo.

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“Las delicias de una embriaguez están en razón directa con el dominio que uno tenga para seguir siendo durante ella quien era antes de ella y, entonces, poder sentirse “otro””. (Juan Emar, Cavilaciones).

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¿Pueblo o presidente de sí mismo?
Como pueblo me digo: empieza a ver a la gente que quieres. Recuerda el cariño, recuerda cómo te sentías, las conversaciones sobre fantasmas con L, los paseos inútiles con F, los domingos de tesis con Ch, esa noche que con S quedamos cada uno en su colchón bocarriba en conversando como si tuviéramos 15, el silencio y el vino en la montaña con N.
Y como presidente: Publica algo. Menos libros y más ropa. Menos Doggis y más verduras. Menos series y más lectura. Más agua y menos Pepsi.

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Ojalá que esto de ser un constante alegato contra sí mismo sea síntoma de que voy a retomar el ritmo de escritura y proseguiré hacia la mucho menos aburrida descripción azarosa de la vida. Exponerse, dejarse débil, enumerarse, seccionarse, retarse o, como dice Bertoni, “darse vuelta como una chomba”, es necesario, pero aburre. La escritura, esta larga escritura que lo sigue a uno como su sombra, quiere siempre partir de la absoluta individualidad y presentarse como una abstracta solución para ese pequeño sí mismo que pareciera siempre estar aullando, buscando atención. Y aburre. Aburre el tonto sí mismo, porque uno también quiere que la vida social sea la que se “de vuelta como una chomba”, la que se vuelva un poquito más transparente y accesible para todos.
Pero poco importa esto que divago si, de todos modos, al final de una vida cualquiera que haya insistido en esta inútil y heroica senda, la escritura ya se habrá traicionado a sí misma, a su origen, innumerables veces. No le queda otra. El mundo la habrá atravesado y contagiado hasta la confusión total sobre sus límites y su naturaleza. La escritura parte del yo pero éste no tiene la fuerza para retenerla. Nunca la tendrá.

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Varias veces escribo por sobre lo ya escrito. Creo que solo las cartas las escribo totalmente de corrido. Las cartas, es decir, los mails. Abro este Word cada tantas semanas y me doy cuenta que hay cosas que no he dicho bien, otras que no he dicho del todo, y las más de las veces, cosas que sobran absolutamente. ¿Cómo no va a ser hacer trampa escribir así? A veces pienso que mi parte tímida, o mi dificultad de expresar oralmente ideas complejas, tiene que ver con esta manera de relacionarme con la escritura. Quizá si escribiera de corrido pensaría de corrido. Pero no. Soy un tonto como todos. Un tonto que sabe un par de cosas no más. Un tonto que asegura la frase y sabe, casi siempre, cuándo va un punto y cuándo una coma. Un tonto que siente rabia por ciertas cosas e investiga y conecta unas ideas con otras y cree que algo bueno puede salir de aquella insistencia. No tengo la suspicacia que tienen otros. Sé cuando callarme eso sí. Y siempre, pero siempre, pienso que soy uno de los primeros que nota cuando alguien está aburriendo a otros.

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Como escritor, soy un buen pintor.

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Cualquiera puede sentirse Bataille durante algunos segundos, varios son Bataille toda la vida, pero son bien pocos los que traen buenas noticias de vuelta desde el abismo. Los que rompen con todo y te muestran las manos heridas y los colmillos con sangre y las meras lágrimas ya no me tocan tanto como antes.

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TOUCHPAD Y LA CONCHADETUMADRE LLEVAI AÑOS MOLESTÁNDOME LA ESCRITURA Y AHORA QUE TENGO NOTEBOOK NUEVO NO SÉ DÓNDE MIERDA ANULARTE.

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Junta con J en ARCIS. Miércoles de Hegel. Hace como un año que no lo veo y hace como un año que no vengo a Hegel. Quedamos una hora antes del seminario. Entramos a un café que queda cerca porque el ARCIS, incluido su casino, está desierto. Un café que en realidad era el primer negocio donde compraba colaciones cuando entré a Sociología. Seguimos siendo los mismos. Ahora tenemos que hacernos cargo de un par de cosas, pero seguimos siendo los mismos. Las buenas amistades tienen un botón de pausa y todo comienza donde había sido dejado. Me cuenta que lo despidieron de un trabajo de conserje porque lo pillaron haciendo yoga. Me cuenta que la mujer con la que vive trabaja y él se queda en casa haciendo el aseo. Me cuenta que hace clases un par de días a la semana y con eso, al menos hasta ahora, vive. Me enseña a hacer galletones de avena con plátano. Me cuenta que cierto compañero de Filosofía ahora se hizo RATI. Acabamos el café y las habas al merquén que andaba trayendo y volvemos al ARCIS y nada, nadie. Conversamos hasta que la señora empieza a hacer aseo encima de nosotros. Nos despedimos y quedamos de juntarnos a ver la última de Terry Gilliam. J, querido.

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EL ÚLTIMO DÍA DE JULIO (He Xiaozhu, 1963)

En el libro que estaba leyendo
una frase me hizo pensar
en unos viejos amigos.
Por eso cerré el libro
y bajé a la calle a dar un paseo
En el último día de Julio
En Guizhou está lloviendo a cantaros
pero en Chengdu solamente
soplaba el viento sin parar
Al pasar por una verdulería
vi los mangos
y de golpe me acordé de un hecho del pasado
Sin poder contenerme
me compré dos
y me los traje a casa.

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“Creo que toda nuestra vida, su oculto significado, podría reducirse a esta síntesis: un ser que exista; luego un desdoblamiento; una parte (la conciencia) que se vaya separando y dándose cuenta de la otra y, así como vaya desprendiéndose, así vaya conociendo”. (Juan Emar, Cavilaciones)

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¿Por qué aún no aprendiste a poner bien tus bombas, Chile? Ahora que el enemigo se ha disuelto, ahora que nos dominamos unos a otros e incluso internalizamos la dominación, ¿no deberíamos estar construyendo nuestras nuevas bombas? ¿No deberíamos al menos estar escribiendo novelas o haciendo películas o haciendo cualquier tipo de arte que tematice la comunidad y la rebeldía que queremos? ¿Cuándo te vai pegar una apuradita, Chile? ¿Cuándo te vai a alcanzar a ti mismo?

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Un cerro de libros en el velador y un solo pantalón para ir a trabajar. Falta de ropa interior y camisetas también. Urgencia total de otro par de zapatos-zapatillas cómodos para estar parado en el trabajo. Un refri sin la comida sana que me había prometido a mí mismo. Los lentes culiaos que se me desarman y los pego con la gotita y vuelven a desarmarse y aplazo la ida al oculista para renovar la receta porque también he aplazado el asunto de mi afp así como aplazo todo lo relacionado con papeles que no entiendo. Debo abandonar aquí en unas cuantas semanas y no encuentro nada. Pero tampoco busco tanto: no quisiera irme donde cualquiera. La misma paja eterna. El mismo cuentito de siempre. De a poco me voy viendo pillado y cabreado por las circunstancias. La idiotez de sentir que algo así como el destino está empecinado en ponerle a uno el mismo puto tipo de pruebas. Ya no alcanzo a leer por las noches. Leo, pero no como quisiera. Escribo, pero no como quisiera. No entiendo cómo lo hace el resto de la gente. ¿Por qué pareciera no importarles esto que a mí me importa, esta vida que se pierde, esta reducción del ocio vital? El resto de la gente que escribe y lee y trabaja, ¿cómo chucha lo hace? En los días libres veo a mi polola y una vez al mes voy a Curicó. Para qué voy a decir que ya ni corro como quiero, o que ya ni limpio la pieza. El orden inicial de la pieza, de los cajones, de la ropa, se me fue a la mierda. Tiro la ropa donde sea. Los amigos ya ni existen. No veo una película hace semanas. Y sigo acumulando libros como energúmeno.

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Lucy gratis para los dos porque está de cumpleaños. Dos o tres parejas más en el cine. Quedo con sensación de cine, hablando rápido, haciendo como que soy inteligente como Scarlett Johansson y puedo solucionar mis problemas cotidianos así. Al rato estamos en Bellavista y Patronato buscando un lugar donde comer. Un lugar digno de un cumpleaños. No conocemos nada. Entramos a uno y es triste, la carta es triste, no nos gusta nada, nos sinceramos y nos vamos. Encontramos una comida coreana. Como no cacho nada, pedimos de más y nos llevamos lo que sobra. Sudo, sudo como enfermo comiendo Ramen o como quiera que se llame este caldo con cerdo y picante y cosas flotantes. El dueño, que se pasea por todas las mesas, llega a la mía y dice algo respecto a lo bueno para la salud que es este asunto. La mesa se ve excesivamente llena y aliento a P a que hay que ganar esta batalla. Nos vamos con las sobras en una bolsa. Pasamos al supermercado chino a comprar cositas. Llegamos a la casa y echamos una siesta. Olvidamos poner el despertador y despertamos a media hora de que parta mi bus a Curicó. Corro, corremos. Se me quedan las llaves y vuelvo. Tomo una micro cualquiera hasta la alameda. Ni alcanzo a despedirme de P. Siento que no voy a conseguirlo y éste, uno de los días más lindos del año, va a tener un cierre de mierda. Pero en la micro una señora que es un angel ve mi sudor y mi apuro y mi complicación y se acerca y me recomienda que me baje una cuadra antes de no sé dónde y lo hago y efectivamente la micro se queda pegada en un taco mientras avanzo hacia el metro, lo agarro altiro y salgo disparado del andén hacia el terminal y llego justo al bus que se había retrasado 5 minutos en partir.

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“Las obras nutren a los hombres. El demonio y sus cohortes devoran el pensamiento humano que uno no ofrece a los humanos. No comen obras, por negativas que sean”. (Juan Emar, Cavilaciones)

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Solo tienen valor los pensamientos mientras andamos.

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Tres días libres en Curicó. Recién al segundo día siento que llegué. El tiempo vuela acá. Los días se acortan a través de las películas con mi hermano y la interminable FA Cup que me estoy mandando con el City (entre los tres primeros siempre). Ya con la primera siesta me siento en posesión total de mí. Me siento claro, enfocado y medio nuboso. Saco cuestiones de las cajas y a falta de muebles las dispongo por las orillas de este generoso espacio en el segundo piso. La tele se ve mal pero se oye. Mientras se disipa el ánimo postsiesta termino de ver el documental sobre Pablo de Rokha. Termino también de romper este sofá que ya venía muriendo hace meses. Madre, al igual que yo, despierta hacendosa de la siesta y anda de acá para allá. Mi hermano, homogéneo en su adolecer adolescente, responde a todo con un “me da lo mismo”. “¿Vemos la peli antes o después de que venga Bruno?”, “Me da lo mismo”. Entonces escribo, escribo esto y decido darme un perdonazo escritural y otorgarme el derecho a resumir los últimos tres meses en uno solo. Total.

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Solo me acuesto del todo (con los dos pies estirados bajo las tapas) cuando estamos juntos. Ahora, solo, viendo series y escribiendo leseras, mantengo siempre un pie en el suelo. De hecho, desde que llego, siempre tengo un pie en la cama y otro en el suelo. Me doy cuenta cuando ya son las una de la mañana y me da rabia haber estado innecesariamente incómodo.

*
De noche
Cuando soy
Ya no queda nadie.

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Amo y rabeo, si tuviera que resumirme, puro amo y rabeo. Pero más amo que rabeo. Si rabeo paso rápido a lo que sigue (otro rabeo, la medianía o el amor), pero cuando amo todo queda incluido, subsumido, y hasta confundido. Rabiar me hace saltar de una cosa en otra y el amor salva la distancia que hay entre las cosas y también la que me separa a mí de éstas.

*
¿Por qué me dio vergüenza que la cajera del Doggis que siempre va a la librería me pasara los dos Mixers cantando y casi bailando Billy Jean? ¿Para qué me fui casi corriendo como si fuese culpable de no sé qué?

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Último día de septiembre. Tardamos en salir de la cama. Desayunamos y seguimos durmiendo. Despertamos y nuevamente la demora. Pero no hay nada que hacer así que la demora no existe. El día es un colchón y sobre él nos tendemos. Luego, ahora sí, nos levantamos, sin bañarnos, y enfilamos al parque Quinta Normal, sudamos unas cuantas vueltas y volvemos a bañarnos y cocinar. Nunca hemos estado en la calle por la mañana y esperemos que así siga.

junio

Me gusta llegar a Curicó de noche. Me bajo en la cárcel y avanzo lentamente por la ciclovía. No me cruzo con nadie y de las casas no sale ningún ruido hacia el exterior. Paso por el cementerio. Paso por fuera del estadio. Saludo al mismo perro de siempre. Le pregunto si tiene frío. Abrazo a mi madre y nos ponemos al día mientras hecho ropa a la lavadora y esparzo mis cosas para sentirme, aunque sea por un par de días, en casa. Luego me bañó y como y salgo al patio a fumarme un pito y vuelvo a jugarme unos cuantos partidos con Chile y siempre, pero siempre, gano.

*
Un patio sin ni un brillo inundado por la niebla en la madrugada. Los pequeños ruidos en las casas vecinas. Cada cosa fabrica su pequeña dignidad y sólo debemos estar atentos.

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Casi cien lucas en el supermercado. Carro lleno y surtido: zapatillas, shorts, escoba, libros, comida, etc. A la salida me encuentro con C, hace años no la veía parece, nos sorprendemos y nos abrazamos y nos decimos que nos veremos pronto. Saco todo del carro a duras penas. Pero no lo consigo: cuando agarro una cosa se me suelta otra. Y no hay modo de agarrar la escoba. Entonces un par de niñas que supongo hace rato estaban viendo el triste espectáculo me ayudan y consigo trasladar todo unos cuantos metros hacia la vereda donde, uno tras otro, veo pasar taxis que no me hacen caso. Sudo. Sudo y mascullo. Aparto las bolsas hacia un rincón, me mando un Ades en no más de cinco sorbos y espero, dejo de sudar, y finalmente el taxi pasa.

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Nuestra primera intoxicación por inhalación de gas juntos. Pusimos la estufa en el baño, nos duchamos, el gas se acabó y nos fuimos lentamente a la chucha. Primero no entendíamos nada y luego, con tremendas jaquecas y ella vomitando en el baño, notamos lo obvio. Nos abrigamos y caminamos a urgencias que queda cerca. Como no he vomitado decido que debo quedarme en la sala de espera. Llega un tipo recién asaltado. Ebrio y sangrante, va con un pariente más adulto, menos ebrio y sin sangre, que trata de mantenerlo quieto. Pasan unos quince minutos y me llaman. Se supone que también debo ser tratado. Así que entro a una sala con unas seis camillas separadas con cortinas. En la primera está mi polola con una mascarilla de oxigeno. Me acerco y entiendo rápidamente que hay que acercar el basurero y vomita mientras el enfermero se aleja y luego ya se empieza a sentir bien. Me ponen en la camilla de al lado, me chantan otra mascarilla con oxigeno y se siente rico. La miro recostada contra la muralla jugando con su mascarilla, reímos y meneamos la cabeza sabiéndonos medios tontos. Lentamente empezamos a mejorar. A ella le pinchan el poto y a mí no. trato de dormir pero cuesta. Me aburro. Podría haber traído un libro. Como a las 4 de la mañana nos sueltan y volvemos a dormir. Concordamos en que si queremos que esta relación siga primero debemos sobrevivir.

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Quizá Cavilaciones de Emar parta donde termina la Novela luminosa de Levrero. Este último, aunque se hunde como Levrero en la maravillosa inutilidad de la escritura, tiene una conciencia estética mucho más atractiva, es decir, mucho más política: “Me parece que desde el momento que un hombre se exterioriza en cualquier forma, da al mundo un organismo nuevo, o una parte de tal, que ya no le pertenece del todo”, o también, páginas más adelante, dice: “Si no es hecha para los demás, hacer obra es una masturbación. Si solo es hecha para las sugestiones de los demás, es repetir sin objeto una impresión ya por otro resentida, y esta repetición no contará ni pesará”.

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Y eso es la sociedad del espectáculo: el triunfo de una impresión ya por otro resentida, la producción en serie de “productos culturales” que garantizan un conjunto de sugestiones especificas, la triste y perfecta maquinaria que conserva la base espiritual del capitalismo.

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La mayor parte del tiempo no tenemos la razón y es justo por eso que podemos ser felices.

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Alejado de esto. La incomodidad. La falta de mesa. La precariedad de este notebook de mierda. El cansancio. El trabajo. La falta de tiempo. La superabundancia de libros que crece y crece y me presiona desde el velador. Las ganas de enajenarse y volverse un flan que se derrite ante alguna serie o película fascinante. Ahora mismo escribo encorvado sobre la cama y sé que este párrafo no da para más y acato.

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En el noticiario tratan de decirme que el trabajador estaba loco por inmolarse. Ponen a psiquiatras hablando, individualizan el conflicto y así se evitan hacer la única pega por la que vale la pena esforzarse en nuestra época, a saber, la de rastrear el origen estructural de la violencia. Pero no van a decir que la miseria está instituida. No van a decir que, estando las cosas como están, a veces es verosímil inmolarse, o robar un banco, o iluminar con fuego las calles.

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¿Qué hago acostado tomando té en la casa de mi amigo que nisiquiera está?

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Jaqueca, asco, arcadas. Paseo y respiro. Me siento en la cama. Me paro de nuevo. Nunca me había sentido así al despertar por la mañana. Reportarme enfermo sería peor: me quedaría solo y sufriente en casa. Salgo entonces. Tomo la micro y empiezo a transpirar helado y desvanecerme y paf, casi vomito, lo atajo justo con la mano y lo devuelvo. Cuando levanto la vista noto cierto perímetro vacío a mí alrededor. Entonces me concentro en llegar hasta el metro y me repito que todo va a estar bien, cosa que ocurre, porque la caminata me hace bien y hasta me voy leyendo en el metro.

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Me echó. No tiene toda la razón que cree tener y se comporta como si la tuviera, como si yo fuera un gañan. Y me harto, me colma. Le gusta mantener una caricatura de mí. Le sirve. Pero yo he mejorado. Lo puedo comprobar objetivamente. Puede que lo haga a último minuto pero hago lo que hay que hacer. Así que de ningún modo es cierto que no hice el aseo porque el día aún no termina. Y aún más: hoy iba a estar con mi polola y mañana cumplía los deberes, pero no, le dio la hueá no más (asumió que éste era mi único día libre), igual que la otra vez y, dentro de su arrebato (que no es tan arrebato porque en los días sucesivos mantuvo su posición), me dice que tengo dos semanas para irme. ¿Qué mierda es eso? Si la hueá es un mes pos. En fin. Nos gritamos y todo. Es feo. Uno queda feo. Por dentro. Una sensación feísima. La Pame está en mi pieza acostada y oye todo ¿Qué es eso de encararse como jugadores de futbol dentro de una casa? Pero siento que debo defenderme y me supera su mezquindad. A diferencia de las otras veces hay una claridad total: ya no es mi amiga, los amigos no se hacen eso, no así. Quizá hace rato ya no lo era. Quizá ni debería haber vuelto de donde M. ¿Por qué tengo que irme de todas partes?, ¿por qué es tan molestoso el arraigo? y sobre todo: ¿por qué chucha cree tener toda la razón?, ¿por qué mejor no me dice que progresivamente y por otros motivos que nada tienen que ver con los acuerdos básicos que sí he cumplido me volví alguien despreciable para ella? Llego del trabajo, cocino, me baño, y, ¡cómo no!, me gusta fumarme un pito y leer o ver Louie, ¡y me dice que soy egoísta, que no hago vida de comunidad, cuando con cuea me las arreglo para tener toallas secas! Hice el aseo todas las putas veces que correspondía. Fui decente. Creí en la amistad. La quise honestamente como amiga. No me gustaba verla achacada. Pero había que ser otra cosa. Había que ser perfecto, entregado, sin fisuras. Pichula entonces. Era. Se desapareció sola y yo sigo.

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Nada que tres vueltas corriendo al parque no solucionen.

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Escucho canciones que me hacen pensar en ella y que no tendrían porqué gustarle.

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«No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para instruirse. No: lean para vivir». (Gustave Flaubert)

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Gigantes y Mamuts peleando en Game of thrones. Lo esperaba hace mucho.

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Y hace como si nada. Y hago como si nada. Y quizá sea preferible ese cinismo antes que volver a tratar de conciliar posturas absolutamente antagónicas, total, ya no nos veremos más.
Las dos semanas previas a mi partida todo funciona bajo la paz de los que se saben enemigos.

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Son más lindos todos estos poetas chinos de la antología de LOM que me compré de puro tincado. Uno tras otro, voy googleando sus caras y quiero abrazarlos. Volví a creer en la poesía. Volví a creer que en otras partes del mundo lo poético no es estrujar la propia interioridad o hacer jueguitos de lenguaje sino acercarse fugaz e incluso torpemente hacia cierta ternura que está obligatoriamente ahí, desde siempre, entremedio de las cosas que hacemos cotidianamente.

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“No hay argumento con final feliz. Toda historia continua eternamente y todo escritor escribe un solo libro repartido en diferentes tomos que algunos consideran distintos pero que no lo son.
Esa es la razón por la cual un escritor tienen un «estilo» y este «estilo» no es otra cosa que el mismo libro que jamás se termina”.
(Tito Fernández)

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Gente que viene a la hora del partido. Algunos me dan lo mismo pero he visto a la misma pareja para dos partidos ya. Muy distinguidos y vestidos como artistas quién sabe de qué cosa. Pelos verdes, sombreros, actitud distinguida. Los desprecio profundamente. Me los imagino esperado el pitazo inicial para salir a demostrarle al mundo que el futbol no les importa, que las masas pierden el tiempo y que sus importantes y culturalísimos gustos no son compatibles con alegrías vulgares.

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“A mí me da vergüenza todo lo que escribo, por eso lo escribo”. (KS)

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Un gato que mira a un perro que mira a otro perro.

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En las noticias 200 pescadores piedra en mano luchan contra las fuerzas policiales. No pueden estar equivocados. Estoy seguro que 200 pescadores piedra en mano no pueden estar equivocados. De aquí hasta que el mundo se deje de llamar mundo estoy seguro que 200 pescadores que se levantan temprano todos los días y que tienen familias y que de pronto deciden llamar la atención tienen la razón del mismo modo que también tiene la razón un dolor o una picadura o una espinilla que nos avisan que algo allí dentro, en lo orgánico y estructural, anda profundamente mal. Así que obviamente me alegra ver cómo al final, con alegre rabia y aprendizaje histórico le dicen al periodista de turno: «Le ganamos a los pacos culiaos. No nos ganan ni cagando».

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La debilidad por sobre la certeza compartida, siempre.

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http://www.poesiaargentina.com/ebooks.php

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Y me voy de Ñuñoa a Barrio Yungay. Entonces vamos en el auto con las cosas y me dice que quizá la gata se metió en alguna de las cajas para venirse conmigo. Así como en Toy Story. La miro por el retrovisor y la amo.

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Es bien raro y nuevo para mí esto de echar de menos a un animal.

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“El transcurso histórico tal como se presenta bajo el concepto de catástrofe, realmente no debería retener la atención del pensador más que el caleidoscopio en la mano de un niño a quien en cada vuelta se le derrumba todo lo ordenado con un nuevo orden. La imagen tiene su justificada buena razón. Los conceptos de los que detentan el poder han sido en todo tiempo los espejos gracias a los cuales ha llegado a establecerse la imagen de un orden. Hay que hacer añicos el caleidoscopio”. (Walter Benjamin, Parque central)

mayo

Las sinaventuras de Jaime Pardo Cap. 2: La Esmeralda, Santiago de Chile, 1975

Las sinaventuras de Jaime Pardo
Cap. 2: La Esmeralda, Santiago de Chile, 1975

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«Los finales son esquivos, las partes del medio no se encuentran por ningún lado; pero lo peor de todo es empezar, empezar, empezar». (DB)

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Primera venta de la mañana: Los pilares de la tierra de Follet a Pepe Auth. Todo el rato pienso en decirle que sé quién es, que sé lo que dijo hace no muchas semanas y lo que pienso de ello, pero no le digo nada y le vendo el libro y me quedo parado detrás como hueón mirándolo mientras paga diciéndole mentalmente todo.

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“Vivir es ver mujeres”. (CB)

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Empezamos hace poco y me pregunto porqué no me escribe en el gtalk por las tardes aunque yo esté en el trabajo sin siquiera un celular desde donde responderle o porqué nisiquiera en broma me dice que me compre uno y me pregunto sobretodo porqué yo mismo no hago todo aquello y tiro la primera piedra y también, obvio, me pregunto si ella no se estará preguntando estas mismas cosas. Barthes dice que el enamorado busca ver signos en todo y tiene razón, pero hasta por ahí no más, porque me lo pregunto pero no lo padezco.

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“¿Es lamentable mi vida? Voy a viña todas las mañanas, tomo un café más un marlboro light (que no aspiro) mientras leo y escribo. Vuelvo y almuerzo. Leo y escribo. A las 5 escucho Dulce Patria en la Cooperativa y a las 6, Lo que queda del día, con Paula Molina, también en la Cooperativa. Después riego. Después camino una hora en el patio. Después miro tele. Después escucho música. Y después duermo (cuando puedo)”. (CB).

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Dejé de correr y por las noches sueño que corro.

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Antes, hace no más de un año, escribía todos los días. Como cualquier otra costumbre, algo empezaba a no encajar si dejaba de hacerlo. Ahora con suerte me doy tiempo una vez a la semana y de verdad me da miedo que las cosas, bajo el imperio de la utilidad, del arriendo, de las cuentas, comiencen a encajar y se me olvide esto, esto que todavía pica, esto que todavía reclama, esto que todavía arde por debajo de todo.

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FRAGMENTOS DE CARTAS A F:

Otro día. Otra semana. Otro mes en realidad. Y todos los tópicos anotados para abajo. De ahí me hago cargo. Ahora es ahora. Leí la última entrada de tu blog y me encantó. Leí la última carta y me encantó también y me hizo pensar que quiero mucho que todo se estabilice luego y estemos con propiedad de nuestros tiempos y ejerzamos la amistad como corresponde. Noto, además, que todas esas cosas que antes se omitían o se decían demasiado figurativa o poéticamente ahora pueden ser dichas bien. Una nueva materialidad permite un nuevo cuerpo y unas nuevas palabras imagino.

(…)

Uno admite sus culpas pero también hay un contexto. Uno aprende e imagino que ser amigos debe ser eso: tener paciencia ante el aprendizaje del otro. Sigo creyendo firmemente que crecer es restar. No porque suene poético-oriental solamente. Crecer, crecer realmente, incluso moralmente, es desprenderse. Hay que ir siendo cada vez menos fiel. Hay que traicionarse una y otra vez. Hay que destrozar toda continuidad o naturalidad de la personalidad y guarecernos en la ternura de un texto común. Y ni cagando se desaparece. Cada vez amamos más lo que amamos y el mundo se va amontonando alrededor de eso. Y uno es una excusa, la continuidad de una excusa o de un embudo por el cual tiene que escurrir esa hermosura del mundo. Y bueno, yo mejoraría esos embudos antes que la comodidad subjetiva o moral de los individuos.

(…)

Me desvío. Me desvío y vuelvo. Pero mejor vuelvo después. Los tópicos siguen anotados hacia abajo. Ya me haré cargo. Nuevos tópicos de la nueva carta se han agregado. En nueve minutos llega Bruno. Me dio pena ese día que fuiste a la librería y no me atreví a situarme a conversar como la gente. Igual a veces se puede. Imagino que más adelante podré hacer esas cosas con más propiedad. El tiempo se hace nada. El ridículo tiempo. La ridícula mente-tiempo. ¿En qué momento del día barremos la mente? Pienso en lo que te decía por facebook el otro día: ahora que vivís solo podría quedarme allá. Unas dos o tres noches al mes o qué se yo. Creo que compraré algún colchoncito también. Y un escritorio. Y un plasma. Pero todo de a poco. Muy de a poco. Demasiado de a poco.

(…)

Digo eso pero escribo cada vez menos. Al principio del navegador hay como 4 ventanas abiertas con mails que aún no contesto. Mails largos que me da pena no responder. Llego cerca de las 10 a cagar comer descolgar ropa cocinar lavar loza ordenar la pieza y finalmente fumar y chatear un poquito con Pame y en el mejor de los casos alcanzar a ver alguna serie. Y de pronto ya son como la 1 y debo dormir. Media hora de atraso lleva Bruno ya. Le traje un libro, El cuerpo como máquina, la medicación de la fuerza de trabajo en Chile. Se lo debía por la apuesta que me hizo perder Chester cuando nos dejó tiraos. Estoy leyendo varias cosas pero la que más me tiene es Correr con los keniatas, un libro de un periodista que se fue a Kenia a entrenar con los negros a pata pelá y todo eso. Una hermosura. A Chester le encantaría. El hueón parte con toda su familia a la hazaña. Igual llevo como cincuenta páginas no más, pero está incluso más entretenido que esa cagada de autobiografía de Ítalo Calvino o esa otra cagada de Perec, El condotiero, o esa otra novela que estoy leyendo que se llama La maravillosa vida de Oscar Wao y que parece que devolveré a C no más.

Pero la poesía no me falla. Efraín Barquero es tan bonito amigo. Nada me entrega tantas imágenes y olores. Es como Teillier pero sin la ebriedad. Puedo pedir prestados los libros que quiera de la librería sabís, y en eso he estado: haciéndome cargo de la sección poesía. Empecé por la A. Leí la poesía completa de Auster y era bien penca. Después me desordené y empecé a sacar de cualquier lado. Empecé por la sección poesía porque sigo teniendo la firme convicción de que la poesía es muy cara y se lee rápido y, al menos en mi caso, siempre supone un riesgo (porque me cuesta, porque me repele casi la totalidad de la nueva poesía y lo que verdaderamente me gusta pocas veces me gusta entero).

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Fui a Mos Def y el hueón se dio el lujo de bailar unos quince minutos durante tres canciones enteras. La gente miraba no más. Lentamente dejaban de aplaudir. Extraño y bonito. Abrió con gracias a la vida de Violeta Parra y hasta se mandó un Freestyle con una canción de Edu Lobo, alternando pasitos brasileros y rapeo. Un hueón seco.

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Durante toda la presentación de Mos Def, Wild Style de fondo.

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Hasta ahora la veo sólo dos o tres veces a la semana. Se me olvida un poco cómo es, cómo se mueve, cómo dice lo que dice, cuándo y porqué me abraza, y entonces nos juntamos y, por encima de lo que ya me gusta, me vuelve a gustar de nuevo. No importa qué sea lo que se agregue (nuevas bromas, temas, gustos, gestos, etc.), lo importante, lo que lo sostiene todo –bueno ya: el amor- es la manera en que todo eso va quedando pegado de manera impredecible. Y había olvidado eso. No me pasaba hace años eso. Y todo lo que especulaba cuando pensaba cómo y cuándo iba a gustarme alguien eran puras leseras porque imaginaba gestos, gustos, conversaciones y bromas pero no la relación de todas esas cosas entre sí.

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“Hay que aceptar.
Y aceptar y aceptar.
Es lo que tanto cuesta aceptar”.
(CB)

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Acostados viendo Louie y comiendo leche con Estrellitas. Me doy una cucharada a mí y le doy una cucharada a ella. Al rato, luego de unas tres pasadas, son tres cucharadas para mí y solo una para ella. Es lo justo, creo.

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“En aquella época, sólo tenía veinticuatro años. Mi vida era ya lo que es hoy: una vida sombría, desordenada y ferozmente solitaria. No tenía relaciones, no cruzaba la palabra con nadie y sólo pensaba en ocultarme en mi rincón. Durante mis horas de oficina, en la cancillería, procuraba no dirigir la mirada a ningún compañero, pero advertía perfectamente que éstos me consideraban como un tipo raro, e incluso -tenía también esta impresión- me miraban con cierta repugnancia. A veces me preguntaba por qué había de ser yo el único en imaginarse que le miran con repulsión. Uno de nuestros empleados tenía una cara repugnante, picada de viruelas. Parecía un bandido. Si yo hubiese tenido un rostro tan horrible, ni siquiera me habría atrevido a aparecer en público. Otro empleado llevaba un uniforme tan mugriento que olía a demonios. Sin embargo, aquellos señores no daban muestras de avergonzarse de su cara, de su uniforme ni de su modo de ser. No se imaginaban que los pudieran mirar con desagrado. Por lo demás, incluso si se lo hubieran imaginado, no habrían experimentado la menor inquietud, a menos que se hubiese tratado de sus jefes”. (F. Dostoievsky, Memorias del subsuelo)

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Primeros dos días libres seguidos. Me hago un desayuno contundente y vuelvo a la cama a ver Cosmos. Siento que es como cuando me devolvían del colegio por estar enfermo. La misma sensación de estar en una especie de centro de mando con lápices y estuches y bandejas y tazas alrededor. Refugiado de todo. Dueño de no sé qué. Y siempre, cada mañana que tengo libre, lo mismo: Cosmos y un gran desayuno en cama. Apenas termino, y aunque sé que volveré a dormirme, tomo un libro del velador. Muchas veces tomo algún libro y solo lo dejo cerca. A ratos no hago nada y no me decido ni a levantarme ni a dormir. Bastantes veces esa indecisión dura lo mismo o incluso más que el tiempo que dedico a cosas útiles.

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“El Tardígrado, también llamado osito de agua, ha sobrevivido a las últimas 5 extinciones”. “Hay mil millones por cada uno de nosotros”. «Estamos en una misión de espionaje industrial microscópico a la fotosíntesis». «Un neutrino puede atravesar un espesor de cien años luz de acero sin siquiera perder velocidad». «Como las ratas huyendo del barco que se hunde, los neutrinos al centro de la estrella en explosión, escapan casi a la velocidad de la luz».

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Vivir es premiarse y premiar a los otros y no necesitar ninguna razón en particular para ello.

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Pude correr tres días seguidos. Ya le voy agarrando la mano a esta nueva puta rutina.

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Bus a Curicó. Un hueón atrás va jugando a algo en su celular. Cada dos minutos un sonido horrible, agudo, aparentemente de triunfo. Debe ser un juego bastante fácil. Alguien que va haciendo ese ruido en un bus silencioso a las once de la noche no puede ser muy inteligente. Así que a medida que va pasando el tiempo lo voy odiando e imaginándome su cara y su vida y su olor, pero no hago nada, y sólo imagino maneras razonables de darme vuelta y reconvenirlo. No sé si me duermo o simplemente voy con los ojos cerrados. Aparece un accidente en la carretera. ¿El bus pasa más lento para que podamos mirar bien o por cautela o por alguna especie de respeto por las posibles víctimas? Como sea: pasamos. Me rindo y no duermo. Leo una antología de Barquero que pedí prestada en la librería. Algunos poemas no me gustan nada y avanzo casi en diagonal y otros tengo que leerlos dos o tres veces maravillado. Siempre lo mismo con la poesía, siempre.

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Un poquito de Barquero antes de dormir y un poquito de Barquero al despertar.

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«Yo soy una casa más que un habitante». (Efraín Barquero)

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La voluntad de trabajar viene dada por otra voluntad aún más profunda y política: la posibilidad futura de dejar de trabajar en el sentido capitalista y hacer coincidir la obra con el deseo.

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“La solidaridad en sí no es en modo alguno un valor. Bajo el régimen nazi hubo una solidaridad real hasta el amargo final. La solidaridad en sí no vale para nada. Hay una solidaridad de la mafia, existen todas las solidaridades posibles. La solidaridad debe estar basada en una estructura que pueda unir eróticamente a los hombres, esto es, en la estructura de una sociedad sin clases (…) Sin la metapsicológica de Freud yo no podría entender lo que pasa hoy, si para la explicación no parto del concepto freudiano de instinto de destrucción, si no lo convierto en hipótesis: la intensificación de este impulso es hoy una necesidad política para los detentadores del poder. Sin esta hipótesis tendría que creer que todo el mundo se ha vuelto loco y que estamos gobernados por dementes, por criminales o por idiotas y que consentimos que todo ello caiga sobre nuestras cabezas
(…)
La verdad del reformismo es que la democracia burguesa es infinitamente mejor que el fascismo. Pero esto nada cambia en el hecho de que los partidos reformistas contribuyen a la estabilización del sistema existente. Ambas cosas son verdad. La democracia burguesa, en la medida en que es posible después del fascismo, es deseable frente al peligro del fascismo. Pero parece como si esta democracia burguesa estuviera siendo incesantemente demolida y mutilada por la burguesía y por el gran capital. Cuando miro a mí alrededor, y no sólo en la República Federal de Alemania, veo que en las democracias basadas en la pugna de partidos no se hace ningún esfuerzo particularmente grande para, por ejemplo, limitar la arbitrariedad de la policía.
(…)
La clase trabajadora ampliada, que hoy constituye el 90% de la población y que incluye a la gran mayoría de los white-collar-workers, de los service workers, con otras palabras: a casi todo lo que Marx llamó trabajador productivo, esta clase trabajadora sigue siendo ciertamente el agente potencial, el sujeto de la revolución; pero la revolución misma habrá de ser un proyecto completamente distinto del que fue para Marx. Habrá que contar con grupos que en la primitiva teoría de Marx apenas si tenían significación y que no necesitaban tenerla, por ejemplo con los famosos grupos marginales, como los estudiantes, las minorías raciales y nacionales oprimidas, las mujeres, que no son una minoría, sino una mayoría, las iniciativas ciudadanas. Pero esto no quiere decir que estos sean grupos sustitutorios que se conviertan en los nuevos sujetos de la revolución. Se trata, como los he llamado, de grupos anticipadores, que pueden actuar como catalizadores, pero nada más.
(Marcuse a Habermas)

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Venderse un poco, juntar fuerzas, y luego traicionar. Ése es el plan.

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Mi padre al teléfono. Hablamos de Curicó unido y de la muerte, su muerte. Su operación a la próstata, me dice, no es nada segura. Aparentemente está la posibilidad de que allí mismo en la operación descubran que es cáncer. Su tono no es el mismo de siempre y me esfuerzo en hacer que al menos el mío sea igual que siempre. Me gustaría que me dijera que tiene miedo o algo concreto, pero más bien parece aburrido, aburrido de esperar, de no saber. Pienso que sería absurdo que se muriera sin antes haber tenido una semana de vacaciones solo o, en el mejor de los casos, conmigo (suelo prometerme que un día saldremos de vacaciones juntos, un padre y un hijo, en un bus, en un tren, en otra ciudad).
Al rato me doy cuenta que si no saco pasaje a Santiago hoy mismo me quedaré abajo y como pensaba salir a correr mato dos pájaros de un tiro. Pese al viento y al cielo totalmente cubierto de Curicó, llego todo sudado. Me voy por el centro y la gente me mira extrañada. Encuentro pasaje y paso unos minutos a su oficina. Cuando llego está quedándose dormido pero, como siempre, me dice que no, que sólo estaba descansando los ojos. Está más silencioso que otras veces. Hablamos técnicamente de la operación, como si así debieran hablar dos hombres solos en una oficina. Al rato el tema ya quedó atrás y se ha impuesto el fútbol y la contingencia política. Igual que en los noticiarios, pero mejor.

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«Soy poco hábil para la argumentación repentina y para la réplica oportuna». (Juan Emar)

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Como cuando Homero trabajaba en los bolos y parece que aún no tienen ni un hijo y le dice a Marge que no quiere que nada cambie; así mismo.

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«El rescate de los frentistas es el rescate más eficiente que ha tenido Chile» (@EdoCaroemago).

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«Tuve una constructiva conversación sobre el aborto con mi hijita. Son las cosas lindas que te permite la Ouija». (@EdoCaroemago)

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Siempre me demoro la tercera parte de lo que ella se demora en lavarse los dientes.

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Todo impedimento es texto. Toda debilidad es puente. Si la vida misma no avanza, el espíritu, la idea, la cultura, o como sea que quieran llamarle a eso que juntos somos, pega un salto y sigue. Y ahí van los pueblos, a la carrera, persiguiendo los sueños elaborados con la materia prima del sufrimiento. ¿Quién se atrevería a negar la verdad de esos sueños? Espíritu es aquello que habiendo sido escupido y supurado y transpirado y sangrado a través de los siglos forma ahora una nebulosa que no obliga pero da una dirección. “El pueblo tiene el monopolio de la desgracia”, dice Weil, lo cual también quiere decir que no hay un muro para el hombre. Hay sí un sentido o un sinsentido de esta carrera de relevos aparentemente infinita: morimos de uno en uno, pero estamos condenados a no sucumbir.

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“Si al menos pudiese hacerlos sentir
Que este temblor bajo nosotros
Significa que estamos sobre un puente”
(Tomas Tranströmer)

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“Es rarísimo. Apenas hablábamos. Pero ese pichintún me falta”. (CB)

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A veces voy caminando y me gusta imaginar que salvo a alguien de un atropello, de preferencia un niño que está al borde de la calle, entonces paso corriendo y la agarro e incluso me revuelco un poco por el suelo y los dos salimos ilesos y la gente empieza a arremolinarse alrededor y me da vergüenza y me voy y después igual las noticias me buscan para hacer una nota y pasan el video de las cámaras de vigilancia y justo ahí paro de imaginar y siento que todo es absolutamente ridículo y egocéntrico.

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“Me olvidas todo el tiempo. Eso es lo que duele. No me olvidas de una sola vez, de un solo viaje. Minuto a minuto me olvidas. Segundo a segundo me olvidas. Todo el tiempo siento que me olvidas, siento a tu olvido trabajando, funcionando todo el tiempo, construyendo, secretando olvido. No dejas de olvidarme ni un solo instante. Cada instante tuyo me olvida. No hay olvido en tu olvido de mí. Nunca”. (CB)

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«Este momento es un árbol si frente a él estoy». (Efraín Barquero)

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Llego del trabajo. Ordeno el desastre. Ni como ni me baño. Pongo música y reviso mi excell y marco las películas que podríamos ver juntos. Escribo un poco, muy poco. A ratos me quedo parado en medio de la pieza y me dan ganas de hacer como en no sé cuál película de Disney que con una varita mágica y bailando y con muchos animales ayudando ordenan toda una pieza. En este caso, aceptaría hasta ratas y palomas con tal de ver todo limpio y ordenado.

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Me gusta cuando llega alguno que se sincera como no lector y se pone en mis manos y le voy preguntando qué cosas le gustan y de a poco llegamos a algo que nisiquiera es una recomendación mía sino una ecuación matemática de lo que su vida pide.

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«Y así se construye una verdad: perdiendo». (cuandoexista.wordpress.com/2014/05/10/volver)

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La ternura como intuición trascendental de lo político. Previa a toda teoría, la certeza de que estamos aquí para cuidarnos unos a otros.

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Cuando empiezo a ser automáticamente amable con todos los clientes me caigo mal y hago una especie de reseteo y vuelvo a ser normal. Pero normal es pesado y entonces ahí voy de nuevo y empiezo a hablar bonachonamente con las ancianas (el otro día una me tomó el brazo, me decía chiquilín y avanzábamos como paseando por un parque) y hago como que no siento que son unos exitosos sin alma los hueones que se vuelcan sobre el mesón de couching y entonces cedo un poco más y simulo alguna especie de interés pero ahora ya no tanto como antes. Y así, sucesivamente, hasta convertirse en el mínimo común múltiplo de la infinita posibilidad de clientes

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Espero que en el futuro se pueda combinar soñar y leer. Leer mientras se sueña. O soñar algo escrito por otro. O escribir durmiendo. O.

abril

Algo empieza. Sé que algo empieza. «Lo que amo está siempre empezando», dice Elytis. Algo sin lugar. Todo el amor que guardamos a lo que no tiene lugar. Algo que no queda en ninguna parte ni menos aún exactamente al medio como una síntesis o armonía o promedio perfecto. Ni en ella ni en mí ni en medio. Algo que ya es y me gusta. Algo ya siempre nacido. Algo que uno no sabe que va a hacer y hace. Un tema o un conjunto de temas. Algo que de ningún modo estaba avisado. Un conjunto azaroso de situaciones. Una manera de preguntar. Una manera de quedarse callado. Una manera de tomarse el pelo. Nuevas maneras de acercarse. Una intimidad que menos mal nunca es ésa que uno imaginaba. Una manera de ir amontonándose el uno en el otro distinta a todas las otras. Como si todo lo dicho fuera quedando más junto que todos los otros conjuntos de cosas dichas a otros. ¿Tendré que avisarle? Tendré que esperar a ver si ella también cree o siente que algo empieza también.

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«¿Pero es que entonces no tienen ningún valor
los sueños de dos amantes pobres?».
(Efraín Barquero)

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“El arte de la vida consiste en ocultar a las personas más queridas la alegría que sentimos de estar con ellas; de lo contrario, las perdemos”. (C. Pavese)

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930 am. Salgo de metro Santa Ana, avanzo un par de cuadras, hay taco y hay, también, caminando un poco más atrás, una mujer que llama bastante la atención. Es básicamente rica. Los hombres de los autos en el taco miran y la desfachatez de sus miradas puede medirse perfectamente por sus rostros y sus vestimentas y el auto y la existencia o carencia de una familia u acompañante en el auto. Obviamente el hueón más penca de todos es el que chifla y grita y aletea y sólo le falta tocar la bocina y hacer cambio de luces. Es absurdo. Es grosero. Es ostentosamente penoso. Y nisiquiera desde el punto de vista de esa supuestamente pobre mujer vuelta objeto. Yo la veo que apenas puede caminar o más bien caminar como un dinosaurio o una jirafa recién nacida. ¿Por qué se hacen eso a sí mismas? Como sea, el tipo, el taco, su fealdad. No puedo evitarlo y me giro y le grito un cállate ahueonao culiao. ¿Qué chucha piensa, que la mina se va a dar la media vuelta y le va a decir “oh nunca me habían dicho que me romperían el orto de manera tan bella y tu yoqui sucio y tu osadía y tu regetón fuerte y saturado saliendo de tu lada a estas horas de la mañana me han excitado déjame irme contigo y tómame”? Ahueonao culiao, ¿piensa que va a conseguir algo? No entiendo qué satisface con su precario ritual y, en el fondo, huelo mera violencia y frustración, como si el hecho de que nunca se va a culear una mina así fuera culpa justamente de la mujer. Apuro el paso. Salvo la mujer que estaba cerca, nadie oyó nada parece. No quiero que me diga nada. No quiero que piense que la defendí, y no porque crea que se lo merece, sino porque mi odio por el hueón ese es más grande y puro y honesto que cualquier defensa.

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“¿Y si uno se atreviera y fuera infinitamente cobarde?”. (CB)

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Llego de noche a Curicó. Nunca había conversado tanto rato con mi hermanito. Me cuenta del colegio y yo del trabajo. Estamos sentados en el sillón y es como estar conociendo a un nuevo amigo. Un nuevo amigo cuya base histórica y psicológica es mi hermano. Una nueva persona que nace desde otra persona ya conocida y que sé que me va a caer bien. Un tecito y una repetición de un partido del curi que ninguno ha visto. Está lindo todo.

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Nunca conocemos a una persona; conocemos una inclusividad, un amontonamiento selectivo de personalidades dentro de un solo cuerpo, una manera específica de incorporar o desechar posibilidades de ser, una creencia de que se es algo concreto, completo, entero. Cuando los posmopesimistas aseguran que los cuerpos no se tocan, que el átomo no intersecta en otros átomos, y que en consecuencia estamos objetivamente lejos aislados solos, hay que notar que siempre hemos sido una relación que se relaciona con otras relaciones, y que en consecuencia ese aislamiento es de la materia y no de nosotros, nosotros que sí nos hemos tocado, comunicado y sentido perfecta y completamente unos a otros.

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«Una noche, al pasar ante un pequeño restaurante, asistí, a través de las ventanas iluminadas, a una batalla entre jugadores de billar, que utilizaban como armas los tacos, y vi cómo echaban a uno de ellos por la ventana. En otro momento cualquiera, aquella conducta me habría repugnado, pero el estado de ánimo en que me hallaba entonces me hizo tener envidia de aquel señor al que habían arrojado a la calle. Fue tan fuerte aquel sentimiento, que entré en la sala de billares. «¿Quién sabe -me decía-. Quizá también yo logre armar una buena trifulca y que me echen por la ventana»
No estaba borracho, pero ¿qué quieren ustedes?, el tedio y la angustia me volvían loco. Y resultó que yo ni siquiera era digno de que me echasen por la ventana, y me fui sin haber podido reñir con nadie. Desde el primer momento, un oficial me puso en mi sitio.
Me había situado cerca de la mesa de billar y, como no conocía nada del juego, estorbaba a los jugadores. A fin de poder pasar, el oficial me puso las manos en los hombros y, sin la menor explicación, sin decir ni palabra, me apartó. Luego pasó como si yo no existiese. Le habría perdonado que me golpeara, pero me mortificó que me apartara en silencio». (F. Dostoievski).

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«Qué grande es el pensamiento de que verdaderamente nada nos es debido. ¿Acaso algo nos prometió algo?
Y entonces, ¿por qué esperamos?».
(Cesare Pavese)

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“Amar sólo el bienestar es incluso, de alguna forma, indecente”. (F. Dostoievski, Memorias del subsuelo)

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LISTA
Pipa
Linternalibro
Control remoto Curicó
Encendedor
Nico baúl
Poncho
Sábanas
Cel
Regalito p
Sobre cosas que me han pasado, ocio, hermano ciervo en Que leo
Kafka de Crumb
Correspondencia Kawabata-Mishima
Diario de un solo catalonia
Pilas recargables (AA, AAA)
10 iara

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Todos despiertos y desayunaos antes de las 10:30 aquí en Curicó. La última vez fue pal terremoto.

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Hoy: comprar zapatillas, llevar a hermanito a comer, actualizar blog, fifa2014, terminar Mishima, al estadio con padre, Bruno fumar pasear.

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Desayuno en el Crown plaza auspiciado por Randon House Penguín Mondadori. Creo que así queda el nombre completo. Pero lo importante no es eso sino los brownies, los pancitos, el cruasán, el café, el jugo. Están todas las librerías. Antes de entrar nos han regalado el libro de la Subercaseaux y sus respectivos souvenirs. Luego, mientras desayunamos, desfilan los escritores y presentadores y los boocktrailers: “Internacionalmente conocido”, “magnifico”, “prestigioso”, “muy bien recibido por la crítica”, “la rompió en Francia”, “una maravillosa comedia de equivocaciones”. Mientras haya un desayuno como éste delante, no es ningún problema oír sartaladas de palabras como esas. De todo lo presentado, y aunque el autor lleva una vestimenta de poeta noventero de provincia, me quedo con La edad del perro.

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«Cuando yo sea un montoncito de polvo callado y cuando hagais conmigo cualquier imagen, rompedla a cada instante (…)» (Gabriela Mistral)

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Siempre he querido ver fantasmas.

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«Nunca vamos a las casas de los ricos a hacer que lloren para el rating»

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¿Cómo puede hacerme tanto el mero olor a estufa saliendo de una casa cualquiera? Es como recordarlo todo y olvidarlo todo en menos de cinco segundos.

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«No sabía si comprar o no los Diarios 1984-1989 de Sandór Marai, cuando leo en la solapa: “Se quita la vida con un disparo”, y lo compro». (CB)

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«Así que no sé qué hago que paso los pollos de la garganta hacia la nariz para sacarlos como mocos. Igual es complicado», me dice. Me gusta la seriedad con que hablamos cosas sin aparente importancia. Estamos en los pastos al frente de la moneda. Comimos en el Subway. Me sentía muy transpirado y asfixiado en ese pequeño local y luego se me fue pasando. Con ella, varias incomodidades se me van pasando. Paseamos, paramos, comemos, seguimos. Hasta tratamos de dormir siesta. Puedo decir todas las cosas que casi siempre siento fuera de lugar. La miro echada en el pasto. Quisiera tomarle el pelo. Tomarle el pelo, hacer como si nada, y seguir hablando. Pero no lo hago. Días después, cuando nos besamos, le digo esto, y me dice que hubiera estado bien, y entonces siento que es como si igual lo hubiera hecho.

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Sueño que llego atrasado a trabajar, una y otra vez. Sueño que estoy en Curicó y de pronto recuerdo que tengo que venir a trabajar y no alcanzo. Sueño que estoy en diversos lugares y de golpe recuerdo mis obligaciones. Soñé también, hace poco, que me iba un fin de semana a Curicó y el play 3 estaba malo y Bruno no estaba y me ponía a llorar.

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Se hace el bolso y ya se está un poco en la otra parte.

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“Si estoy en una casa,
toda ella es mi copa.
Si estoy en un punto,
todo él es mi mesa.
(Efraín Barquero)

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Entra por la ventana. Ya hay comida en el plato pero lo mira y no come. Entonces hago como que echo más, revuelvo, y ahí sí que se acerca y come.

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Dos vinieron.
Té, fumar y una torta curicana que soplé.
Una duerme
y el otro ya se fue.

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«Lo que le interesaba de las historias que escribía no era su relación con el mundo, sino su relación con otras historias». (Paul Auster, La trilogía de Nueva York.

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Me hizo la cara de la muerta del aro y se me salió un te quiero.

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A las 20:00 un ciclista solo por Huérfanos tocando su cagada de campanita cada 3 metros al tumulto de gente. Voy entendiendo un poco el odio.

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C me dice que anoche soñó que se casaba, pero sola: había un ritual en el que uno se decidía a estar solo para siempre. Pero se arrepentía.

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Me gusta entrar a una casa en la que suene una teleserie cualquiera y huela a pan tostado.

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Y nos basta con eso: algo empieza.

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Duerme junto a mí pero de todos modos sueño que se encuentra con un ex reciente y lo besa y yo miro y me devuelvo llorando a la casa.

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“¿nadie
quiere ser la brizna
de la hierba
a que me aferro?”
(C. Bertoni)

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Recién veo las imágenes del incendio de Valparaíso y lloro. No sirve de nada y lloro. Me quedo frente a la pantalla como un idiota. Me parece inconmensurable. Un tipo arriba de un camión junto con mucha otra gente. Parecen refugiados. No van a ninguna parte. Simplemente están en el camión porque no hay otro lugar. Amo a ese hombre. Lo amo inmediatamente. Su voz no tiembla. Nada en él tiembla. Sabe que lo ha perdido todo pero actúa como si hubiera perdido las llaves de su casa. Y siempre, siempre y siempre, la voz y la inflexión y el contenido y la cara y la ropa y la existencia misma del periodista lo arruina todo.

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Me gusta el miedo que me da el viento chiflando. Recuerdos de un miedo infantil verdadero, quizá.

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Llega una señora buscando algo de Lukacs. A medida que va notando que no lo tenemos, su tono va cambiando. Uno supondría que por ser marxista o postmarxista habría un sentido común más o menos evolucionado o más o menos conciente de cómo funcionan las cosas. Obviamente, todo empieza mal. Está demasiado preocupada de que lo conozcamos, o de hacernos ver que ella sí que sabe quién es, y al constatar en el sistema que no tenemos nada de él, insiste, que cómo es posible, que Lukacs es un postmarxista de lo más importante, que en Argentina si un libro no está los libreros corren a la editorial a buscárselo, y etc. A esas alturas ya es la jefa quien se entiende con ella y yo suelto esporádicos comentarios que luego, según me dice la jefa, no debo volver a repetir. Es divertido ver cómo una persona se va descomponiendo de a poco. Ver esa absurda escalada. Ese nerviosismo que en vez de quedarse dentro sale a molestar afuera. Yo la miro. La miro fijamente. Mantengo un aura de infinita impasibilidad, pero en el fondo quisiera ser todo lo grosero e invasivo que pueda uno ser sin faltar el respeto de manera explícita. Y quizá eso es lo que hago. No me importa que la señora haya sufrido, que su voz tiemble de rabia, ni que tenga canas, ni que sea una mujer, ni que sea una abuela, ni nada. Justo en ese instante, es un ser humano aborrecible, y alguien o algo debe hacérselo saber, sino, ¿cómo va a cambiar? Pero no logro decirle mucho. Tratamos de explicarle, en palabras amables dado su estado de alterado, que ella no es el centro del universo, que está bien que tal o cual autor sea fundamental, pero que no por eso está exento de agotarse, o de cumplir con los requisitos de venta de la cadena -y no hay que ser un genio para saber que hay otras librerias en que podría encontrar más autores postmarxistas-. Como último recurso antes de irse, me dice a mí, y pro primera vez mirándome decidida, que seguramente ni sé quién es Lukacs. Me dice eso, y mientras se va enojada, no puedo evitar caminar hacia ella, muy pero muy amablemente, y comentarle que me considero marxista y que pasé con un 6,8 el ramo de Marx en la universidad.

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Yo-yo ma Bach cello suites y aseo.

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Simone Weil tiene razón. Todo lo que hacemos lo hacemos para cambiar nuestra concepción del tiempo. Para retrasarlo, adelantarlo, suspenderlo. Tiene razón, pero no tanta, porque no es que hagamos eso como si huyéramos de una línea de montaje o como si tuviéramos que zafarnos con demasiada fuerza de cierto tiempo natural, es sólo que eso es lo que somos y nunca ha habido otra cosa.

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Un chiste de Don Carter que empieza así: «Doctor creo que tengo hepatitis en la pichula».

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«Me enteré de que al hombre invisible lo masturbaba Adam Smith». (@EdoCaroemago)

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Cada vez que lleno el taxi con mis hueás para cambiarme me toca un conductor amable que ni se inmuta y me hace precio y hablamos de mujeres, de las casas y las mujeres.

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Había alguien cagando y murmurando para sí mismo en la caseta de al lado. Nunca he sido asquiento, pero ya me carga pasar al baño luego de almorzar por eso mismo: la gente, o en realidad algunos señores más viejos, se ponen excesiva y groseramente cómodos. Prefiero quedarme en el patio de comidas y leer un comic y quedarme domido encima de la mochila, como en el colegio.

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Lentejas-zapallo-zapalloitaliano-espinaca-acelga-cebolla-zanahoria-pimentón.

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«Lo bueno y lo malo se mezclan en un tono que confunde a la gente por eso ojo cuídense todos porque el alma rodea el espíritu». Éso, esa frase, dicha por no sé qué o quién, me dice mi mamá que se le reveló hace dos noches en un sueño. También le dijeron del terremoto.

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Cuando a uno le ofrecen un té eso mismo ya es algo así como un té.

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Hace tiempo que no veía tele y me encuentro con que un pobre tipo estaba cortando un árbol solo en medio de un bosque y justo apareció una sordomuda y murió aplastada por el árbol. El tipo se pone a llorar mientras le pide perdón a la familia. Era imposible saber que podía haber alguien, dice. Luego entrevistan a la familia y le perdonan y también lloran.

marzo

“A mí me interesan los que limpian las calles, ellos importan de verdad. El dinero siempre está del lado de los idiotas. Hago cine de perdedores porque me siento un perdedor (…) La humanidad ha fallado pero nosotros, los seres humanos, no. Y eso es lo único que nos queda”. (Aki Kaurismäki)

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Primera noche aquí. M tiene todo Bertoni. Agarro el primero y el último y a la cama. Decido suspender todas las lecturas a favor de lo que ya hay aquí, que es harto. Cada vez que llego a una casa nueva, es lo mismo. Aparte de la poesía, le digo a M que me muestre todos los diarios y epistolarios que tenga. Si todo va bien y la casa no se vende, digamos, terminado el invierno, podría hacerme cargo de todo.

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46 toques del Barcelona ante el Manchester City. Sin siquiera tocar el área chica.

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Veo las 4 primeras palabras de un mensaje y quisiera que fuera domingo libre por la mañana y estuviera recién despertando para decir bien y distendida y largamente todo lo que quiero decir.

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Amo todo lo que no sirve.

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Me cuenta que CB guarda las pelusas que se juntan debajo de la cama. Separadas en bolsas. Una por cada mes.

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El té nunca va a ser lo mismo que el tecito.

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«Mi más grande deseo es que se pudiera hacer una «Sociedad chilena de personas que se quedan en casa»». (A. Campos)

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Deberíamos escribirnos más en nuestros muros de facebook. Menos links y más palabras. Y más mails a pito de nada. Pidiendo nada. Dando nada. La vida necesita más parrafitos. ¿Sabrán los parrafitos lo bonitos que se ven de lejos?

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Hoy al almuerzo le confesé a F mi mayor miedo relacionado con encontrar trabajo: perderse un partido de Chile en el mundial.

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Estornudos mocos flojos y líquidos y lentitud hace días. ¿Alergia a la nueva casa, a los perros, a esta gata que con su lentitud y su manera de mirar caerse un lápiz sin hacer nada al respecto me hace echar de menos al huracán que era la gatita que ahora es solo de C y que seguramente todavía no tiene nombre? Solo la he visto durmiendo y subiendo con toda calma la escalera. Un escalón primero, luego el otro, y nada de saltos ni amigos imaginarios. Me gustaba creer que corriendo día por medio uno no se enfermaba, pero hace meses que corro con suerte tres días a la semana. Aún no conozco el barrio así que no sé dónde se pone la feria los domingos. Voy a la verdulería que M me mostró. Su verdulería. Su almacén. Sus perros que la siguen y que seguramente también son de varios otros y viven como reyes en las esquinas polvorientas y que insistentemente llegan hasta acá con nosotros y a veces, dependiendo del ánimo de M y de sus perros oficiales adentro de la casa, se ganan un par de huesos. Compro naranjas y plátanos y una sola palta gigante. A veces ciertas caras me dan una tristeza inexplicable. Como la del tipo que me atiende y su manera de no mirarme y de no querer estar ahí. Proyecciones, seguramente. Leseras. El perro negro (uña y mugre se llama el dúo de callejeros, pero ahora anda uno solo) me mira comprar. Acompaña, sí, pero mantiene su distancia y no se deja toquetear. Lo suyo es algo serio. Es un acompañante serio. Hay unas reglas muy claras que uno desconoce. Y ahí queda con el hocico metido en la reja cerrada. Me daría pena si desconociera que desconozco sus reglas. En cualquier caso, le doy agua. Domingo solo y cuezo unos ravioles. Cilantro y aceite encima y sería. Miro el segundo tiempo del City. Algo raro pasa. Ni el City ni el Barcelona consiguen mantener el mismo juego semana a semana. Quizá por lo mismo el choque que tendrán este miércoles será importante. Algún periodista dirá eso, otro dirá todo lo contrario. Lavo la loza. Me gustaría poner música pero mi aparataje está en el piso de arriba y me da no sé qué prender el computador de M. Bajo la radio que me dejó mi abuelo, o sea la radio que yo rescaté de entre las cosas que pretendían tirar para tener algún recuerdo de él. Pongo la Beethoven. Cuesta que agarre pero agarra. Una opera de mierda. Soportable mientras aparece alguna otra cosa menos gritona. Dudo si podré resistirme a una siesta. Parece que por eso salgo a regar. A regar el suelo y también al tercer perro que está encerrado porque se porta mal. Le encanta. Muerde el agua. Le ladra al agua. Bebe y ladra alternadamente. Salta alrededor del chorro de agua. Debe ser su momento más feliz del día y me cuesta dejar de mojarlo por lo mismo. De hecho me voy, estoy a punto de guardar la manguera, y tengo que volver. Una estrategia parecida a la que usan los artistas para dejar contento al público. Hago un jugo naranja-pomelo-plátano-manzana, agarro algunos libros y me pongo de lado en el sillón grande con los pies colgando. El brazo izquierdo del sillón queda como respaldo y los pies cuelgan desde el segundo brazo. La gata a los pies mantiene un sostenido ronroneo de paloma y le doy leves toquecitos con el pie que hacen perdurar el ronroneo. Termino el libro gordo de poemas de Bukowski. Poemas que pidió exclusivamente que se publicaran luego de su muerte y que todavía tienen el fuego. Llega M y menciona que trae café como si fuera oro. Y lo es. ¿Quieres uno? Quiero uno. Ahora me paso a la hamaca. Está más fresco. Leo un librito corto de Vila-Matas. Los perros asoman la cabeza. La posan como una ofrenda en mis brazos. Paso la página rápido para volver con la mano derecha a la cabeza de los perros. Termino el Vila-Matas y paso a Kerouac. No me gusta para nada pero de todos modos me lo termino. Salen unos haikus bonitos al final pero eso es todo. La poesía me sigue costando. Leerla y escribirla. Echaba de menos el café real de cafetera. Pero lo arruiné con demasiada sacarina. Empieza a enfriar. M riega y cocina para los perros. Ollas con tallarines y huesos y acelgas y toda el aguita. Unas comidas bastante especiales. Comienza a hacer frío. M sale. Comienza a oscurecer. Terminé otro librito de poemas de Bertoni y empecé el Adiós. Prendo algunas luces. Ordeno. Mi computador de mierda que ahora ya no tiene usb y en consecuencia no tiene ventilador solo puede usado por tandas de media hora y sólo en las mañanas y luego de las 6, cuando ya no pega el sol directo. Le veo el lado positivo. Hoy leí harto. Tengo lo que sobró de los ravioles. Después de mucho tiempo volví a comprar una mayo kraft. Y eso. Siendo las diez de la noche iré a sentarme frente a la tele a mirar al ex presidente.

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Encontré trabajo. Nisiquiera hice mucho por conseguirlo. Quizá, bien en el fondo, quería estar un par de semanas buscando y siendo rechazado. Así se supone que les pasa a todos. Salí un día como a las 11 a dejar cv. Partí en Prosa y política, pasé por casi todas las del centro y terminé en Metales Pesados. Antes de las dos de la tarde ya estaba en casa, en cama, durmiendo algo que no sabría si calificar como siesta o qué.
Al día siguiente me llaman de la Feria chilena del libro. Voy a una entrevista. Voy en short y camisa. No lo pienso mucho: hace bastante calor e imagino que ellos sabrán que yo sé que si me contratan iré con pantalones, con alguno de mis únicos dos pantalones. Obviamente, sé que así no funcionan las cosas, pero como ya dije, me trae sin cuidado si no les gusto.
De los dos tipos que me entrevistan, uno me cae bien y el otro no tanto. Uno es el policía malo y el otro el policía bueno. Cuando el policía malo se va, me siento más cómodo y hablo con el policía bueno, contesto sus preguntas, y luego me voy.
Y al otro día me llaman. Estoy sentado en el baño y suena el cel. Es el policía malo. Pareciera ser que les caí en gracia. Me dicen que empiece ese mismo día. Así que voy. Me pongo el viejo pantalón café arrugado y la única camisa nueva (del año pasado) y voy.

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Primer día de trabajo: toda la mañana ordenando literatura infantil y toda la tarde ordenando novela policial. La vista se pierde en el mar de libros, pero así, de a poco, ordenando, uno va conociéndolo todo. Eso es lo que me dicen, y eso es lo que voy comprobando.
Recuerdo cuanto trabajé en el campo y los primeros días todo me era completamente ajeno. Cómo nisiquiera sabía rastrillar y más bien barría con el rastrillo. Cómo me perdía entre los manzanos y durante infinitos minutos no conseguía encontrar a mis compañeros y tampoco me atrevía a gritar y quedar como tonto y luego volvía e inventaba una cara de despreocupación. En fin, lo recuerdo porque no es la misma sensación. No del todo. Aquí me siento en mi elemento. Casi todo lo que está a la vista me interesa genuinamente. A ratos me detengo más de la cuenta en los libros para niños. Hay unas ilustraciones muy bonitas. Unas encuadernaciones que dan ganas de tocarlas y tocarlas. Hay bastantes comics también. En resumen, son pocas las secciones que no me interesan para nada.
A la hora de almuerzo descubro algo muy bueno: dan cheques restaurant. Obviamente almuerzo cualquier cochinada ese día, y muchos de los días siguientes, hasta que consigo acomodar los tiempos y empiezo a cambiar los vales por comida y cocinar y calentar la comida abajo, donde come la gente del aseo a la cual, como sabré semanas después, no dejan comer arriba en el patio de comidas.
Y así pasan los primeros días: ordenando y conociendo. El mesón donde está la caja y se reúnen todos mis compañeros y ríen y hablan y toman café es, aún, un mundo aparte y extraño. Sé que así es siempre, dondequiera que uno caiga de golpe.
El pequeño primer triunfo ocurre cuando, ya al final del día, entra un niño y, como si pidiera su café de siempre, me dice «vengo a leer Gaturro» y yo camino y casi corro y me adelanto a su pequeño paso porque sé dónde está Gaturro y se lo paso en la mano y nadie me está viendo y da lo mismo.

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Soñé que había una revuelta en Talca y, recién operado de hemorroides, tenía que encontrar una farmacia en la que empezaba a trabajar. Sueño esto la noche antes de entrar a trabajar.

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EXTRACTOS DE MAIL A BRUNO
“tu hoja me acompaña todas las noches. parece que está mejor que la anterior. parece que no es tan hoja. leo a bukowski acostado mientras fumo en un colchón de dos plazas. fumo viendo csi las vegas. fumo viendo walking dead. fumo con la marisa que no fuma. fumo y me caen los mocos resfriados y pienso que está bien botar así algo que molesta y no alcanza a ser enfermedad. acá la marisa tenía un caudal de libros. mucho bukowski kerouac todo bertoni. eso estuve haciendo durante este tiempo. la poesía es muy cara y se lee rápido así que nada mejor que leer de prestado. y alcancé a leer harto, como si intuyera lo que iba a tener que irme también de aquí.
volví a escribir unos pocos poemas también.
sentirse en ninguna parte ayuda.
y es triste y no es triste.
y da paja y no da paja.

(…)

me gustaría ser una especie de monje cuyas posesiones cupieran ya no en un taxi sino en una puta mochila. pero no. yo y mis cositas. moviéndose por santiago. como alguien que corre por el gusto de correr.
hoy me despierta un tipo de la feria chilena del libro y parto a otra entrevista. imagino que lo hago bien. me presento sin más pretensión que la de aprender y tener sentido común y saber desordenadamente de libros y tratar de no transpirar tanto (llego antes, me siento, respiro, espero afuera a veces, me siento en bancas cercanas, y funciona). pensé que me avergonzaría mi cv, pero les digo derechamente que estuve en la cueva de la tesis y el ocio. me presento como material humano. con mi única camisa decente y una sonrisa que es honesta si el otro también es honesto, como fue el caso de hoy, donde el tipo, unos 7 años mayor que yo, se veía muy comprometido hablándome del “oficio del librero”.
me conformo pensando que con tal que haya trabajo importa un carajo donde uno duerma y lea y coma y cague.

(…)

te dejo un poema que me gustó de Bertoni:

LOS QUE NO SE ATREVEN
Los que no se atreven a pedirle al chofer que baje
el volumen de la radio
que la cumbia nos está matando
que el regaetton nos está matando
los que no se atreven a abrir la ventanilla de la micro
por temor a que no se abra y las niñas piensen que uno
es un debilucho malo para la cama un impotente un
mariquita que no tiene fuerzas ni para abrir la ventana
de una micro
los que no se atreven a cerrarla por la misma razón o
por temor a que algún otro pasajero se oponga y lo
insulte o le ofrezca incluso puñetes
los que no se atreven a negarle una moneda o dos
al trovador criollo que aporrea una guitarra que dan
ganas de partírsela en la cabeza o precisamente porque
canta y toca como las pelotas entonces hay que darle
con mayor razón
los que no se atreven a negar una propina por miedo a
pasar por avaro pobre ave o muerto de hambre
los que no se atreven a decirle al chofer que no corra
tanto
que chante la moto
que no somos animales
somos seres humanos y viejitas y viejitos y señoras
embarzadas
los que no se bajan inmediatamenmte de una micro a
la que se subieron por equivocación por miedo a que
los pasajeros se den cuenta y se rían y lo indiquen con
el dedo pensando que uno es un pobre imbécil que ni
sioquiera sabe subirse a la micro que corresponde
los que no se atreven a mirar a una mujer por miedo a
ensuciarla con el deseo de la mirada
los que no se atreven a mirar a una mujer por temor a
ofenderla
los que no se atreven a sentarse a su lado por temor
a que ella y los demás también piensen que uno se
aptovecha del asiento vacío a su lado
los que no se atreven a negar una limosna por miedo a
que Dios lo vea y se lo cobre el Dia del Juicio Final
los que no se atreven a pedir que apaguen la
calefacción del bus
los que no se atreven a pedir que apaguen el aire
acondicionado del bus
los que no se atreven a pedir la moneda de a cinco que
falta en el vuelto
los que no se atreven a decir que le aprieta el zapato
que el vendedor dice que le queda tan bien
los que no se atreven a llevarle la contra a ningún vendedor
los que consideran a los cajeros y cajeras a los
inspectores de micro y cualquiera que cobre
algo detrás de una ventanilla como a seres
inobjtablemente superiores
los que no se atreven a mostrar dolor cuando se pegan
en las canillas o se dan un cabezazo en público en
cualquier parte
los que no se atreven a estar en franco desacuerdo con
su interlocutor acerca de nada
los que no se atreven a decir no bajo ninguna
circscunstancia
los que no se atreven a orinar en el bus por miedo a que
los pasajeros piensen que uno es un cerdo antiestético
capaz de protagonizar semejante cochinada
los que no se atrecven a reprohcarle a un amigo que les
devuelve un libro en mal estado
los que no se atreven a reprocharle a un amigo que les
devuelve un libro suibrayado
los que no se atreven a reporcharle a un amigo que no
les devuelve un libro
los que no se atreven a entrar en un recinto en que
están todos esperando que uno entre para mirarlo
los que no se atreven a contar un cvhiste por miedo a
que se les olvide el desenlace o se les trabe la lengua o
se lo encuentren fome
y los que no se atreven a escribir poemas como este por
miedo a que se lo encuentren fome también.

*
“Terminé escribiéndole a Merino si tenía algo escrito sobre la pintura de Ignacio Gumucio. Iré el fin de semana a pasear por providencia a ver si lo veo. Sólo quiero verlo, para ver cómo ve. La situación ideal sería así: él camina y yo voy a toda velocidad en bicicleta. Justo en una esquina nos encontramos, pero él se cae al suelo. Es decir, yo lo atropello y él se cae al suelo y me insulta. Yo le sonrió. Otro fin de semana, en la misma esquina nos interceptamos yo no tan veloz en bicicleta, él caminando. Esta vez chocamos y yo me caigo, él me da la mano y me levanta. Le sonrió. Y así al siguiente fin de semana, pasamos los dos por la misma esquina. Él caminado y yo lentamente en bicicleta. No nos estrellamos y cada uno le sonríe al otro”. (C)

*
En una completería
una mujer y un hombre
frente a frente
sentados y desparramados
hacia adelante y
con la cabeza hacia bajo
en la mesa
ya vacía
se abrazan.

*
Aprendo a usar el sistema. El sistema nos dice si el libro existe en ésta o en cualquier otra Feria chilena del libro. No es la gran cosa el sistema. O sea, en mi imaginación todo era más complicado (pero me sigue gustando ese momento en que el cliente cree que va a poder buscar el libro por sí mismo pero no entiende el sistema y uno sí). Cuando el libro no está se le dice al cliente que uno lo siente mucho pero el libro no está. Los primeros días, cuando esto ocurre, se los hago saber casi con miedo, como si fuera mi culpa no tener ese libro. Luego, con el paso de los días y las semanas, simplemente me quedo mirándolos a la cara, esperando que se den cuenta que, si no tienen otra duda, deben largarse.

*
Primer día libre: Té con leche acostado, la gata adentro del cobertor, Marguerite Duras al frente.

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LISTA
librero/dvdsmúsica/trilogiainvoluntaria (pensión antigua)
oculista
arreglar usb
miel
diarios de bicicleta byrne
la niña del pelo raro fosterwallace
kawabata iara
tortas montero
mail bruno fds
certificado antecedentes
los archivos del cardenal
lámpara cami
velador?
zapatos serios
cintillo, short correr, pendrive
fonos
escritorio chico
confort, dulcemembrillo, jabón
cepillopastaportable
especieroportable
banano
cosmos 2014
termo (frio y caliente)
mochila
defensatesis
cosadocumentos
nara leao, novos baianos, sidi touré, billy wither, bajar todo
ost walter mitty
tankas
takuboku
big bill bronze
puntos movistar (canjear cel)
puntos líder (¿)
rompecabezas
pack calcetas cortas
pote comida bueno
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colchón
emar cavilaciones
teillier nostalgia de la tierra
comprar go
comic supnem
austerfeli

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Lo mejor de todo es que casi nadie de los que trabajan aquí saben que este es mi segundo trabajo en toda la vida.

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Segunda semana. Me caí de la escalera (no me pasó nada) y el querido cliente, luego de decirme que no sé usar escaleras (y sé, aprendí: hay dos escaleras, una endeble y una fuerte y hay que usar la fuerte), me pregunta por el siguiente libro. ¿Por qué a alguna gente le importa un pico el otro? No soy prejuicioso, no juzgo por las apariencias, pero éste era un guatón conchesumadre de tomo y lomo. Una gordura espiritual. Luego, cuando en vez de «huy» escribí «uy» buscando el título de su libro, me dice: «trabaja en una librería y no sabe escribir». Le respondí textualmente: «huy, trabajo en una librería y no sé escribir huy».
Lo mejor de todo (y lo peor, porque me perdí la escena y sólo me la contaron): al ir a caja a pagar los libros que quería llevar, su tarjeta no tenía saldo y se fue refunfuñando.

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Llego a casa y un captcha me dice: «¿are you fine?». Algo es algo.

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«Mi Dios era el «poder», y por mi impotencia me doy cuenta que he construido sobre cimientos de arena». (Nietzsche, Mi hermana y yo)

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Nunca había visto un Nietzsche tan derrotado y humilde y hasta encantador como en «Mi hermana y yo».

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«Todo se puede adquirir en la soledad, excepto la cordura». (Nietzsche, Mi hermana y yo)

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Como trabajo es Sábado pero por afuera mío.

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«…Vivirás.
Construirás tu casa
aquí: olvidarás
tu nombre, La tierra
es el único exilio».
(Paul Auster)

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Moriré leyendo acostado.

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Hoy el compañero de trabajo que tiene barba y que me cae cada vez mejor me contó que tiene un instagram con barbas de hombres.

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«Cuando el zángano se aparea con la reina, su eyaculación es tan explosiva que es audible para el oído humano». (#Hannibal)

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Última escena del sueño: voy en un bus manejado por B directo a atropellar a unos pacos pero me arrepiento y salto en movimiento. Salto hacia una camioneta repleta de cadáveres.

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No puedo dejar de notar el parecido del conductor de esta nueva versión de Cosmos con Craig Robinson. Todo pierde un poco de relevancia.
Si el universo fuera Chile ser de la Tierra seria como ser de Linares.
“La luna es un recuerdo de esa época violenta del universo”.
“Somos la última hora del ultimo día del año cósmico”. Eso ya lo sabía, igual todos los saben, y uno se siente mínimo durante los segundos que dura esa explicación y luego de nuevo toda la realidad vuelve a ser la realidad histórica humana. Pero de todos modos sigue siendo una idea rescatable: hay que seguir el ejemplo moral de la tierra y su lugar en el universo. Hay que comportarse como esa pequeñez y ese azar de lo vivo tal y como lo conocemos. No como esa pequeña pero fundamental parte, ni como el milagro de la vida, sino como esa pequeña e innecesaria cosa que surge. Repetirnos una y otra vez: esa pequeña e innecesaria cosa que surge. Ese defecto de la vista de dios. Algo como eso que Zizek denomina visión de paralaje.
Giordano Bruno y la infinitud de la creación. Googlear.
El universo en el átomo. ¿La infinitud del universo es también la infinitud de lo ínfimo? Tienen el mismo límite. ¿Qué pasa cuando llegamos a la experiencia de ese límite?
Recuerdo que cuando chico me gustaba pensar alrededor de eso.
Y aún hoy no paso de eso, de ese límite.

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«Escribir como un traductor, y actuar igual». (Simone Weil)

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Dos francesas amigas de M en la cocina. Se quedarán una semana. No sé por qué las rubias, sobre todo si son muy muy bonitas, no me cohíben. Una parece modelo y la otra es más normal. Una conoce a Simone Weil y la otra la confunde con de Beauvoir. La que confunde a Weil con Beauvoir y no es como una modelo se tira los medios chanchos y cuenta sobre una amiga que hace sonidos de peos con la vagina. Me cae tan bien que la otra francesa desaparece y ni le hablo y en todo el tiempo que vivimos bajo el mismo techo nisiquiera me aprendo su nombre.

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Algo lindo que hacemos sin pensar: sonreírle al extraño que se le cae algo o se equivoca o emerge de cualquier manera abrupta ante uno.

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El mero sonido de una película de monos un viernes por la noche me hace algo bueno que no sé qué es.

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Gustar de alguien es ir abriéndole paso a lo desconocido.

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Cortos momentos para sí mismo. Menos devaneo mental. Volverse una figurita más cayendo en el tetris del tiempo.

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“Cuando el barco estuviera bastante alejado del puerto de Toba, daría la impresión de que incluso las gaviotas que volaban más bajo se alzaban a más altura que la torre de acero, cada vez más lejana. Pero sus ojos percibían aún la altura real de la torre. Chiyoko observaba atentamente el segundero de su reloj con correa de cuero rojo. «Si una gaviota vuela más alto que la torre en los próximos treinta segundos, eso significará que me espera algo maravilloso», se dijo”. (Yukio Mishima, El rumor del oleaje)

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Hoy me hice de: M[i] V[ida] Diarios (1911-17) de Juan Emar; Tratado de la brevedad de la vida de Séneca y Mi hermana y yo de Nietzsche. Además, un Osho para madre, y El libro imbécil de Compulsivo para mi hermanito (y para leerlo yo antes de dárselo)

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No he hecho nada por dejar de cagarme de frío todas estas noches tapado con una mera sábana.

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«El trabajo piensa, la pereza sueña». (Jules Renard)

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Almorzando solo en un patio de comidas. Quinientas veces más ocurrirá lo mismo. En el amplio ventanal que da a compañía pega el sol. Ya lo he decidido: En invierno ése será mi lugar.
Suelo pasar al baño luego de almorzar pero ya es la tercera vez que estoy en la caseta y un viejo en la caseta del lado, mientras caga, suspira fuertemente. No entiendo cómo todos se comportan con una naturalidad atroz. Cómo se atreven a soltar esos tremendos peos y después salir y mirar a la otra gente que se sentará donde mismo estaban ellos como si nada hubiera pasado allí.
Con el paso de las semanas, empiezo a dejar mi rutina de comer-y-cagar.

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Personajes que van a la librería: 1) El cabrito que se sienta a leer novelas con una bolsa con frutas o cosas de la feria. 2) El señor que estudió filosofía hace muuuuchos años y en realidad no quiere libros y va a conversar (y le doy el gusto) 3) El hueón abacanado (puede estar interesado en cualquier ámbito) que va a probarte que sabe más que tú sobre algo. 4) El maravilloso cliente que al ser consultado te dice que solo quiere mirar. 5) Las ya mencionadas señoras que buscan el milagro. 6) Ejecutivas relativamente jóvenes que buscan cosas cuya existencia yo desconocía (Camila Läckberg, Sophie Hannah, Adler-Olsen, etc.) 7) Tiernísimos señoras y señores que hablan bajito así como Teillier y no se enojan si uno es torpe o se demora.

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Ésto sí que nunca me había pasado: estar poniéndome el polerón y olvidarme a la mitad del proceso y sacármelo.

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«Escribir no es sentarse a escribir; ésa es la última etapa, tal vez prescindible». (Levrero)

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«Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con toda certeza, aun en pleno caos». Así empieza Trópico de capricornio y tengo que volver a leerlo y Trópico de cáncer también.

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Café de Brasil y yerba de Curicó.

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«Cuando el alma se deshiela, ¿quién dudaría de su inclinación y capacidad de trabajar y celebrar con otras?». (Peter Sloterdijk, Esferas)

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“Leo y leo este libro.
No sé si lo estoy leyendo
o me lo estoy enterrando”.
(C. B.)

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Llego y está la francesita viendo en youtube una cosa que dura 5 minutos y que, según me dice, es un zapping de como 5 segundos de cada programa existente (en Francia). «Tele para la gente que no quiere perder mucho tiempo viendo tele», me dice. Luego me pide Before sunrise entonces bajo y fumamos y cocino y comemos y fumamos de nuevo y en la parte del poeta me aburro y subo y después ella también sube y me dice que encontró que la peli era muy cheese.

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Respeto y hasta me enternece el trabajador pobre fumando paraguayo al final de la jornada laboral en los rincones mal iluminados del centro.

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Es el cuerpo el que busca los libros.

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A veces despierto con miedo no sé a qué.

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La intimidad del poder. El único reality que necesitamos.

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Es ridículo. Hago todo corriendo. Llego alrededor de las 10 de la noche y hago todo corriendo para así poder tener tiempo para leer o escribir o ver alguna película o simplemente no hacer nada y ver a la Pamela Jiles en Mentiras Verdaderas. Cocino corriendo, contesto los mails corriendo, ordeno la pieza corriendo, lavo la loza corriendo, cuelgo ropa corriendo. Debe verse bien absurdo desde fuera, una persona sola, en una casa sola, corriendo por todas partes, haciendo sus cosas, como presionado por un amo invisible.

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No tenía idea que el papá de Costanza en Seinfeld es el papá en la vida real de Ben Stiller.

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Primer par de días libres en la semana. Hoy: pasear y planear un comic de a dos, luego a la u a ver la defensa de la tesis y comprar comida.

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Francesas culiás. Una se hace la linda para ducharse antes que yo, pero luego deja colarse a la otra y no voy a decirles que estoy que me cago.

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Encontré el frasco de la marihuana abierto y vacío en el suelo en el patio. Inevitablemente sospecho de todos.
Pero justo cuando estoy en la cocina maldiciendo mentalmente se me cae y rompe la botella de agua de M. Entiendo, lo tomo como una señal y hago caso: fueron los perros.

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Camisa y pantalón limpios pero arrugados, siempre.
La camisa me la plancha el transcurrir del día.

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El hallazgo del día fue la autobiografía de Italo Calvino (Ermitaño en Paris, Siruela) a 5.900. Fue inevitable comprarla.

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Me gustó la niña del negocio. Cómo cantaba, cómo no le importaba nada, cómo me buscaba el arroz y le pregunté qué sonaba y me dijo Nano Stern. Así que eso estoy escuchando.

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Touchpad reconchadadesumadre. ¿Cúando chucha voy a mandar a arreglar el usb de este computador? Y más importante aún, ¿quién mierda es el que inventó este sistema en el que uno está escribiendo y al terminar uno se da cuenta de que quedó todo mezclado porque el mecanismo táctil es básicamente una mierda?
No sé cómo aún vive este computador. No sé cómo aún no lo lanzo contra la muralla o lo agarro a martillazos y me meo encima.
Eso.

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Hoy debería: haberme hecho el tumblr para subir los comic que vayamos haciendo con K y haber al menos empezado a embalar mis cosas nuevamente y haber ido al centro en busca de un Alpes para canjear por comida los cheque restaurant y haber pasado a buscar el sueldo a la librería y haberme comprado unos pantalones decentes y haber salido a correr y haber empezado a releer la tesis para preparar la defensa y haber terminado el de Auster. Eso debería haber hecho, pero en realidad lo que hice fue: despertar hacerme un pan de molde con lechuga y mayo (lo único que tenía) y un té de manzana-canela con leche y volver a meterme en la cama y poner un documental de Marguerite Duras que a la mitad me di cuenta que ya había visto pero igual volví a verlo y la gata por vez primera y tal como ya M me había anticipado que haría vino y se metió lentamente debajo del cobertor hasta llegar a mis piernas y encontrar un hueco pero sin acomodarse durante los primeros cinco minutos y quedándose extrañamente sentada como un enorme bulto en la cama y luego de esos 5 minutos en que yo intermitentemente le ponía pausa a Duras para mirarla allá abajo y ser mirado del mismo modo, recién después de esos 5 minutos, digo, se acomoda y apoya su cabeza en mi pierna y se deja acariciar y supongo que se duerme y después se va y yo también, luego de ver los mails y twittear alguna lesera, me duermo y despierto a las 13:00 y salgo disparado de la cama porque se supone que hay que usar bien el día libre y bajo corriendo a echar a lavar la ropa y lanzo unos 6 puñados de monedas que venía guardando desde que llegué aquí los lanzo sobre la cama que acabo de hacer y me echo en monedas de 100 y 50 pesos una luca en cada bolsillo y como en total ando con 7 bolsillos 7 lucas gasto en la verdulería y el almacén y me traigo plátanos tomates una palta huevos leche queso atún canutones crema y una coca cola con tapa dorada que me sirve en el doggis como descuento de 500 pesos por la compra de un maxicombo que valoro en su versión de completo mexicano que trae cebolla real y salsa verde real lo que no está mal de vez en cuando y al llegar de comprar cocino y tiendo la ropa y ordeno y empiezo a revisar Enero y Febrero y algo de Marzo en mi word todo está en desorden hay cosas que sobran otras que sólo puse la primera frase como si luego fuera a tener ganas de completarlo cosa que pocas veces ocurre y borro un montón de cuestiones y lo dejo porque los siempre perfectos canutones con crema y atún y merkén están listos y almuerzo viendo el último episodio de Hannibal y luego sigo con lo del blog y me doy cuenta que he escrito bastante ahora en Marzo y decido que volveré a publicar una entrada al mes.

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“Sin embargo, era probable que su reflexión acerca de lo poco seductor que era su rostro vulgar fuese tan presuntuosa como si estuviera convencida de que era toda una belleza”. (Mishima, El rumor del oleaje)

Los amigos variarán sus abrazos
los amantes inventarán bellas mentiras
y el olor a tierra mojada
será el mismo
de siempre.

Los trenes serpentearán el cielo
los límites del cuerpo se confundirán con los del mundo
los árboles saldrán corriendo despavoridos
sabremos lo que dicen los animales
volveremos a escribirnos cartas
y el sonido del perro bebiendo agua
será el mismo
de siempre.

Crearemos nuevas formas de hambre y deseo
los insectos construirán sus propias ciudades
multiplicaremos los deportes
redistribuiremos la miseria
pondremos la luna donde nos plazca
y el viento
silbará
a través
de lo que desee
como
siempre
lo ha hecho.

Mientras los trenes vuelan
y el sol grita
y los insectos ya no piensan
en nosotros,
oleremos y dibujaremos
en la tierra mojada
nuestra milenaria opresión
y nos quedaremos cerca
de todas las cosas
que viven cerca
de sí mismas,
llenas
de sí mismas,
vivas
de sí mismas.

Las ideas
se van cubriendo
de pasto
y es
para que
pasemos.

enero-febrero

“¿Qué es eso de vivir en pijama, de presentarse en pijama, qué es eso de levantarse y quedarse en pijama, aunque esté limpio y afeitado y todo? Bueno, quiere decir que le cuesta emprender el día, emprender la vida». (Cartas a Carmen: Correspondencias entre Juan Emar y Carmen Yáñez 1955-1963)

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Cena de año nuevo. Hace años que ya no somos los 60 que más o menos somos. Pero igual, rondando siempre los 10, lo pasamos bien y, una y otra vez, para éstas y otras fechas, recuerdo que me gusta mi familia, que mis tías son chistosas y que, en definitiva, existe una intimidad. Quizá a la familia (a la familia grande, no a la inmediata) se la quiere de una manera que uno olvida y recuerda incesantemente. Uno casi ni habla con sus primos, uno casi ni habla con sus tías, y aún así, un montón de cosas en común permanecen. Me gusta cómo siempre se termina hablando de la vida cotidiana hace 40 o 50 años. Cómo las hermanas recuerdan su niñez. Cómo disfrutan de recuerdos en apariencia horribles y absurdos. Cómo al final nada es tan horrible y absurdo. Contado, casi todo es bello, y mientras hablan tengo casi la misma sensación que estar leyendo o viendo una película, sólo que puedo intervenir, pedir más matices, otros ángulos. Mi tía Carmen, que siempre me ha inspirado un cariño que siento que me precede, es la que más me da risa. Se pone tan roja al reírse.
En cuanto a la comida misma, evito las papas para que me quepa más. Y cuando pensaba que ya no podría seguir comiendo, chantan unas fuentes con cuchuflís bañados en chocolate. Atacamos con mi hermano y el resto de mis primos, tomando café y hablando de series de animé y de las otras.
En cuanto a la noche misma, a la madrugada, a la fiesta, creo que la última vez que salí fue hace como 7 años. Al final mi lugar queda más cerca de mis primos chicos que de mis iguales. La jornada termina a eso de las 4 de la mañana viendo Kyoukuai no kanata.

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«Lo que amo está siempre empezando». (Odysseus Elytis)

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Vienen en auto, de sus casas, sólo a decir feliz año nuevo. Luego se van. Y quizá van a otras casas a hacer lo mismo. Y la pregunta que me hago es: si alguna vez llego a tener auto y familia, ¿haré lo mismo? No es que no crea en nada. Es la actitud de trámite con la que rodean todo lo que debería ser real o casi.

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Me da curiosidad saber cómo es que los vagabundos se categorizan unos a otros.

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«Sólo pido una mente lúcida con quien ver Intrusos y reírme». (P)

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«Desde tiempos muy tempranos la historia de los encuentros con el extraño fue también una escuela visual del terror». (Sloterdijk, Esferas)

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Ahueonadamente puro como un hermano chico bailando Bach.

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«No llegar al punto de ya no decir yo, sino a ese punto en el que ya no tiene ninguna importancia decirlo o no decirlo». (Deleuze y Guattari, Mil mesetas)

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Soñé que estaba comiendo en un lugar. Un largo mesón de atención y a la altura de la cintura la siguiente frase: “El cristianismo de Simone Weil unido al judaísmo de X son la solución”. No recuerdo bien quién era el representante judío, pero creo que empezaba con m y que era una sola palabra (nombre o apellido) de no más de 5 o 6 letras. Estoy ahí esperando a alguien que se ha atrasado pero no me importa. Me doy cuenta que un tipo que se va deja un montón de comics. Pregunto y me dice que son los comics del lugar, que quien esté consumiendo tiene derecho a usarlos. Pero los comics no son comics propiamente tal (editados, profesionales, etc) sino que son cuadernos viejos, especies de diarios de vida, muy bien ilustrados en cualquier caso. Luego estoy leyendo y alguien me toca la espalda: la Marta.

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«El trabajo es de por sí y es totalmente ajeno a nosotros; uno lo que hace es ir acercándose a él y TRADUCIR lo que ve a su lado». (Cartas a Carmen: Correspondencias entre Juan Emar y Carmen Yáñez 1955-1963))

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El fin de semana es para la descentralización en la tele.

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Almuerzo solo. A veces me da pena. A veces me da lo mismo.
A veces almuerzo con C también, pero después se va. Y cuando vuelve estoy donde mismo.
Me gusta poner los Bukowski tapes. Ahora sé mucho mejor que antes cuando Bukowski no tiene la razón. Pero en las cosas que tiene la razón seguirá teniéndola durante muchos años más.
Cuando Bruno se cura hace lo mismo que Bukowski: se pone leeeento y, por ejemplo, cada vez que te va a decir algo, primero gira la cabeza, como en una película de terror, y te estudia durante 2 o 3 segundos, y sólo luego de eso dice lo que tiene que decir.
Por la tarde me echo en el sillón a leer a Crumb, mis fotocopias de Crumb. Muchas historias de blues, de los orígenes del blues. Voy youtubeando a esos hermosos negros, y la tarde avanza lento, y siento que si sigo así haré que llueva.

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Y sucede: salgo al jazz de providencia, me voy a pie, y cuando llego se pone a llover. En los fonos llevo Sidí Touré y como aún no empieza paseo un rato. Me compro Los vagabundos del Dharma que hace un tiempo presté y nunca volvió. Caminé toda la lluvia, hasta que paró. Vi cómo ayudaban a una ciclista y la metían en un taxi. Me senté con una pepsi y un brownie a esperar el jazz que estuvo más fome que la chucha. Pocas veces lo hago pero me fui antes que terminara. Qué carencia absoluta de huevos. Quizá en alguna parte del mundo el jazz aún sea suciedad y suicidio y vino sobre el escenario y furia y dentaduras incompletas y ropa barata y no necesariamente pura gente rubia con rostros simétricos o superficialmente interesantes. Me fui caminando y mascullando y puse el Impulse de Coltrane y la intermitente pero poderosamente iluminación de las calles me permitió ir leyendo a Kerouac. Incluso allí, por escrito, el jazz tenía un poco más de sangre.

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La primera y única vez que nos juntamos con X fue en la plaza Ñuñoa. Luego, nada.
Ahora, meses después, con Y, nos juntamos donde mismo, exactamente donde mismo. Sin querer, obviamente. Un poco de algo, y luego, también, nada.
Todo podría ser descrito más larga y entretenida y detalladamente, pero se resume a eso: últimamente, cuando intuyo que quiero, cuando estoy cierto de que hago bien en empujarme hacía alguien, no ocurre. Y, en cambio, cuando ya está ocurriendo sin esfuerzo, me veo preguntándome si realmente quiero.

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“No habló mucho más del asunto, ni tampoco se extendió sobre Santa Teresita, y era muy humilde con respecto a su religiosidad y me habló poco de sus cuestiones personales. Era el tipo de vagabundo de poca estatura, delgado y tranquilo, al que nadie presta mucha atención ni siquiera en el barrio chino, por no hablar de la calle Mayor. Si un policía lo echaba a empujones de algún sitio, no se resistía y desaparecía, y si los guardas jurados del ferrocarril andaban por allí cerca cuando había un tren de mercancías listo para salir, era prácticamente imposible que vieran al hombrecillo escondido entre la maleza y saltando a un vagón desde la sombra.
(…)
Y soñé con mi casa de hace tanto tiempo en Nueva Inglaterra y mis gatitos tratando de seguirme durante miles de kilómetros por las carreteras que cruzan América, y mi madre llevando un bulto a la espalda, y mi padre corriendo tras el efímero e inalcanzable tren, y soñé y me desperté en un grisáceo amanecer, lo vi, resoplé (porque había visto que todo el horizonte giraba como si un tramoyista se hubiera apresurado a ponerlo en su sitio y hacerme creer en su realidad), y me volví a dormir”.
(Jack Kerouac, Los vagabundos del Dharma)

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“Cada día el Estado lo paga con creces en sus suburbios y sin duda sólo es el principio: la venganza es la higiene de la plebe”. (Julien Coupat)

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Me quedo a dormir donde S. Vamos donde su amigo de la infancia a pulir la idea del corto-documental. Me muestran el archivo de imágenes que llevan hasta ahora. Cuentan conmigo para el guión. La idea base para todo es bastante contundente y todos la apoyamos. Volvemos temprano porque tanto él como su novia trabajan al otro día. Nos dormimos conversando y nos decimos que es casi como en la infancia. Hablamos y hablamos. Me cuenta de su época en que iba al colegio casi sin dormir por quedarse leyendo. «Lo valía: tenía un secreto, vivía un secreto».

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“Nunca noté
las faltas de ortografía
en tus primeras cartas de amor”.

“Llevo al apa
a mi mamá en broma
y es tan liviana que lloro”.

“Como una piedra
que rueda cerro abajo
he llegado hasta el día de hoy”.

“Es otoño y el alma enamorada
se inquieta no duermo
y escucho el grito
de los gansos salvajes
toda la noche.

(Ishikawa Takuboku, traducción de Claudio Bertoni)

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Utimamente no escribo nada, no puedo escribir nada, no me dan ganas de escribir, sólo puedo traspasar citas, traspaso y traspaso citas como enfermo, pero nisiquiera leo tanto y quizá nunca lea al ritmo que realmente deseo. Así que tengo todo el tiempo del mundo, pero no tengo nada auténtico que decir. El impulso ya no está y hay que esperarlo. Sólo queda, a ratos, como las gotitas que salen de la llave cuando recién se ha cortado el agua, esta constatación de la imposibilidad, esta manera ridícula de venir a decir que no se puede decir nada, ridiculez que me encanta, sí, pero en los otros, en La novela luminosa de Levrero, por ejemplo, pero no en mí. Me alcanza para twittear, pero nada más. La vida misma no avanza hacía ninguna parte específica y, aunque la escritura ficcione o produzca realmente cierta holgura o cierta pausa, no me dan ganas de plasmar nada, absolutamente nada, nisiquiera las pequeñas cositas que pasan cada día. La novela también está ahí tirada. Y así está el ánimo, seguramente marcado por el inminente final de la tesis y la desconfianza que va creciendo alrededor de mis proyectos para cambiarme de casa. Pero escribo, después de todo. Estoy marcado: tarde o temprano debo venir aquí y dejar constancia. No existe otra posibilidad.

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«Cada nueva línea es un comienzo y no tiene nada que ver con ninguna de las líneas que la han precedido. Todos empezamos de cero cada día. Y, por supuesto, no tiene nada de sagrado. El mundo puede vivir mucho mejor sin escritura que sin fontanería. Y en algunos lugares del mundo hay muy poco de ambas cosas. Claro que yo preferiría vivir sin fontanería, pero yo estoy enfermo (…) Todo el pasado no significaba nada. La reputación no significaba nada. Lo único que importaba era la siguiente línea. Y si la siguiente línea no llegaba, estaba muerto, aunque técnicamente estuviera vivo».
(Ch. Bukowski, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco)

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«El origen de la enfermedad, del sufrimiento, está en oponer lo que me gusta a lo que no me gusta». (Rinzai)

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Salía Peter Sarsgaard en Blue Jasmine y creo que siempre lo recordaré llorando mientras Campbell Scott lo masturba en The Dying Gaul.

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«Nací feliz pero muy feo». (Juan Emar)

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¿Habrá algún otro tipo de escritura cuando ya estemos muertos? ¿Habrá algo que leer, algo que ver, compartir? ¿Cómo no va a haber nada que contar? ¿Cómo no va a haber algún tipo de pancito que comerse? ¿Cómo no va a haber algún tipo de tacita con algo que eche humo en medio de los dos muertos que vienen recién conociéndose y contándose y alegrándose de recordar lo que era la vida? ¿Cómo no va haber incluso en la muerte algo con lo cual tropezarse y reírse? ¿Cómo no va a haber una ventana por la que mirar o una cama en la que meterse? No me da miedo la nada, sino el dentro absoluto y sellado, el sí mismo purificado hasta quién sabe qué cuesco compartido. Por eso, cuando me imagino muerto, sigo escribiendo, sólo que de otro modo. En el fondo, creo que la textualidad es invencible e infinita y que, a favor nuestro, tiene mucho de inhumana. Y no se trata de las letras, ni de la música, ni del celuloide específicamente: es la insistencia de la comunidad, de construir lejanías y cercanías. Siento que aquello no puede acabar nunca.

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“Espero que la muerte contenga menos que esto”, dice Charles Bukowski. Yo espero lo mismo: que sea como la vida pero sin sobras. Quizá T. S. Eliot lo dice de una manera más bonita: “Me alegraría de otra muerte”.

*
Terminé Seinfeld. Creo que es la serie que mejor retrata el hermoso absurdo de las conversaciones entre amigos.

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Soñé que a Esperanza Silva le daban un personaje menor en The walking dead.

*
Bourbon para conseguir sueño para irse temprano a la montaña a tomar bourbon

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HAIKÚS DE BAÑOS MORALES

1
Entre los pinos
un largo cable de luz
prefiere la perdiz.

2
Viendo las nubes
imaginando de a dos
me aburro y callo.

3
Leves, cansados
los ojos del caballo
saben y evitan.

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De vuelta a la ciudad los mails acumulados me muestran que siempre estoy esperando otra cosa.

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«No dejes que las penas te vuelvan malo». (Frank Sinatra)

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Imagino futuras casas definitivas.
Mi último insomnio (en el que pasé de largo y me fui en el primer bus a Curicó) consistió en imaginar una casa y una vida en Chiloé.

*
Gente que, al contar un problema que tuvo con alguien, vuelve a enojarse. Y si uno no vuelve a enojarse, ¡se enojan con uno! Es una absurda carrera de relevos.

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“Todo el mal suscitado en este mundo viaja de cabeza en cabeza hasta que cae sobre un ser perfectamente puro que los sufre enteramente y lo destruye (…) El padre que está en los cielos no devuelve el mal, pero como él no puede ser afectado por el mal de ninguna manera, el mal vuelve a caer (…) Así, la satisfacción que consiste para el hombre en arrojar la ofensa lejos de sí, consiste para Dios en someterse a ella”.
(Simone Weil, El conocimiento sobrenatural).

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Y se me sigue repitiendo en sueños. En la realidad dejo que se diluya, pero la dejo aparecer por escrito. Mi precario modus operandis.

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«El Yo no es quien está en crisis en nosotros, sino la forma con que se busca imprimirlo en nosotros». (Comité Invisible)

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Vamos a Salvaje decibel con una amiga. Llego en bici. Partimos con harto rango de tiempo, pero en el camino empieza a sentirse mal a partir de cierto tema de conversación que hemos sacado. También ocurre que necesita un cajero y si vamos en busca de uno no llegaremos a tiempo. Se siente tan mal que se sienta. Nos sentamos. La hora se acerca. Empiezo a rendirme. Vamos de todos modos al cajero, sacamos plata, y para cuando llegamos, ya no quedan entradas. Pero ya dejó de importar y me preocupa más ella. Nos sentamos en la mesita de su azotea, tomamos té, saco uno que tenía guardado para Salvaje, y hablamos y hablamos y trato de ayudar y como a las dos a eme cuando me voy en bici siento que en realidad no me perdí nada y pongo Salvaje decibel en el cel durante todo el trayecto en bici hasta la casa y me voy como flotando.

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Taxi de vuelta del cumpleaños de P. Jugo. Ya habíamos caminado algo que medios ebrios y a las 4 de la mañana en calles peligrosas nos parecía una eternidad cuando S divisa un taxi y nos subimos y él se baja cerca de su casa y yo sigo en el taxi pero en vez de ir hacia mi casa nos vamos en dirección contraria. Pero el taxista me perdona y retrocede algo así como 8 minutos andados. Quizá porque, a diferencia de muchas otras veces, me puse a merced de su conversación. Quizá porque el hueón era bueno. Qué se yo. Más encima sólo tengo 4 lucas que es lo que acordamos nos cobraría. Me deja en el metro grecia y, aunque aún falta, ya me siento en casa.

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Mi amor de verano es Nara Leão.

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«El sujeto siempre está situado en un campo semidivino de protección y atención». (Sloterdijk)

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«Porque el amor es simplemente eso: la forma del comienzo tercamente escondida detrás de los finales». (R. Juarroz)

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M me muestra un mail que le acaba de mandar Bertoni perdiendo la paciencia ante unos problemas con el internet: 7 líneas sin puntuación ni respiro alguno.

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Justo el día antes de irme de la casa de Ñuñoa, vamos a Guerillero okulto con C. Llegamos demasiado temprano, compramos la entrada, y caminamos con una lata de cerveza china de medio litro. Nos sentamos en una esquina y un cuidador de autos nos ofrece drogas. Nos movemos. Más latas, más paseo, y al rato estamos bebiendo en un paradero de micro. Cuando entramos a la cosa ya estamos puestos. Bailamos la música que tienen y al rato empieza el plato fuerte. No me gusta mucho pero termino siguiendo las instrucciones para disfrutar apropiadamente la canción. Creo que si la gente no se sabe los coros espontáneamente simplemente no debería ser instada o forzada a seguirlos. Pero da lo mismo. En una canción fome salgo a fumarme un pito afuera (mío, no del cuidador de autos, que vendía cochinadas). Me mezclo con los fumadores de cigarro y, al menos desde lejos, nadie nota. Vuelvo y el vaivén del hip hop me pega aún más y es perfecto y alzo las manos y voy sintiendo y rebotando con los beats incluso mientras me abro paso entre la gente. Pienso que ya es hora de Luchín y anuncia el tema. Voy con la letra en la medida de lo posible. C me mira extrañada y seguramente tenga razón. Después viene Mákina Candela, muchos músicos sobre el escenario, bailamos un rato más. Se suda, se sigue bebiendo, y pasan cosas. Y estamos en eso cuando me tocan el hombro y es MN, con quien me iré a vivir justamente al otro día. Volvemos en taxi.

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En la nueva casa. La gata (Marión) merodea bolsas y cajas. Le hago cariño pensando que todos los gatos son el mismo gato. Y no. Es otra la manera de acurrucarse a dormir, es otra mirada, es otra paciencia para dejarse tomar en brazos, y hasta es otro el ronroneo.

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“Lo que fundamenta la acusación de terrorismo, en lo que nos concierne, es la sospecha de la coincidencia entre un pensamiento y una vida; lo que constituye la acusación de asociación de malhechores es la sospecha de que esta coincidencia no se dejaría al heroísmo individual, sino que sería objeto de una atención común. De forma negativa, esto significa que de ninguno de los que firman con su nombre tantas críticas feroces del sistema vigente se sospecha que pongan en práctica la menor de sus firmes resoluciones; el insulto es de bulto (…) En la memoria francesa, hacía tiempo que no se veía que el poder tuviera miedo por culpa de un libro. Normalmente se consideraba que, mientras los izquierdistas se dedicaran a escribir, al menos no hacían la revolución. Está claro que los tiempos cambian. La gravedad histórica retorna
(…)
En este mundo es soberano quien designa al terrorista. Quien rechace participar en esta soberanía se abstendrá de responder a vuestra pregunta. Quien codicie algunas migajas de la misma se sacrificará con prontitud
(…)
Cada paso que hacen hacia el control de todo les aproxima a su pérdida. Cada nueva “victoria” de la que se jactan expande un poco más el deseo de verles a todos vencidos. Cada maniobra por la que se imaginan fortalecer su poder termina por volverles más odiosos. En otros términos: la situación es excelente. No es el momento de perder el coraje.
(Julien Coupat desde la prisión de La Santé)

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«No es una casa lo que a mí me hace falta; es sencillamente una pieza escritorio (…) que tuviese una sola puertecita. La gran puerta ya sabe usted donde se halla». (Juan Emar)

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“Para que nos entendamos, corear “todos somos alborotadores” no es afirmarse en anto que sujeto “alborotador”, sino sólo desbaratar la operación policial en curso. Admitir el destrozo como práctica política significa manifestar la existencia cotidiana de bancos, escaparates y tiendas a la moda como momentos de una guerra silenciosa. Destruir, al mismo tiempo que una cosa, la evidencia ligada a su existencia. Romper, en definitiva, con la gestión democrática del conflicto, que se acomoda tan bien a las manifestaciones contra esto o aquello, mientras ninguna toma de posición tenga efectos”.
(Tiqqun, Llamamiento y otros fogonazos)

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«Alimentos para el vientre, y el vientre para los alimentos; pero Dios reducirá a nada a ambos». (San Francisco).

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Sueño: arrancando no sé de quién llego a una multicancha. Me pongo a mirar pero como están jugando básquet me dan ganas de mezclarme y me pongo cada vez más a la orilla y cada vez que la pelota sale se las paso tratando de demostrar que sé jugar. Se me olvida que no sé quién anda persiguiéndome. Luego, en la misma cancha, me veo con S y SA y la amiga de ellos cuyas iniciales también son como las de mi amiga MM, mirando un partido de fútbol de unos cabros chicos. Nuestro apoyo va a los que llevan la camiseta de Palestino. S lleva la camiseta de Palestino. MM se saca uno. Y al final de todo, mientras el partido aún se juega, S sale disparado corriendo alrededor de la cancha, con los brazos abiertos, celebrando un gol que ni él ni nadie ha metido. “Quería saber lo que se siente”, nos dice.

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«Mi enfermedad hace que tiemble por cualquier cosa. A veces siento que no soy un persona real, sino un pájaro o un animal en un cuerpo humano malformado. Interiormente, me siento más en casa entre las abejas del jardín o en un prado, que en una conferencia del partido. Puedo confiarte esto sin que sospeches que traiciono al socialismo. Espero morir en el lugar correcto, peleando en la calle o en prisión.
Sin embargo, mi ser interior está más cerca del ratón de campo que de los camaradas».
(Rosa Luxemburgo)

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«No me da ningún miedo que me pisen. Cuando se pisa, la hierba se convierte en sendero». (Blaga Dimitrova)

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EXTRACTO DE MAIL A X:
me gusta eso: piedad en las respuestas. cómo suena, todo lo que implica, que no es bueno obvio, pero es todo un mundo… no sé si sea tan mi caso, creo que lo mío es la distracción, la lentitud, el llegar a las últimas frases del otro y… etc
y pese a esa aparente piedad o distracción, pienso en ti, en tus cosas, en tu corazón, de qué está hecho exactamente, cómo funciona la relojería del almita de cada una de las pocas personas en que uno se interesa… ¿y si simplemente tuvieras que apoderarte de esa melancolía, para siempre, y hacerla amigable, recorrerla, escribirla, pasearla, vestirla, reducirla poco a poco pero sin hacerla desaparecer sino asimilándola lo más posible a todas las otras? (…) y bueno, a veces siento que la gente sólo se quiere dentro de esa efectividad, de esa rutina, y que estoy fuera del mundo, entonces luego pienso en lo absurdo y mínimo que significa ese estar en el mundo y sé que se trata de otra cosa, que el problema de uno nunca es exactamente ése que uno cree tener identificado… siempre se trata de otra cosa parece, ¿es lo que dice el psicoanálisis o no? ¿y si es así, hasta dónde hay que retroceder? siento que lo único que puedo decir es que hay que ser lindos y buenos y saberlo en secreto…. si alguien alrededor se da cuenta y lo recepciona, bien; si no, se sigue…. te digo todo esto proque seguramente lo que sientes no sea sólo cosa de un duelo, de este duelo de ahora, sino que es un conjunto de cosas tuyas… preferiria que no lloraras, pero estamos lejos… a mí me da miedo mi conjunto de cosas mías, a veces creo que moriré y no habré avanzado ni un centimetro en esa preciada evolución… otras veces pienso y estoy seguro de que no estamos hechos para evolucionar solos, aisladamente… no sé cómo te quieran los otros, no creo que cada nuevo lazo deba romper uno anterior (¿se llegará a un límite, tendrá el corazón un límite así como el cerebro ya deja de producir conexiones neuronales?), se oscila entre prescindible e imprescindible, y lo único cierto de todo eso es que todos llevamos ese nudo adentro, y el nudo a veces palpita y es un segundo corazón que es el mismo corazón para todos… y escribo aquí sin saber exactamente qué decirte cómo desanudar exactamente lo tuyo pero al menos diciéndote mira, aquí estoy, palpitando.

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Antes de ir a ver la última de Ben Stiller pasamos a tomarnos algo. Entonces, en algún punto como a la media hora de estar bebiendo, aparece un vagabundo, uno de esos que se avisan a lo lejos, de esos que abren un camino de gente a su paso cual Moisés abriendo las aguas. Y hace lo que yo esperaba que hiciera: se posiciona junto a la ventana, justo al lado de una pareja que está comiendo, su guata cochina y peluda debe estar a menos de un metro de ellos. Un camarero lo insta a irse. Alguien le da unas monedas. Y es ahí cuando ocurre algo maravilloso que me paro a aplaudir: el hueón avanza unos metros, se pone al borde de la vereda, y empieza a lanzar una por una las monedas hacia la calle.

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“El interior surge de la conexión entre arquitectura y habitantes invisibles”. (Sloterdijk)

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EXTRACTO DE MAIL A F:
35 páginas de “apuntes finales” de tesis. 175 el cuerpo. 205 páginas de word que espaciadas y pedefeadas fácilmente serán unas 350. Ya he desechado montones de párrafos y citas y lo que queda es lo que debe quedar. ¿Vai a leer alguna vez mi cagá? Aunque te tome 3 años leyendo de a poco, estaría bueno. Yo aún ni empiezo ninguna, ni la tuya ni la de Bruno ni la de Chester. Al menos ahí están ordenaditas en una carpeta.

2666. Cada una o dos semanas lo tomo y algo avanzo. Me da cosa dejarlo del todo. Están mucho mejores los cuentos. Y me dan ganas de esos Vargas Llosa y Sábato y demaces, sólo porque nunca he estado ahí. También me habría gustado empezar a Borges, desde la colección de Ch, pero bueno… También hay unas ganas generales de Manuel Rojas, de todo Manuel Rojas (tengo recuerdos medios gastados de lo bien que lo pasé leyendo Hijo de ladrón en el colegio), y de ese libro de entrevista de Ruíz, y la poesía de Carver, y la lista es inmensa.

Auster me está aburriendo, pero voy a seguir hasta que me aburra mucho.

El sábado partí solo al jazz. Qué cagada el jazz de providencia hueón, qué falta de alma, de huevos. Unas bandas horribles, una vieja rubia de mierda que tocaba una hueá digna de Las Vegas o de comercial de isapre. El resto, la misma carrera de relevos de siempre: que el solito de bajo, que el solito de piano, todos ahí, cumpliendo muy bien. Y la gente, carreteando, casi gritando, tomando, fumando marihuana como si se fuera a acabar el mundo y, por supuesto, aplaudiendo cuando corresponde. ¿Es tan difícil hacer algo juntos, alguna armonía, alguna colaboración? ¿Es tan imposible que vuelva a ocurrir My favorite thing? El Nico Vera y Dannemann (chilenos) los únicos que hacían intentos por ese lado. Los únicos aplausos sinceros que solté. Ese sábado me fui caminando y me volví caminando. El único jazz decente que oí fue el que traía en los audífonos. Cuando estaba por llegar se puso a llover. Calor y lluvia. Brasil. Humedad. Obviamente, paseé más de la cuenta, solo para mojarme ¿Dónde estabai justo en ese momento? Cuando empezó la segunda canción del supuesto discípulo blanco de Charlie Parker me paré y me fui.

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Soñé que estaba viendo La Red (el canal, imagino que algo así como Mentiras Verdaderas) y presentaban a mi potencial amigo PL. El show no se trataba de nada, no era stand-up, poesía, cantar… nada. Pero de todos modos duraba unos 5 minutos. Consistía en una larga serie de piruetas, gesticulaciones y saludos de entrada y salida. Reverencias con sombrero, genuflexión japonesa, entrada tímida, entrada canchera de presentador famoso, ese saltito que hacía el Chino Navarrete, etc. Era como una revisión histórica de todas las maneras de entrar y salir de un escenario.

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“No tengo ni idea de a qué se debe. Sencillamente está ahí: un cierto sentimiento por los escritores del pasado. Y mis sentimientos ni siquiera son precisos, son simplemente míos, casi completamente inventados. Pienso en Sherwood Anderson, por ejemplo, como un individuo pequeño, de hombros ligeramente caídos. Probablemente fuera estirado y alto. No importa. Yo lo veo a mi manera. (Nunca he visto una foto de él.) A Dostoievski lo veo como un individuo de barba, tirando a gordo, con ojos de color verde oscuro que arden lentamente. Primero era demasiado gordo, luego demasiado flaco, y luego demasiado gordo. Tonterías, sin duda, pero me gustan mis tonterías. Incluso veo a Dostoievski como un individuo al que le excitaban las niñas pequeñas. A Faulkner lo veo envuelto en una luz difusa, como un chiflado y un tipo de mal aliento. A Gorki lo veo como un borracho escurridizo. A Tolstói, como un hombre que agarraba berrinches por nada. Veo a Hemingway como un individuo que practicaba ballet a escondidas. Veo a Céline como un individuo que tenía problemas para dormir. Veo a e. e. cummings como un gran jugador de billar. Podría seguir y seguir
(…)
Es como cuando ligaba con mujeres en los bares. Solía pensar, quizá ésta sea la que estaba buscando. Otra rutina más. Y sin embargo, durante el acto sexual, pensaba: ésta es otra rutina. Estoy haciendo lo que se supone que tengo que hacer. Me sentía ridículo, pero seguía adelante en cualquier caso. ¿Qué otrta cosa podía hacer? Tendría que haberme parado. Tendría que haberme echado hacia atrás y haber dicho:
-Mira, nena, estamos siendo unos estúpidos. No somos más que peones en manos de la naturaleza
-¿Qué quieres decir?
-Lo que quiero decir, nena, es que si alguna vez has visto a dos moscas follando o algo de eso.
-¡ESTÁS LOCO! ¡YO ME LARGO DE AQUÍ!
No podemos examinarnos demasiado de cerca, o dejaríamos de vivir, lo dejaríamos todo. Como esos hombres sabios que se quedan sentados en una roca y no se mueven. Aunque tampoco sé si eso será tan sabio. Desechan lo evidente pero algo les hace desecharlo. En cierto modo son moscas que se follan a sí mismas. No hay escapatoria, ni en la acción ni en la inacción”.
(Ch. Bukowski, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco)

CSI [09x05] Leave Out All The Rest

“Me gustaría anunciarme a mí, a mi madre, que desde siempre ya no me escucha, lo que hay que saber antes de morir, es decir, que no sólo yo no conozco a nadie, no encontré a nadie, no tuve ni noticias en la historia de la humanidad de nadie, pero nadie que haya sido más feliz que yo, y afortunado, eufórico, es verdad a priori, ¿no?, ebrio de goce ininterrumpido, pero que además yo permanecí como el contraejemplo de mí mismo, también constantemente triste, privado, destituido, decepcionado, impaciente, celoso, desesperado, y si de hecho ambas certezas no se excluyen, entonces ignoro cómo arriesgar la más mínima frase sin dejarla caer por tierra, en silencio, por tierra su léxico, por tierra su gramática y su geología, cómo decir otra cosa que un interés tan apasionado como decepcionado por esta cosa, el idioma, la literatura, la filosofía, otra cosa que la imposibilidad de decir todavía, como lo hago aquí, ˊyo, yo firmoˋ”.
[D’ailleurs, Derrida (Safaa Fathy, 1999)]

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Anoche, de pronto, una sombra negra a mi lado. Seguí durmiendo, inmóvil, como cuando chico.

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Dejar de escribir por un buen tiempo y volver a hacerlo con la sensación, seguramente exagerada, de que todavía, y quizá siempre, quedará algo por decir. No algo nuevo, no alguna cosa especifica ni algún nuevo avance cuantitativo en la honestidad o el estilo, sino un lugar, un descampado, una especie de desierto parlante. Volver a escribir con la sensación de ser exactamente eso: un desierto parlante. Porque el desierto verdadero es el que ha sido construido y construir un desierto siempre significa deshacerse de un par de cosas. Volver a escribir entonces, entusiasmado por la destrucción -quizá infinita, pero aún así cada vez más precisa- de esa voz propia que fermenta alrededor de toda insistencia en la escritura. Reconocer que la meta es el desierto y que cualquier indicio de estilo es un deshacerse o no es nada. Así que eso hacemos: escribimos. Escribimos y, si dejamos de lado todo lo que desde siempre hemos sabido que hay que dejar de lado, lo que nos queda es que estamos juntos vaciando una casa, una ciudad, un mundo. Escribir es sólo una manera más de llegar al desierto. Quizá sea la manera más estúpida y abstracta y universal. Lo cierto es que algunos construirán un desierto, otros un mar y, los más ilusos, pensaran, generación tras generación, en construirse un cielo. Pero nisiquiera eso nos separa: mientras dejamos artefactos por aquí y por allá, nos conocemos, decimos, producimos. Y es hermoso que parezca y se sienta como que estamos mudándonos y acomodándonos mientras que la verdad última es, irrevocablemente, el desierto; es hermoso no porque una cosa sea verdadera y la otra falsa, es hermoso porque es una sola y la misma casa para todos y al final estamos todos adentro, mirando hacia afuera, hacia un desierto, un mar o un cielo.

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Luego de que quemaran con ácido a la gata con sus gatitos, alguien pegó la ley de protección animal en una muralla del pasillo. Días después una vecina, seguramente la misma que atentó contra los gatos, ha rasgado la hoja y escrito en el borde blanco: “se pasan para ordinarios, por no decir rotos”. Al ladito, le contesto: “¿la ley es rota? ¡Por favor!”. Me dan unas ganas de pillarla uno de estos días y solamente quedarme mirándola con cara de locura.

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Correr es como ir leyendo casas. A veces una ventana abierta e iluminada me deja ante el comienzo de una once. A veces sólo hay un abuelo sentado en un living. Aunque sean dos o tres segundos, una pequeña verdad se cuela. Cada cuadra es una oración, una frase. No dice nada asombroso pero dice (sobre todo cuando uno lleva mucho tiempo corriendo sin música). La calle Montenegro me ha dicho lo mismo durante todos estos meses, pero igual la echaré de menos cuando deje esta casa.

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Curicó. Le pregunto a mi hermano si me quiere acompañar donde B a ver This is the end y como, curiosamente, está aburrido de su juego online, me dice que sí. Creo que nunca habíamos salidos juntos. Aunque no sé si esto se llame salir. No sabemos qué llevar así que llevamos té en una botella. Nos vamos caminando. A medio camino, por las faldas del cerro y a unos metros por nuestra vereda, emergen dos sombras que luego son dos tipos pasándose una cerveza. Se ven bastante peligrosos. Pasamos en medio de ambos en silencio. Hago el saludo japonés, una leve inclinación. Le digo a mi hermano que a veces es recomendable encontrar un término medio entre la indiferencia y el saludo directo. Mi primera enseñanza, supongo.

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Teatro Municipal Con F. Me aburro y me gusta por turnos. Pero más me aburro. Tchaikovsky me hace pensar en Tom y Jerry y Prokofiev en El señor de los anillos.

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“Lacan se entregó pronto a un dogmatismo de la protopsicosis que, a juzgar por sus motivos, estaba comprometido con intereses, no psicoanalíticos, sino criptocatólicos, surrealistas y para-filosóficos (…) siguiendo un modelo problemático, el pecado original se sustituye aquí por el engaño original, sin que nunca se pusiera en claro si el engaño es algo que pueda conservarse o superarse mejor que el pecado”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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Se va en la noche, antes que cierren el metro y quedo aburrido y solo, sin siquiera ganas (ni dinero) para ir a reunirme con algunos amigos que están en Plaza Italia. Habría sido distinto pasar el día solo de corrido. Además, la cabeza, mi siempre pobre ojos-cabeza que no saben beber. Es como si algo me estrujara los ojos por dentro y me recomendara quedarme tranquilo: ni totalmente dormido, ni totalmente despierto, o sea, con los ojos cerrados escuchando música. Todo bebedor profesional sabe que es todo o nada. Esto es lo que pasa por beberse sólo un litro de malta, lentamente, mientras Chile le va ganando tres a cero a Colombia y luego, de algún modo, de ese modo que pareciera que Chile sabe muy bien, termina empatando a tres. ¿Hace cuánto que ella no besaba a nadie? Seguramente le gano por mucho. ¿Irá a ser como la vez anterior, hace años, cuando me gustó mucho y luego, quizá por eso mismo, no pasamos ni el mes? Salía con otro al final de todo. Me lo cuenta ahora y reímos. Tampoco es que antes hubiera importado tanto. Creo que hasta me avisó a tiempo. En fin. Apagué el celular y seguí con la novena temporada de CSI Las Vegas. Sara y Grissom. Un amor así.
Me dormí a la mitad de un capítulo en el que un “artista incomprendido” empieza a secuestrar gente, asfixiarla en una cámara de gas, acomodar la disposición de los cuerpos gracias al rigor mortis, y esparcir los cuerpos en calles y parques a modo de esculturas orgánicas.

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Soñé con el Carlos Ramírez, compañero de colegio y mejor amigo de esos años. Íbamos en un avión y había que lanzarse hacia una montaña. Tengo miedo pero como por debajo de todo sé que estoy soñando, me lanzo. Usamos el viento a nuestro favor y caemos como hojas sobre una especie de guerra.
Es curioso como en éste y en muchos otros sueños uno sabe que sabe algo y, mientras ese saber se mantiene a raya, en ese segundo orden, se puede seguir soñando e ir un paso delante de todos.

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“El yo personal y el yo colectivo se tocan en el punto mismo en que se hace poesía. El subjetivismo total es una falacia justificable en otra sociedad, en otra época. Tengo más y más la impresión de escribir de otros para otros. No de todos. Contra muchos”. (Enrique Lihn)

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“Es necesario que el lector se borre para entrar en la ficción, en la afirmación de la obra. Que olvide su identidad para poder leer, que sea una “presencia sin nombre”. Extraña experiencia la que surge en la lectura: por el sólo hecho de leer, el sujeto se deshace. Este mundo donde vivimos ya no es el suyo, esa identidad que creía estable es destruida. El lector entra en la ˊafirmación de la soledad de la obraˋ”. (L.F.A.)

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El cuento que ando escribiendo me acompaña a todas partes. Como una enfermedad, como un amigo, como una nube. Como algo ni vivo ni muerto que reclama concreción. Los problemas, los pensamientos obsesivos de siempre, son reemplazados por el siguiente movimiento, el siguiente párrafo.

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Un concurso de instrucciones para concurso de cuentos.

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“La poesía nace de la inseguridad. Judíos errantes, japoneses temblantes. Vivir sobre una alfombra que una naturaleza bromista siempre está dispuesta a quitarles, los ha acostumbrado a evolucionar en un mundo de apariencias frágiles, fugaces, revocables, de trenes que vuelan de planeta en planeta, de samuráis que luchan en un pasado inmutable”. (Sans Soleil, Chris Marker, 1983)

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Una persona que no es varias personas ni es.

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Día cualquiera. Vengo en metro del seminario de Hegel como a las 21:30 y veo que pasa un escolar pidiendo plata. No les pide a todos. A mí, por ejemplo, me salta. Qué va a tener plata un hueón como yo, debe pensar. Cuando pasa le toco el hombro. Me da curiosidad y también pena porque justo la señora que va a mi lado nisiquiera se saca los audífonos y sólo menea su horrible cabeza ante el pendejo. Le pregunto qué onda, qué pasa, y me resume su historia: si no llega a casa con el pan le van a pegar. La plata que tenía, la perdió o la gastó. Pienso que hay una mentira, pero que no es tan fácil descubrirla, así que como ya vamos llegando a Grecia le digo que aquí me bajo y que si quiere se baja conmigo y conversamos un rato en la estación. Accede. Nos apoyamos en la muralla. Pienso en mi hermano a los 10 años. Empiezo a preguntarle más cosas. Por cómo le tirita la boca al empezar a contarme, sé que de todo lo que me diga, hay una cosa innegable: le pegan, tiene miedo. Trato de explicarle que eso no está bien, que puede denunciar. Le digo la página del sename y luego pienso que quizá nisiquiera tiene internet. Ahora está parado en frente mío y se ve tan frágil, mucho más frágil que antes en el metro. Siento su olor. Pienso en todo lo que ese olor implica. En todas las despreocupaciones que giran alrededor de ello. Le digo que lo diga en el colegio, trato de hacerle ver que hay instituciones y leyes que lo protegen, o al menos tratan. No le creo mucho lo del pan porque ya es tarde para andar pensando en tomar once, sin embargo su historia calza: está hace horas dando vueltas en el metro porque anda juntando las dos lucas y la gente es como la mierda. Cómo es que las perdió, ni me importa. Saco todas las monedas que tengo y con eso arma las dos lucas y le sobra. Le pregunto si sabe llegar a su casa y me dice que sí, que éste es su trayecto de todos los días. Como si sirviera de algo, le toco el pelo, un pequeño cariñito en la cabeza, como si fuéramos amigos que no se ven hace mucho tiempo. Le digo que no llore, que sea fuerte. No quiero que piense que sólo la misericordia lo une con los otros. Le miento y le digo que a mí cuando chico me sacaban la chucha, que igual es terrible pero no tanto, que los papás se mueren, que uno se va, que al final todo sirve. Sólo la parte en que me sacan la chucha es mentira. Incluso le comento que hay un escritor norteamericano que lo hacían cagar a palizas y luego escribió eso en una novela que fue lo mejor de mi adolescencia. Entonces nos despedimos. Lo veo subirse al carro. Salgo y lloro como condenado todo el camino a casa.

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“Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón”. (Gabriela Mistral)

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“Me contó la historia de un perro llamado Hachiko: ˊTodos los días un perro esperaba a su amo en la estación. El amo murió, el perro no lo sabía y continuó esperándolo toda su vida. La gente, conmovida, le daba de comer. Tras su muerte, le construyeron una estatua donde la gente deposita sushi y galletas de arroz para que la fiel alma de Hachiko no tenga nunca hambreˋ”. (Sans Soleil, Chris Marker, 1983)

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Parmalat de coco + Quacker de manzana + Miel.

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“En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio [Uberbau] jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”. (Marx, Contribución a la crítica de la economía política)

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Vi un enorme perro blanco saltar una muralla de como tres metros. De una casa hacia otra. Creo que iba con F y C. Luego, apenas el perro saltó, vimos salir a los dueños hacia el antejardín y mirar hacia todas partes.

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“El hombre cuando está ebrio es conducido por un niño muy pequeño y tropieza y no se entera por dónde va, al tener el alma húmeda”. (Heráclito)

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“Los puntos aislados sólo son posibles en el espacio homogeneizado de la geometría y del trafico; espíritu autentico, por el contrario, es siempre espíritu en y frente a espíritu, alma autentica es siempre ya alma en y frente a alma (…) El aliento es desde un principio conspirador, respirador, inspirador; tan pronto como hay aire, respira a dos”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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Hollywood de Bukowski. Las páginas escurren. El alcohol, específicamente el vino, funciona ya casi como signo de puntuación. No recuerdo que me gustara tanto hace años cuando lo leí, pero ese debe ser porque antes le achuntaba más a todo lo que quería leer.

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El colmillo montado de Patricia Arquette y el colmillo montado de Steve Buscemi.

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El partido de Curicó Unido fuerte por la radio, la puerta abierta, la manguera corriendo, así como ejerciendo la provincia.

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Algunas cosas vistas en el running por la alameda curicana: 1. Tres jóvenes elongando y comentando las series que están viendo. 2. Un huaso gordo con una botella de Coca-Cola de litro en una banca. 3. Entre la carretera y el fin de la ciudad, dos caballos solos. 4. Algunos viejos amigos del básquet en la canchita lanzando casi sin luz. 5. Papas fritas, autos a pedales, parejas, pasto.

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Emborracharse es devenir pero quieto.

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A los milicos que piden beneficios para soltar nueva información de DD.DD. hay que decirles que sí y, luego que hablen, decirles que era broma.

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“La plenitud del ser es idéntica a la nada en el pensamiento abstracto, pero no mientras se huye de la nada y se dirige uno al ser. Existen la nada de la que se huye, y la nada hacia la que se va”. (Simone Weil, Cuadernos)

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Sueño con F. Por algún motivo decidimos que hay que enterrarnos un lápiz en el cuello. Cada uno a sí mismo. F lo hace, pero yo me arrepiento. Como ya está muerto, le saco algunos libros (¿). Pero después revive como si nada. Mirándose al espejo el hoyo que le quedó en el cuello me dice: “se ve todo para adentro, es una estupidez”. Entonces se pasea por el pasillo gritando y llorando. Ya soñé con esta misma casa alguna vez. En el living está toda su familia y nuestros amigos en común. Es el living de la ex casa de mis abuelos en Curicó. Hay una especie de juicio sobre la situación general de la vida de F. Aparezco vestido de blanco y expongo la situación de F. Luego hablo detenidamente con B y su relación con F. Ambos lloramos.

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“Rousseau fue el inventor del ser humano sin amigo, que sólo podía pensar al otro complementador bien como madre naturaleza inmediata o bien como inmediata totalidad nacional. Con él comienza la era de los últimos seres humanos, los que no se avergüenzan de aparecer como productos de su medio y como casos particulares de leyes psicológico-sociales. Por eso desde Rousseau la psicología social es la forma científica del menosprecio por el ser humano (…) De camino aparentemente a la liberación personal surge el ser humano sin espíritu protector, el individuo sin amuleto, el sí-mismo sin espacio. Si los individuos no consiguen estabilizarse y complementarse ellos mismos mediantes técnicas de soledad –como ejercicios musicales o soliloquios por escrito, por ejemplo-, practicadas con éxito, están predestinados a ser absorbidos por colectivos totalitarios”. (Peter Sloterdijk, Esferas 1)

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«Una dicha es toda la dicha; dos, es como si ya no existiera». (Ramuz)

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“En mi primer día sola caminando por Toronto, intento flirtear: no puede ser que nadie quiera mirar al otro. Después de un par de intentos fallidos, veo a lo lejos a un muchachito desgarbado, muy abrigado y sin estilo, y sé que él responderá. Acierto. Entonces pruebo una vez más, y otra, con chicos lindos que sí responden, y luego una con uno feo, para no perder la práctica”. (CG)

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Cada tantos meses, encontrarse con algo que nos empuja a escribir.

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«Perfecta noche de luna
estropeada
por disputas familiares»
(Kerouac)

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Sobra tanto, y queremos tanto nuestro poco, y como no lo encontramos en lo que sobra, dejamos una marca, que sobra.

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A orillas del río Guaiquillo
siete vagabundos turnándose un vino
vitorean al corredor solitario.

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“En el campo soy un superviviente. Yo no soy ni fuerte ni rápido, así que desde niño aprendí a sobrevivir en un sitio donde el cuerpo no me daba para jugar. Lo mío es un milagro. Técnicamente soy bueno, vale, pero me ha salvado la velocidad mental, pensar más rápido. Físicamente soy muy limitado. Yo si vuelvo a nacer y soy futbolista solo pediría una cosa: ser rápido. Ser rápido, físicamente hablando, debe de ser fantástico. ¿Te imaginas? Poder hacer lo que hacía Henry, o lo que hace Tello, o Alba… Yo he de darme la vueltecita, controlar orientado, pensar por dónde me va a salir a presionar porque como me pille voy al suelo, porque claro, es que no puedo meter ni el codo porque el tío que viene a taparme siempre, siempre, es más fuerte que yo….”. (Xavi Hernández)

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Soñé que me enamoraba terriblemente de X. Volvíamos a juntarnos. Sin querer, nos encontrábamos en la calle, ella me invitaba a cierto lugar, yo dejaba pagada una cuota (eran siete mil, lo recuerdo) y luego llegaba donde ella. Había ciertas gentes en común así que no me aburría. Había la sensación de andar juntos, como si lleváramos meses conociéndonos. Bebíamos. Circulábamos. A ratos nos perdíamos de vista. Pero la infundada y agradable certeza seguía ahí. Creo que partíamos hablando acerca del tiempo en que ya no hablábamos y las mutuas y erróneas suposiciones. Al otro día ya no podía pensar en otra cosa. Literalmente, no podía dar un paso o prestar atención a nada que no me condujera a ella. Había alguien, algún amigo, que me hablaba en vano. Entonces llamaba a su teléfono una y otra vez y nadie contestaba. Alguien, supongo que ese mismo amigo, me instaba a que lo dejara. Hasta que X contestaba. Tenía una voz horrible, desganada, y lo primero que me decía era que si acaso me había vuelto loco. En algún punto de su monserga enumeraba exactamente la cantidad de llamadas perdidas que yo le había dejado. Le preguntaba que qué estaba haciendo, me respondía que viendo algo en la tele que no quería ver pero que iba a ver de todos modos porque estaba acostada y no tenía ganas de nada. Le preguntaba qué estaba viendo exactamente. Alfombra roja, respondía, como si yo tuviera la culpa de que estuviera viendo eso. Es un programa muy malo, le decía yo. Y ahí volvía a recalcarme su nulo interés por todo, incluyéndome, al menos por esa tarde. Mi amigo salía no sé dónde. La inquietud me hace salir disparado por las calles. Termino en una banca. Alguien desde muy lejos me está enfocando para una foto y me dejo porque siento que en el estado que estoy sólo puedo decir la verdad. Tengo un cuaderno sobre las piernas y las primeras líneas que anoto son: “Si voy a padecer tendré también que pasear. Ahora todo es igualmente claro y doloroso”.

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Dos o tres veces al año, despierto completamente afectado por un sueño. Esta vez, me molesta un poco notar cómo se va pasando. Me levanté derecho a escribirlo, pero lo que sale no tiene nada que ver con lo que sentía mientras despertaba.

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31 de Diciembre, 15:45. Mi madre ve la jueza mientras se remoja los pies. En un rato más, terminaremos las ensaladas que hay que llevar, veremos Gloria , nos vestiremos como si fuera a pasar algo y partiremos donde la familia.