“Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo”. (Alejandra Pizarnik).
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Diciembre: las hordas de semejantes, las horas extras, ordenar veinte cajas de libros y un hueón afuera pegado al ventanal enojado porque no abrís más temprano, los pies, la mente, la repetición, en serio los pies, ardiendo, la lengua que al final del día ya se traba de tanto repetir las mismas mierdas, el cansancio, las falsas satisfacciones con las que intento remediar ese cansancio. Diciembre: el tedio, cenar solo, la circularidad de todo, el carácter festivo chileno que en el fondo solo viene a rellenar o redirigir una histórica tristeza, una extraña pena de simplemente caminar por Santiago a las nueve de la noche y sentir que todos obtuvieron lo que pudieron y no lo que querían. Diciembre: el compañero nuevo y su irrefutable cara de ahueonao, su manera de decir FELIZEZ FIEZTAZ a cada cliente, su voz de joven Gumucio pero sin la gracia de éste, la fomedad abismante del prójimo en general, el ímpetu de esa fomedad, la confianza en sí mismo del sacohuea de polera Polo metida dentro del pantalón, el desplante de todos aquellos que sienten que el mundo está ahí para servirlos, el individuito empoderado que reclama solo cuando le afecta a su perímetro pero no le da para leer la complejidad del trabajo asalariado, la suma de todos los rostros de las cajeras, la nula empatía entre explotados. Diciembre: la rapidez y la efectividad de todo lo que importa un pico, el mismo diagnóstico de un crecimiento económico aparejado de una también creciente invalidez espiritual, los villancicos, las decoraciones, las notas periodísticas, la reorientación mediática del deseo, Luis Miguel, los matinales, los cuicos y sus diseños y la siutiquización de lo que sea, la metodicidad del simulacro, mirar hacia el horizonte y sentir que no estamos ni cerca de construir nuevos rituales. Diciembre: el inhabilitante calor, la densidad aplastante del aire, los incendios, morir lentamente esperando la luz verde, un acuario de aire denso en el que paseamos como gallinas decapitadas, los taxistas, la soledad parlanchina de los taxistas, los conchasdesumadres de los taxistas y su manera de pasar a un milímetro de tus piernas sobre todo en Diagonal Paraguay con la Alameda. Diciembre. Y luego enero. Y luego todo de nuevo: enfrentar cientos de personas al día que en el fondo no necesitan nada más que ser escuchadas -y aquí dentro no hay espacio para nada que no se asemeje a un derrumbe de piedras-, intentar empezar a juntar plata para mi futuro de eremita, intentar averiguar qué cresta pasó con el traspaso de ARCIS a la Universidad de Chile, defender la tesis, hacerme todos los exámenes postergados, ir al dentista, bajar de peso, volver a correr, publicar, leer más, leer mucho más, poner otro estante para los libros, y esperar con ansias marzo, la primera semana de marzo y esta vez ya no tres sino unos cinco días en mi Hostal de Lipimávida.
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“Una parte de mí necesita desmoronarse, es nuestro secreto, sabemos que necesitamos venirnos abajo, no hay mejor trazado que una vida propia, y para que sea propia debo derrumbarla”. (Malú Urriola).
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Cuando vengo al baño veo los pies del tipo del aseo. A través del rabillo de una puerta entreabierta, los tobillos casi morados del haitiano que vino a probar suerte. Varias veces al día lo pillo ahí tendido, durmiendo, en un banquillo de madera. Me muevo despacio. No quisiera despertarlo ni, menos aún, que me viera espiándolo y pensara que estoy pensando que él no debería hacer eso. Me gusta que la gente no trabaje mientras está en el trabajo. Desde que estoy en esta librería que ya no puedo quejarme de la lentitud de nadie que esté «sirviéndome». Incluso cuando la cajera del metro me enrostra su tedio y me mira con ojos muertos y nisiquiera me saluda, lo tomo como viene. ¿Desde dónde podría uno exigir algo? No entiendo por qué debería el mundo servirme.
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“Amo mis partes vencidas”. (Malú Urriola).
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Necesito estar bajo el agua y que en la superficie suene Miles Davis y mirar hacia arriba y ver pasar un avión. Necesito llegar a la hora de las noticias, abrir una cerveza y ver que han robado un camión con pollos para repartirlo en alguna pobla. O que Claire Denis o Isabelle Huppert aparezcan en la hostal de Lipimávida y caminemos sin hablar y corramos por las mañanas. O que haya una oleada de fantasmas en las calles y haya caos y luego calma y todos estén en sus casas reflexionando el respecto. Necesito más apertura en mis encierros. Alguien con quien armar un rompecabezas y dormir siestas. Dejar de pensar qué significaría y cuándo correspondería emprender una nueva relación. Necesito dejar de revisar y reordenar imágenes antiguas los domingos por la noche. Quizá necesito no estar en casa los domingos por la noche. Apropiarme de la luz de la ebriedad, trasladarla hacia otros sitios. O también: estar mirando por la ventana a las dos a eme y ver una luz que se mueve hacia atrás y hacia adelante y quedar paralizado y sentir que mi mente se expande o al revés que el límite simplemente se borra y adquirir dos o tres intuiciones acerca de Dios, el espacio y el tiempo. Necesito que la vida empiece a congraciarse. Que el fuego reevalúe su itinerario. Que los perros empiecen a defenderse. Necesito que llegue un tipo de abrigo negro a la librería y me convenza de que tenemos que resolver un misterio y sentirme como Mulder. O estar, no sé cómo –porque ya ni salgo-, en un karaoke, y que pongan Just friends de Chet Baker y cantarla de principio a fin sin siquiera mirar la pantalla. Necesito tener un sueño premonitorio en el que visualice cada paso a seguir para largarme de esta puta ciudad y no contarle a nadie y durante los próximos cinco años seguir todo al pie de la letra y conseguirlo. Necesito que lo que me necesite también necesite de ese mismo modo otras cosas. Necesito quedarme un poco más en esa sensación liberadora en la que caigo cuando empiezo a pensar que todos moriremos y es justo que así sea.
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“Dicho quizá de otro modo: comprendí que debía dejar de pensar en avanzar, y también, de paso, dejar de preguntarme qué significaba avanzar y quién tenía que avanzar”. (EVM)
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17:40. No he podido leer nada, pero es que nada. Salen tres y entran tres. Salen dos y entran cinco (“Ir al mall es como darse un baño de gente desconocida, te inmovilizas por un momento, la gente pasa y te atraviesa”1). Y así. 18:26. Leve calma. Como el mal alumno, me voy bien al fondo de la sala a tratar de pasar desapercibido. Ni siquiera leo. Trato de enfocar la vista en cualquier punto al azar y dejar que avancen los minutos. Odio los viernes. El movimiento del mundo me parece un error.
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Soñé que estaba en una especie de gimnasio, en alguna especie de evento, cuando de pronto entran tipos no sé si con máscaras pero al menos con algún tipo de uniforme o de uniformidad y, lo más importante, claramente armados. Nos están secuestrando o algo así. Se escuchan bombazos y ajetreo afuera. Reviso el cel y es una cosa más o menos global: diversas células terroristas toman rehenes en las distintas capitales del mundo. El caos va dando paso a una sorpresiva comprensión. Nos juntan, nos sientan, hasta nos traen algún brebaje y, uno de ellos, uno de alto rango supongo, comienza a explicarnos la misión que tienen: son una especie de colectivo global de Inmanentistas. Hartos de la religión y de todo tipo de trascendencia comercializable –y obviamente, más que subjetivamente hartos, sino que ya con argumentos acerca de cómo es justamente esto lo que tiene arruinado al mundo en lo cultural, en lo económico, en todo- han emprendido la tarea de una transformación violenta y radical, sujeto a sujeto, de la cosmovisión imperante. Por lo mismo, y luego de que nos hayan forzado a beberlo, nos avisan que el brebaje que nos han dado es una de estas drogas potentes que purgan. Un viaje interior medio a la fuerza. Mientras surte efecto, circulan distintos personajes que nos van relatando su experiencia personal en el grupo. Ex cristianos, ex empresarios, etc. Y hay cierta borrosidad en toda esta parte. Recuerdo sí cierto ambiente como de reality. Mucho ejercicios físico, mucha competencia, mucha charla; todo esto, claro está, en un contexto medio de guerrilla y adoctrinamiento. No sé si nos hemos quedado a vivir en el gimnasio o qué. Lo cierto es que, en lo secreto, empieza a acomodarme la situación (recuerdo con exactitud un momento en el que, cerca de un stand en el que están repartiendo jugos o algo así, me meto en una conversación sobre la doctrina misma que nos tiene ahí a todos juntos y, con puras ganas de quedar bien ante ellos, digo que Nietzsche decía que “el alma no existe y solo hay el sistema nervioso”). Ahora que escribo esto no estoy tan cierto de que lo haya dicho Nietzsche y, si lo dijo, jamás recordaré dónde. El punto es que ya no hay que trabajar, ya no hay que planear nada en la vida: tal y como dice esta Buena Nueva, hay que mantener el deseo atado al presente, “volverlo ancho”, crear una nueva temporalidad en base a un nuevo tipo de comportamiento. Hay un ambiente muy de la casona esa de El club de la pelea. Sin embargo, la cosa no puede ser tan perfecta. Existen unos bandos contrarios. Budistas rebeldes, católicos rebeldes y, sobre todo, fundamentalistas rebeldes. Me encantaría recordar bien esta parte del sueño pero solo me queda la sensación vaga de estar repasando estrategias –alguien nos señalaba con mucho respeto la existencia de estos grupúsculos de resistencia- y luego ser atacados, parapetarse, quizá sosteniendo un arma –y la sensación de no saber cómo mierda dispararla.
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Picoteo una biografía de Thelonious Monk que me prestaron. Me aburre y sigo. Toda la mañana con las cartas de Kafka en la mano. Las paseo. No leo nada. La gente, la gente, la gente. ¿Qué pasa con este viernes? ¿Por qué me parece tan detestable toda esta gente que no tiene culpa de nada? ¿Cómo no soñar con los caminos de tierra de Teillier?
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Me pasan ridiculeces como ésta en el día: decido que debo limpiar los lentes, me dirijo a la mochila en busca del estuche con el pañito, pero cuando llego ya olvido a qué venía, entonces saco la pasta de dientes y el cepillo y parto al baño, pero ya en el baño, con los utensilios olvidados en el bolsillo, solamente meo y me mojo la cara y me devuelvo y recién ahí me acuerdo qué se supone que iba a hacer en un principio.
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“Eres libre allí donde no te aman”. (Canetti)
CORRESPONDENCIA CON L (EXTRACTOS)
L
Me sorprende sobre todo la estupidez de estos mosquitos que no tienen cómo saber o cómo alertarse entre ellos sobre el peligro de seguir las luces de esta casa porque mueren todos asados en esta paleta eléctrica. Deberían inventarse sus mitos. Qué tristeza, qué existencia tan vacía. ¿Los mosquitos pensarán que soy estúpida por no seguir la luz? ¿Pensarán que mi vida es un despropósito total? ¿Sentirán tanta felicidad mientras están dando vueltas alrededor de la luz, como si tomaran cerveza con amigos? BUENO, así como ellas nacen y dan vueltas alrededor del a luz nosotros NOS ENAMORAMOS Y MORIMOS. La desventaja de vivir más. En fin, cada especie tiene el derecho sobre su increíble estupidez y ninguna estupidez es menos valiosa. Me atrevería a decir que la de ellos es más importante porque la ejercen con total seguridad.
(…)
Me he dado cuenta que nadie sabe muy bien cómo reaccionar o qué decirme, como si en ese “literatura” que digo media tímida y sonriendo, súbitamente dijera que vivo en la calle o que estoy embarazada y en la pasta base (…) Cuando mi hermana me presenta a sus amigos es siempre lo mismo: se miran entre ellos, hacen esa pausa vacilante y, como si nada, vomitan las preguntas clichés que me gustaría no responder. Uno se da cuenta cómo los desconocidos intentan penetrar, ponerte en algún lugar que encaje (qué estúpido enigma debe ser uno para esas gentes, sobre todo porque uno es silencioso y no se abre ni se expande como las personas carismáticas) (…)Y es así siempre: “Ah, literatura… ¿y ahí qué haces? ¿Lees? ¿En qué vas a trabajar? Oye, tengo un proyecto de novela, ¿me la editarías? TÚ DEBES SER BUENA PARA LA LETRA”. En esos momentos pienso en cómo me gustaría escupirles la cara y empezar a correr o salir volando de allí con la ayuda de alguna fuerza cósmica o con la fuerza de mi propia apatía y seguir gritando insultos mientras voy alejándome por los aires (y seguir escupiendo desde lo más hondo de la garganta).
(…)
Una no actúa como de verdad quisiera sino que sonríe, pone cara de bonita y de simpática para disfrazar el inmenso odio que nace o que está ahí siempre (y que no es culpa de ellos porque uno mismo es su obstáculo, su roca negra) y ese repetir el discursito, la proyección que no es pesimista pero tampoco la gran cosa. “Trabajaré en una editorial, en un diario, corregiré textos, publicaré libros”. Jamás me creo lo que respondo de mí misma en público. Yo siento que miento, que repito un monólogo, que adorno el futuro como uno se arregla en la mañana: a la fuerza, de mala gana y para que los demás piensen que tengo algo claro, que sé para dónde va la cosa, cuando en realidad no es así, que no me interesa -por ahora- trabajar en una editorial, ni en el diario. Contar a los demás lo que yo espero de mí es también un intento de convencerme a mí misma. Tantas cosas que se quedan ahí, que yo sé que no tengo ganas de hacer y que al final del día no cambian. Y esa desesperanza de que no juntaré ganas o fuerza para hacer todo lo que vivo proyectando. ¿Por qué es tan difícil no querer hacer nada? ¿Por qué no se puede querer no tener planes?
(…)
Se me ocurre que ante todas esas preguntas de qué quiero para mi futuro me gustaría decir NADA NO QUIERO HACER NADA, pero si tuviera que responder más sinceramente en serio: me gustaría evadir la zona de los cuerpos rápidos y los gestos duros, trabajar en algo que no consuma todo el tiempo y el espíritu, tener compañeros simpáticos y que me sobre tiempo suficiente para escribir y arreglar todo lo que se arruina en uno al estar en donde no se quiere estar. Eventualmente, encontrar no sé cómo una fuente de ingresos, complementar -como dijiste- con la escritura, y así despojarse definitivamente del ritmo de todo lo que se siente que está mal. Este párrafo es ingenuo pero es más o menos cómo me siento hoy.
(…)
No puedo imaginar a Kafka escribiendo en un estado de tranquilidad así como nosotros; o sea sí, puedo verlo en esa hamaca balanceándose con su vaso de leche, pero no creo que la escritura -que tanto amaba- le haya traído paz alguna, sí un descanso momentáneo, como el vómito en un estado febril, pero no más que eso. ¿Por qué luchar tanto y, como tú me dijiste, por qué ese miedo que lo hace tropezar y estremecerse ante Milena? Se me aparece toda su cara sudorosa en primerísimo primer plano, las venas palpitando frente a la hoja y los boca apretadísima implorando por decir lo que quiere decir. Estoy exagerando. También me pregunto, ¿qué le escribirá tanto esa Milena que lo hace sufrir? Me habría gustado saberlo. Al final, uno no es tan desgraciado si tiene a alguien a quién escribirle, ¿o no? O simplemente no se es desgraciado si se pueden encontrar las palabras y empezar. ¿Qué pasa cuando ya no se puede escribir más, se empieza a morir o, al revés, se deshace uno de ese ‘deber’ y vive? Creo que a Kafka le da terror la distancia que existe entre la podredumbre del cuerpo físico y la intensidad de la representación del discurso escrito. Recuerdo que le decía a Milena que no se hiciera mucha ilusión porque él sólo era un tipo flaco con una sonrisa en los labios y nada más, nada en él le recordaría a la persona profunda y ¿elocuente? de sus cartas. Yo creo que tenía miedo de eso, que la reacción de Milena fuera de pura decepción ante su cuerpo enfermo y débil.
(…)
Con mi gusto por Levrero está medio claro por dónde va la cosa: me llega más la torpeza y la dificultad del camino. Cuando no se manifiesta la fisura me da esa sensación de rechazo que me produce la gente muy guapa según los estándares: “¿Y esto qué es? ¿Tiene un corazón, alguna vez lloró o se le cayó el pan con mantequilla al revés?”. Sobre todo miedo y, un poco, sólo un poco de ganas de ser así igual, de lograr la armonía. ¡Pero no, por favor! Nada más extraño que alguien que sabe ser melancólico y escribir lo justo. ¿Cómo se sabe que se está escribiendo todo lo que se necesita escribir? Soy tan insegura con lo que escribo, si tú imprimieras este mail y le prendieras fuego yo entendería.
R
Allí donde dices tu pusilanimidad yo siento una extraña ternura. Allí donde te preguntas por qué es tan difícil no querer hacer nada, yo veo el impulso que hace que nazcan las cosas que nos gustan, del modo que nos gusta, al ritmo que nos gusta. Siento que no querer hacer nada es el estado ideal del ser humano. No querer hacer nada en el sentido de saber que, bueno, sí, hay que hacer ciertas cosas para no terminar en una esquina meado y agitando un tarrito de nescafé. Pero no es necesario engrandecer nada de aquello. Lo que trato de decir es que debería uno poder hacer las cosas con la voluntad media anulada, pero no en el sentido de una desafección adolescente o un nihilismo adulto contemporáneo, sino más bien sabiendo que la inversión “correcta” de la propia energía va más por el lado de la resta que de la suma, o sea, que uno no es eso, que aunque todo alrededor nos invite a la identificación inmediata la labor “espiritual” consiste en sacarse y casi diría que rescatarse de ahí, en recogerse a sí mismo como niño enfermo del colegio un lunes por la mañana e insistir, desde la cama, viendo monitos y tomando un segundo desayuno, en que ya, sí, uno es lo que hace, pero a la vez, uno es TODO lo que hace, no esa cosa específica con la que el ego busca galardonarse (familia, hijo, auto, publicaciones, doctorado, etc.), sino la relación de todas y cada una de las cosas que se hacen (y también de las que dejamos de hacer). Pero esa relación -que, a su vez, solo tiene sentido en relación con las otras vidas- solamente se cierra con la muerte, de manera que, hasta antes de eso, y aunque suene muy jipi, solo estamos siendo. Y a mí me calma eso: estar siendo. En medio de egos que crecen como rascacielos, ser mero pasto. No se trata de excusar la propia pereza y adornarla de budismo barato, se trata de saber separar bien un no-hacer escogido de cierto no-hacer que le cae a uno encima, cuestión que solo se logra si uno asume bien que, de todo aquello que el mundo te exige, hay una pequeña porción con la que uno sí está de acuerdo, porción que se agrega a la que uno, ante sí mismo, se exige, de manera que, querámoslo o no, SÍ hay un deber que, solo en parte, coincide con el que nos enrostra el mundo. El problema, supongo, es que uno a veces se convence de que, eso que quiere, no lo quiere tanto. ¿Añoras habitar las mañanas? ¿Preferirías no tener insomnio? ¿Te urge publicar prontamente o puede esperar la cosa? ¿Tenías ganas de trabajar este año o en el fondo te acomoda esta situación que te empujó a quedarte en casa? Ahí, un único juez posible, “dentro” de uno, lejos del intelecto, una leve inclinación que hay que estar dispuesto a reconocer y aceptar. E insisto: tengo una relación intuitiva muy buena con esta especie de dt interno, pero, ya lo sabes, como equipo soy una mierda y bebo antes de los partidos y hago autogoles y a veces ni entreno. Pero lo intento. Una y otra vez, me perdono y lo intento. Así que de nuevo, ¿sirve de algo todo esto que te digo? Con todas las distancias correspondientes a nuestros contextos, intuyo que estamos en un momento parecido y no puedo sino animarte tal y como me animo a mí mismo –justo anoche vi ese capítulo en que Bojack se va en la volá de la autoyuda y me sentí tan identificado cuando se preguntaba si acaso realmente nunca era tarde para cambiar (pero en el caso de nosotros yo digo que estamos bien enfocados y solo restan unos pequeños ajustes).
(…)
Y voy a tener que seguir escribiéndote aquí en borradores de gmail no más. Te voy a decir la verdad de anoche: me fumé una gran cola (maldito C, ¿para qué me regala?) y caí de nuevo en la pasta base del playstation (lo había guardado y lo volví a instalar). No me hace ni una gracia contarte esto, pero he leído ya tu carta y no puedo sino hacerle honor a esta cruda honestidad. Mi plan era despertar de la siesta, salir a correr y comenzar con tu carta, quizá ver alguna peli y terminar el día leyendo en cama. Pues bien, nada de eso sucedió, la siesta se me alargó y desperté muy tarde y lento y flácido y, como ya te contaba, me comí un coso de ravioles familiar casi entero a lo largo del día.
(…)
Un día casi totalmente exento de notificaciones. El triste gesto de sacar el celular y buscar no sé qué. Ya no me da el internet como para ver fotos y videos de gatitos o perritos así que ni reviso tuiter. Me acuerdo como al principio me parecían unos enajenados los que necesitaban tener internet en el celular. Hará cuatro o cinco años no más. Hablando sobre qué haríamos de ganarnos el loto L me dice que cerraría todas las redes sociales y recorrería el mundo. Yo le digo que no cerraría nada y me iría una buena temporada a mi residencial favorita en Lipimávida (no es que conozca otras, solo me acostumbré a esa). Y bueno, eso: empleados como cualquiera soñando dentro de un mall. (L es Luciano, uno de mis dos jefes que también son mis amigos. L tiene 40 pero vive como alguien de 20. Supongo que por eso nos llevamos bien. Es como un señor Burns pero del Bien. Muy lento, una cara media extraña, cierto amaneramiento que en un comienzo me hizo creer que era gay).
(…)
No avanzo linealmente. Martillo aquí y allá como si fuera una estatua o una pintura. Pongo una capa y luego lo dejo para poner la segunda capa en otra parte. Me acuerdo de algo que quedaría mejor allá tres párrafos hacia arriba y vuelvo. En el camino veo que dejé otra cosa incompleta y la relleno. O también vengo a sentarme con la certeza de que ahora sí que empezaré en orden, tema por tema, pero se me hace inevitable contar mis nimiedades. Siento que te escribo mejor cuando el día es todo mío.
(…)
Retomo. Ahora sí que retomo. No sé si entiendo bien qué nos pasa con la pulcritud en general. Supongo que uno adivina ciertas ansias que tiene el mundo por tratar que todo parezca un puto set de televisión cuando la verdad es que la precariedad asoma como los calcetines sucios que uno esconde si vienen visitas imprevistas. Me acuerdo que antes las casas en las teleseries se parecían, no sé si a las casa de uno, pero quizá sí a las casas de uno justo en el segundo después de que se les ha hecho un aseo total. La pulcritud en las personas no sé si me gusta tanto. Desconfío de las barbas perfectamente delineadas y cuando estoy ante alguien que viste bien me pregunto cómo lo hacen, qué han tenido que dejar de lado para convertirse en estas estatuitas andantes.
(…)
Sabís que justo hoy en la mañana una compañera nos mostraba uno de estos videos de ejecuciones en hd y cámara lenta en medioriente y CON CHA DE SU MA DRE qué manera de explotar esas cabezas, qué manera de saltar esas ojos, qué horrible y asqueroso y triste, pero bueno, independiente de la vileza de todo y de cómo estos seres ahora se legitiman con las mismas herramientas del Espectáculo, pensaba yo, mientras la tienda comenzaba a llenarse de imbéciles tipo once de la mañana, pensaba, digo, en que hay algo que no me calza en el diseño de la VIDA, onda, si la hueá es tan sagrada e importante y si se supone que todos deberían tener la oportunidad de, como dice la parábola esa, sembrar su semilla en tierra fértil y ver crecer sus virtudes, ¿por qué entonces uno mejor no es inmortal, digamos, así como hasta los cincuenta años al menos? Pero bueno, es obvio que allí hay un mensaje, una señal de arbitrariedad cósmica atroz.
(…)
“¿Por qué creo me importan tan poco y a la vez quiero impresionarlos?”. Tu pregunta me queda rebotando. Es una sensación bastante conocida. Pienso en mis compañeros del colegio, en cuánto me gustaría -pese a que no lo admito- que vieran que conseguí un lugar en el mundo, y no cualquier lugar, sino justo el que quería y que, casualmente, no tiene nada que ver con ellos –y esto último no para solazarme en mi DIFERENCIA sino para que, de una vez por todas, vean que REALMENTE uno no buscaba lo mismo que ellos y era por eso, y no porque uno fuera un engreído, que no participé en ninguna de esas reuniones de exalumnos. Antes sentía que teniendo un trabajo adquiriría cierta legitimidad, ahora ya no basta y siento que debería tener alguna cosa publicada –empezar a concretar lo que se supone que quiero sea el hilo conductor de mi vida productiva. Obviamente, y siguiendo la misma lógica, luego, cuando ya tenga algo serio publicado, va a ser otra cosa la que voy a querer. Y así, ¿hasta desear la muerte?
(…)
Y ya me hiciste reír. Te imaginé volando como un superhéroe de la apatía. Como alguien que, tal y como dices, anda por ahí juntando odio y más encima tiene el poder de escupir desde las alturas y, todo esto, con el piyama o buzo con el que sales en esa foto de tuiter (me gusta un montón ese tuit: la tenida para salir y luego los trapos con los que uno anda por su casa, solo) Así que sí, sería hermoso que todo este desprecio nos diera alguna especie de rendimiento extra. Por mi parte, me conformaría con la capacidad de teletransportarme a lugares inhóspitos. Eso o esta cosa que hace este niño de Game of thrones de irse a blanco y tomar posesión de un animal y ver el mundo a través de él.
(…)
Yo tampoco sé explicar nada muy bien sabís, o sea, ahora último quizá, con la repetición del trabajo y la simulación de cierta seriedad y la construcción de un personaje de sí mismo, he podido, no sé si explicarme mejor, pero al menos salir del paso. Pero te entiendo y aún me pasa que, cuando me preguntan por qué no publico nada si escribo tanto, solo balbuceo y doy excusas (algunas de ellas bastante ciertas). Y lo mismo cuando alguien -que sé que no va entender (y quizá esa presuposición sea justamente el problema)- me pregunta por qué escribo: mascullo y puro devalúo esto que, ambos ya lo sabemos, importa de verdad. El punto con todo esto es que, por ejemplo si me encontrara con algún ex compañero de colegio en la calle (con su esposa y un coche con un hijo; ya todos están en esa) y éste me preguntara en qué ando, yo solo le diría que trabajo en una librería y, quizá mentiría un poco y diría que estoy juntando plata para no sé qué y por supuesto que ni le mencionaría que escribo, que no publico nada pero escribo, que no gano plata, que nadie me lo pide, pero insisto e insisto, año tras año, engordando unos words que no tienen ninguna función claramente verificable. Por otra parte, siempre hay un asunto más ¿fenomenológico? de fondo: el hecho de que uno no es un solo uno: “Si tomase en cuenta a todos los personajes, cuando me preguntasen «cómo estoy», debería responder: «Normal, con una tendencia al bien, con una cuota de mal, con un poco de tranquilidad que se transforma en euforia y a veces en depresión, para volver a estar contenta». Pero finalmente siempre me inclino por el clásico «bien, ¿y tú?»”2.
(…)
Correr es como escribir. Para ambos no se requiere de nadie y cualquiera puede empezar desde cero, sabiendo que, por muy malo que sea, tiene toda la vida por delante para conseguir algo. Un cuerpo, un lápiz, y avanzar como uno sepa no más.
(…)
Llegué cargado como burro (trato de gastar bien la plata cuando la tengo y quedar con lo justo para no gastar en tonteras) y empecé Oro. Quizá debería enfocarme solo en este tipo de cosas y dejar todas las novelas gordas para después. Después, cuando esté más maduro y paciente. Por ahora solo quiero estar en la cabeza de los otros, hurgar las alegrías que no son las obvias, las penas y las tonteras que no son las que salen en las teleseries y la publicidad –que a estas alturas son como lo mismo. ¿Por qué me importa tanto el texto de la intimidad?
(…)
Lunes 10, 13:57 pm. Me comí dos completos y un café de desayuno-almuerzo. Ayer me junté con M (de la librería), fuimos a la Primavera del libro (me compré una antología de poesía bengalí), bebimos, fumamos, comimos, le di una paliza en el PS3 y terminamos viendo Bojack Horseman. Desde ayer al almuerzo hasta hoy, solo he comido completos. Italianos, tomate mayo y ahora, el último -nos acabamos una mayo entera-, solo con tomate. No me siento bien al respecto (me dices que trato bien a mi cuerpo y yo aquí trato de nivelar las cosas y contarte la firme). Seguro que hoy salgo a correr. Temprano, ojalá, porque a la noche llega otro amigo, J, de Talca, a reportear no sé qué evento para no sé qué medio (me traerá Junkopia, un pequeño librito en el que, junto a otro ser -que se llama Rodrigo y no soy yo-, publicaron una serie de poemas o haikus y creo que también una que otra foto)
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*Las citas 1 y 2 pertenecen a Oro de Ileana Elordi.
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