¿Por qué dejo que mi mente me pasee hacia futuros culiaos como una especie de fantasma de las navidades futuras? El insomnio de anoche se trató de eso y probablemente por eso soñé que me volvían a llamar del trabajo y nadie usaba mascarillas y todos se tocaban con todos y me paraba encima de una mesa a darles un sermón pero nadie me oía y terminaba llamando a la inspección del trabajo. Partí el insomnio con este ejercicio absurdo de imaginarme como sería morir ahogado y en soledad, entonces me pongo a decidir de quién me despediría solo con audios y a quiénes les haría vídeos, también empiezo a ver a quién le dejo mis libros y ese tipo de cosas. La novela corta o cuento largo sobre este lanzamiento marciano de un bestseller terrestre la pueden terminar entre los amigos que escriben, me digo, total los apuntes finales ya entregan una especie de cierre. Entonces, me imagino no existiendo. Ahondo en eso en el insomnio y hay una parte paralizante y otra que sirve. Si no solo no he existido durante casi la totalidad de la historia de la humanidad, sino que no he existido a través de toda la historia del universo, ¿qué diferencia habría ahora? ¿Cómo no va a haber una manera de no importarse nada a sí mismo que no sea necesariamente el autodesprecio? Bueno, Oriente y todo eso. El problema es que sé que busco unos fundamentos ontológicos que me convengan y al final dudo de todo, justamente porque lo necesito. Por eso la filosofía siempre es una manera de tender trampas y quizá por eso se le dan mejor las preguntas que las respuestas. Pero es extraño igual, algo pasa, porque tengo esta extraña certeza de que muero y algo queda. No yo, obviamente, no mi personalidad, nisiquiera mis recuerdos, miedos o deseos, no; algo, pero algo que por un lado es la obra que uno haya dejado (en el ancho sentido del término) y por otro algo ya más místico o inmaterial que sería todo lo que uno es pese a sí mismo. No sé cómo explicarlo, pero es como una especie de pegamento que mantiene unido al yo, y que no es el yo, pero tampoco puede decirse que no sea nada, y que tiene que ver con esta insistencia de ser uno mismo o casi, y que probablemente se parezca a lo que tradicionalmente llaman alma o espíritu, momento en el que todo queda inexorablemente manchado de los tonos neón del new age o del dorado del cristianismo, pero a mí no me importa, porque la clave está en que es una misma insistencia para todos y, aunque sé que uno muere y se acaba, también sé muy bien que lo que se acaba se acaba para la identidad, mas no para el hecho de que, una y otra vez, nazcan y nazcan humanos que digan “soy”, y sean, y mantengan ese ser, esa diferenciación que por sí sola no es nada, una flor que se abre a lo sumo (y no ver el paisaje, no leer las raices jugando abajo, es la parte ciega del materialismo). Nada me saca la intuición de que la cosa sigue, y es bastante probable que quien escribe ahora no tenga absolutamente nada que ver con ello y, aunque no era mi intención, terminé llegando a dios, en quien no creo, no porque niegue su existencia, sino porque todo el preámbulo y todas las preguntas y todas las maneras de abordar el asunto me parecen de una pequeñez abrumadora, ¿qué importa si, en tanto individuo, creo o no? Lo único que valdría la pena pensar es qué se supone qué estás diciendo cuando dices dios ¿Y si fuera un resultado, antes que una causa? ¿O ambas cosas al mismo tiempo, y en esta línea temporal no se entiende no más? Casi que me dan ternura los que creen que, negando a dios, niegan a la iglesia y sus miserias y cuando veo a alguien que te asegura que todo es carne y nervios, lo que veo es alguien que va con un ramo de olivos entrando a la iglesia de la materia y sus cómicas jerigonzas de que como todo está determinado por leyes físicas la libertad no existe. Antes que eso, me quedo con el dios de Simone Weil, un hueón que no se mete en nada y no hace diferencia entre alguien que reza quinientos avemarías y otro que lee quinientas veces un condorito.
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